viernes, 27 de junio de 2014

Un Corazón que muere y vive de amor

La esencia de Dios es el amor. Es lo que define más propiamente, pues fuera del amor Dios no sería nada. Así como su propia existencia se explica única y exclusivamente por el amor, así se explica todo lo que existe, pues ha surgido de su mano... Si su esencia es el amor, todos sus criterios y todas sus acciones surgen de lo esencial de su amor. Nada, por lo tanto, de lo que existe, se explicaría si no se busca su base en el amor de Dios... Antes de la existencia de todas las cosas creadas, ese amor era suficiente en sí mismo para Él. Dios se amaba a sí mismo infinitamente. Y en ese amor fue eternamente feliz. Y lo sigue siendo... Al ser el amor una afecto relacional, sabemos que Dios se satisfacía a sí mismo en las Tres Divinas Personas. El Padre ama eternamente al Hijo y al Espíritu Santo. El Hijo ama eternamente al Padre y al Espíritu Santo. Y el Espíritu Santo ama eternamente al Padre y al Hijo. Y es un amor tan concreto que en la Tercera Persona de la Trinidad, ese amor se hace Persona concreta. El Espíritu Santo es la Persona del amor de Dios... No pensemos que este amor de Dios en su intimidad más profunda sea una amor enfermizo, narcisista. No lo es... Es un amor que los hace relacionarse perfectamemte, pues son tres Personas distintas, cada una con su autonomía, aunque estén eternamente de acuerdo y nunca se opongan entre ellas... El amor lo asegura. Se aman tan infinitamente que jamás entre Ellas se daría un desencuentro. El amor lo hace posible...

Ese amor de Dios que siempre fue infinito y eterno en su intimidad divina, tuvo su explosión en la creación. Es como si Dios no lo hubiera podido contener, y explotó en la existencia de todo lo creado. Dios amó a todos los seres que surgieron de sus manos. Al ser criaturas suyas no podía tener otra relación con ellas sino la del amor... Dios ama al sol, a la luna, a las estrellas, a los mares, a las montañas, a los árboles, a los animales. Son igualmente sus criaturas. El sólo hecho de que sigan existiendo nos habla de su providencia infinita que establece que así sea... Pero surge también de sus manos quien es la criatura que está por encima de todo, al que muestra su predilección, al que ama preferencialmente. Es el hombre. La creación del hombre representa para ese Dios que es amor, la apoteosis del amor. Habiéndose esmerado en todo lo existente, su esmero alcanzó su punto culminante en la creación del hombre. Es el creado "a su imagen y semejanza", es decir, con una realidad espiritual semejante a la suya, con una inteligencia y una voluntad que lo hacían tener la posibilidad de pensar y comportarse como lo hace Él, con la consecuencia del uso de esa inteligencia y esa voluntad que era la libertad con la cual podía hacer opciones y elegir soberanamente como Él lo hace... Y con la capacidad que está por encima de todas, pues lo hace, llegando al exabrupto que representa esta afirmación, idéntico a Él... "Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él", dice San Juan, en la compresión profunda de la esencia de Dios y de la imagen y semejanza de Dios en el hombre... El amor que hay en el hombre lo hace entrar en perfecta relación con Dios. Dios no se puede relacionar personalmente con nada de lo otro que existe, pues nada de eso tiene la capacidad del amor, que es exclusiva del hombre. Pero con el hombre sí puede, pues Él mismo  se aseguró de que existiera esa posibilidad...

Por eso, el hombre tendrá siempre la marca del amor en su vida. No amar es ir contra su naturaleza, es asesinarla, es atentar contra ella. Si Dios es amor, y el hombre ha sido creado siendo su imagen y semejanza, el hombre es amor. Es una regla de tres. No amar es desaparecer, es trágico, es mortal... Y Jesús llega al extremo de esa demostración del amor en su entrega definitiva en todos los órdenes. La Segunda Persona de la Santísima Trinidad nos hace tan claro el amor, que los hombres ya no podemos jamás ponerlo en duda... Ha dejado en suspenso su eterna gloria y su poder infinito, escondiéndose en un hombre que empezó siendo un embrión en el vientre de una virgen, vivió con nosotros en todos los órdenes de la vida, se hizo amigo del hombre. vivió la camaradería, se hizo solidario con el dolor, las alegrías y el sufrimiento de los hombres, realizó obras maravillosas para auxiliar a los necesitados... Y en el colmo ya de esa entrega, asumió lo que no era suyo, ni podía serlo jamás, que es el pecado de la humanidad y cargó con él para repararlo en vez de quienes debían hacerlo. Murió, matando así con Él el poder del demonio, del pecado, del mal, de la muerte. Dios se movió como es, con amor. "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo..." "Me amó a mí y se entregó a la muerte a sí mismo por mí..." "Como el Padre me amó, yo los he amado a ustedes...." No hay duda de ese amor de oblación...

Por eso hablamos del Sagrado Corazón de Jesús como la sede de los afectos y sentimientos suyos por nosotros. No hay lugar más entrañable del cuerpo humano que el corazón. Desde el corazón decimos que amamos, que sentimos, que estamos cercanos a los hermanos... Es el corazón el que define simbólicamente lo que sentimos. "Te amo con todo el corazón", decimos. Es lo que nos dice Jesús. Ese amor de entrega, que se hace patente en el corazón traspasado por la lanza del soldado y que extrae de él hasta la última gota de sangre, nos representa hasta dónde es capaz de llegar Jesús por nosotros. No guarda nada para sí. Hasta el corazón, lo más íntimo suyo, lo hace reventarse de amor... No hay ninguna duda. Dios nos ama. Y lo ha manifestado claramente en el corazón de Jesús que late por nosotros, que sangra por nosotros, que limpia nuestro pecado con el líquido bendito de su sangre derramada por amor...

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