sábado, 8 de agosto de 2020

Pidamos confiando en que ya se nos ha concedido, y se nos concederá

Si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza nada sería ...

La confianza en el amor y el poder de Dios, manifestado en Jesús a los hombres, es una realidad tremendamente necesaria en la vida de los cristianos. Para poder abandonarnos totalmente en sus brazos y avanzar confiadamente en nuestra vida de fe, necesitamos de esta convicción, de lo contrario, nunca terminaremos de abandonarnos realmente en Él, y siempre estaremos caminando en las tinieblas de la duda. Cuando guardamos algún prejuicio sobre Dios y estamos preguntándonos continuamente si será cierto todo lo que promete a sus seguidores, es más duro el caminar y evidentemente se le hace más cuesta arriba al mismo Dios dar las demostraciones ideales de su amor y de su poder, de sus favores para los hombres. Las formas más expeditas en las que Jesús lo evidencia son las que vienen precedidas por las demostraciones indudables de la confianza en Él. Así lo vemos dejando salir su fuerza sanadora cuando aquella mujer que sufría ya por tanto tiempo de flujos de sangre se acerca para tocarlo, segura de que ese gesto sería suficiente para alcanzar su curación. También cuando la cananea implora por la salud de su hijita y entiende que ella es uno de los perritos que come de las migajas que caen de la mesa de los amos, pero que sabe que esas migajas vienen del mismo Dios y por eso es capaz de curar porque es poderoso. O cuando el centurión demuestra confianza plena en ese poder de Jesús y por eso le dice que no es necesario ni siquiera que se acerque a su casa para sanar a su criado, sino que solo debe ordenarlo con su voz para darle la salud. Igualmente cuando aquel enfermo de lepra se pone delante de Él y deja a su arbitrio la voluntad sanadora, revelando con ello que sabe muy bien que tiene el poder de hacerlo y basta solo que sea su voluntad. Todos esos personajes fueron beneficiados por el amor y el poder de Cristo pues demostraron antes plena confianza en que podía hacerlo. Jesús mismo reconoció que lograban el favor por la inmensa fe que demostraban tener: "¡Qué grande es tu fe! Que se cumpla como has pedido". Incluso el mismo Jesús demostró su satisfacción y su sorpresa ante tales demostraciones de fe: "Les aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe". Las puertas para que la obra de Jesús tuviera entrada eran las puertas de la fe en Él que abrían los beneficiados. En cierto modo, la debilidad en el reconocimiento de la única grandeza de Jesús fue lo que los hizo poderosos. Es lo que afirma San Pablo: "Cuando soy débil, soy fuerte", es decir, cuando se reconoce que el único poder es el de Jesús, por lo tanto no el propio, es cuando ese poder divino puede hacerse presente. La Virgen María lo puso en práctica de la manera más clara cuando intercedió por los jóvenes esposos en Caná: "Hagan lo que Él les diga". El poder lo tiene Él, y Ella estaba plenamente segura que teniendo fe y confianza en su amor y su poder, no quedarían defraudados.

Por eso, en la pedagogía que esgrime Jesús con sus apóstoles, esta afirmación de la necesidad de la confianza en Él y en su poder y su amor en favor de los hombres, debía resultar en una convicción profunda que se debía alcanzar en lo más íntimo del corazón y en lo más claro de los pensamientos. De lo contrario, su propia actuación se haría más difícil. Podemos intuir la urgencia con la que Jesús trata el tema cuando de alguna manera manifiesta su inconformidad con las actitudes que demuestran sus seguidores: "Se le acercó un hombre, que se puso de rodillas y le dijo: 'Señor, ten compasión de mi hijo. Le dan ataques terribles. Unas veces se cae en la lumbre y otras muchas, en el agua. Se lo traje a tus discípulos, pero no han podido curarlo'. Entonces Jesús exclamó: '¿Hasta cuándo estaré con esta gente incrédula y perversa? ¿Hasta cuándo tendré que aguantarla? Tráiganme aquí al muchacho'". Mientras los hombres no crean firmemente en su poder, no alcanzarán las maravillas que pueden lograr al abandonarse en Él. Todo favor proviene de Él, pero es necesario creer firmemente y confiar radicalmente en que ese poder se hace presente cuando se le invoque. Se necesita dejar de confiar en sí mismo, confesarse totalmente débiles y afirmarse en la convicción de que el único poder posible para actuar en favor de la humanidad es el de Dios. El hombre debe poner solo su disponibilidad en dejarse conducir por el amor y el poder divinos que quiere siempre el bien de sus criaturas. "Después, al quedarse solos con Jesús, los discípulos le preguntaron: '¿Por qué nosotros no pudimos echar fuera a ese demonio?' Les respondió Jesús: 'Porque les falta fe. Pues yo les aseguro que si ustedes tuvieran fe al menos del tamaño de una semilla de mostaza, podrían decirle a ese monte: ‘Trasládate de aquí para allá’, y el monte se trasladaría. Entonces nada sería imposible para ustedes'". Mientras no tengamos esta confianza en Dios, que se traduce en la confesión de la propia imposibilidad por la debilidad que poseemos naturalmente y en el reconocimiento de que la única fuerza posible es la de Jesús, no se podrán producir las maravillas que Dios está dispuesto a realizar en medio de nosotros. Solo quienes se han atrevido a confiar radicalmente en Jesús, en su amor y su poder, han alcanzado este grado de acción de Dios en sus vidas. Así tenemos que la providencia actúa maravillosamente en la vida de un San Pedro que hace caminar a un paralítico solo por la fuerza del nombre de Jesús, a un San Vicente Ferrer que suspende en el aire a un obrero que iba cayendo hacia la muerte para solicitar permiso de un superior para impedir esa muerte, a un San Juan Bosco que se abandona en la providencia para poder tener el dinero para el pago del alquiler de una casa para los jóvenes. Y no solo realizando estas cosas maravillosas e increíbles, sino también las cotidianas que suceden a diario a personas que con confianza filial han abandonado sus vidas en las manos de Jesús.

Esa insistencia de Jesús se da, sobretodo, porque en algo que nos favorece radicalmente parece mentira que seamos tan reticentes. Es la fuerza de Dios que se pone a nuestro favor e increíblemente no terminamos de creerlo. Nos dejamos dominar por la incredulidad y no terminamos de ceder a la fuerza de Dios. En cierto modo es la soberbia de creer que solo cuando tenemos el dominio total de la situación podrán darse bien las cosas para nosotros. Podríamos decir que en este caso concreto en el que Jesús solicita de nosotros nuestro total abandono, nos está pidiendo que demos el salto al vacío como el niño que está completamente abandonado en los brazos de su padre y confía plenamente en que jamás lo dejará caer. Es adquirir de tal modo una confianza plena en Jesús que ningún obstáculo, ni siquiera los puestos por nosotros mismos, puedan impedir su acción. Debe darse, de este modo, la confianza de quien espera de Dios siempre las actuaciones a su favor, y que "reclama" su acción cuando percibe que se tarda: "¿Por qué miras en silencio a los traidores y callas cuando el malvado devora al justo?" Quien "se atreve" a reclamarle a Dios no está, en este sentido, actuando mal, pues siente que Aquel que le ha prometido su acción a su favor, no está cumpliendo, y por ello pide con insistencia su concurso. Dios promete su acción y queda comprometido con quien confía en Él. Y actuará sin duda en su momento, pues Él no engaña jamás. Por eso, para quien cree en Él "nada sería imposible". Es el mismo Dios el que hipoteca su acción, y por ello nunca dejará de cumplir su promesa, pues Él nunca engaña. Desde el mismo momento en que invita a pedir en su nombre, ya queda comprometido. Más aún, se debe tener tanta confianza en la petición que se haga que al pedirla se debe pensar que ya ha sido concedida: "Les digo que todas las cosas por las que oren y pidan, crean que ya las han recibido, y les serán concedidas". Hay que dar ese pequeño paso, a la vez gigantesco, de tener una confianza sin límites en el cumplimento de las promesas de Dios: "Escribe la visión que te he manifestado, ponla clara en tablillas para que se pueda leer de corrido. Es todavía una visión de algo lejano, pero que viene corriendo y no fallará; si se tarda, espéralo, pues llegará sin falta. El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe”. Dios, al ponerse del lado de los justos y de los que confían radicalmente en Él, nunca dejará de cumplir su palabra. Su momento es el más oportuno. Solo basta que quien confía en su poder, confíe también en que Él actuará y que sabe mejor el momento ideal para actuar. Su amor y su poder siempre están a favor de nosotros. Y nunca dejará de favorecernos. Nosotros, por nuestra parte, debemos enriquecernos de esa fe sin límites en su amor y en su poder, y creer que todo lo que nos promete será una realidad, pues su palabra es palabra de amor.

5 comentarios:

  1. Si no furse por la Fe, confianza y seguridad del Señor, yo no haría nada de lo que hago. Cualquier cosa, siempre le pido yu ayuda y nunca falla, siempre está Él para demostrarlo. Amén

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  2. Como lo afirma San Pablo " Cuando soy débil, soy fuerte "A nosotros nos cabe la tarea de crecer en la fe y que nos permita mover nuestros corazones al encuentro de los más necesitados.

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  3. Como lo afirma San Pablo " Cuando soy débil, soy fuerte "A nosotros nos cabe la tarea de crecer en la fe y que nos permita mover nuestros corazones al encuentro de los más necesitados.

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  4. Como lo afirma San Pablo " Cuando soy débil, soy fuerte "A nosotros nos cabe la tarea de crecer en la fe y que nos permita mover nuestros corazones al encuentro de los más necesitados.

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