lunes, 30 de junio de 2014

Cristo es el único absoluto

Hay un signo que marca el seguimiento de Jesús: la radicalidad. Es algo que Él pide para el que quiera ser su verdadero discípulo. Más aún, quien no asuma la radicalidad como su estilo de vida en el seguimiento de Cristo, es considerado por Él como indigno se seguirle. Así mismo lo dice: "Quien no lo deja todo para seguirme, no es digno de mí". Si hay algo que a Jesús le molesta es la actitud de los "medias tintas", aquellos que se guardan siempre algo, que dejan en su ser algún espacio para "sus cosas", que no terminan de rendirse a Él y dejan siempre algún criterio o alguna conducta propios allí latentes, porque piensan que no se puede ser tan exigente...

Comprendamos esto bien. No se trata de que para poder ser discípulo real de Cristo haya que renunciar al propio ser. Todo lo contrario. Hay que reafirmarse cada vez más en sí mismo, poseerse cada vez con mayor conciencia, hacerse más dueño uno de sí mismo... Es la única manera de donarse con plena conciencia a algo que es superior. Donarse a lo que es más que uno, engrandece. Y en nuestro caso, Jesús es infinitamente más que yo. Por el contrario, donarse a algo que es más pequeño que uno, empequeñece. Es, realmente, esclavizarse. Ponerse en las manos de lo que es inferior es reducirse uno mismo en dignidad y en personalidad, en criterios y en conductas... Los hombres hemos sido creados para Dios, y el colocarnos en las manos de algo distinto a Él, por lo tanto, de una criatura suya -todo ha surgido de su mano creadora y todopoderosa-, es hacerse uno mismo el flaco favor de disminuirse... El camino para la dignificación personal es el de la plena posesión de sí mismo para donarse libremente al Dios Creador y Padre, que es quien da la plenitud... En ese donarse entra principalmente la actitud espiritual con la cual se asume la vida. Ella es para vivirla con la conciencia que es el momento de la siembra que se cosechará posteriormente en la vida futura. Que es una etapa en la que hacemos lo que debemos hacer para lograr la meta de la perfección, que se alcanzará en la etapa final de la vida. Y en esta vida, que es, en cierto modo, una primera etapa pasajera de la vida entera, plena e infinita, Dios coloca en nuestras manos los instrumentos que necesitamos para avanzar cada vez más sólidamente. Son eso, instrumentos, herramientas, medios, para avanzar en la perfección... No son fines ni objetivos últimos...

Cuando no comprendemos esto, caemos en la falta de la radicalidad que nos pide Jesús para seguirle. Hacemos de las herramientas que el mismo Dios pone en nuestras manos para seguir adelante en la perfección, como objetivos últimos, como metas, como logros finales. Hay quien cree que la vida se va en alcanzar y poseer bienes, en lograr prestigios, en acumular poder, en darse satisfacciones hedonísticas... Son las metas que se han propuesto. Lamentablemente, se han entregado a lo que es inferior, a la criatura, que incluso es menos que ellos, con lo cual sus vidas simplemente pierden el norte de la plenitud, contentándose -o frustrándose- no sólo en esta vida, sino en toda la vida que culmina en la eternidad...

Cuando Jesús pide radicalidad no está pidiendo que no hagamos uso racional y lógico de lo creado, que es riqueza que Dios mismo ha colocado en nuestras manos. Simplemente nos pide que vivamos la relatividad de esas realidades. Ayudan a nuestro caminar sólidamente hacia Él, pero ni son el camino, ni son la meta. No debemos confundirnos y quedarnos en el nivel de la criatura. Debemos elevar nuestra mirada hacia la meta real, la propuesta por Dios, que es Él mismo...

Por eso Jesús dice a quien le sigue: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza... Tú, sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos". El corazón del discípulo de Jesús se debe sentir arrebatado por Él, por su amor, por su voluntad, por sus criterios. Poner los bienes materiales, e incluso las relaciones personales y familiares, aun siendo lícitos y bellos, por encima de Él, nos hace indignos de seguirlo. No nos pide Jesús que los dejemos a un lado, sino que los pongamos en su lugar. Que no les sirvamos como si fueran nuestra meta final o nuestro objetivo último, sino que los vivamos en la relatividad que les corresponde...

Jesús no nos pide que dejemos de ser humanos. Los hombres necesitamos de las cosas que Dios mismo ha puesto en nuestras manos para nuestro progreso, para nuestro sustento. Necesitamos de las relaciones personales para recibir de ellos afectos e ideas enriquecedoras. Pero todo ello es instrumento, es apoyo, es herramienta, para poder ir cada vez más adelante en el camino de la perfección y para llegar a la meta de la plenitud...

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