jueves, 13 de agosto de 2020

Dios perdona exageradamente porque ama exageradamente

 Setenta veces siete | El Informador :: Noticias de Jalisco, México ...


Jesús no se cansa de ponernos cuesta arriba el camino hacia la perfección. Su enseñanza es continuamente cuestionadora, retadora, transgresora del orden normal. De alguna manera es por ello que lo llamamos "el Maestro", pues se ha ganado el título a fuerza de la novedad que es parte de lo que enseña, que no es lo tradicional de lo que se ha escuchado siempre de las voces de otros que se llaman maestros, pero que no calan tan profundo como las palabras que Jesús pronuncia: "Las multitudes se admiraban de su enseñanza; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas". El nivel en el que coloca su exigencia es muy superior al de aquellos, que no producen ningún aspaviento, pues sus exigencias son las "normales", las del día a día, las que no exigen un mayor compromiso, ni un cambio, sino un simple ir adelante sin mayores esfuerzos, solo el de cumplir con los mínimos. Para Jesús los mínimos no deben existir en sus discípulos: "Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán? ¿Acaso no hacen eso hasta los recaudadores de impuestos? Y, si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué de más hacen ustedes? ¿Acaso no hacen esto hasta los gentiles? Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto". Lo propio del discípulo de Jesús es el camino de la perfección, en procura de la perfección del mismísimo Dios, no la "normalidad" en la que vive el rebaño que no piensa ni se exige más allá de lo que vive cotidianamente. Por ello, Jesús, el Maestro, en su enseñanza no puede traicionar su objetivo. Su llamada a la perfección pone nuestro camino cuesta arriba porque no puede ser de otra manera. El discípulo de Jesús es el que nada contra corriente, el que camina en sentido contrario al que va el rebaño, el que es trasgresor no porque incumple las leyes sino porque lleva el cumplimiento de ellas al grado superlativo, el que se caracteriza no por hacer las cosas con la mayor de las normalidades sino porque las hace con toda la normalidad aderezándolas con el condimento del amor y de la fidelidad a Dios y a los hermanos en la búsqueda siempre del bien mayor para todos. Los mínimos no le son satisfactorios pues ellos solo apuntan a la mediocridad, y ésta, a la larga, es desaparición de la buena calidad. Y eso no se lo puede permitir el buen discípulo de Jesús. Su meta es la perfección. El camino se hace cuesta arriba porque no estamos acostumbrados a ver la meta de la perfección, sino que nos quedamos solo viendo las huellas que vamos dejando en nuestro caminar cansino y rutinario. Jesús es Maestro porque nos atrae hacia lo más alto. Si no fuera así, no sería Maestro. Porque es Maestro nos exige, nos pone la ruta más exigente, nos llama a la plenitud, nos anima a la felicidad plena y no a la simple rutina.

Cuando Pedro le pregunta a Jesús sobre las veces que hay que perdonar, le está planteando una inquietud muy lícita. Ya Jesús en sus enseñanzas ha presentado la necesidad de perdonar al hermano. Incluso podríamos decir que Pedro está siendo realmente generoso en la propuesta de perdón que hace. Pero Jesús sobrepasa la buena oferta de Pedro y rompe el barómetro de la medición del perdón: "Acercándose Pedro a Jesús le preguntó: 'Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?' Jesús le contesta: 'No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete'". La oferta de Pedro, decimos, es realmente generosa. Habría que preguntarse quién de nosotros está dispuesto a perdonar hasta siete veces a quien nos ha ofendido. Una y otra vez. Una vez tras otra. Es realmente heroico. Pedro no se está quedando en lo mínimo, sino que apunta a un máximo bastante alto. Pero Jesús no se contenta ni siquiera con eso. El Maestro enseña a no tener medida en el perdón. No hay que llevar contabilidad en ello, pues el corazón que ama y perdona no tiene medidas. La medida es la de la perfección del Padre. Y debemos agradecer realmente de corazón que el Padre no tenga la medida del perdón. Ni siquiera la heroica que propone Pedro. De ser así, ¿desde cuándo se hubieran agotado los perdones que Dios debía darnos? Setenta veces siete entra dentro de lo que llamamos hiperbólico en el lenguaje bíblico. Lo hiperbólico es lo exagerado, lo absurdo. Y el perdón, según Jesús, debe ser exagerado, llegando incluso a lo absurdo en la medida de lo que es razonable humanamente hablando, pues al usar esa expresión, Jesús simplemente está diciendo "siempre". ¿Cuantas veces debemos perdonar? Siempre... Esa es la respuesta de Jesús. Y es su respuesta porque es lo que hace el Padre Dios, que no se cansa jamás de perdonarnos. Porque nos ama con amor eterno e infinito, nunca nos negará su perdón cuando nos acercamos humildes y arrepentidos a solicitárselo. Y porque así lo hace el Padre, quien es discípulo de Jesús y acepta su invitación de seguimiento, acepta también su invitación a la perfección como la del Padre: "Sean perfectos como el Padre celestial es perfecto".

Para dejarlo aún más claro, Jesús pronuncia la parábola del criado injusto: "Se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: 'Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo'. Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: 'Págame lo que me debes'. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: 'Ten paciencia conmigo y te lo pagaré'. Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía". La hipérbole esta vez es usada por Jesús para dar a entender el absurdo en el que somos capaces de caer los hombres. Exigimos para nosotros lo mejor, y procuramos para los otros lo peor. Queremos que la misericordia y el perdón de Dios esté siempre a nuestro lado, pero no estamos nosotros dispuestos a ser misericordiosos con nuestros hermanos. Utilizamos una doble rasante para las mediciones. Usamos la ley del embudo y colocamos lo ancho para nosotros y lo estrecho para los demás. Jesús, sabiamente, nos enseña a no ser injustos. Incluso llega a comprometernos de tal modo en el perdón debido a los hermanos, que cuando nos enseña el Padrenuestro como oración propia de los hijos de Dios, condiciona el perdón que Dios pueda darnos al perdón que nosotros otorguemos anticipadamente a los hermanos: "Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Si nosotros no perdonamos, Dios no nos perdonará. El perdón surge de un corazón que ama. Y quien se habitúa a vivir en el amor de Dios y en el amor a los hermanos, podrá vivir el perdón como condición natural de vida. Y llegar al extremo de Jesús quien, desde la cruz, llegó a perdonar incluso a quienes lo estaban asesinando, y pidió a Dios que los perdonara: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". Porque Jesús amó, perdonó. Quien no perdona, no ama. Quien ama está siempre dispuesto a dar nuevas oportunidades. Por eso, el perdón es siempre un nuevo inicio. Puede ser que la exigencia nos ponga el camino cuesta arriba, pero lo cierto es que nos lo hace también tremendamente atractivo, pues es iniciar una y otra vez el camino de perfección al que nos llama Jesús, que es el camino de la plenitud y de la felicidad sin fin, al llegar a la perfección del Padre que nos espera en el cielo

1 comentario:

  1. Muy buena reflexión. Que Dios me regale esa gracia de poder perdonar y seguir dando oportunidades por amor, así como Dios lo hace con nosotros.

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