domingo, 15 de junio de 2014

Dios se presenta como es: Padre, Hijo y Espíritu Santo

Jesús nos revela la intimidad más profunda de lo que es Dios. Nos da su cédula de identidad al enviarnos a "anunciar el Evangelio a toda la creación, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". En su tiempo terreno, Jesús siempre nos habló misteriosamente de esta realidad trinitaria de Dios. Hace diferenciaciones claras sobre la Persona del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo, colocándolas a cada una en un ámbito propio y específico. El Padre es quien lo ha enviado, el Hijo es quien ha aceptado la misión encomendada y el Espíritu es el enviado por ambos para sostener a la Iglesia y a cada uno de los discípulos en la Verdad y en el ánimo de dar testimonio de la salvación.  Más aún, al menos en dos ocasiones el Evangelio nos describe a este Dios Trinitario que se hace presente y se deja percibir como tal. En el Bautismo de Jesús en el Jordán, se escucha la voz del Padre y se ve al Espíritu Santo en forma de paloma descender sobre Cristo. Y en la Transfiguración del Señor aparece prácticamente la misma imagen...No es extraña, por lo tanto, esta revelación en la obra de Cristo. Pero sí es extraordinaria, por lo absolutamente nueva. Si alguna revelación nueva nos trajo Jesús, fue la de la intimidad de Dios. Ciertamente, hay atisbos de ella en el Antiguo Testamento, pero no hay claridad, pues se presta a percibirlo todo como una sola realidad. El Espíritu de Dios revoloteaba sobre todo lo creado. La voz de Dios es potente, tanto, como para hacer que cada Palabra pronunciada por Dios sea capaz de hacer existir lo que no existe... En la revelación que hace Dios desde el principio de sí mismo, ya hay esbozada un cierta teología trinitaria.

Evidentemente, esta revelación aún estaba tan en ciernes que era imposible llegar a una conclusión clara sobre esa intimidad más profunda de Dios. Los judíos creían en un Dios único, absolutamente único, sin más complicaciones. Su monoteísmo era radical, sin rebuscamientos ni esquinas ni sombras. Creían, y siguen creyendo, en un único Dios, y no hay espacio para otras ideas distintas. Hablarles, por lo tanto, de "Personas" en Dios, no tiene sentido. Si es un Dios, es uno solo y punto. Eso de Personas distintas en un único Dios no tiene cabida... Y sin embargo, por no aceptar esta realidad, no avanzaron en la comprensión y en la asunción de la Nueva Alianza que vino a establecer la Segunda Persona de la Santísima Trinidad... Llegar a esta conclusión no es fácil, por lo incomprensible. No se llega a ella por razonamientos esquemáticos, sistemáticos o lógicos. No se puede llegar a ella sin fe, sin la vivencia del amor de Dios y sin la confianza que se tiene en quien nos ama y se revela como es y como quiere que lo asumamos. Los santos padres de la Iglesia, teólogos lejanos a la sospecha, al positivismo, al agnosticismo y al racionalismo, simplemente concluyeron lo más sencillo, lo más pertinente: "Dios se revela como es"... Si Dios se revela como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo, es porque es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo. Sin más...

Ante esto, los creyentes tenemos dos vías: asumir o no asumir. Con el derecho absoluto que nos ha dado Dios a comprenderlo, pues nos ha enriquecido con la inteligencia y con la voluntad, con lo cual San Pablo ha concluido: "Desde la creación del mundo, todo lo escondido de Dios, su infinito poder y su divinidad, ha quedado revelado por medio de las cosas creadas", podemos profundizar cada vez más en su conocimiento. Pero ademas de este derecho, tenemos el deber de reconocer que ese conocimiento que podemos tener de Dios es necesariamente limitado, pues Dios sigue siendo una realidad infinita a la que estaríamos intentando meter en una contenedor que no lo es... Avanzando en el conocimiento y la comprensión de Dios, debemos avanzar también en la fe en Él y aceptar, aun cuando no lo podamos comprender o explicar totalmente, lo que hay de misterioso y escondido en su ser más íntimo. La comprensión total se dará sólo cuando ya estemos frente a frente con Él, sin mediaciones que nos pueden entorpecer. Seremos infinitos como Él y podremos estar a su altura para poder asumirlo total y racionalmente...

Podemos negarnos a aceptarlo. Si llegáramos a razonar como los positivistas, tendremos que concluir que no existe, pues no se puede comprobar científicamente su existencia. Si lo hacemos como los agnósticos, nos quedaremos perplejos ante su existencia, pues no se puede creer en algo que no se puede demostrar ni en su existencia ni en su no existencia... Y nos perderemos la vivencia más hermosa que podemos tener los hombres, que es el abandono en el amor, la compensación más radical que podemos tener cualquier criatura humana, que es dejarse amar y cobijar en la fe, aun cuando no se perciba totalmente lo razonable de aquello de lo que se cree...  Es la vivencia plena de lo que nos dice el mismo Jesús sobre la motivación última del Padre: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna". Es el amor la clave para la comprensión plena de Dios y de su intimidad. No se trata de que lo comprendamos completamente, aun cuando tengamos derecho a intentarlo. Se trata de que la revelación de Dios más importante es la de su amor por nosotros. El hijo no se siente feliz porque conoce la cédula de identidad de su padre, de su madre, de sus hermanos. Se siente feliz porque sabe que su padre, su madre y sus hermanos, lo aman profundamente y darían su vida por él. Sabe de su existencia no porque nadie se lo haya explicado o porque sepa perfectamente cómo ha sido el funcionamiento de la existencia de ellos, sino porque en esa existencia, de la cual está seguro, ha sentido que lo aman y que viven para él... Así debe ser la vida del creyente y la vivencia de sus convicciones. Sabemos que Dios existe como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo, porque nos ama como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo. Y esto no necesita explicación. Requiere sólo de la convicción que da la vivencia de ese amor. Sé que el Padre existe porque me ha amado como Padre. Sé que el Hijo existe porque me ha amado como hermano. Sé que el Espíritu Santo existe porque me ama como Espíritu Santo y me ha inundado de su amor para que lo pueda vivir a diario en cada momento de mi existencia. Y para que, viviéndolo, pueda yo ser instrumento de ese amor en el mundo para todos mis hermanos....

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