martes, 4 de agosto de 2020

Seamos inteligentes. No escojamos guías ciegos

La parábola de los ciegos (Brueghel, 1568) | Fragments de vida

Las experiencias de otros suelen ser pedagógicas. De ellas podemos extraer enseñanzas y sugerencias de actuación para nosotros mismos. Ellas van quedando como señas en el camino de cada uno. Más aún, de esas experiencias nos vamos aprovechando no solo en el orden intelectual o espiritual, sino incluso en el material, en cuanto que las cosas que van creando cada uno de los hombres, sus inventos o instrumentos pioneros, suelen servir luego a todos para un mejor aprovechamiento de la materia y del tiempo. Somos hijos del pasado, vivimos nuestro presente aprovechando lo aprendido y miramos hacia el futuro queriendo dejar también nuestro aporte para las generaciones que vengan. Cuando somos sabios y nos apropiamos de las experiencias positivas que otros han tenido, podemos enriquecer nuestra propia existencia, pues no debemos empezar de cero, sino de donde otros han dejado su tesoro. Y lo propio es que esa conciencia de riqueza que cada hombre puede aportar a sus hermanos sea un norte de vida que la oriente siempre hacia el bien. Incluso los que actúan mal desean dejar, por encima de su maldad, un legado positivo. El mal, aunque sea vivido en un momento como forma egoísta y soberbia de surgir por encima de los otros, nunca es pretendido como aporte a dejar para otros. Incluso el que lo usa como forma de vida se avergonzaría de que ello fuera así. Si cayera en cuenta de que estaría dejando como herencia para otros, incluso para los suyos, lo que pueda perjudicarlos, quizá pensaría mejor seguir actuando desalmadamente. Sin embargo, a pesar de que estas consideraciones sean acertadas, surge desde el corazón del hombre aquella semilla del mal que ha sido incrustada y provoca conductas nada deseables. Por un lado, está el que se vanagloria de su maldad y se sustenta cada vez más empecinadamente en ella, sin importarle la valoración de lo que está dejando como legado personal para el futuro. Y por el otro, el que vive en la ignorancia y la inconsciencia del peso histórico que puede tener lo que vive y hace para los que vengan después de él. Ambos se han colocado una venda totalmente oscura que los hace despreciar las consecuencias que podrán acarrear sus conductas. De ese modo, lo pedagógico de su accionar puede resultar en tragedia o desgracia para quienes quieran fijarse en ellos y en sus experiencias de vida.

La responsabilidad no solo recae en quien llega a ser "modelo" a seguir, sino también, en buena parte, en quien corresponde hacer la elección de su maestro. Cada hombre, además de ser responsable de su propia conducta, atendiendo a normas superiores y a lo que de aprendizaje puede obtener de la conducta de otros, es también responsable de la elección de su propio modelo. Cada uno se va construyendo su experiencia vital recibiendo diversos aportes. Está el aporte de la lay superior, la ley natural, lo que va imprimiendo Dios mismo en la conciencia del hombre, lo que le dice naturalmente lo que es mejor para él y para los otros, lo que es bueno y lo que es malo. De allí extrae normas razonables de conducta e indicaciones por las cuales hará mejor su propia vida y procurará que sean también mejores las vidas de los demás. Está el aporte de la ley positiva de Dios, que surge de alguna manera de esa misma ley natural que tiene también como fuente al mismo Creador, en la que entra un actor principal que es Él mismo. De esta manera, queda regulada también la existencia en cuanto relación no solo con los hombres, sino con el que representa la transcendencia a la que está llamado cada sujeto, por lo cual entiende perfectamente que su paso por esta vida no está solo bajo el signo de la temporalidad sino que se eleva al signo de la eternidad. Está también el aporte del entorno, de los otros actores de la vida, de su experiencia, sus pensamientos y sus conductas, de los cuales puede extraer también enseñanzas para conocer los mejores caminos para perseguir el bien para sí mismo y evitar el mal que nunca se desea. Y por último, está la propia capacidad de discernimiento, por la que se es capaz de argumentarse a sí mismo y de discurrir acerca de la conveniencia o no de cada uno de los diversos caminos que se presentan. No empieza, como hemos apuntado, del vacío total, desde cero, sino del inmenso bagaje que le aporta lo positivo de las normas naturales o las divinas, la experiencia de vida de los demás, y el propio raciocinio. Cuando se desprecia este aporte, se está cerrando a sí mismo la posibilidad sólida de acierto dejándolo solo al acaso de lo fortuito, arriesgando además que surja la posibilidad más que cierta de errar.

Jesús, en su rica enseñanza, nos dejó un llamado de atención ante esto. "Se acercaron a Jesús unos fariseos y escribas de Jerusalén y le preguntaron: '¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de nuestros mayores y no se lavan las manos antes de comer?' Y, llamando a la gente, les dijo: 'Escuchen y entiendan: no mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale de la boca, eso es lo que mancha al hombre'. Se acercaron los discípulos y le dijeron: '¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oírte?' Respondió Él: 'La planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz. Déjenlos, son ciegos, guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo'". Es este el ejemplo perfecto de lo que llevamos dicho. Existe una conducta previa, tradicional, que interesadamente, con el objeto de ridiculizar a los discípulos de Jesús, y en ellos al mismo Cristo, es esgrimida como argumento. Existe el criterio divino, que expresa claramente Jesús. Y finalmente existe el propio discernimiento sobre la oportunidad de la conducta asumida previamente. La conclusión apunta a la soberanía de la libertad del hombre, que debe mantenerse siempre por encima de la tiranía de la ley opresora, máxime cuando el mismo autor de la ley suprema está presente y sentencia a favor del hombre, en contra de lo que pretende encadenarlo, invitando a despejar la visión para poder seguir al bien y no a quien pretenda llevarlo al abismo. Por encima de todo, hay que quitar la venda de los ojos para poder ver la claridad y no quedarse en lo tenebroso de la sola ley opresora de la libertad que da el amor. Todo apunta a la supremacía del hombre, a la procura de su plenitud, la que da solo la unión estrecha con Dios que indicaría siempre cuál es el camino correcto para alcanzar el mayor bien posible: "Cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob, voy a compadecerme de sus moradas; reconstruirán la ciudad sobre sus ruinas, su palacio se asentará en su puesto. De allí saldrán alabanzas, voces con aire de fiesta. Haré que crezcan y no mengüen, que sea reconocida su importancia, que no sean despreciados. Serán sus hijos como antaño, su asamblea, estable en mi presencia; yo castigaré a sus opresores". La experiencia de los buenos será buena maestra. La historia demostrará que seguir ese camino propuesto por Dios, como lo han hecho los que se han querido mantener fieles a Él, son los que han probado la miel de su amor todopoderoso y se han beneficiado llegando a asumir el verdadero bien y no el espejismo que han seguido, y que pretendan que otros sigan, los que han servido al mal y han vivido la tragedia del desamor en su propia existencia.

3 comentarios:

  1. Hermosa explicación!! Muy acertada...

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  2. Hermosa explicación!! Muy acertada...

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  3. Señor ilumínanos para no empeñarnos en seguir guías ciegos.
    Que sepamos escuchar la voz de nuestros ángeles custodios y asi gozar de tus promesas como el Dios fiel que eres.

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