domingo, 1 de junio de 2014

Vamos al cielo con Jesús

¿Quién es ese misterioso personaje "Teófilo" al que Lucas dirige tanto su Evangelio como su segundo libro, los Hechos de los Apóstoles? ¿Será acaso un cristiano convertido del helenismo y que requería información para conocer mejor a Jesús a través de los que Lucas fuera investigando, según su acucioso carácter científico -Lucas era médico-? Según los entendidos, Teófilo no es un personaje concreto, una persona particular, sino un nombre genérico que da Lucas a todo el que vaya a leer sus escritos. Teófilo es un nombre griego que significa "El que ama a Dios", con lo cual se estaría identificando a todo hombre o mujer griegos, convertidos del paganismo, y que quisieran informarse bien de la figura de Jesús, el Redentor. Por eso, podemos ser cualquiera de nosotros, que queremos conocer de Dios, de su amor, de su salvación. A todos nosotros que amamos a Dios y que queremos amarlo aún más, al conocerlo mejor. "No se puede amar lo que no se conoce...", por lo tanto, a mayor conocimiento, mayor amor... Por eso Lucas tiene como preocupación principal atraer al amor de Dios a todos los hombres que fuera posible, y presenta una figura de ese Dios amor, misericordia infinita, perdón y redención...

Su segundo libro lo inicia presentando el acontecimiento glorioso que se verifica cuarenta días después de la Resurrección de Cristo: El de la Ascensión a los cielos, a la derecha del Padre, con la cual recupera la gloria que había dejado entre paréntesis durante los años que estuvo entre nosotros. La Ascensión, como retorno al Padre, es el cumplimiento de la justicia de la que habla Jesús en el Evangelio de Juan -"Vuelvo al Padre"-, con lo cual está en el sitio que le corresponde por siempre y del cual ya no saldrá nunca más... El retorno de Jesús a la gloria del Padre se da sólo luego de que ha cumplido perfectamente la obra que le ha encomendado: "Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé", dice Isaías... Jesús había descendido del cielo y había cumplido fielmente su obra de rescate de la humanidad. Por eso puede volver al Padre con toda propiedad. Es la confirmación de que todo el designio de Dios se había cumplido a la perfección: "Tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo único...", "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad"...

En Jesús, al ascender a los cielos, se descubre completamente la fidelidad del siervo que ha sido enviado a cumplir la tarea. Él puede decir lo que dicen los siervos al regresar a su señor: "Siervos inútiles somos. No hemos hecho más que lo que teníamos que hacer"... Él es el siervo perfecto, el que no opone absolutamente nada a la voluntad del Señor. Por eso, el Padre le dice: "Eres un siervo bueno y fiel. Entra a gozar de la dicha de tu Señor". Es la recuperación total de la dignidad y la gloria que gozaba Jesús antes de la Encarnación. No es ganancia, sino restitución por la obra cumplida. Con una diferencia: Ahora el Verbo ha entrado a esa gloria con un cuerpo glorioso, lo cual es infinita ganancia para nuestra naturaleza. La recuperación de la gloria de Jesús es la vivencia de la gloria que no tenía antes la naturaleza humana. Por eso, Jesús se convierte en precursor de la humanidad también en esto. Al entrar nuestra naturaleza en la gloria de nuestro Padre Dios y estar ahora y para toda la eternidad a la derecha del Padre, todos los hombres tenemos asegurada nuestra presencia en ese sitio celestial y privilegiado. Jesús nos abre las puertas ya no sólo con su perdón y su redención, sino con su camino recorrido. Ese mismo itinerario lo recorreremos nosotros cuando nos toque gozar de la dicha del Padre. La Iglesia entera, cada uno de nosotros, estaremos en la situación de dicha y de gloria en la que ahora está Jesús con su cuerpo glorioso.

Es el fin del recorrido. Jesús nos dice con su Ascensión cuál será nuestro final. Lo contemplamos extasiados pues esa eternidad feliz nos atrae inmensamente. No estamos destinados a finalizar en una realidad pasajera que termina, sino en una realidad de gloria y de dicha sin igual que jamás acabará. Pero contemplar ese misterio no nos debe sacar de nuestra realidad cotidiana... Así como los ángeles les dijeron a los apóstoles cuando veían ascender a Jesús: "Galileos, ¿qué hacen ahí plantados mirando al cielo?", lo mismo nos lo dicen a nosotros cuando nos ven embelesados contemplando el misterio. Hay que recordar que tenemos una tarea que nos ha encomendado el mismo Jesús antes de su Ascensión: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo"... hay que dar testimonio ante el mundo de todo lo que hemos vivido, de lo que vivimos y de lo que viviremos. Tenemos que ser anunciadores de la gloria que está reservada para todos, pero también de todo lo que hay que hacer en el mundo para merecerla...

Tenemos que ser testigos del amor de Dios en nuestras vidas. Sólo entraremos en la gloria celestial si, como Jesús, que la ha recuperado sólo después de haber cumplido a la perfección con su encomienda, cumplimos nosotros con la tarea que nos ha encomendado el mismo Cristo. Nuestra ascensión se dará si hacemos ascender con nosotros toda nuestra realidad, si hacemos vivir en el mundo el amor al Padre y a su Hijo Jesús, si hacemos que nuestros hermanos vivan la fraternidad como gesto sublime de la realidad que se vivirá en la eternidad, cuando el mundo todo sea un paraíso de amor, de paz y de justicia, de verdad y de vida, de santidad y de gracia... Sólo así tendremos derecho a contemplar el misterio del Jesús que asciende a los cielos. Mirar hacia ese misterio con gozo y alegría, añorándolo, pero con los pies bien puestos sobre la tierra, sobre nuestra realidad, tranformándola en el mundo que Dios quiere...

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