lunes, 9 de junio de 2014

El sufrimiento no es absurdo

De nuevo, el absurdo. En los criterios del mundo, en el que todo se mueve por la comodidad, por los placeres, por el hedonismo, cuando se habla de esfuerzos, de sacrificios, de luchas, se prefiere tapar los oídos. No cuadra nada que si hemos sido puestos en el mundo, según nos dice la Escritura, para ser felices, lo que se nos vaticina es dolor, persecución, sufrimiento...  ¿Cómo decir a quien está en el trance del dolor y del sufrimiento, por alguna razón injusta que lo ha arrodillado, que se lo ha llevado por delante, que lo ha hecho sucumbir como humano, que se mantenga feliz, si en su vida sólo hay oscuridad? ¿Con qué derecho puedo yo acercarme a alguien que está en medio de los más atroces sufrimientos por la enfermedad, por la muerte injusta de algún ser querido, porque le han robado lo que le ha costado todo su esfuerzo humano honestamente en su trabajo cotidiano, porque sufre el dolor de un hijo o de sus padres, que viva feliz? La verdad es que se plantea aquí una paradoja. Ser feliz sufriendo. Reír llorando. Gozar en la caída. Disfrutar en el dolor... De manera "natural" esto se da sólo en los que no son normales, en los masoquistas, que son los que gozan en medio de los dolores, para quienes es el sufrimiento la raíz de su alegría... Pero, al fin y al cabo, esto es una tara psicológica... Ni más ni menos...

Sin embargo, aun siendo casi imposible comprender esta paradoja que nos plantea la Palabra de Dios, debemos saber que Dios no nos puede engañar. Si, por un lado, es una realidad irrefutable que la vida nos ofrece sufrimientos reales por los que seguramente todos pasaremos, en medio de los cuales nos sentiremos devastados, en ocasiones incluso sin fuerzas para resistir más, por el otro, es también una realidad irrefutable que Dios es un Dios que nos ama infinitamente, un Dios veraz que no quiere nunca el dolor para nosotros, que nos pide que incluso en medio del dolor sintamos su consuelo y su alivio... ¿Cómo conjugar las dos cosas? Porque deben ser conjugables, para que sean verdad juntas. ¿Por qué Dios nos dice que estemos felices en medio de las persecuciones y de los sufrimientos? ¿Cuál es el camino que Él propone para que esto se dé, pues debe darse, ya que Él no nos puede engañar? Al parecer, no es un camino sencillo. Y al no ser sencillo, es necesario colocarse en la lógica divina para poder comprenderlo. Esta lógica es superior a la nuestra. Al ser de Él es mejor que la nuestra, pues todo lo que viene de Dios es infinitamente mejor que lo humano...

Es necesario, entonces, que elevemos un peldaño nuestra consideración. Ciertamente en lo humano lo que queremos es que se terminen los sufrimientos, que pasen los dolores, que se acaben las injusticias, que finalicen las deshonestidades que nos hacen tanto daño, para poder ser felices. En nuestro criterio, la única manera y el único camino en el que puede haber felicidad y gozo es el que se recorre sin los obstáculos que lo impiden, que no haya dolor, que no haya sufrimiento, que no haya injusticias... Sólo así podremos ser plenamente felices... Pero, la verdad es que Dios no nos promete jamás esto. Nunca, en toda la Sagrada Escritura, se le dice al hombre que en su cotidianidad las cosas malas dejarán de suceder. Dios no nos engaña. Y más bien es brutalmente sincero cuando nos habla de nuestra cotidianidad. La felicidad plena, idílica, sin fisuras, es prometida sólo para la eternidad feliz en el amor junto al Padre. Para el hombre, "la vida es milicia", dice Job, refiriéndose a lo que vivirá el hombre diariamente. Una de las realidades más firmes que debe tener el hombre en cuenta es que los momentos malos, los sufrimientos, los dolores, las injusticias, estarán siempre presentes, al menos como posibilidades. No se trata de que la vida vaya a ser un continuo sufrir. Tampoco es verdad esto. Pero sí es verdad que la desaparición total del dolor no es una meta en la vida diaria...

Por eso, ese peldaño hacia la lógica de Dios debe ser considerado en una dimensión diversa a la humana. No es la compensación "material", cotidiana, solamente humana, la que se debe añorar. Es la compensación en el amor, en la recompensa, en el sentido que se le da a todo lo que viene de dolor a la vida, lo que dará una visión diferente. Es una compensación espiritual, que surge del corazón amoroso de Dios, en el cual se debe estar firmemente fundado. Para el que no vive en esta solidez, su vida es realmente un via crucis diario. Para el que tiene su esperanza firme en el Señor y en sus promesas, para quien está fundado en una añoranza del futuro pleno en el que se dará la verdadera y plena felicidad, todo lo que puede vivir en esta vida tiene sentido... Serán vivencias de redención en las que se unirán firmemente al Jesús de la Cruz lo que dará la posibilidad de "completar en mi cuerpo lo que le ha faltado a la pasión de Cristo por su Iglesia", que es la colaboración de los otros miembros de su cuerpo, cada uno de los cristianos. Y se podrá alcanzar la redención, por unirse a Jesús, para sí mismo, para los familiares, para los seres queridos... Con esto, se le estará dando un sentido al sufrimiento que sin esto puede quedar en el absurdo. La compensación es saber que todo el dolor tendrá un sentido, que tendrá una ganancia, que no caerá en el vació, que producirá sus frutos. Es la espera ya no de su desaparición sino de su inversión. No es pérdida. Al contrario, es la mayor ganancia que podemos obtener.. No se dejará de sufrir, pero se estará en el gozo de que aquella vivencia será transformada en oro puro para la eternidad propia y la de los seres queridos...

Y a esto se añade la seguridad de la presencia de Jesús en medio de todo esto que nos ha prometido su apoyo y su alivio: "Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré". Saber que las manos de Jesús estarán acariciando a quien estará sufriendo, que sus brazos robustos servirán de apoyo a quien se está debilitando en el sufrimiento, que su amor busca compensar las injusticias y las decepciones que se puedan vivir..., es altamente compensador. Elías recibió del cielo, de los cuervos enviados por Dios, la compensación a su abandono y su obediencia plena... No es compensación simplemente horizontal, humana, pasajera. Es compensación divina, espiritual, definitiva, vertical, que nos pone en el camino de la felicidad plena junto al Padre, en su amor en el cielo...

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