jueves, 26 de noviembre de 2020

Solo quedará el idioma del amor eterno

 el blog del padre eduardo: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras  no pasarán

La historia humana es un entramado de experiencias divinas y humanas. Desde que Dios tomó la decisión de añadir a su absoluta trascendencia, a su eternidad natural y a su poder infinito, lo inmanente, lo pasajero, lo que no existía, comenzó para Él mismo un situación que no es que lo haya visto asombrarse pues Él es el dueño de todo, pero sí de tener que asumir para actuar de acuerdo a ese nuevo designio de amor que se sumaba a la eternidad de su amor. En cierto modo, para Dios fue una ocasión hacia fuera, sin tener la obligación de hacerlo, de dar nuevas muestras de que efectivamente es un Dios que ama, que su eternidad única absolutamente satisfactoria para Él, que su poder omnímodo, no eran cualidades que terminaban en sí mismo, sino que por ser el Dios que lo puede todo y que lo tiene todo en sus manos, en aras del bien de su criatura era capaz de dar ese nuevo paso hacia fuera de sí que no lo enriquecía a Él, sino a los suyos, a los que había regalado el poder de existir. Y por el otro lado, en esa historia de amor eterno se encuentro el mismo hombre, beneficiario de todas esas acciones novedosas del amor divino, pero que al fin y al cabo resultaron en la más grande de las riquezas que podía recibir el hombre, totalmente inconsciente de esa inmensa cantidad de beneficios. Radicalmente la existencia del hombre no es en absoluto necesaria. No nos engañemos pensando que en algún momento el que estemos en el mundo sea una condición de necesidad. Somos seres totalmente contingentes. Podemos estar o no estar. Si no estamos nosotros, estarán otros. Nuestras cualidades las tienen todo hombre y toda mujer de la historia. Una pretendida exclusividad no existe. Pero, aun siendo esta una verdad que puede parecernos brutal, sí tenemos una razón última de existir que hace totalmente válida el que nuestra vida tenga sentido y nos haga entender que vale la pena el que existamos. Solo que esa conclusión debe basarse no en razones de orgullo o vanidad personal, sino que debe estar basada en el amor de Dios. Nuestra existencia es un deseo expreso, clarísimo, explícito de Dios. Sin necesitarnos, desde que existimos, es como si hubiera decidido necesitarnos. Por existir nosotros, el amor de Dios pasó de ser solo íntimo, en su esencia vital, a ser de todos los suyos, nosotros, sus criaturas predilectas.

Es por ello que en ese entramado histórico tan hermoso que nos regala Dios que vivamos, nos encontramos en todo momento de la historia con la seguridad de que las cosas no se dan sin una perspectiva de felicidad y de plenitud que jamás pueden desaparecer. Siendo la historia una construcción que el mismo Dios ha querido que sea hecha de la mano del hombre al que Él mismo ha capacitado, haciéndolo digno incluso de ser similar a Él como constructor de la historia, en cierto modo casi señor de la historia junto a Él, en todo momento el hombre deberá asumir todas sus prerrogativas. Evidentemente esta historia no será nunca unívoca, en el sentido de que se dará en una sola línea de acción o de intereses. Entran en juego una inmensa cantidad de posibilidades, como lo asegura la inmensa cantidad de cuerpos y mentes de cada persona humana. Unos responderán con mayor capacidad, otros con menos. Unos asumirán muy bien su compromiso personal, otros con menos. Unos vivirán un mejor empeño por lograr una historia personal y social mejor en la presencia de Dios, otros se desentenderán de la historia de sus hermanos. Unos vivirán su empeño solidario y fraterno con alegría e ilusión, otros pensarán solo en su propia conveniencia sin cuidarse de más nadie. Es lo que tiene como riesgo el que Dios nos haya creado donándonos sus cualidades, en particular la de la libertad que será siempre arma de doble filo. En esa doble línea se desarrollará siempre la historia. Nunca se saldrá de ahí, pues la misma existencia actual ya es así y siempre ha sido y será así. Pero el final vendrá y será lo definitivo: "Yo, Juan, vi un ángel que bajaba del cielo con la llave del abismo y una cadena grande en la mano. Sujetó al dragón, la antigua serpiente, o sea, el Diablo o Satanás, y lo encadenó por mil años; lo arrojó al abismo, echó la llave y puso un sello encima, para que no extravíe a las naciones antes que se cumplan los mil años. Después tiene que ser desatado por un poco de tiempo. Vi unos tronos y se sentaron sobre ellos, y se les dio el poder de juzgar; vi también las almas de los decapitados por el testimonio de Jesús y la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen y no habían recibido su marca en la frente ni en la mano. Estos volvieron a la vida y reinaron con Cristo mil años. Vi un trono blanco y grande, y al que estaba sentado en él. De su presencia huyeron cielo y tierra, y no dejaron rastro. Vi a los muertos, pequeños y grandes, de pie ante el trono. Se abrieron los libros y se abrió otro libro, el de la vida. Los muertos fueron juzgados según sus obras, escritas en los libros. El mar devolvió a sus muertos, Muerte y Abismo devolvieron a sus muertos, y todos fueron juzgados según sus obras. Después, Muerte y Abismo fueron arrojados al lago de fuego —el lago de fuego es la muerte segunda—. Y si alguien no estaba escrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego. Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo". Es la preparación de aquel final grandioso que nos corresponderá vivir a todos. Y hacia el que debemos encaminarnos con ilusión, por encima de toda vivencia de dolor o sufrimiento o de expectativas añorantes, por encima de cualquier esperanza, pues no hay un camino diverso y de mayor gozo y plenitud.

Será la apoteosis divina, pues la historia llegará al final diseñado por el mismo Creador. Pero será también la apoteosis del hombre, pues desde que Dios mismo lo decidió, esa es también nuestra historia. Dios no nos ha creado para lanzarnos al vacío. Nos creó con la idea expresa de ese final feliz y pleno para todos. Y está claro que nunca dejará de hacer lo que desde aquella eternidad feliz pensó para nosotros. Nuestra fortuna está en que somos las criaturas mas favorecidas de todas, pues no teniendo por qué haber existido, pues ninguna razón lógica puede esgrimirse delante del Dios que tiene la historia en sus manos, hemos sido marcados en el amor eterno, que es el que justifica absolutamente todo movimiento de Dios, sin ni siquiera ningún merecimiento nuestro, sino solo el de ser infinitamente amados. Y en ese entramado que es nuestra historia humana, marcada por el amor y por nuestra libertad, en medio de todas las experiencias que hallamos podido tener, en medio de grandes logros humanos, de grandes pasos en favor de cada persona humana, y en medio de tantos dolores que nos hemos infligido nosotros mismos, en medio de las debacles humanas y naturales, en medio de la inconsciencia de tantos que han preferido dañar a sus hermanos, sigue estando la determinación de Dios de que nuestro fin sea el más feliz que Él tiene en su mente. Somos llamados a la plenitud. Y esa plenitud solo se dará en la experiencia definitiva e irrevocable del amor. Y lo hermoso es que no será una experiencia individual, pues ese amor excluyente es una negación de lo que es el verdadero amor. Por no excluir, el amor de Dios se hizo humanidad. Y así lo quiere para nosotros, y para que sea vivido eternamente: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos una parábola: 'Fíjense en la higuera y en todos los demás árboles: cuando ustedes ven que ya echan brotes, conocen por ustedes mismos que ya está llegando el verano. Igualmente ustedes, cuando vean que suceden estas cosas, sepan que está cerca el reino de Dios. En verdad les digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". Ya el tiempo de los brotes está aquí. Y esos frutos son los que daremos nosotros mismos, definitivamente en la presencia de Jesús, que es nuestro Sembrador. No faltará el gozo del disfrute. De echar mano de eso sabores, colores y alegrías que nos tiene el Señor preparados para todos.

2 comentarios:

  1. Espíritu Santo, ayúdanos a aguardar el silencio necesario para agradartey escuchar lo que hoy nos quieres decir😊

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  2. Dios es fiel a sus promesas, nosotros los creyentes no podemos ceder al desánimo ni a la desesperanza, nuestro final es una vida de gozo y plenitud.

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