viernes, 13 de noviembre de 2020

Hoy y mañana seremos felices, para serlo definitivamente en la eternidad

 Dónde, Señor?

Asumir la totalidad de la existencia humana implica para nosotros los cristianos el esfuerzo serio y concentrado de deslastrarnos de lo que en muchas ocasiones nos puede hacer malas jugadas, pues podría apuntar a encaminarnos por rutas que no son de plenitud, ni de exigencia, ni de crecimiento. Con frecuencia, en un alarde ingenuo, inconsciente y hasta ignorante probablemente sin malicia, nos centramos en una vida que apunta solo a lo superfluo, a lo insustancial, a lo intrascendente. Quizá no haya una mala intención de base en una conducta así, pues puede que sea producto de una falta de oferta distinta en la que brille otra realidad diferente que pueda presentarse como atractiva. Quien no posee otra perspectiva distinta no tiene ni siquiera la capacidad de plantearse algo que no sea similar a lo que vive. Si algo se les podría echar en cara sería en todo caso no sentir el deseo de superación de lo que es cotidiano y ordinario, sin escuchar a veces el llamado de lo superior, de lo que es más grande. No pensemos aún ni siquiera en ese futuro de eternidad, lo que al fin y al cabo sin duda dará esa plenitud posible única a todas las posibilidades humanas. Centrémonos aún en lo simplemente humano, aquello a lo que llama a una mayor responsabilidad, a un mayor compromiso humano, a no satisfacerse con las nimiedades y superficialidades del día a día. Son muchos los que viven esa vida humana simplemente como un pasar, en el que la rutina es la marca, en la que no hay nada nuevo por hacer o por proponer, preocupados solo en la solución de su día a día, de la satisfacción de sus necesidades y a lo sumo de las de los suyos. La vida es, así, una simple lucha para sobrevivir, con ocasionales desahogos que sirvan para suavizar un poco la carga pesada que representa asumir y mantener ese estilo de vida. Y no es que esa vida no presente esa perspectiva también naturalmente. Al fin y al cabo, cuando Dios regala su vida al hombre, lo llena de su amor, lo colma de sus bendiciones y lo responsabiliza de un mundo que pone en sus manos y se lo encomienda como tarea, esas cosas deben darse y formar parte de la misma riqueza que es la vida. El aliciente que le falta es el de dar un paso más allá, asumiendo que la vida no se puede reducir a eso, no se puede acabar en eso, pues si así fuera, sería una vida verdaderamente triste, sin perspectiva, sin alicientes mayores. La vida, por supuesto, es siempre hermosa y bella. Sea como sea. En medio de alegrías, esfuerzos, vicisitudes, exigencias, conflictos y hasta dolores y sufrimientos. Si Dios es un Dios bueno, y en Él confiamos radicalmente, nunca se dejará ganar en generosidad. Él es el campeón de la bondad y del amor. Por ello, aunque en ocasiones se nos dificulte entenderlo, asumirlo, descubrirlo y aceptarlo, la componente de bondad de la vida que nos ha regalado Dios nunca dejará de estar presente. La clave está en dar cabida a esa convicción. Nuestra vida está llamada a mucho más de lo que es. Porque es bella, porque viene del amor de Dios, porque Él ha aportado para nosotros todo lo que necesitamos, porque nunca estaremos solos en ninguna de las circunstancias que nos corresponda vivir. En esa comprensión es que lograremos la plenitud de la felicidad y del gozo que podemos extraer con esperanza de todo lo que vivimos.

Desde el mismo principio, la Iglesia ha querido que los hombres nos elevemos al máximo, abandonando esa superficialidad que nos hace tanto daño. La vida del cristiano es una llamada a la plenitud, que no echa en saco roto todo lo que hemos recibido, sino que lo asume por sen don de Dios y lo integra en esa llamada que se nos hace a trascender. No puede Dios permitir que nuestra vida se acabe en la oscuridad de unos días y unas horas vividas al acaso. Todo lo que nos da apunta a lo superior. Nos ha hecho hombres para la vida, para la alegría, para la paz, para la plenitud. Pensar que todo desaparece de un momento a otro sería pensar en la debacle de la humanidad y de toda la existencia. San Juan pone la clave de esta comprensión en una vertiente que es fundamental. Si estamos llamados a una vida humana hermosa, lo estamos para que esa hermosura se dé en la unión con Dios, y lo que la hace más comprometedora aún que es el amor a los hermanos. Nuestra felicidad nunca pasará solo por la unión exclusiva con Dios. Él mismo no lo quiere así, pues nos ha creado hombres y mujeres de los demás, viviendo en el amor mutuo, buscando el beneficio para todos, que nos llene a nosotros mismos de la riqueza divina del amor pero que lo haga también específico y actuante en el amor a los demás: "Me alegré mucho al enterarme de que tus hijos caminan en la verdad, según el mandamiento que el Padre nos dio. Ahora tengo algo que pedirte, Señora —y no es que les escriba un mandamiento nuevo, sino el que tenemos desde el principio—: que nos amemos unos a otros. Y en esto consiste el amor: en que caminemos según sus mandamientos. Y este es su mandamiento, según ustedes oyeron desde el principio, para que caminen según él. Pues han salido en el mundo muchos embusteros, que no reconocen que Jesucristo vino en carne. El que diga eso es el embustero y el anticristo. Estén en guardia, para que no pierdan su trabajo y reciban el pleno salario. Todo el que se propasa y no se mantiene en la doctrina de Cristo, no posee a Dios; quien permanece en la doctrina, este posee al Padre y al Hijo". La meta final es la plenitud en Dios, en su amor, en la respuesta comprometida a su llamada, en el seguimiento fiel y amoroso a Jesús, pero pasa en concreto por el amor a los demás, de lo cual debemos asumir como parte inextinguible de la vida de fe. Vivir en cristiano es amar, sí, a Dios, pero jamás desconectados del amor a los hermanos que nos compromete esencialmente.

Es esta también la misma insistencia de Jesús. La vida de los hombres se desarrollará siempre en la ruta de su amor, de sus donaciones amorosas, de las tareas y misiones que encomienda a cada uno en las exigencias cotidianas, en el desarrollo de la vida familiar y comunitaria que corresponden naturalmente, en la procura de un bienestar general para sí mismo y para todos los que están a su alrededor. Nada hay de extraño en esto que Dios ha colocado como responsabilidad a cada uno. Pero también es cierto que siendo eso primordial para la vida del hombre, debe estar marcado por la transcendencia. Una trascendencia que permite elevar la mirada no a lo solo pasajero y rutinario, sino que apunta a algo más, que hace más atractivo cualquier responsabilidad pues hará que la perspectiva se ensanche y dé un sentido ya no solo final a la existencia sino a la posibilidad de plenitud que llenará de mucha mayor satisfacción, pues la vida adquirirá un sentido ya no solo terminal, sino pleno y definitivo. Es esa la marca del amor, de la felicidad, que Dios quiere para todos nosotros, y que no debemos jamás perder: "'Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: comían, bebían, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos. Asimismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos. Así sucederá el día que se revele el Hijo del hombre. Aquel día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en casa no baje a recogerlas; igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará. Les digo que aquella noche estarán dos juntos: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejarán'. Ellos le preguntaron: '¿Dónde, Señor?' Él les dijo: 'Donde está el cadáver, allí se reunirán los buitres'". Nuestra vida, sin duda, no está para la desaparición. Está para la eternidad. Y está establecido así por Dios, que es un Dios de amor y de alegría. Nos quiere felices, plenos, con Él, totalmente en sus manos y respondiendo a lo que nos hace realmente gozosos. Y quiere que esa plenitud comencemos a disfrutarla ya, aquí y ahora, sin perder esa perspectiva de eternidad que se hace concreta en la realidad actual, en la que nada deja de estar en sus manos, y en la que lograremos esa plenitud de felicidad solo en la experiencia personal del amor infinito que le tengamos y el que le tengamos a los hermanos con los cuales nos ha colocado en este mundo bello que nos ha regalado.

3 comentarios:

  1. Para el cristiano Dios quiere que logremos una vida plena de felicidad, en prudente espera, dispuestos para responderle siempre al Señor cuando nos necesite.

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  2. Para el cristiano Dios quiere que logremos una vida plena de felicidad, en prudente espera, dispuestos para responderle siempre al Señor cuando nos necesite.

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