lunes, 10 de agosto de 2020

Jesús, glorioso como Dios y cercano como hombre

Evangelio Meditado: El tributo del templo | Villa Tapia Digital

Jesús es el Dios que se ha hecho hombre. Desde toda la eternidad, junto al Padre y el Espíritu Santo, su vida natural fue la de la gloria infinita. Nosotros no tenemos la capacidad ni siquiera de imaginarnos lo que eso significa y lo que eso es en su realidad más profunda. Aquellas visiones que sabemos que han tenido algunos personajes bíblicos del Antiguo Testamento y la que tuvieron los apóstoles al contemplar la Transfiguración de Jesús son imágenes que de alguna forma revelan parcialmente esa gloria, pero debemos aceptar también que son la manera en que Dios ha decidido mostrarla en esas ocasiones, dando lugar a su condescendencia con aquellos a los que se revelaba, pero que realmente no muestran lo que es su imagen más real. En cierto modo, en ellas Dios asume una corporalidad que realmente no le corresponde, se hace visible siendo en su más íntima realidad absolutamente invisible por cuanto Él es espíritu puro, por lo tanto, es imposible para el hombre percibirlo a través de sus sentidos. Las representaciones que son percibidas en esas visiones son las que ha decidido Dios en su momento dejar ver, como vestiduras que asume para que los sentidos humanos puedan percibirlo, pero realmente no son la realidad verdadera de lo que es Dios. Dios no es materia, "a Dios nadie lo ha visto jamás", es pura realidad espiritual. Es por su amor infinito por el hombre, desde la creación, por lo que ha decidido hacerse visible, mostrándose al hombre asumiendo una materialidad que no posee. Dejándose ver en la asunción de una corporalidad, se "rebaja" para acercarse al hombre y hacerle cercano su amor y su poder: "Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos". Y previamente, en las manifestaciones que Dios tuvo ante los hombres, dejaba atisbar su presencia a través de manifestaciones visibles en las que hacía material su realidad puramente espiritual. Esto es posible para Dios pues Él es el creador de todo lo que existe y todo se mantiene en Él, por lo cual no hay ninguna dificultad en asumir las cualidades de su criatura. Desde el mismo principio fue así, cuando en el Génesis se nos sugiere que Yahvé paseaba por el Edén y se encontraba con Adán y Eva, con los cuales vivía momentos de solaz y de reposo: "El hombre y su mujer escucharon que Dios el Señor andaba por el jardín a la hora en que sopla el viento de la tarde". Su condescendencia con los hombres, con todos nosotros, ha hecho que "se deje ver", a pesar de que es imposible por nosotros mismos hacerlo.

Sin duda, esa gloria natural que vive Dios es una realidad que nos sobrepasa absolutamente. Quienes han tenido la posibilidad de presenciarla han quedado sobrecogidos por ella, han sido invadidos por una sensación de maravilla inabarcable, llegando incluso a pensar que debían morir, pues solo la muerte era considerada la puerta para la contemplación de Dios en su intimidad. Es la experiencia que vive Isaías al contemplar la gloria de Dios: "¡Esta es mi muerte! Porque soy un pecador de boca impura, miembro de una raza pecadora, de inmunda boca, y sin embargo he mirado al Rey, al Señor Todopoderoso". Es de tal manera sobrenatural la visión, que para los hombre ver a Dios significa ya vivir en su presencia, y ella se alcanza solo con la muerte. Esas visiones de Dios son, sin duda, descritas maravillosamente, dejando entrever la sorpresa que producen en sus testigos: "Vi un brillo como de electro (algo así como fuego lo enmarcaba) de lo que parecía su cintura para arriba, y de lo que parecía su cintura para abajo vi algo así como fuego. Estaba nimbado de resplandor. El resplandor que lo nimbaba era como el arco que aparece en las nubes cuando llueve. Era la apariencia visible de la gloria del Señor. Al contemplarla, caí rostro en tierra". La experiencia es de tal modo sobrecogedora que se hace imposible para los hombres sostener su mirada ante tal resplandor. O se consideran muertos, o se humillan totalmente ante la visión que consideran impropia para sí mismos. La misma experiencia la tuvieron Moisés, Elías, Jeremías. Cada uno, en su experiencia personal, vivieron esa condescendencia divina, en la visión de la gloria de Dios que asumió la materialidad para mostrarse a ellos. Fue la experiencia que tuvieron los apóstoles en la visión de la Transfiguración, en la que no solo vieron la gloria divina de Jesús, sino que escucharon la voz del Padre que se dirigía a ellos. Fue la experiencia que tuvo San Pablo en el camino de  Damasco, en la que se vio envuelto por una gran luz: "Yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues". Esas experiencias espirituales que tuvo cada uno de ellos los convenció de la presencia de Dios que se les revelaba y de la verdad que los rodeaba al ser elegidos y enviados para una misión específica.

Esta realidad de la gloria inmarcesible de Dios se hace en Jesús la manera más cercana por la que los hombres podemos percibirla. Pensar en que esa gloria de Dios estaba naturalmente presente en Jesús se nos hace realmente difícil. De tal manera la ocultó Jesús en las carnes tomadas de María que nos parece increíble que lo haya logrado, aunque estemos convencidos de que para Dios no hay nada imposible. Hay quien ha afirmado que el milagro más grande que Jesús realizó en su paso terrenal no fue ninguno de los que nos relatan los Evangelios, sino el de haber sido capaz de esconder toda la gloria de su divinidad en las carnes de aquel niño recién nacido que lloraba en los brazos de su madre María. Existe en Jesús una doble posición diametralmente opuesta que tuvo que resolver con inmensa sabiduría: Él es el Dios que vive la gloria infinita naturalmente, pero se ha hecho hombre para traernos lo más cercanamente posible el amor de Dios y su poder y hacerlo tangible para cada uno de nosotros. Por eso vemos que nos trae al Padre y así se lo revela a los apóstoles: "Quien me ve a mí, ve al Padre ... El Padre y Yo somos uno solo". Sólo un inmenso poder lo puede realizar y solo movido por un amor infinito podemos entender que Dios mismo haya dado ese paso. La solución perfecta es la de haberse mostrado hombre para todos, cercano, vivir la misma vida de cualquiera, pero mantener en sí las prerrogativas divinas que poseía normalmente para poder hacer presente para todos ese amor que Dios quería manifestar, haciendo gala de él incluso usando de su poder siempre en favor de los hombres, principalmente de los que más lo necesitaban. Casi nunca usó de su poder en beneficio personal. Incluso cuando "se hace un milagrito para sí mismo", lo hace para no escandalizar a los hombres y mostrarse realmente un hombre más, que cumple perfectamente hasta con sus deberes ciudadanos: "Jesús se adelantó a preguntarle: '¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?' Contestó: 'A los extraños.' Jesús le dijo: 'Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizarlos, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti.'" Ese Dios eterno, infinito, glorioso, trascendente, necesitó hacerse un milagro para poder pagar impuestos. No tenía dinero ni siquiera para eso. Pero no quiso dejar de cumplir con su obligación humana como ciudadano. Es el Dios que se ha hecho hombre. El que se ha rebajado al extremo. Y todo lo ha hecho por amor. Porque nos ama a ti y a mí. No podemos sino sentirnos inmensamente bendecidos por Aquel que llegará incluso a morir, dándonos desde la cruz la imagen más gloriosa y la más humana de sí mismo.

4 comentarios:

  1. Que bonito relato, el Hijo de Dios y Señor del Templo nos enseña a ser íntegros en nuestra conducta con libertad y responsabilidad, nos habla de su amor y nos prepara para la vida futura.

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  2. Que bonito relato, el Hijo de Dios y Señor del Templo nos enseña a ser íntegros en nuestra conducta con libertad y responsabilidad, nos habla de su amor y nos prepara para la vida futura.

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  3. Difícil para nuestra limitada mente entender las visiones sobrenaturales del Padre... pero si abrimos el corazón a la Fe, que más da no entenderlas, si se anonadó hasta la naturaleza.humana para morir por nosotros en la cruz y darlos la vida eterna.

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