domingo, 1 de noviembre de 2020

Solo seremos santos eternamente si lo somos ya ahora

 Propuestas para vivir cristianamente la fiesta de Todos los Santos

La fiesta de los Santos es la fiesta de los cristianos, por cuanto nos coloca en la contemplación de la meta a la que todos estamos llamados y que todos debemos esforzarnos en vivir desde ya. Nosotros somos los santos de Dios, aquellos que fueron ya conquistados por Jesús en su epopeya salvadora. Siendo la meta definitiva de nuestra vida, es ya el camino por el que debemos avanzar. El santo no es solo el que ha triunfado ya y está disfrutando de la felicidad y del amor eterno en el cielo. Ciertamente todos esos están ya en esa condición de plenitud delante del Padre Dios, a la espera del momento final de la restitución de toda la creación, contemplando eternamente la gloria de Dios, que debe ser una realidad absolutamente inabarcable humanamente, pero añorada ardientemente, pues sin conocerla se intuye la grandiosidad que posee naturalmente. La santidad, en este sentido, siendo la meta final, debe ser ya la vida ordinaria que debemos poseer. Aquellos privilegiados que ya disfrutan de la condición estable de la santidad se han adelantado en ese caminar, han cumplido ya su periplo terreno, han logrado vencer todas las vicisitudes que se les presentaron en la cotidianidad terrena sin dejar de haber vivido y sorteado inmensas dificultades. Es el triunfo final por el que seguramente soñaron tanto y que añoraron tener después de sus esfuerzos. La santidad alcanzada es la realidad final después de una vida de lucha y de esfuerzo cotidiano. Aquellos han culminado exitosamente su camino. Ya nada les podrá obstaculizar el goce de esa eternidad feliz. Son los que han triunfado y han llegado a la meta: "'La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén'. Y uno de los ancianos me dijo: 'Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?' Yo le respondí: 'Señor mío, tú lo sabrás'. Él me respondió: 'Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero'". La santidad es, de esa manera, un triunfo obtenido a sangre y fuego, ganado en la fuerza de Jesús, el Salvador, que el mismo Dios concede a los que se han mantenido suyos en el amor y la fidelidad.

Esa vida futura es la que le da sentido a lo actual. Llegar a la santificación plena es la culminación de una vida vivida en el amor, en la alegría de Dios, en la fidelidad a su amor y a su voluntad. Esa santidad esencial final no se logrará sin un avance continuo, ciertamente exigente y plagado incluso de contratiempos, de luchas y hasta de derrotas, pero llevado adelante con el esfuerzo personal, con la ilusión que corresponde a los que triunfarán, con la esperanza de la meta que compensará cualquier sensación de cansancio. Quien llega a la meta final no estará jamás exento de una vida cotidiana marcada por el esfuerzo y la lucha. Será el caminar de quien emprende día a día el reto de su vida familiar con el deseo de dar siempre lo mejor de sí porque es a lo que lo lanza el amor, cuando decidió asumir una vida que lo unía esencialmente a un cónyuge con el que compartiría vida, con el cual crecería en una experiencia solidaria que lo alejaba de la individualidad, que asumía en la conciencia absoluta de una vida de amor llena de ilusión, de retos comunes, de superación de las dificultades, en la cual iban a ser capaces de lanzar una mirada común en la procura de la experiencia de ese amor compensador. Y que sumaba a esa plenitud de felicidad mutua la posibilidad de hacerse cocreadores con Dios de los nuevos seres que irían poblando al mundo, con el regalo de la vida que ellos iban haciendo posible. Será el caminar de quien asume su responsabilidad personal en la creación de un mundo mejor para todos, colaborando con su trabajo personal, añadiendo su propio esfuerzo en su trabajo cotidiano, entendiendo que el mundo no podrá ser mejor si él no hace lo que le corresponde, y asumiendo junto con todos los que comparte responsabilidad la parte que le toca, haciéndolo todo con alegría, con ilusión, con el gozo de sumar su parte a todas las bondades que pueden existir en la realidad cotidiana. Será el caminar de quien quiere hacer un mundo de hermanos procurando crear ambientes de fraternidad, de solidaridad, sabiendo que nadie deja de estar a su cuidado, haciéndose prójimo del hermano, principalmente del más necesitado, pero sabiendo que la vida también debe ser un lugar de disfrute, de goce sano, de felicidad procurada para todos, en cuya tarea también se está empeñado seriamente. La vida de la santidad no es extraña de esta cotidianidad. Más aún, se puede afirmar que solo se llegará a tener esa santidad eterna si se ha asumido antes el empeño de esta santidad cotidiana.

Ese caminar pone una exigencia primera: ser hombres. Quien no vive su humanidad nunca podrá llegar a la santidad. No se debe pensar en los santos como en extraterrestres, seres fuera de este mundo. Ellos, en todo caso, han sido los que han asumido con mayor empeño su humanidad. En todo caso, es el avance en la humanidad lo que asegura la posibilidad de llegar a ser realmente santos. San Pablo lo coloca como la realidad que se debe vivir ya, y que se vivirá en plenitud al alcanzar la meta: "Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro". Es el empeño final, lo que dará sentido a lo que viviremos eternamente, dejándonos guiar y llevar cada día por esa presencia divina en nuestras vidas, que nos hará dar el signo exacto a lo que vivimos hoy y que viviremos siempre. Jesús lo pone con claridad meridiana al apuntar a las razones para la felicidad de los cristianos: "Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados ustedes cuando los insulten y los persigan y los calumnien de cualquier modo por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en el cielo". Todo será parte de la misma vida que se vive hoy, pero que terminará en la eternidad feliz junto al Padre. La felicidad está basada en haber hecho lo que correspondía. Y esa será la vivencia final de la santidad. Se trata de ser felices en aquello a lo que nos llama ahora el amor, para ser luego felices en la eternidad con Dios, viviendo la santidad que Él nos regala y que hace posible aquí y ahora.

2 comentarios:

  1. Amén. Monseñor. Agregar algo más es redundar en el artículo. Sólo hay que reconocer que Dios es amor y agradecerlo con una vida de santidad consciente. En el nombre de Jesús para que el Espíritu Santo nos enseñe el camino. Amén.

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  2. Bonita explicación de la santidad para nosotros los cristianos. Amén.

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