viernes, 28 de agosto de 2020

Esperamos en Dios porque sabemos que nos ama con amor eterno e infinito

 Las vírgenes necias y las prudentes.

La esperanza que viven los cristianos tiene una característica esencial. Ella es activa, mantiene en alerta, no es narcotizante ni paralizante. Tampoco se alimenta de criterios puramente horizontales que pudieran ser una motivación para experimentar la fe mediante portentos o grandes conocimientos, con los cuales el mérito lo tendría quien se esfuerza más por presenciar milagros o quien adquiere más criterios que sustenten lo que cree. Por un lado, el error estaría en colocar la confianza para la confesión de la fe solo en las grandes maravillas que Dios realice y que, si no se hacen presentes, no sería posible sustentar la fe. Y por otro lado, se erraría al colocar la confianza solo en la adquisición de criterios que hagan comprensible la fe, por lo que ella existiría únicamente cuando todo tiene explicación racional y alimente su componente intelectual. Ambas posturas dejan a un lado completamente la acción de Dios por amor en el corazón del hombre. Una sería puro fideísmo sin criterio, y la otra pura intelectualidad vacía de amor. El fideísmo es dañino porque hace ausente al Dios de la vida, al que actúa en lo cotidiano, al que es cercano en cualquier circunstancia vital, al que por estar siempre presente compromete a cada uno a acercarse a Él y a su amor, a no tenerlo lejano contemplándolo solo en lo maravilloso, por lo cual poco influiría en el día a día y no se sentiría la responsabilidad que ha hecho reposar sobre los hombros del creyente de lograr un mundo mejor en el cual viviendo esa cercanía a Él se pueda vivir mejor el bien, el amor, la justicia, la paz, el progreso, por el esfuerzo de cada cristiano. El racionalismo hace daño pues precipita hacia el vacío de la ausencia de amor, hacia la frialdad de lo calculador, con lo cual prácticamente se pretende dominar a Dios al avanzar en su conocimiento, con el consecuente riesgo de la soberbia espiritual que llena de orgullo y vanidad, despreciando a los demás, engreídos por estar llenos de ideas, pero estando vacíos totalmente de la humildad necesaria delante del Dios del amor todopoderoso y de la fraternidad a la que lanza ese mismo amor, por lo que el creyente estaría consciente de que el mundo está en manos de todos y de que el bienestar es un logro que se alcanzará solo con el concurso humilde y desinteresado, movido por el amor, de cada cristiano. Así lo entendió San Agustín, el gran santo y sabio: "El mucho saber hincha. Y lo que estás hinchado no está sano". Si el conocimiento de Dios no va acompañado por el amor y la humildad, se convierte en una arma destructiva de sí mismo y de los hermanos.

San Pablo le salió al frente a estas dos posturas, caracterizadas por las actitudes asumidas, por un lado, por los judíos y por el otro, por los griegos. Los judíos asumieron la del fideísmo y los griegos la del racionalismo: "Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados —judíos o griegos—, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios". En ambos grupos están presentes los dos extremos. Y la solución del conflicto entre ambas posturas acerca de la comprensión de la fe la ofrece San Pablo en la presentación del escándalo y la necedad de la Cruz, resumen perfecto del amor de Dios por los hombres. No se dará la convicción más pura de la fe ni se llegará a su confesión más sólida si no está presente en ella la realidad más clara del amor de Dios por los hombres, como es la que se percibe en la entrega final del Hijo con el derramamiento de su sangre y con su muerte como ofrenda personal de sí mismo en el altar de la Cruz para rescatar a los hombres de la oscuridad y de la muerte. La única explicación razonable, la única causa de todo, es ese amor que no puede estar ausente jamás. La respuesta de fe debida estará basada, entonces, en la propuesta de amor que hace Dios a los hombres mediante la entrega de su Hijo, la cual es una confesión de amor eterno e inmutable por cada uno de los hombres. El Dios enamorado no quiere producir una respuesta en la que esté ausente el amor, que esté basada solo en lo portentoso o en lo que llena de criterios muy sabios, pero que lo deja a Él fuera de toda consideración de cercanía. Quiere que se le acepte con un corazón humilde y una mente dócil, que sea una aceptación en la que el amor sea componente principal y esencial, sin el cual se vaciaría totalmente de sentido trascendente toda posible respuesta. Así lo expresa claramente San Pablo: "No me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo. Pues el mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden; pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios. Pues está escrito: 'Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la sagacidad de los sagaces'. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el docto? ¿Dónde está el sofista de este tiempo? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo? Y puesto que, en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación para salvar a los que creen". Por ello, en el mensaje de la salvación, jamás puede estar ausente el anuncio del amor hecho patente en la muerte de Cristo en la cruz.

De allí que Cristo insista en la necesidad de disponer el corazón para la aceptación de esta propuesta de amor eterno de parte de Dios a los hombres. En eso consiste la necesidad de estar siempre vigilantes, como las vírgenes prudentes de la parábola, que con un corazón bien preparado esperaban la llegada del novio. Lo que las mueve es la convicción de que no están esperando ya más nada, sino solo la manifestación final de Aquel que con su entrega en la cruz confesó el amor de Dios que llega hasta la demostración más fehaciente posible. "Nadie tiene amor más grande que aquel que entrega la vida por sus amigos". Es lo que hizo Jesús y lo que nos reveló ya definitivamente el inmenso amor que Dios nos tiene. Ya no hay necesidad de otras demostraciones. Ya no hay que esperar más portentos ni más argumentos convincentes. Nuestro corazón tiene la demostración más clara, la que lo convence definitivamente de ese amor inmutable. Pretender esperar otra cosa sería comportarse como las vírgenes necias que no fueron capaces de mantener sus lámparas encendidas: "Llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: Señor, señor, ábrenos. Pero él respondió: 'En verdad les digo que no las conozco'". Aquella esperanza que no paraliza, sino que lanza a la acción, motivó a las vírgenes prudentes a esperar activamente la llegada del esposo. Ese esposo es Jesús que ya ha demostrado su deseo de esposar a cada cristiano, haciéndolos entrar al banquete celestial con tal de que tengan las lámparas encendidas. Esas son las lámparas que han sido encendidas en la convicción firme de la presencia de Dios en cada segundo de la vida, no simplemente como una entelequia o una idea racional, o como una fábrica de portentos, sino como Aquel que se hizo presente desde lo más sencillo de la vida de cualquier hombre, demostrando su divinidad no en la manifestación maravillosa de poder o en la fuerza de los argumentos racionales irrefutables, sino en lo más sorprendente y absurdo, que fue su fuerza totalmente vencida en la cruz y en la imagen del hombre que pende inerte muerto por la fuerza asesina de sus enemigos, pero que en realidad, paradójicamente, fue la manifestación más gloriosa de su poder por cuanto descubría el amor infinito y eterno que confesó con esa muerte por cada hombre de la historia, a los que venía a rescatar y a los que arrebató de las manos ensangrentadas del demonio, de la muerte y del mal. Nuestra lámpara encendida es nuestro corazón convencido del amor de Dios que responde con ese mismo amor a Él y a los hermanos, a la espera de esa venida gloriosa, después de la cual nos dejará entrar a todos a gozar del banquete de bodas final y del amor y la felicidad que nunca se acaban.

3 comentarios:

  1. El evangelio de hoy nos ayuda a focalizarnos en el aquí y el ahora, estemos atentos😉

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  2. Bellas demostraciones de su amor infinito por todos nosotros!!!

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  3. Bellas demostraciones de su amor infinito por todos nosotros!!!

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