miércoles, 4 de noviembre de 2020

Toda la vida debe estar marcada por ser de Jesús y vivir su amor

 Radio Encuentro en el Valle - Lucas (14,25-33): Aquel que no renuncia a  todos sus bienes no puede ser discípulo mío

Nuestra vida de fe debe tener un desarrollo en lo humano que la haga ser valorada no solo como algo que se espera en lo futuro, sino que se vive ya, aquí y ahora, marcada por la experiencia cotidiana de la presencia de Dios en cada aspecto de la vida y por la solidaridad humana y espiritual que lanza a los demás. Con frecuencia se comete el error de colocar ambas realidades en modos tan contradictorios que al discernirlas desde fuera resultan realidades completamente distintas e incluso opuestas, que no tendrían nada que ver la una con la otra. Fácilmente se justifica la conducta diversa entre una y otra. Incluso nos permitimos casi ser dos personas distintas. Una sería la que se comporta en las cuestiones de fe de modo incuestionable, teniendo una vida de oración firme, de experiencia sacramental enriquecedora, incluso de testimonio laical en la vida pastoral de la Iglesia entregándose con solidez en eventos testimoniales como la catequesis, las charlas, el auxilio litúrgico u otros servicios eclesiales. Son en general bien valorados por la comunidad que aprecia su interés en esas actividades. Pero a la par, en la misma persona, se presenta una incongruencia brutal con su vida ordinaria, fuera de la vida de la Iglesia, en la que se permiten absolutamente todas las licencias, que no son las propias de una persona de fe: materialismo radical, hedonismo desenfrenado, abusos del licor y de otros vicios, desenfreno sexual, deshonestidad en el trabajo, egoísmo e indiferencia ante las necesidades de los hermanos más desfavorecidos. Es tan frontal la diferenciación de ambas conductas que se llega al punto de preguntarse si se está tratando de la misma persona. Son muchos los cristianos que viven en esta dualidad de vida, algunos llegando incluso al punto de justificarse diciendo que una cosa es la vida de la fe y otra la vida cotidiana. Muchos lo hacen sin sonrojo, llegando a pensar que son muy buenos, pues de vez en cuando hacen alguna oración, van a alguna misa ocasionalmente, alguna vez dan una limosna. Y luego, en su vida cotidiana viven la lejanía más olímpica delante de Dios y del amor. Los extraños actos puntuales de fe son casi entendidos como un favor que se le está haciendo a Dios, que estaría con eso muy feliz de que al menos se acuerden de Él ocasionalmente. En general, esta conducta no es la más frecuente. Son casi caricaturas de la realidad. Pero lamentablemente no son del todo extrañas en muchos. La tentación de vivir en esa dualidad es dolorosamente muy común, y a muchos los atrae y son conquistados por esas formas. Ciertamente nuestra fe no nos llama a la mojigatería, pero sí nos anima la fidelidad a Dios y al amor a los hermanos, en medio de lo que ordinariamente podemos vivir.

San Pablo insistió mucho siempre en esa fidelidad de vida que debía caracterizar a los cristianos, no como realidades diversas que debían ser asumidas solo en lo cotidiano, sino como manifestaciones reales que debían estar presentes en el día a día de cada cristiano: "Trabajen por su salvación con temor y temblor, porque es Dios quien activa en ustedes el querer y el obrar para realizar su designio de amor. Cualquier cosa que hagan sea sin protestas ni discusiones, así serán irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin tacha, en medio de una generación perversa y depravada, entre la cual ustedes brillan como lumbreras del mundo, manteniendo firme la palabra de la vida". La primera preocupación debe ser, por tanto, la aplicación a la propia salvación, como el más grande de los regalos que ha puesto Jesús en nosotros. La expresión usada por San Pablo, "con temor y temblor", nos habla del apremio con el que debe ser asumida esta vida, que es exigente. Se trata de no vivir en una realidad que nos excluya de lo que se vive ordinariamente, sino de asumirla como parte primordial. No es una vida distinta a la que vivimos aquí donde haremos buena nuestra fe. En ello se incluye todo lo que significa vivir: lo familiar, lo laboral, lo fraterno, la diversión. No se pide vivir fuera del mundo, sino de asumir que esa es la vida y que es en ella donde la fe se hará siempre presente y activa. Y todo debe ser hecho "sin protestas ni discusiones", en primer lugar, porque es el beneficio que añadimos a la vida de todos los que tenemos a nuestro lado, y en segundo lugar, porque es nuestro propio beneficio que nos favorece a nosotros mismos y nos hace vivir con mayor conciencia y solidez nuestro compromiso vital. La riqueza será de todos y también nuestra. La intención del cristiano debe ser la de colocar a los demás en el primer lugar, como consecuencia de la primacía de Dios en él. No debe darse la huida al propio compromiso. Más aún, debe ser asumido como lo que enaltece la propia vida de fe, pues al hacerlo "sin protestas ni discusiones", el primer lugar no lo ocupa él mismo, sino los demás, que son, en definitiva quienes dan sentido a toda la fe recibida y a la entrega que debe marcar el gozo de ser de Dios y de los demás.

Es Jesús quien pone el sentido pleno de lo que se debe vivir ahora. No se refiere solo a la asunción de una eternidad futura a la que estamos llamados, que nos ha ganado Él con su obra de salvación. Ciertamente aquel final al que estamos llamados será la experiencia de la plenitud a la que estamos llamados. No hay vida terrena plena de sentido si no hay contemplación de esa eternidad que se vivirá en la cual ya Dios será todo en todos, y en la cual todos estaremos viviendo la misma vida de Dios que será nuestra plenitud. Pero el mismo Jesús coloca la exigencia de que lo que vivimos hoy sea ya una experiencia personal de encuentro y de vivencia en Él. Y eso no debe faltar jamás: "Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?" La llamada de Jesús no es al desprecio de lo que vivimos ahora. Quien lo entienda así no tiene idea de lo que está exigiendo realmente Jesús. Él no es inhumano y mucho menos nos quiere a nosotros inhumanos. No concuerda con el amor que nos pide que vivamos todos cotidianamente en nuestra vida diaria el invitarnos a despreciar nuestra propia realidad. No nos pide despreciar a los nuestros ni a los hermanos con los que nos crucemos. Lo que sí desea Él ardientemente es que ninguno de ellos sea una excusa para posponerlo y dejarlo a un lado. Nada de lo que haya en el mundo podemos ponerlo por encima de Él, sea nuestra familia, nosotros mismos o ninguna otra cosa. Siendo Él el primero en todo, toda nuestra realidad estará bendecida por su presencia, y no podemos hacer de ella ese doble estilo de vida en el que podemos caer tentados. La fe no puede ser algo de conveniencia momentánea o de elección pasajera, como un traje que nos pongamos o nos quitemos según nos plazca. La fe habla de la presencia de Jesús, que nos hace sus discípulos y sus seguidores, a quien respondemos con alegría y gozo, conscientes de que esa es nuestra plenitud y nuestro gozo. Nuestra vida de fe no puede ser vivida como una añadido para las ocasiones de Dios y dejada a un lado para otras ocasiones diversas. Somos de Jesús hoy, siempre y eternamente. Nunca dejamos de ser de Él. Él nos marca y nos debe marcar siempre. No podemos vivir en algún momento para Él, y en otro sin Él. Hagámonos verdaderamente discípulos suyos y seguidores de su amor y de su salvación.

3 comentarios:

  1. Buenos días:

    Es realmente una reflexión que nos hace corregir nuestra actitud en la manera de hacer vida, en corregir mucha de nuestras formas de hacer vida. Debemos estar atentos de cumplir el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo y orar al Señor por todas nuestras intenciones, alabando y bendiciendo a Dios, en acción de gracias, pidiendo su protección, arrepentimiento, perdón y entregándole todo y todas nuestras acciones. Amén 🙏.

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  2. Espíritu Santo, danos tu gracia para saber renunciar a todo lo que distraiga nuestra oración☺️

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  3. La escritura nos pide seguir a Jesús renunciando a todo obstáculo que suponga bienes y personas;lo motiva es el amor hacia su persona, su proyecto de vida, seguir sus mismas huellas para lograr nuestra propia salvación.

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