miércoles, 18 de noviembre de 2020

El triunfo total y final es de Dios. Y es también el nuestro

 El Dueño y Señor del universo es también dueño de nuestra alabanza – Israel  campos

El género apocalíptico de las Sagradas Escrituras nos coloca siempre en un predicamento de comprensión casi imposible de alcanzar. Al referirse naturalmente a la presentación del final del tiempo, y al ser nuestra experiencia personal aún muy lejana de ello, no es extraño que en ocasiones nos sobrecoja y nos llene de incertidumbre. La realidad que Dios nos ha revelado de sí mismo desde el principio nos ha presentado siempre un Dios que es cercano, habitual, amoroso, benefactor. Él es quien nos ha procurado todos los beneficios que poseemos, los pone a nuestra mano, nos hace solidarios con los demás que están con nosotros en el mundo. Incluso se inmiscuye en el mundo casi haciéndose un actor más de toda la historia, a pesar de que ha puesto en nuestras manos una responsabilidad primigenia en el orden de la procura de unas mejores condiciones para todos, haciendo avanzar al mismo mundo hacia la plenitud del bien que es Él mismo, y hacia el que quiere por su amor nos animemos a avanzar todos. Dios no ha dejado todo al acaso. Se ha hecho nuestro, se nos ha dado. Y en el gesto máximo de su delicadeza de amor, ha dejado que seamos nosotros los que tomemos las decisiones sobre nuestro caminar, sin casi ni siquiera impedir absolutamente nada de lo que podamos argüir. La libertad que nos ha donado es de tal pureza que, aun sabiendo que un muchísimas ocasiones erraremos en nuestras decisiones, lo prefiere así, pues no puede negarse a sí mismo, imponiendo una conducta que destruiría esa misma capacidad que nos ha donado. Y lo hace porque además sabe que la misma conciencia con la que nos ha enriquecido haciéndonos suyos, llenándonos de su amor, dándonos sus capacidades, llegaremos a percatarnos, quizás no sin dificultades y hasta en medio de tormentas, que el camino justo es el que Él propone y hace posible y nos ofrece. Es en este sentido en el que debemos hacer nuestro mejor esfuerzo para poder tratar de comprender lo que nos quiere enseñar la apocalíptica divina. Aun teniendo la inmensa mayoría de las respuestas que necesitamos para nuestra vida cotidiana, queda siempre algo por encima que debe ser siempre mejor aclarado. Habiéndose revelado Dios lo mejor y lo máximo posible para favorecer al hombre, el misterio divino se mantiene aún en lo que le corresponde como penumbra. Y es natural que así sea, pues Él sigue siendo Dios y jamás dejará de serlo. Esa es su esencia y su eternidad hoy y para siempre.

En todo caso, por ser ese Dios que es el nuestro, el que nos ama, que nos ha creado, que nos sostiene y nos favorece, esa bondad natural jamás queda en suspenso. Aún sin comprender del todo su misterio se empeña en que lo conozcamos cada vez mejor. Y lo hará procurando que nuestra vida diaria, la que nos toca en nuestros días y en nuestra tareas, esté impregnada por su empeño de darse a conocer y a comprender. Por eso no hay nada de lo que hagamos cotidianamente que no pueda ser conectado con ese deseo expreso suyo de mostrarnos su amor y su poder. En muchas ocasiones lo entenderemos maravillosamente, pues serán cosas que nos atañerán muy directamente. Pero en otras ocasiones será cosas en la que tendremos que esforzarnos un poco más, pues no estarán tan claras como quisiéramos. El mundo es un entramado humano en el que juega mucho el amor, el bienestar, la búsqueda del bien. Pero en él convive también la malicia, la maldad, la fuerza oscura. Aun cuando sabemos que esa carga negativa y dolorosa nunca podrá llegar a ser más poderosa que la bondad divina, sabemos que existe y puede y sigue haciendo mucho daño. El mundo muchas veces se nos presenta como un sitio hostil en el que estamos llamados los mejores miembros a aplicar nuestra confianza en que ese bien triunfará. Pero debemos dar la lucha, pues el mal se resistirá. Acudimos muchas veces a situaciones en las que se nos presenta todo como perdido. Los enfrentamientos, las heridas, las guerras, el daño al hombre, aparentemente crecen y vencen. Y lo cierto es que esas victorias, aun siendo realidades que están ahí, no son definitivas. Solo serán definitivas si los que tenemos la convicción de la fe nos quedamos de brazos cruzados. En el apocalipsis los planteamientos son del final de los tiempos, en lo que aparentemente Dios y el bien son vencidos. Nada más lejos de la realidad. La victoria es de nuestro Dios, que nunca se dejará ganar en bondad y en generosidad. No se trata de hacerse la vista gorda ante el mal y dejar que actúe a sus anchas. Se trata de asociarse realmente al Dios del poder y del amor para disfrutar de su estruendosa victoria con alegría y el mayor de los gozos: "'Santo, Santo, Santo es el Señor Dios, el todopoderoso; el que era y es y ha de venir'. Cada vez que los vivientes dan gloria y honor y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran ante el que está sentado en el trono, adoran al que vive por los siglos de los siglos y arrojan sus coronas ante el trono diciendo: 'Eres digno, Señor, Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado el universo; porque por tu voluntad lo que no existía fue creado'". Es el estruendo de la victoria de Dios, de su amor. Y es el estruendo de nuestra propia victoria, pues seguimos y seguiremos eternamente en sus manos.

Por más que exista mucha injusticia, mucho dolor, mucho pesar. Por más que a nuestra vista se presente tanto conflicto, aparentemente cada vez más recalcitrante, debemos hacer nuestro mejor empeño en no dejarnos embaucar en nuestra esperanza. Las situaciones podrán hacernos sentir sobrecogidos; los dolores y las añoranzas podrán ser cada vez más acuciantes. Son realidades ante las cuales incluso podremos sentirnos totalmente sobrepasados y nos llegará incluso la sensación de que ya no hay nada más que hacer y que lo único que queda es desaparecer. Pero ante esa perspectiva de mal, si nos dejamos atrapara únicamente por ella, el triunfo sí será realmente del mal. Y estaríamos dejando que aquel triunfo que Dios quiere nuestro lo dejemos en el vacío. Por encima de todo es necesario que en el mejor de los esfuerzos, el que nos enaltece más, sea el de dejar espacio a Dios. Él es el dueño de todo, el Señor de la historia, el que nos ha dicho que existimos por un gesto de su amor, el que nos sostiene en ese mismo amor que nunca dejará de darnos. Y aunque por momentos sintamos que no aparece, tengamos la absoluta certeza de que está ahí. Por eso, jamás debemos dejar de estar unidos a Él, en la esperanza, en la oración, en la paz aunque parezca imposible. Jamás Dios dejará de ser nuestro. Aun cuando la oscuridad se haga presente, su luz nunca dejará de iluminar. Así lo sintieron aquellos que por encima de todo esperaron al gran señor. Unos prefirieron la perfección. Otros prefirieron la plenitud. A eso es a que tenemos que apuntar todos. La realidad final es la del amor, la de espera fructuosa, la de la esperanza confiada, la de la certeza del amor y la plenitud. No tenemos mayor certeza que esa. Y esa es la esperanza que le da sentido a toda nuestra vida. Ya no hay más. Vivimos aquí y ahora. Para Dios y pata todos. Y ese será nuestro final: "En aquel tiempo, Jesús dijo una parábola, porque estaba él cerca de Jerusalén y pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida. Dijo, pues: 'Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles: 'Negocien mientras vuelvo'. Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras de él una embajada diciendo: 'No queremos que este llegue a reinar sobre nosotros'. Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y dijo: 'Señor, tu mina ha producido diez'. Él le dijo: 'Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades'. El segundo llegó y dijo: 'Tu mina, señor, ha rendido cinco'. A ese le dijo también: 'Pues toma tú el mando de cinco ciudades'. El otro llegó y dijo: 'Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado'. Él le dijo: 'Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? Pues ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses'. Entonces dijo a los presentes: 'Quítenle a este la mina y dénsela al que tiene diez minas'. Le dijeron: 'Señor, ya tiene diez minas'. Les digo: 'Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a reinar sobre ellos, tráiganlos acá y dególlenlos en mi presencia'. Dicho esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén". Al final, la victoria es la de Dios. Y será la nuestra. Nunca jamás perdamos esa esperanza. Por encima de todo. Hagamos nuestra parte, que Dios jamás dejará de hacer la suya.

4 comentarios:

  1. Padre Santo, ayudanos a saber duplicar nuestros talentos, para poder corresponderte con generocidad, enseñanos a ser perseverante en el buen uso de ellos, para servirte a ti y a los demás😔

    ResponderBorrar
  2. Aún, cuando la oscuridad se hace presente, Dios nunca dejara de iluminar,por eso jamas debemos estar apartados de él,en la esperanza,en la oración y en la paz aunque todo nos parezca imposible; él lo hará posible.

    ResponderBorrar
  3. Aún, cuando la oscuridad se hace presente, Dios nunca dejara de iluminar,por eso jamas debemos estar apartados de él,en la esperanza,en la oración y en la paz aunque todo nos parezca imposible; él lo hará posible.

    ResponderBorrar
  4. Aún, cuando la oscuridad se hace presente, Dios nunca dejara de iluminar,por eso jamas debemos estar apartados de él,en la esperanza,en la oración y en la paz aunque todo nos parezca imposible; él lo hará posible.

    ResponderBorrar