lunes, 23 de noviembre de 2020

La viuda nos dice cuál es el camino del abandono en Dios

 Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona: Comentario: "LA  POBRE VIUDA QUE ECHÓ DOS MONEDILLAS" (Lc 21, 1-4)

Una comprensión íntima y profunda que debe surgir natural y espontáneamente en los cristianos, y que debe darse sin aspavientos ni ocultamientos, es la de nuestra certeza absoluta de que nuestra vida está totalmente en las manos de Dios. Muchas veces, la causa de que esto no se dé sencillamente radica en que nuestra natural acuciosidad humana, por lo demás, querida y donada por Dios a nosotros, por tanto originalmente positiva, nos puede impulsar a asumir perspectivas distintas que nos llevan a errar. Una cosa es que tengamos esa capacidad que ha sido regalada desde el amor infinito de Dios por nosotros, por lo cual somos lo que somos, somos capaces de lograr maravillas, aplicamos nuestro conocimiento y nuestra fuerza para ser mejores nosotros mismos y hacer mejor la vida de nuestros hermanos, procuremos que el mundo sea lo mejor posible para todos, y que además, estamos comprometidos por el mismo Dios a luchar por eso y a lograrlo, y otra muy distinta es que pretendamos que a eso se reduzca la tarea del hombre, abandonando lo que realmente le da sentido a todo, pues no es más que el camino que nos conduce a la plenitud. Nuestra plenitud tiene una componente temporal exigida por nuestra misma naturaleza e incluso por el diseño perfecto de nuestro ser que ha logrado Dios, pero apunta a algo superior que nos espera y que no dejará de ser una realidad para todos, incluso para quienes puedan llegar a negarse que exista. La humanidad tiene un camino establecido que no puede ser negado. Hasta los personajes más materialistas o intelectualistas, en el momento de un encuentro crucial consigo mismos, buscando una perspectiva que enriquezca no solo lo que han vivido en el nivel únicamente inmanente, sino algo que le dé un sentido profundo a lo que han vivido, aun cuando es posible que en su momento no concluyan que sea un Ser superior, al que los cristianos llamamos Dios, pero sí atinan a intuir que sea algo que está por encima de toda perspectiva simplemente humana, terminan reconociendo que es necesario que exista algo que está por encima y que de alguna manera da una serenidad interior, pues es lógico que con esa fuerza no todo terminará en el absurdo de la nada. Hasta los logros humanos adquieren un color más gentil y hermoso cuando se pisa firme en esa idea. 

La naturaleza del hombre es naturalmente buena. Nadie ha sido creado para ser malo. La fuerza del pecado que nos robó nuestra inocencia, a lo cual tontamente hemos contribuido de alguna manera todos, logró que aquello que era todo y pura bondad, se manchara con la negrura de la maldad. Fue una violación real de lo que debía ser originalmente, lograda por el demonio con nuestra complicidad tonta. Esa bondad del hombre pasaba por el reconocimiento de la absoluta trascendencia divina. El hombre sucumbió al engaño dejándose embaucar por la idea de ser o de querer ser más que Dios: "Serán como dioses". Y desde ese momento, empezó la historia de la tristeza. La salida del Edén es el signo de la caída de lo bueno. Aún así, el hombre seguía siendo bueno, pues seguía esa siendo su naturaleza. Y por eso la historia nos presenta no solo la tragedia del hombre perdido, sino la del hombre que sigue luchando, que se sigue empeñando en vivir la bondad, que procura vivir sus relaciones fraternas y solidarias con los demás. No es el mundo un mundo perdido. Es un mundo ganado, pues ha sido ganado desde que Dios lo creó para nosotros. La bondad es nuestra marca de fábrica y esa no se ha borrado ni se borrará jamás. Por más empeños que hagan los malos, nunca podrán con el poder omnímodo del amor y la bondad. Ahí están como muestra los millones de hombres y mujeres que viven su día a día dejándose impulsar por ese amor y esa bondad de base. Y eso nunca va a faltar porque el mundo es de Dios y lo ha puesto en nuestras manos para hacerlo mejor. A pesar de todos los aspectos negativos que podemos encontrar, de los argumentos en contra que pueden llegar a servir a los pesimistas, que siendo una realidad dura la que toca vivir se yerguen de todas maneras en hombres y mujeres de esperanza que tratan de mirar más allá de lo obvio. Dios cuenta con nosotros. Podría hacerlo por sí mismo, pues Él tiene el amor suficiente y el poder total para lograrlo. Pero nos da el gozo de querer contra con nosotros para que demostremos que para nosotros eso tiene sentido y vale la pena. Por eso la lucha del cristiano no está en percibir su entorno sin más quedándose de brazos cruzados, sino en dar respuesta a ese amor infinito que Dios le tiene y asumiendo que la única respuesta posible a ese amor inabarcable es alineándose con Él para hacerse grande en sí mismo y hacer grande a todos con él. La plenitud es un regalo de Dios, pero es un gran logro en el que el hombre puede poner su mejor esfuerzo: "Yo, Juan, miré y he aquí que el Cordero estaba de pie sobre el monte Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban grabados en la frente su nombre y el nombre de su Padre. Oí también como una voz del cielo, como voz de muchas aguas y como voz de un trueno poderoso; y la voz que escuché era como de citaristas que tañían sus citaras. Estos siguen al Cordero adondequiera que vaya. Estos fueron rescatados como primicias de los hombres para Dios y el Cordero. En su boca no se halló mentira: son intachables". Podríamos entender esto como la culminación de la historia. Todos estos han vivido esta vida nuestra. Han hecho su mejor parte para ser verdaderamente fieles, han luchado por un mundo mejor, han hecho del mundo un lugar que vale la pena, no se quedaron de brazos cruzados. Y por eso son los grandes triunfadores. Son los intachables. Les ha costado lo suyo, pues el mundo ha sido igual para todos, y para ellos también. Pero fueron capaces de percibir lo verdadero, lo justo, lo que valía la pena. Y no se quedaron solo en lo contemplativo. El mundo es algo mejor por su labor. Y ahora lo es toda su eternidad.

La clave se encuentra, sin duda, en la actitud que se asuma ante esta perspectiva de final hermoso y totalmente entusiasmante que surge hacia lo infinito. Si el hombre llegara a quedarse solo en la perspectiva temporal que pretendería ser el final de todo, la tristeza lo agobiará y lo consumirá. Pero si llegara a sentir la inquietud por la añoranza de ese final gratificante y totalmente enriquecedor, no dejará de disfrutar de esta vida actual tan gozosa que nos ha sido donada, sino que la acrecentará con esa idea de futuro que nunca lo dejará sin compensación real y total. La experiencia de aquella bella mujer viuda que nunca se ufanó de nada sino solo de Dios, nos lo dice claramente. No nos fijemos, siendo importante, en solo su pobreza física. Fijémonos en lo crucial que era para ella su relación delicada y tierna con Dios. Jesús no la alaba por que era pobre. La alaba porque confiaba en Él. Y porque fue capaz de entender que para ella no había nada más importante que su relación con Él, y que en Él colocaba toda su vida, sus sueños, sus expectativas, sus esperanzas. Ya nada más quería tener. No necesitaba más. Eso fue suficiente. Para ella la convicción más profunda era la de que su vida estaba en las manos de Dios. Todo lo demás es secundario. Si vivía, vivía para el Señor. Si moría, moría para el Señor: "En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos, vio a unos ricos que echaban donativos en el tesoro del templo; vio también una viuda pobre que echaba dos monedillas, y dijo: 'En verdad les digo que esa viuda pobre ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir". Cuando los hombres entendamos realmente esta verdad crucial de nuestra vida, seremos realmente felices. Mientras tanto, mientras nos neguemos a esta evidencia tan clara, nos mantendremos en una añoranza continua, que no será del todo mala, pues nos mantendrá en el deseo de llegar, pero que si no atinamos a dar con su verdadera motivación final, no nos pondrá en la ruta de una felicidad plena que es la que el Señor ha querido diseñar para cada uno. Nuestra felicidad está en Dios. No en las cosas. Ellas solo son la ayuda que Dios ha puesto en nuestras manos para avanzar. Y tenemos derecho a ellas y a disfrutarlas. Pero cuidémonos muy bien de hacerlas absolutas, pues lo único absoluto es Dios, su amor, nuestra plenitud, que es a lo que el Señor no conduce desde su amor y para lo que nos creó. Y en eso nuestra campeona hoy es esa viuda del Evangelio que nos pone en la perspectiva exacta.

3 comentarios:

  1. Con esta reflexión magnifícamente discernido el Evangelio de hoy y ayer con respecto a las bienaventuranzas, pienso que se resumen las escaleras para llenarnos de la Gracia de DIOS y por ende ir al cielo son definitivamente amar y abandonarnos al Señor, como la viuda y amar al prójimo, donde a la vez amamos y servimos a Dios. Que el mismo Rey de reyes y Señor de señores, nos haga crecer la Fe para entregarnos y solo darle importancia a los que la merece y es al Amor infinito de Dios.

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  2. Cuando nosotros nos demos cuenta que nuestra felicidad esta en Dios y no en las cosas,como el ejemplo de la viuda con su generosidad sin limites siendo igual a la de Jesús entregándose en la cruz por todos nosotros, poniéndonos a pensar, que podemos hacer para llegar hasta él..

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  3. Cuando nosotros nos demos cuenta que nuestra felicidad esta en Dios y no en las cosas,como el ejemplo de la viuda con su generosidad sin limites siendo igual a la de Jesús entregándose en la cruz por todos nosotros, poniéndonos a pensar, que podemos hacer para llegar hasta él..

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