lunes, 3 de agosto de 2020

Confiar en Dios más que en nosotros mismos, nos salva

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La lucha planteada en la historia de la salvación es clara. Es una lucha entre Dios y el demonio, entre los discípulos de Aquél y los discípulos de éste, entre el bien y el mal, entre la confianza en Dios y la confianza en sí mismos, entre la esperanza de eternidad y el disfrute de lo solo temporal. Los hombres debemos tomar partido por una de las partes. O nos ponemos de parte de Dios o nos ponemos de parte del demonio. O apuntamos a una realidad de trascendencia, sembrando en nuestra vida cotidiana esa semilla de eternidad en una vivencia cotidiana del amor, de la obediencia a Dios, de la fraternidad y la justicia, de la solidaridad y del progreso beneficioso para todos, o apuntamos a un disfrute banal y hedonista que satisfaga los sentidos, añorando solo lo que pasará y desaparecerá, sin importar nada más sino solo lo que hagamos para procurarnos placeres aun cuando ello signifique el desprecio a Dios y el aprovecharse de los otros en la búsqueda desenfrenada de los regalos a los sentidos. Es lo que está planteado desde el inicio de la historia de la salvación. Desde el mismo momento en el que el hombre se dejó engañar por la voz seductora del demonio, que le ofrecía desbancar a Dios para colocarse a sí mismo en el centro del universo, "ustedes serán como dioses", como si eso fuera una liberación de un yugo bajo el que estaría sometido el hombre por un dios egoísta y vanidoso que no quería que nadie más estuviera por encima de él, y resultara entonces en una emancipación absoluta en la que los hilos de la historia serían manejados solo por la criatura, dejando fuera al Creador, quien había establecido, por el contrario, un orden totalmente justo que colocaba al hombre en un primer lugar que perdía automáticamente al revelarse contra el orden primacial del amor, comenzó la tragedia del enfrentamiento que ha dejado tantas víctimas en el camino. La supremacía del hombre en el corazón de Dios nunca ha tenido discusión. Es clara desde el mismo principio de su existencia. Lo impersonal de toda la creación deviene en tremendamente personal cuando toca crear al hombre. Del "hágase", Dios pasa al "hagamos". Del "exista" totalmente arreferencial, Dios pasa al "a nuestra imagen y semejanza". Del "pulule la tierra", Dios pasa al "no es bueno que el hombre esté solo". Del "hiervan las aguas y pueblen las tierras", Dios pasa al "crezcan y multiplíquense, llenen la tierra y sométanla". Está claro que la voluntad divina colocaba al hombre en lugar privilegiado. Él está en la cima de todo lo creado. Y está en el primer lugar de su amor.

Es precisamente esa primacía en el amor la que hace que Dios no dé por perdida la batalla. Y es eso lo que centra entonces la historia de la salvación, que es una declaración clarísima de intención de parte de Dios de hacer todo lo que sea necesario para traer de nuevo al hombre a su lado. Y su lucha no está solo en la demostración de poder, sino en la insistencia de colocar a la vista del hombre todos los gestos y actos que Él ha realizado para demostrarle su amor y su preferencia. Dios busca dejar en evidencia la mala jugada que ha hecho el demonio que, presentándose como el gran "liberador" del yugo divino, ha provocado más bien que el hombre cayera en la peor debacle de su vida y en el abismo más profundo de oscuridad y de perdición. Al haber perdido su conexión directa al yugo suave y amoroso de Dios, que no lo sometía sino que lo mantenía vivo, porque el amor era lo que le proporcionaba el oxígeno vital de su espíritu, quedó sin aire y se procuró a sí mismo la muerte espiritual. No solo perdió la supremacía sobre todo lo creado, sino que quedó por debajo de todo ello, pisoteado en la materialidad de su existencia. Las demás criaturas reciben, sin duda, su existencia de Dios, pero lo hacen sin la conciencia de lo trascendental que es para ellas mantenerse unidas a su fuente vital. No tienen la preocupación de ser más o menos. Simplemente existen, sin la libertad que les pueda poner en riesgo en una negada posibilidad de rebeldía. Mientras en el hombre, su conciencia de poder existir solo unido a Dios y la de la posibilidad de alejarse en un gesto de rebeldía, lo coloca en una situación de responsabilidad consigo mismo sin precedente en otros seres de la creación. Así, el hombre puede mantener su unión vital con Dios o pretender absurdamente en su rebelión alcanzar una vida que por sí mismo jamás podrá obtener. Dicha desconexión es la pérdida total de su supremacía, pues le quita el sustento vital y produce su muerte espiritual, lo que jamás podrá suceder con las otras criaturas pues nunca podrán tener la capacidad de ni siquiera querer desconectarse. Es esto lo que hace grandioso al hombre. No su capacidad de desconectarse, sino la capacidad de luchar por mantenerse conectado y seguir estando en el primer lugar donado por el amor divino. Solo conectado con el amor de Dios podrá el hombre seguir siendo el primero. Desconectarse lo hace perder ese primer lugar y pasar al último, por debajo de todo lo demás.

En efecto, la historia es un continuo sucederse de acontecimientos en los que Dios quiere atraer de nuevo a su amor al hombre. Así, mientras Israel se empeñaba en mantenerse alejado de Dios, Él enviaba a su profetas para que fueran su voz que los alertaba de esa pérdida de supremacía si seguían en esa actitud: "Esto dice el Señor: Tú has roto un yugo de madera, pero yo haré un yugo de hierro. Porque esto dice el Señor del universo, Dios de Israel: Pondré un yugo de hierro al cuello de todas estas naciones para que sirvan a Nabucodonosor, rey de Babilonia, y se le sometan. Le entregaré hasta los animales salvajes". Ese empeño era el causante de la debacle del pueblo. No era razonable que siendo advertidos por la misma voz de Dios mantuvieran su obstinación en el mal. Pero la libertad del hombre actuaba así. La consecuencia fue la dominación total de los pueblos poderosos y el sometimiento de Israel al poder de esos imperios. Se simbolizaba la tragedia con la deportación de la tierra prometida y con el terrible desvalijamiento y destrucción del templo. Declararse rebelde ante Dios lo hizo sufrir la más grande humillación y la pérdida de todas sus prerrogativas como pueblo elegido. Por el contrario, la cara feliz de la moneda la ofrecía Jesús con sus gestos de amor poderoso: "Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: '¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!' Pedro le contestó: 'Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua'. Él le dijo: 'Ven'. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús". El estar conectados al amor de Dios logra hasta lo imposible. Pedro camina sobre las aguas, al igual que lo hace Jesús. No hay nada imposible para el amor, y tampoco para el que se mantiene conectado a él. Pero eso requiere de la confianza extrema en ese amor y en ese poder, sin llegar a confiar en sí mismo más que en él: "Al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: 'Señor, sálvame'. Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: '¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?'" Cuando confió mas en sí que en Jesús, Pedro empezó a hundirse. Desconectarse del amor fue su debacle. Pasó de primero a último, hundiéndose en las aguas. Solo el amor poderoso lo pudo salvar. Así debe ser nuestra convicción. Solo el amor de Dios nos mantiene vivos, nos coloca en el primer lugar, y nos salva. Fuera de él jamás seremos primeros. Sin él nos hundiremos inexorablemente: "En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: Realmente eres Hijo de Dios'". Solo así mantendremos nuestra supremacía y ganaremos la batalla contra el mal.

2 comentarios:

  1. Bonita reflexión, sólo el amor de Dios nos mantiene vivos, confiando en su existencia. .

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  2. Bonita reflexión, sólo el amor de Dios nos mantiene vivos, confiando en su existencia. .

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