lunes, 2 de junio de 2014

Que el Espíritu Santo no sea "el Gran Desconocido"

El Espíritu Santo es "el Gran Desconocido". Lo es o porque no lo conocemos o porque no lo damos a conocer. En general, la corriente de renovación que ha sucedido en los últimos tiempos de la Iglesia, emprendida desde el Concilio Vaticano II, logró que la tercera Persona de la Santísima Trinidad fuera saliendo de la oscuridad y fuera más conocida por todos. Sin duda, factor importante de este conocimiento ha sido la corriente pentecostal católica o carismática que se ha dado a través de la Renovación Carismática en la Iglesia en los últimos cincuenta años. Nacida en las entrañas de un grupo de cursillistas de cristiandad que se dedicaron a invocar al Espíritu Santo y a sentir su corriente vivificadora, pasó fácilmente a la iglesia protestante evangélica y allí se extendió muy rápidamente. Mientras tanto, se siguió desarrollando fuertemente en la Iglesia Católica y se extendió inmensamente por todo el mundo... Los tiempos anteriores no fueron, en general, muy buenos para este conocimiento del Espíritu Santo. Y no es que haya sido descartado en la piedad de los cristianos, sino que las estrellas relucientes de la espiritualidad fueron el Padre y el Hijo... Sin duda, los cristianos no hemos sido muy agradecidos con quien ha sido enviado por el Padre y el Hijo para ser el alma de la Iglesia y para asegurarnos la vivencia del amor, pues Él es la Persona del Amor.

La historia misma nos lo confirma. Ni siquiera le hemos puesto un nombre. Si al caso vamos, siendo incluso lo más radicales y básicos posible, la manera de llamarlo no es ni siquiera un nombre. Lo llamamos Espíritu Santo. ¿Es que acaso el Padre y el Hijo no son también Espíritus y también Santos? Ni siquiera se nos ha ocurrido en tantísimos años de revelación, colocarle un nombre propio. Es cierto que hemos asumido que su nombre es Espíritu Santo, pero no es menos cierto que a las dos primeras Personas sí le hemos colocado nombre, preocupados por tener una forma de comunicarnos con Ellos: Padre e Hijo... Por otro lado, basados en sus apariciones bíblicas, y en las imágenes en las que se presenta a los hombres, el Espíritu Santo es una paloma... El Padre y el Hijo tienen formas humanas. Incluso, se podría decir que en Jesús esa forma humana es la real desde su encarnación, pero asumimos que esa forma humana es anterior a ella... Mientras, el Espíritu Santo es representado por un animalito. Muy bello y muy tierno, pero animalito al fin... Una vez me quedé sorprendido ante un cuadro en una Iglesia de Murcia donde se representaba a la Santísima Trinidad. Eran tres hombres, pintados celestialmente, pero exactamente iguales. Nunca antes había visto una representación de la Santísima Trinidad así. Y pensando, concluí que esa era la representación que hacía más justicia al Espíritu Santo. Nosotros afirmamos en el Credo que las tres divinas Personas son exactamente iguales. Que son el mismo Dios. Por lo tanto, representarlos idénticos no es descabellado. La imaginería cristiana en eso tuvo un acierto...

Pienso, y constato que la situación en la que se encontró el Apóstol Pablo en Éfeso no ha variado mucho... "Allí encontró unos discípulos y les preguntó: '¿Recibieron el Espíritu Santo al aceptar la fe?'" Era la pregunta normal del evangelizador que sabía que el Espíritu Santo era el protagonista de la vida de la Iglesia y que debía ser recibido por todo el que quisiera mantener un itinerario de fidelidad en el camino de la fe. La respuesta que recibió de los discípulos fue sorprendente: "Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo". Para ellos era como si ni siquiera existiera... "Un Espíritu Santo", dicen. Aquellos discípulos no tenían ni idea de lo que se les estaba hablando. Hoy, los hombres seguramente sí hemos oído hablar de Él, pero no sabemos nada de Él. Es casi como un personaje oculto, que al ser espíritu sigue en las tinieblas y lo mantenemos allí...

Doy infinitas gracias a Dios por la Renovación Carismática que nos ha hecho renovar la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia. Ha hecho que el Espíritu Santo no sea para los cristianos "el Dulce Preso del alma", sino "El Dulce Huésped del alma", pues se ha tomado más conciencia de su acción fundamental en la vida de los cristianos para renovarlos en el amor, para llevarlos a la Verdad, para darles la fortaleza y la valentía que necesitan para dar el testimonio que el mundo requiere... Sin el Espíritu Santo no hubiera Iglesia, no hubiera evangelización, no hubiera carismas, no hubiera misioneros... Sin el Espíritu Santo no hubiera amor en el mundo. Lo ha dicho Pablo a los romanos: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado"... Porque está el Espíritu en el mundo podemos amar, podemos ser solidarios con los más necesitados, se pueden amar los esposos, los padres aman a sus hijos y los hijos a sus padres...

Porque está el Espíritu en el mundo, podemos superar la situación que nos augura Jesús en el futuro a los cristianos: "Está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que ustedes se dispersen cada cual por su lado y a mí me dejen solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Les he hablado de esto, para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán luchas; pero tengan valor: yo he vencido al mundo"... Eso lo hace posible el Espíritu Santo que habita en nosotros y que anima a la Iglesia a seguir adelante. No hay nada que temer pues Jesús no nos dejó solos, sino que nos envió a su Espíritu para que fuera nuestro compañero de camino, nuestro santificador, el amigo que va con nosotros y que lo hará durante toda la historia...

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