lunes, 31 de agosto de 2020

Hay que dejarse amar por Dios desde la sencillez y la humildad

 A LA LUZ DE CRISTO AMIGO: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha  cumplido hoy»

La gran revelación que Jesús vino a traernos fue la del amor de Dios por cada uno de nosotros. No porque no se hubiera hecho presente antes de su llegada, pues bastantes demostraciones de ese amor había ya dado el mismo Dios a todos, desde su explosión de amor en la creación, su compromiso de providencia con el hombre para procurarle la mejor estancia posible en el mundo, el cuidado que tuvo de su pueblo procurándole alimento y agua en el desierto, la disposición a su favor de su poder mediante los portentos que realizaba para protegerlo y liberarlo de la esclavitud, el haberlo encaminado hasta entrar en posesión de la tierra prometida que manaba leche y miel. De parte de Dios no había quedado la falta de demostraciones de ese amor. Con Jesús, esas demostraciones de amor llegaron a su punto más alto, y la elevación que alcanzó requirió del abajamiento más grande que pudo haber realizado para que quedara lo suficientemente claro que ese Dios que amaba al hombre no escatimaría nada, ni siquiera a su propio Hijo, con tal de que al mismo hombre no le quedara ninguna duda de eso. En Jesús, el amor de Dios se hizo el más concreto, el más claro, el más puro, el más poderoso. La gran revelación que trajo Jesús fue que el Dios todopoderoso, la Santísima Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, desde que ellos mismos lo habían decidido, vivían para hacer feliz al hombre y para salvarlo de todas las desgracias, sobre todo de la peor, la del pecado, porque en Ellos no había otra tendencia hacia él que la del amor. Por ese amor hacia el hombre, Dios estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario. Y en ese itinerario de demostración se requirió de parte de Dios la realización del mayor absurdo: la donación del Hijo y la aceptación de la entrega de parte de Éste, mediante su rebajamiento total, impensable para cualquiera, pues exigía el abandono de una gloria que le pertenecía naturalmente y la asunción de la más baja cualidad, que era la que había surgido de sus mismas manos creadoras amorosas y todopoderosas. El anuncio de ese amor requirió de parte de Dios el recurso al rebajamiento total. No fue un anuncio aspaventoso ni portentoso, sino que fue un anuncio revestido de la mayor humildad, que echó mano al recurso menos ruidoso, como lo fue el de asumir el sufrimiento, la pasión, la muerte en cruz y el ocultamiento en el sepulcro frío, oscuro y silencioso. Paradójicamente, el anuncio del amor de Dios por el hombre que mejor se escuchó no fue el de los portentos maravillosos que se dieron en el Antiguo Testamento, sino el que llegó directamente al corazón del hombre desde el silencio, la soledad y la oscuridad majestuosos del sepulcro. Ese fue el grito de amor que nos vino a traer Jesús. Esa fue la gran novedad del anuncio de Cristo.

Por supuesto, desde que el mismo Dios lo hizo así, le dio la coloración y el estilo de todos los anuncios de amor que tuvieran que ser realizados en el futuro. El envío que hace Jesús de sus discípulos al mundo, "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda la creación", no podía ser hecho de otra manera que con el mismo estilo que Él había impreso. Si los hombres debían escuchar el anuncio de su amor infinito, debían hacerlo de la misma manera que Él ya lo había hecho: desde el rebajamiento, desde la humildad, desde el silencio activo y liberador. Así como no hubo aspavientos en Él cuando fue ocultado en el sepulcro frío, tampoco debe haberlos en los discípulos enviados al hacer su anuncio del amor liberador de Dios. Cada discípulo de Jesús debe desmontarse de sus posturas de superioridad, debe dejar a un lado la soberbia, debe asumir que no está en el centro de la atención. Debe hacerse consciente de que no es más que la voz prestada a Dios para que sea Él el que dé su propio anuncio. Y Él lo seguirá haciendo desde el abajamiento, desde la humildad, desde la sencillez. Si no se hace así, se corre el riesgo de que el anunciador quiera hacerse el protagonista de una obra que no es la suya. Se estaría queriendo colocar en el centro que solo le corresponde a Jesús y a su anuncio de amor. Asumir que se es solo instrumento del amor, que no se es digno ni siquiera de ser su anunciador pues se es el primero de los beneficiarios, es el primer paso para ser buen anunciador. Así lo entendió San Pablo: "Cuando vine a ustedes a anunciarles el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre ustedes me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y Éste crucificado. También yo me presenté a ustedes débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que la fe de ustedes no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios". San Pablo era un hombre muy versado en las cosas de Dios. Había tenido formación de rabino y era fariseo. Si alguien se hubiera podido jactar de sus conocimientos era él. Pero ante la misión de anunciar el evangelio del amor de Dios, también él "se despojó de su rango", y asumió con la mayor gravedad posible la tarea que le correspondía, asumiendo a la vez el estilo de humildad que había impreso Jesús. El discípulo debe asumir "con temor y temblor" la delicada misión de ser anunciador del amor de Dios a los hombres.

Desde el inicio del cumplimiento de su misión, Jesús asumió su rebajamiento como la manera natural de traer el anuncio del amor de Dios, al extremo de que sus mismos paisanos creyeron imposible que uno de los suyos, el que había convivido siempre entre ellos, tuviera tan alta misión: "Todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: '¿No es este el hijo de José?'" Jesús era en quien se cumplían las Escrituras, y eso era lo que venía a anunciarle a los suyos: "'El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor'. Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. Y él comenzó a decirles: 'Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír'". Con Jesús se daba inicio a ese año de gracia que Dios declaraba para la humanidad entera. No se daba con bombos y platillos el acontecimiento más importante que vivirían todos los hombres, el que cambiaría el curso de la historia, el que atraía de nuevo a los hombres al corazón amoroso de Dios, el que los hacía recuperar su condición de hijos de Dios y de imagen y semejanza suyos. No hubo bulos magníficos ni anuncios estruendosos. Se inició en la sencillez de una sinagoga de pueblo, el del mismo Hijo de Dios que se había hecho hombre, en medio de aquel pueblo que lo conocía bien desde niño y que había convivido con Él, por lo cual quedaron asombrados de que algo tan grande estuviera revestido de tanta humildad, por lo que se les complicaba su aceptación. En la mente de ellos estaban las obras maravillosas y portentosas del Dios todopoderoso del Antiguo Testamento. Pero Jesús venía a decirles que Dios es el Dios de los anuncios sencillos, de la habitación deseada en el corazón convencido y lleno de amor de los hombres: "'Sin duda me dirán aquel refrán: 'Médico, cúrate a ti mismo', haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún'. Y añadió: 'En verdad les digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo, Puedo asegurarles que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio'". No debe haber, por tanto, humildad solo en el anunciador, sino también en quien escucha el anuncio. Se trata de tener corazón humilde y sencillo tanto para anunciar como para escuchar y aceptar. El amor de Dios es cuestión de corazones humildes que lo anuncien, que lo acepten, y que lo vivan con intensidad. Así serán salvados.

4 comentarios:

  1. Que seamos siempre tan humildes de corazón así como Jesús ❤️🙏🏻

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  2. Concédenos una actitud abierta y dócil para poder escuchar y percibir tu presencia💕

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  3. Cada momento de la anunciación de la presencia de Dios ha sido tan sencilla. Escoger a una jovencita hebrea humilde para que fuer la mujer que lo llevara en su vientre. Aprovechar un momento de su soledad para enviarle al Ángel Gabriel. Luego esta jovencita con todos los tropiezos viaja embarazada a auxiliar a su prima Isabel, cuando iba a dar a luz a otro ser tan especial en la historia de la salvación como fue Juan Bautista...y el Salvador del Mundo nace nada mas y nada menos que en un pesebre "....porque no había lugar para ellos en la posada"
    y así cantidad de acontecimientos que nos enseñan que si DIOS HA SIDO HUMILDE, que quedará para nosotros, siervos inútiles?
    Excelente post que nos ilumina a ser humildes en rogar al Señor ser aún mas humildes!!!

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  4. En esta ocasión, ante la proclamación del plan de Jesús de la anunciación de la buena noticia,hay aceptación y rechazo pero el señor nos pide seguir anunciando su reino de vida,gracia y liberación.

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