domingo, 16 de agosto de 2020

Dios nos elige para salvarnos y para hacernos instrumentos de salvación para todos

 Catholic.net - La cananea, la fe que vence a Dios

Una de las cosas que más llenaba a Israel de orgullo era la de haber sido elegido como pueblo de preferencia por el mismo Dios. Israel es el pueblo elegido, por encima de la inmensa cantidad de pueblos más numerosos y poderosos que había alrededor. Cuando es elegido Abraham, invitado a salir de sus tierras, abandonándolo todo para emprender un camino totalmente desconocido, se puede afirmar que Israel ni siquiera existía aún formalmente como pueblo. Lo que existía era un conglomerado de trashumantes, de mentalidad nómada, cuya estabilidad territorial era algo accesorio. No es sino muy tardíamente, después de su peregrinación por el desierto guiados por Moisés luego de la liberación de la esclavitud a la que fue sometido por Egipto, con la entrada triunfal en la tierra prometida, cuando la posesión estable de unas tierras le da una verdadera conciencia de pueblo cohesionado. Ya no eran simplemente una raza que los identificaba, sino que conformaban un verdadero pueblo, con tierra propia, con líderes que lo condujeran, con un intercambio social que los hacía vivir en comunidad, con normas y leyes que regulaban la convivencia. Y lo más importante, con una vida religiosa que daba un mismo espíritu a todos, uniéndolos esencialmente al Dios que los había elegido, los había conducido por el desierto, los había hecho poderosos frente a los demás pueblos de alrededor, a quien debían rendir el culto debido como el verdadero y único líder, pues era el artífice de su existencia. Por ello el Templo se convirtió en el centro de la vida de Israel y el signo de su orgullo como pueblo. El reconocimiento de ese Dios poderoso y portentoso, que los había elegido y conducido, que los había hecho entrar triunfalmente en la tierra que manaba leche y miel, que los había sostenido amorosa y misericordiosamente con su providencia a pesar de las numerosas infidelidades que habían cometido, era una cuestión de justicia. Sin ese Dios de ninguna manera ellos serían ni siquiera un pueblo al que había que tomar en cuenta. Su orgullo era que el único Dios verdadero los había elegido a ellos por encima de todos los otros pueblos, y había incluso vencido a los "dioses" de aquellos, demostrando que Él era el que estaba por encima de todo y por ello era el verdadero y único Dios. El orgullo que sentía Israel de sí mismo por haber sido el objeto de la elección divina, y por la seguridad que tenía de que ese Dios se mantenía a su lado siendo su fuerza y su gloria, era razonable y legítimo.

El equívoco en el que cayó Israel, desvirtuando la vivencia de su orgullo de ser el pueblo elegido, fue el de creerse el único que recibiría los beneficios provenientes de la providencia y del amor de Dios. Los que llevaban esta conciencia al extremo, consideraban que nadie más recibiría beneficios de Dios, más aún, que todos los extraños eran más bien rechazados por el amor. La realidad es que el hecho de haber sido elegidos por Dios implicaba que el pueblo de Israel se convertiría, eso sí, en instrumento de salvación para todos, pero no en el único beneficiario de la salvación que Dios había prometido a la humanidad desde el principio. Israel era el pueblo elegido para ser salvado, pero también para ser instrumento de salvación para el mundo: "La salvación viene de oriente". Por medio de Israel, Dios haría llegar la salvación a todos. El mismo Mesías redentor nacería de este pueblo y haría su obra salvífica para toda la humanidad siendo un miembro altísimo de Israel. En todo caso, Israel, el pueblo de Dios, pueblo elegido, es signo, como tiene condición de signo todo lo que sucede en el Antiguo Testamento, de la Iglesia, el nuevo Israel, el nuevo pueblo de Dios, el nuevo pueblo elegido. Como Israel es proclamado desde su elección, instrumento de salvación para el mundo, así mismo la Iglesia es, desde su institución, instrumento por el cual llegará a todo el universo creado la salvación que ha procurado Jesús con su obra redentora. Toda la gesta de elección, de conducción, de liberación, de triunfos sobre otros pueblos, que se dan en Israel, habría sido un absurdo que se hubiera quedado solo para el disfrute de un pueblo pequeño y casi insignificante en número como lo era Israel. De la misma manera como es absurdo pensar que toda la gesta redentora que lleva adelante el Mesías, con toda su vida habiendo abandonado la gloria natural que vivía junto al Padre, de convivencia con los hombres y la elección de los apóstoles, de asunción de la normalidad de vida de cualquier hombre habiéndose hecho uno más, de sufrimiento en la pasión, de entrega de su propia vida y el derramamiento de su propia sangre, hubiera servido solo para los miembros de ese pequeño pueblo o solo para sus paisanos y contemporáneos. Lo natural es pensar que la sangre derramada por el Mesías sirva para la salvación de todos los hombres de todos los tiempos y de todas las geografías. Tiene suficiente valor para eso, y para mucho más. La salvación que Jesús trae es, lógicamente, una salvación universal. No es reductiva ni excluyente de nadie. El amor de Dios es abundante y alcanzará y abundará siempre para todos.

Desde el mismo principio quiso Dios que esto quedara claro, solo que la obcecación de los más nacionalistas no quiso verlo: "A los extranjeros que se han unido al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que observan el sábado sin profanarlo y mantienen mi alianza, los traeré a mi monte santo, los llenaré de júbilo en mi casa de oración; sus holocaustos y sacrificios serán aceptables sobre mi altar; porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos". Basta con que los que no pertenezcan a Israel reconozcan al Dios de Israel como el único Dios y se decidan a servirle y a amarle como su propio Dios. Más aún, Israel en alguna ocasión se llenó de desobediencia y con ello abrió las puertas para que la obediencia de los gentiles, los que no pertenecían a Israel, brillara y destacara más aún: "Los dones y la llamada de Dios son irrevocables. En efecto, así como ustedes, en otro tiempo, desobedecieron a Dios, pero ahora han obtenido misericordia por la desobediencia de ellos, así también estos han desobedecido ahora con ocasión de la misericordia que se les ha otorgado a ustedes, para que también ellos alcancen ahora misericordia. Pues Dios nos encerró a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos". Lo que importa por encima de todo es la obediencia por amor al amor que Dios otorga a todos los hombres. Ese amor se transforma en misericordia y termina en la atracción de todos hacia ese corazón de Dios que no conoce otra cosa que la misericordia y el perdón y no rechaza absolutamente a nadie. Por ello, el mismo Jesús, en el encuentro con la cananea, queriendo poner en orden todas las cosas, y usando didácticamente de una técnica llamativa, le tiende la mano y hace concluir que en efecto el favor, el amor y la salvación de Dios no está reservada para nadie sino que incluso aquellos que podrían ser rechazados son acogidos benévola y amorosamente por ese Dios que ama a todos por igual: "Ella se acercó y se postró ante Él diciendo: 'Señor, ayúdame'. Él le contestó: 'No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos'. Pero ella repuso: 'Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos'. Jesús le respondió: 'Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas'. En aquel momento quedó curada su hija". Basta obedecer a Dios, tener fe en el Dios del amor, abandonarse confiadamente en sus brazos y esperar de Él todo el amor que es capaz de derramar para ser beneficiario de su favor. No lo niega a nadie. La elección no es exclusividad, sino que se transforma en instrumentalidad. El orgullo no se basa en ser el único beneficiario del amor sino en ser instrumento y causa de salvación para todos. Si somos elegidos, somos salvados, pero solo con la condición de que llevemos a esa misma salvación a los demás.

2 comentarios:

  1. Una explicación que no la sabía y no la entendía era que la salvación de Dios venía para todos los hombres del mundo y de todas las geografías,por eso estamos todos llamados a crecer en la fe, confiados en que se volverá hacia nosotros diciendo " Que se haga lo que deseas ".

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  2. Una explicación que no la sabía y no la entendía era que la salvación de Dios venía para todos los hombres del mundo y de todas las geografías,por eso estamos todos llamados a crecer en la fe, confiados en que se volverá hacia nosotros diciendo " Que se haga lo que deseas ".

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