viernes, 13 de junio de 2014

La violencia expulsa a Dios

Un señor con cara de pocos amigos entra en un ascensor repleto de gente, se abre paso a codazos y entre improperios. La gente que venía ensimismada en sus propios pensamientos, despierta del letargo en el que se encontraba y comienza a hacer reprobaciones contra el comportamiento del señor. Éste responde mandando a todos al peor sitio del mundo. Se inicia una discusión que casi termina a los golpes... Un señor, al abrirse la puerta del ascensor y percatarse de que viene lleno, esboza una sonrisa de lamentación, se queda parado en la puerta sin entrar y saluda amablemente a todos, dándoles los buenos días. La gente comienza a apiñarse para abrirle un espacio. Aun cuando tienen que apretarse más unos contra otros, logran un espacio pequeño en el que el señor a duras penas puede acomodarse. Todos están un poco más incómodos, pero de alguna manera se sienten satisfechos con lo que han hecho. Uno de ellos hace un chiste: "¡Vamos como sardinas en lata!". Todos sonríen la gracia y en ese clima llegan al destino... Se despiden con una sonrisa en los labios...

Un profesor comienza sus clases queriendo demostrar quién es el que manda. Empieza a decirles a sus alumnos sobre su fama de tirano. Hasta les revela el sobrenombre que le han puesto: "Puente Roto", porque nadie lo pasa... Los alumnos le convencen de que están atemorizados con su fama, pero en realidad lo que están es burlándose de su empeño en meterles el miedo en los huesos... Sus clases son las menos atendidas, sus alumnos los que menos estudian, los que sacan las más bajas notas. Su materia es la menos atractiva para todos, y por lo tanto en la que peor preparados salen... Un profesor llega a su salón a la primera clase. En su introducción dice que el que se inicia será un camino en el que todos van a avanzar juntos, en el que todos sentirán la ilusión de ir descubriendo el mundo que la materia les irá desvelando. Que todos se preocuparán unos de otros, pues el camino será más alegre si todos van al mismo ritmo. Hace que cada alumno se sienta protagonista en lo que va aprendiendo y que sienta los deseos de hacer participes a sus compañeros. La materia es la mejor de todas, en la que todos se sienten felices y con ganas de más...

Un papá recibe a su hijo que llega tardísimo a la casa, después de una noche de juerga. Los gritos que le da se oyen en toda la cuadra. Lo golpea, lo castiga con varias cosas, le promete que logrará que le haga caso a golpes, aunque lo vuelva a repetir una y otra vez. El hijo, herido más en su orgullo que en su cuerpo, se retira a su habitación planificando su próxima gamberrada... Un papá se levanta en la mañana y se acerca a su hijo que ha llegado tarde para conversar sobre lo que pasó la noche anterior. Le pregunta cómo le fue, le habla de los peligros de ir tan tarde por la calle, sobre todo en una época de tanta inseguridad. Le propone un futuro de responsabilidad, en el que buena parte de la marcha de la sociedad descansará sobre sus hombros, por lo cual debe ir ya asumiendo un rol de preparación, descartando lo que pueda ser lastre, sin dejar de divertirse como joven que es. Le habla de la necesidad de elegir bien las amistades, en cuanto lo enriquecen como hombre y no lo empobrecen y lo hacen menos hombre... Le da un escarmiento que lo eduque, no que lo humille o lo haga sentir una piltrafa humana...

Comos éstos, podrían ser citados miles de casos. El del sacerdote que se empeña en infundir miedo en los feligreses y el del que entiende que está al servicio de todos con humildad y sencillez. El del vecino que sólo está pendiente de ir descubriendo y de chismear con los defectos de los otros y el del que se ofrece como buena amistad para dar su apoyo en las cosas en las que están a su alcance. El del compañero de trabajo al que nadie se le acerca pues anda todo el tiempo de mal humor y tratando mal a sus compañeros, y el del que es buscado por todos para conversar, para consultar, para estar simplemente un rato con él...

La presencia de Dios no es sólo en la Iglesia o cuando estamos rezando. La presencia de Dios es en todo momento de nuestra vida. Nos equivocamos cuando reservamos nuestras buenas conductas sólo cuando estamos en una actividad religiosa. Así lo que hacemos es engañar a la gente, y hasta a Dios. Presentamos una faceta que no es la verdadera, sino el disfraz de "religioso" que nos toca ponernos en las actividades religiosas, pero que nos quitamos y nos desenfrenamos cuando ya no estamos en ellas... Si Dios está con nosotros siempre, debemos demostrarlo. Dios no es un "quita y pon" a placer. Quien lo tiene siempre en sí y vive en su presencia continuamente, no puede sino vivir en la serenidad que es contagiosa, que crea buen clima en todos, que hace que otros deseen vivir en la misma serenidad. Dios no está ni en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego: "Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego". Dios está en la brisa suave y fresca, en el aire sereno que produce paz y armonía: "Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva". Allí sí estaba Dios, y Elías salió a conversar con Él... Es en ese clima de sosiego y no en el de conflicto en el que está Dios, en el que lo hacemos presente y en el que hacemos que todos se acerquen a Él...

Tenemos mucho que aprender, para tener mucho que dar. Estamos ya cansados de tanta violencia, de tanta soberbia de los hombres, de tanta exclusión de los demás, de tanta pretensión de imponernos unos sobre otros... Eso no es signo de Dios. Él no está allí. Él está en lo que atrae, en lo que arrastra, en la buena convivencia, en la inclusión, en la justicia, en la paz, en la armonía. Nos toca a nosotros sembrarlo allí, haciendo que todas esas cosas sean verdaderas, para hacer que Él pase por la vida de todos los hermanos, como la brisa fresca y sosegada de Elías...

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