viernes, 21 de agosto de 2020

Sirvamos todos a la vida y avancemos juntos a la eternidad

 Resucitar muertos – Grita al mundo

Una de las afirmaciones terribles que se han hecho sobre la presencia de los hombres en el mundo es la de que son una procesión de muertos que caminan casi sin rumbo, llenándolo todo y vaciando todo de sentido. Algunos serían letales también para los demás, pues irían contagiando sus conductas de muerte. Otros simplemente serían pasivos y no se ocuparían de más nada sino solo de vivir su día a día en su actitud de muerte interior, por la que se desentenderían de todo intercambio posible y todo los dejaría absolutamente indiferentes. Ambos grupos son tremendamente perjudiciales, unos por acción y otros por omisión. Los primeros están muertos y llevan la muerte. Con sus acciones destructivas van contaminándolo todo también de muerte y oscuridad. Son los mercaderes del mal, que en la práctica se han asociado al artífice del mal y de la muerte, al demonio, ganando adeptos para ese ejército funesto. Han rechazado acercarse a la frescura que representa la vida y el bien, y han preferido colocarse al servicio de sí mismos y de todo lo que signifique muerte y destrucción. Estos, que ya están muertos, no se contentan con su propia condición de difuntos, sino que van dejando su semilla de destrucción sembrada por doquier. Son los que se oponen frontalmente a la vida, sirviendo a las causas que manchan trágicamente de sangre la existencia de los demás. Son los mercaderes de muerte que van distribuyendo armas de destrucción masiva, que promueven los atentados contra la vida como el aborto o la eutanasia, que van creando armas biológicas con las cuales dominar al mundo sembrando también el terror ante el deterioro de la salud por enfermedades que seguramente ellos mismos han diseñado en laboratorios, que promueven la destrucción del medio ambiente solo para satisfacer sus ansias de tener sin importarles lo que pueda afectar a la calidad de vida de los hombres. No contentos con estas acciones que van frontalmente contra la vida, atacan también todo lo que sea favorecedor de la vida: a la Iglesia que por esencia se coloca siempre del lado de la defensa de la vida, al matrimonio y la familia que son las cunas de la vida humana, al compromiso hipocrático de los médicos, a las instituciones de ayuda a madres solteras o a la vida humana recién nacida y desprotegida o a los ancianos abandonados, a los que se colocan contra la explotación de los hombres más pobres e indefensos y contra su esclavización. Y apuntan no solo a herir la vida corporal, sino también la vida espiritual, promoviendo todo lo que vaya a favor de alejar al hombre de Dios, el pecado y toda forma de inmoralidad que pueda resultar en la muerte espiritual del hombre. Son los muertos vivientes que van caminando por el mundo dejando su legado trágico. Los que están en el segundo grupo, en su pasividad, asisten impertérritos a esa destrucción sin hacer nada en contra, pensando que esto no les afectará, cuando la verdad es que ninguno quedará indemne pues la afectación será general. Todos, los que actúan decididamente a favor de la muerte y los que asisten pasivamente a este espectáculo, serán finalmente también afectados gravemente. Este mal nos daña a todos los hombres.

Delante de estos se encuentran quienes sí están a favor de la vida y siguen luchando por defenderla y promoverla, por encima de todo ataque contra ella y contra ellos mismos. Son los hombres y mujeres que han entendido que no pueden ser indiferentes ante esta circunstancia, pues han sido convocados por la misma naturaleza, y finalmente por el mismo Dios, a servir a la vida, a favorecer todo lo que la defienda y la promueva, a sembrar la semilla de la bondad y a hacer que llegue a todos los demás. Han entendido que Dios es el Dios de la vida y no de la muerte, que su deseo es que el hombre viva y sea su gloria -"La gloria de Dios es el hombre viviente"- , que los quiere a todos conformando a la gran comunidad de los que sirven a la vida. Cada uno se ha hecho consciente de que al final de sus días lo único que valdrá la pena será lo que hayan hecho en función de servir al amor, que es en definitiva la causa que los mueve a servir al hombre, sirviendo a la vida: "Vengan benditos de mi Padre, entren a gozar de la dicha del Señor. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estuve desnudo y me vistieron, estuve enfermo y en la cárcel y vivieron a verme". Nada de lo que se haga en favor de la vida quedará sin recompensa. Por eso, al entenderlo, ellos pasan a formar parte de esos que son los que se han decidido a no ser huesos muertos que llevan muerte, sino a ser servidores de la vida, sabiendo que han recibido la vida de quien es la fuente de todo bien: "Pronuncia un oráculo sobre estos huesos y diles: '¡Huesos secos, escuchen la palabra del Señor! Esto dice el Señor Dios a estos huesos: Yo mismo infundiré espíritu sobre ustedes y vivirán. Pondré sobre ustedes los tendones, haré crecer la carne, extenderé sobre ella la piel, les infundiré espíritu y vivirán. Y comprenderán que yo soy el Señor'. Yo profeticé como me había ordenado, y mientras hablaba se oyó un estruendo y los huesos se unieron entre sí. Vi sobre ellos los tendones, la carne había crecido y la piel la recubría; pero no tenían espíritu. Entonces me dijo: 'Conjura al espíritu, conjúralo, hijo de hombre, y di al espíritu: 'Esto dice el Señor Dios: ven de los cuatro vientos, espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan'". Los servidores de la vida son los que se han dejado hacer por Dios cuerpos vivos, con tendones, músculos y piel, y llenos del soplo que les da el espíritu, y se ponen dichosos e ilusionados al servicio del Dios de la vida que los convoca y los envía al mundo para que sean causa de bien y de salvación para todos.

Ese servicio a la vida es servicio al amor. Dios es el Dios vivo que ha llenado al mundo con su misma esencia vital. No lo ha creado para la muerte, sino para la vida. Y no simplemente para una vida pasajera, sino para la que trasciende el tiemplo y el espacio. Dios apunta a la vida eterna, de la cual es parte integrante la vida temporal que vive el hombre aquí y ahora. El gran sueño de Dios es que toda la creación, al final de los tiempos, esté rendida a sus pies amorosamente. Él quiere que todo siga en la bendición que le ha dado desde el inicio, que es la llamada a estar a su lado, rebosante de vida y de bondad. La vida es toda ella una sola unidad. Finalizado el trayecto temporal se inscribe en la realidad que nunca se acaba. La temporalidad no es otra cosa que la primera etapa de la totalidad. Y está diseñada para que en ella se viva siempre la unidad esencial con el Dios del amor, la bondad como sello identificador, la verdad con sustento sólido y la belleza como adorno que la eleva de calidad. Y que eso sea solo ese primer paso para que esas características lleguen a ser inmutables en la eternidad feliz a la que está llamada a vivir toda la realidad existente. Mientras tanto, el ámbito en el que se debe ir dando todo es el del amor: "'Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?' Él le dijo: 'Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente'. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas'". Es el amor el que le da forma a todo. Fue lo que motivó a Dios para salir de sí mismo y hacer que existiera todo lo que no es Él. Fue lo que lo movió a colocar en medio de todo al hombre, su criatura predilecta, sobre el cual derramó todo ese amor eterno e infinito y que es la motivación última de la existencia de todo pues todo existe para su servicio. Fue lo que lo motivó a diseñar un plan que en todo favorece al hombre pues lo creó para la felicidad, y que contempla incluso el perdón y la misericordia, pues conocía bien de su debilidad y de la necesidad que tendría de ser perdonado y atraído de nuevo a su amor. Fue lo que lo movió a pensar para el hombre en una existencia que trascendería el tiempo y que nunca se acabaría, pues su intención es amarlo siempre y nunca dejar de amarlo, pues sabía bien que la felicidad plena del hombre estaría solo en saberse amado con amor entrañable por Aquel que es la causa de su existencia. Por todo ello, porque es un Dios que ama la vida, nunca permitirá que sea la muerte la que venza. Él es el todopoderoso y nada es imposible para Él. Por ello vencerá siempre al mal y a los mercaderes de la muerte. Esos huesos muertos de aquellos que se han puesto al servicio de la muerte y del mal quedarán derrotados y vencerán siempre aquellos que se han llenado de la carne y del espíritu que les proporciona el Dios que siempre estará a favor de la vida.

3 comentarios:

  1. Porque es un Dios que ama la vida, te pido Señor, nos ayudes a amarlo con todo el Corazón y expresar ese amor en el convivir diario con nuestros semejantes.

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  2. Porque es un Dios que ama la vida, te pido Señor, nos ayudes a amarlo con todo el Corazón y expresar ese amor en el convivir diario con nuestros semejantes.

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  3. Esos que se oponen a todo lo que signifique vida, E. Fromm los llamó "necrófilos". Gracias, Monseñor.

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