viernes, 20 de noviembre de 2020

Somos el templo de Dios para el mundo. De Él nos llenamos de vida y amor

 El Periódico de México | Noticias de México | Columnas-VoxDei | ""Mi casa  es casa de oración"; pero vosotros la habéis convertido en una "cueva de  bandidos.""

Dos cosas conviven en nuestra vida de fe, la que vivimos en nuestra historia personal. Una de ellas es la certeza absoluta de ser de Dios. Aun cuando haya en muchas ocasiones tentaciones radicales, incluso a veces hasta razonables, en las que una realidad que se presenta dura y trágica, dolorosa y dañina, nos trae una verdad que es insoportable e inexplicable de acuerdo a la dinámica del amor de Dios que debería ser siempre clara y lógica, el hombre puede llegar a sentir tal desasosiego que llega a entender que muchas cosas, en esa experiencia de la presencia de Dios en su vida, no se compaginan con lo que debería ser la realidad. Las preguntas absolutamente lícitas que se hace el hombre añoran respuestas inmediatas, pues su situación está llegando al límite. ¿Por qué Dios permite el mal? ¿Por qué los buenos no reciben los beneficios que se merecen? ¿Por qué los malos triunfan y aparentemente a ellos les va siempre bien? ¿Por qué se está dando una especie de triunfo del mal, que se va enseñoreando y va imponiendo su veneno en el corazón de todos? No es fortuito que se dé esta sensación, pues quienes la viven son hombres y mujeres reales, que están ahí en su día a día, dando lo mejor de sí, haciendo el bien siempre que tienen la oportunidad, luchando por una fidelidad al amor de Dios de lo que están convencidos de que es el camino correcto, a pesar de quienes quieran convencerlos de lo contrario. Son los padres de familia, los esposos, los hijos, los estudiantes, los trabajadores, los empleados, los empresarios, los políticos, que en medio de todo tienen plena conciencia del origen y del fin de sus vidas, que no terminará jamás en el absurdo de la desaparición, sino que apuntan a lo que para ellos es una meta real y definitiva, hacia la cual se encaminan, sorteando toda negatividad. Y es aquí donde surge el segundo aspecto que debe ser siempre tenido en cuenta, y que no debe faltar. Dios es un Dios de bondad, que nos ha regalado la vida, lo ha hecho con ese amor eterno e infinito que jamás desaparecerá, quiere el bien absoluto de los suyos y los quiere encaminar hacia él. Por ser un Dios todopoderoso y providente, lo ha querido ordenar todo en función de esa bondad que quiere para todos. Pero por ser todo amor y beneficios, nos regaló también todo su amor, haciéndonos totalmente libres, como Él, respetando reverencialmente esa misma libertad. Los hombres hemos sido hechos para el bien. No hay duda. Pero la tragedia del mal se ha erguido y nos ha llevado a algunos, lamentablemente con mucho daño, a despreciar esa bondad, apuntando a una experiencia de "bondad egoísta", conveniente, personal, destructiva para quien no se alinee con ellos. Es la supuesta victoria del mal, que se da solo por ese inmenso respeto amoroso de Dios. La realidad es que ese mal será siempre pasajero, pues en el demonio, venciendo Jesús en la Cruz en el absurdo de la supuesta mayor derrota, quedó totalmente aplastado. El mal se ceba en su ingenuidad, pero hace mucho daño. El demonio ya ha sido vencido y nunca jamás volverá a vencer. Solo lo logrará si los mismos hombres nos ponemos en sus manos y le posibilitamos tener un poder que ya no tiene. El poder del demonio no es el suyo. Es el que nosotros le damos.

Será por lo tanto, necesario asumir lo que plantea el libro del Apocalipsis, acerca de la Palabra de Dios que nos llena de dulce, por ser la misma dulzura de la Palabra, del amor, del favorecimiento de Dios, pero que en su momento, cuando está planteada la lucha interior del hombre muchas veces contra sí mismo, al sentir el atractivo de la carne y del pecado, de la falta de solidaridad, de la injusticia, del dolor procurado al hermano, es como eso que nos quema ardientemente por dentro, y de ninguna manera llegará a ser algo atractivo para nadie. Cuando la Palabra de Dios entra en el hombre, necesitará lograr una purificación que no podrá dejar de darse, pues en medio de las vicisitudes del mundo, dolorosas y muchas veces brutales, se deberá dar el convencimiento de que la única manera de permitir que esa Palabra dulce de Dios se mantenga, será en la plena convicción de que es el único camino que realmente satisfará y que cualquier otro camino no tiene ningún otro asidero, pues terminará en la nada absoluta. Nada puede satisfacer al hombre más que el amor. Y mucho más ese amor que Dios nos ha regalado y que ha querido que sea lo más nuestro y real. Ninguna realidad distinta a esta, por muchas satisfacciones humanas que pueda haber que sostenga, dejará ese sabor agradable de la presencia de Dios, de la hermandad entre todos, de la plenitud que nos espera a todos, de la definitiva realidad que jamás cambiará en aquella eternidad que está preparada para todos. Nunca el hombre logrará por sí mismo, aun con el derecho de hacer su esfuerzo, porque se lo ha concedido el mismo Dios, alcanzar aquello superior que él mismo no podrá lograr. Pero sí tiene la obligación de procurarlo siempre, en uso de esa libertad suprema que es su prerrogativa. Su vida, siendo de Dios, es de los demás. Ni siquiera de si solo. Dios se donó para que todos al igual que Él nos donáramos: "Yo, Juan, escuché la voz del cielo que se puso a hablarme de nuevo diciendo: 'Ve a tomar el librito abierto de la mano del ángel que está de pie sobre el mar y la tierra'. Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el librito. Él me dice: 'Toma y devóralo; te amargará en el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel'. Tomé el librito de mano del ángel y lo devoré; en mi boca sabía dulce como la miel, pero, cuando lo comí, mi vientre se llenó de amargor. Y me dicen: 'Es preciso que profetices de nuevo sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reinos'". Será la historia final a la que debemos todos rendirnos. Ciertamente en medio de este mundo tendremos la dicha de vivir en esa esperanza, aunque a veces nos parezca quizás muy lejano. Pero en lo más superficial de lo que podríamos entender, es necesario que asumamos que no habrá una realidad diferente. Que aunque hoy lo veamos todo oscuro, esa es la verdad. Que perder esa perspectiva es quedarnos sin nada, con el vacío total, de pensar que esta vida no tiene sentido, pues nada la compensará. No es el consuelo del tonto, sino el del sabio que estará absolutamente convencido de que Dios está ahí, que sigue con nosotros, que nos sigue dando su amor, y nos llena de la dulzura de su Palabra, aunque aún tengamos que sufrir algo de la amargura por no tenerlo del todo.

La insistencia de Jesús con el templo va precisamente en esa línea. Debemos entenderlo, sí, como su deseo de que el templo se mantenga como el sitio incólume en el que se hace presente Dios, y se hace presente también el hombre, para poder tener ese encuentro de intimidad, dulce, ágil, compensador con ese amor que se quiere compartir siempre y eternamente. El encuentro con Dios debe ser continuo, pues es el que hará que aquello que afirmamos tenga pleno sentido. No tener a Dios en la vida es el peor de los vacíos, pues no da ninguna perspectiva de superioridad. Todo termina en el día a día, en los pequeños logros, en los empeños por las mejores cosas individuales, en la procura de los placeres y los poderes. Y ya. Hasta allí llegará. Dejar que Dios sea Dios, que sea nuestro Dios, nos hace elevarnos infinitamente. No nos quedamos sin nada en las manos, pues así obtenemos la mayor riqueza que es nuestra experiencia vital en Él, la vivencia profunda de su amor, su deseo de favorecernos siempre, su empeño en que seamos mejor para nosotros y para todos, la tarea que nos asigna para que en este mundo de hoy vivamos cada vez de la mejor manera. Quien así se empeña hace las cosas como son. Y se siente feliz de ser servidor y socio de Dios. Ese encuentro de intimidad con Dios no es infructuoso. Nos llena de vida y de amor, nos hace contar con quien de verdad es nuestra mejor basa, pues es Él mismo el que la hace posible. El templo es esencial para ese encuentro con el Señor de nuestra intimidad. En él tenemos la posibilidad de dejarnos abarcar por su presencia bendita y bendecidora, nos da las luces para pisar más firme en medio del dolor, nos alegra el momento del pesar, nos permite compartir con Él esos momentos sabrosos y felices que experimentamos en su amor. Y Él también derrama en todos nosotros esos deseos íntimos que posee de hacer que seamos felices con Él y dejemos que todo eso que quiere derramar en nosotros nos invada y nos dé el máximo consuelo. No se debe entender solo como un momento físico en el que vamos a vivir unos minutos y se pasan hasta que venga de nuevo. Es el punto en el cual dejamos que se arraigue con la mayor profundidad el encuentro íntimo más hermoso y enriquecedor de nuestra vida. Nada debe obstruirlo o molestarlo. Es un encuentro serio en el que solo existe Dios, nosotros, los nuestros y todo lo que tenemos en nuestra manos para el bien del mundo: "En aquel tiempo, Jesús entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: 'Escrito está: 'Mi casa será casa de oración'; pero ustedes la han hecho una 'cueva de bandidos'. Todos los días enseñaba en el templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él, pero no sabían qué hacer, porque todo el pueblo estaba pendiente de él, escuchándolo". Los bandidos son los que quieren robarnos la alegría lícita, queriéndonos hacer entender que todo tiene sentido solo en el centramiento del hombre en sí mismo. Se equivocan de plano. Pues los que tienen la verdad, el amor, la plenitud, la dulzura de Dios, la que verdaderamente llena, son los que apuntan a lo que nos hace tender a lo que es superior y que no desaparecerá. Es nuestro futuro. Aunque aparezca duro y lejano. Pero es nuestra más firme realidad, la que viviremos en la mayor de las intensidades. Ya podemos hacerlo, pero tenemos que seguir trabajando por ella, hasta llegar a la dulzura eterna que nunca pasará.

3 comentarios:

  1. ". Los bandidos son los que quieren robarnos la alegría lícita, queriéndonos hacer entender que todo tiene sentido solo en el centramiento del hombre en sí mismo. Se equivocan de plano. Pues los que tienen la verdad, el amor, la plenitud, la dulzura de Dios, la que verdaderamente llena, son los que apuntan a lo que nos hace tender a lo que es superior y que no desaparecerá. Es nuestro futuro. Aunque aparezca duro y lejano. Pero es nuestra más firme realidad, la que viviremos en la mayor de las intensidades. Ya podemos hacerlo, pero tenemos que seguir trabajando por ella, hasta llegar a la dulzura eterna que nunca pasará.

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  2. El encuentro con Dios debe ser continúo, no sentir a Dios en nuestra alma es el peor de los vacíos, necesitamos un templo donde deseemos estar con él, contemplándolo, escuchándolo, en actitud de verdaderos discípulos.

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  3. El encuentro con Dios debe ser continúo, no sentir a Dios en nuestra alma es el peor de los vacíos, necesitamos un templo donde deseemos estar con él, contemplándolo, escuchándolo, en actitud de verdaderos discípulos.

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