jueves, 19 de junio de 2014

¡Qué bello es tener un Padre!

Jesús nos revela lo más entrañable de Dios. Nos lo describe como lo que es en su papel más determinante. Dios es Padre (y Madre) y Dios es Amor. No hay figura más entrañable para el hombre que la de aquellos que le han dado el ser, los que lo han criado y cuidado, los que lo protegen y procuran para él todos los bienes posibles, los mejores y en la mayor cantidad posible... Para el hombre, sobre todo en sus primeros años de vida, la vida es la de los padres. Sin ellos sería imposible la subsistencia. Y, alcanzada una edad superior, sin haber contado con aquellas manos protectoras providentes de los inicios, sería imposible haber llegado. Se sostienen también en el afecto, en la cercanía, en la escucha de su palabra, de sus consejos, de su sabiduría... Cuando Jesús nos invita a llamar a Dios Padre, no está simplemente poniéndole un nombre a Dios, sino que nos está descubriendo su lado más cercano y esencial para la humanidad...

En este sentido, el Padre se convierte para los hombres en la referencia más importante. Aun en la inconsciencia de vivir lejos de Él, no deja de realizar las obras paternas que cumple a la perfección. Dios sigue amando como Padre, sigue proveyendo como Padre, sigue protegiendo como Padre, sigue aconsejando como Padre, sigue inspirando como Padre, sigue animando como Padre, sigue dando como Padre la fortaleza que se necesita para avanzar... Quien lo hace consciente lo vive con la mayor intensidad. Y quien no, de todas maneras lo tiene asegurado, porque el Padre ama a todos por igual y a ninguno deja de dar sus riquezas...

La cuestión está, entonces, en vivir este tesoro que tenemos con la máxima intensidad posible, para estar en la plenitud, en la felicidad mayor, en la respuesta de amor que nos llena en primer lugar a nosotros mismos, más que al mismo Dios. Nuestra plenitud está en responder a Dios positivamente. No se le aumenta nada a Dios con eso. Somos nosotros los enriquecidos, pues ya Él es infinito en todo. Vivirlo en plenitud nos favorece a nosotros, pues es el regalo de amor que siempre ofrece Dios y que está siempre a nuestra disposición, pues está siempre amándonos...

Por eso, nos conviene a nosotros amar a Dios como Padre. Se trata de reconocer, en primer lugar, que ese amor es absolutamente gratuito. Que existimos por un designio puro de amor, en el que no hay de ninguna manera una razón de necesidad. No es necesario que el hombre exista. Dios no necesita de nosotros. Sólo existimos por un decreto de amor puro y sin lógica. La existencia del hombre y de todo lo creado, siendo una prueba del poder infinito que Dios posee naturalmente, no es en absoluto necesaria, pues Dios no tiene que probar su poder delante de nadie, pues Él es el superior por antonomasia. Lo que debemos hacer es reconocerlo. Y con ello, no le damos nada de lo que Él ya posee... Por ello, la única explicación posible a nuestra existencia es la del amor. Dios nos ama y por ello nos crea... Y ese amor lo hace anidar en nuestros corazones. Dejarse llevar por esa convicción produce en el hombre la respuesta lógica del amor. Si no existes sino por un designio de amor, en el cual no hay ninguna necesidad, debes responder con amor agradecido a quien te ha dado la existencia... Llamar a Dios Padre (y Madre) es reconocer su amor y responder con amor con todo lo que esa palabra -Padre y Madre- implica para cada hombre...

Además, nos conviene escuchar al Padre. Él es la sabiduría infinita. Más aún, es la fuente de cualquier otra sabiduría. Sin Dios no existe ni inteligencia ni voluntad. Lo que poseemos en este orden es también gratuidad de su amor de donación. Sólo en la escucha atenta a sus inspiraciones, tendremos la posibilidad de estar en lo correcto. Jamás nosotros sabremos más de lo que sabe Dios. Y aunque nos parezca absurdo e infantil escuchar siempre su Palabra y atenderla para hacerla nuestra, es allí donde está la seguridad de nuestro camino sólido y firme... Sin la Palabra de Dios no tenemos las indicaciones necesarias para avanzar firmes...

Nos conviene obedecer al Padre. Aun cuando en ocasiones no entendamos lo que nos pide e incluso nos parezca absurdo o imposible, su sabiduría eterna y su "experiencia" de existencia eterna nos aseguran que jamás lo que pida será absurdo o malo para nosotros. No hay como una buena voz de la experiencia para estar seguros de que lo que dicen es lo mejor y de que lo que piden es el camino correcto... Además el amor suficientemente demostrado nos asegura de que lo que Dios nos pide nunca podrá ser contraproducente para el hombre. Quien nos ama infinitamente no podrá jamás lanzarnos al precipicio. Al contrario, sus indicaciones son la manera más segura de alejarnos de él, aunque a veces nos parezca lo contrario. La lógica de Dios es superior a la nuestra. Y eso debemos aceptarlo dócilmente...

A Dios se le añora como a los padres. Quienes tenemos ya a nuestros padres en el cielo, añoramos siempre tener aunque sea un segundo nuevo a su lado, para dejarnos amar con las caricias, los besos y los abrazos que nos daban en vida. ¡Cuántas añoranzas de sus afectos tenemos los que ya no los tenemos a nuestro lado! Nos queda vivir la alegría del recuerdo del beso sonoro, del abrazo apretado, de la palabra sabia, del regaño merecido, de la mano tendida con amor... Es la añoranza que queremos ver repetida y cumplida de nuevo en la eternidad feliz del cielo... Lo mismo debe suceder con nuestro Dios de amor... Añorar a ese Dios que es puro amor, en el que obtendremos la mayor de la compensaciones que jamás podremos recibir...

Dios Padre es la suma de las riquezas de los hombres. Sin Él no tendremos jamas la plenitud. Con Él estaremos en la situación más sólida y firme que podemos. No debemos nunca despreciar el llamarlo Padre (y Madre), pues en ese nombre está la suma de los tesoros que podemos recibir los hombres. Nada hay más grande que esto y nada habrá mayor como regalo amoroso de Dios para nosotros...

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