domingo, 1 de diciembre de 2013

Recordar y esperar... al Jesús que vino y que vendrá

Adviento es espera.. Por eso su signo es la esperanza. Preparamos nuestro corazón y nuestro espíritu para contemplar la Venida del Redentor... La que ya sucedió hace más de dos mil años y la que ha sido prometida al final de los tiempos... Es el recuerdo de la primera venida en la que contemplamos extasiados el misterio del Dios que se ha hecho hombre -¡que se ha hecho Niño!-, haciendo así verdaderas todas las promesas del Padre en el Antiguo Testamento. Con aquella primera venida se empieza a cumplir perfectamente lo que prometió Yahvé apenas el hombre había pecado: "Un descendiente de la mujer te pisará la cabeza". Es el Protoevangelio que inaugura, de alguna manera, la historia de rescate del hombre de las garras del demonio que lo había hecho suyo, mediante el pecado, convenciéndolo de ponerse de espaldas a Dios... No podía dejar Dios al hombre, su criatura predilecta, por la cual lo había creado todo, sumido en la penumbra, en la lejanía, en el abismo.. El amor no se lo permitía. Y por eso, todo el Antiguo Testamento no es más que la historia de los sucesivos intentos de Dios para rescatar al hombre, y para dar un paso adelante hacia la plenitud de los tiempos, que se dio cuando Él se hizo presente en la historia no como espectador, sino como actor y protagonista directo... Fue el amor de Dios el que lo hizo realidad.

El Adviento nos pone a cada uno como espectadores, de aquellos que había en el Antiguo Testamento, a la espera del cumplimiento de la venida de aquel "hijo de hombre", del "siervo de Yahvé", del "descendiente de la mujer", de aquel de quien "la virgen está encinta", del que "llevó sobre sus espaldas nuestras culpas", de aquel "por cuyas llagas hemos sido curados"... Todos los profetas, de una u otra manera, vaticinaron la venida de ese personaje futuro, que era el enviado de Dios para romper las cadenas que lo aprisionaban, para deshacer la esclavitud de la que era víctima... Es un tiempo de espera expectante, pues sabemos que el final será la muestra más grande de fidelidad de Dios con el hombre. Esa fidelidad es más grande que su venganza, que su ira. El hombre pudo haberse alejado de Dios, pudo haberle dado la espalda, pero Dios siempre se mantuvo delante de Él, con la mano tendida, insistente, esperando que la dureza del corazón del hombre se mudara en rendición ante ese amor inmutable...

Y es la espera para contemplar la imagen de mayor ternura que podemos todos tener a la vista: Un Dios que ha decidido hacerse lo más pequeño, un Dios que ha decidido esconderse en la absoluta inocencia y en la más grande indigencia, que es la de un niño recién nacido. No podemos imaginarnos una estampa que llame más a la ternura, que se presente más entrañable, que esa... San Agustín afirmaba que el mayor milagro de Jesús no había sido ninguno de los grandes portentos que nos relatan los Evangelios, sino el haber logrado esconder toda su divinidad, su poder, su magnificencia, su gloria, en la pequeñez de la carne de un recién nacido. Y lo hizo por su inmenso amor a los hombres. Dios mismo decidió ser niño -¡más aún, un ser en formación en el vientre de su Madre María!-, para iniciar la gesta del rescate de la humanidad... Tan necesitado que, recién nacido, si su madre no lo llevaba a su pecho para que comiera, ese niño, que era Dios, ¡se hubiese muerto de hambre!

Con este gesto es el mismo Dios el que nos grita, desde cada llanto del Dios hecho Niño, desde cada una de sus sonrisas de bebé a sus padres y a los que lo visitaban, que nos ama. Si no nos queda claro, es que hemos perdido toda sensibilidad...

Y el Adviento nos hace apuntar a otra venida. Si hemos contemplado el acontecimiento grandioso de la entrada de la divinidad al mundo como actor humano, si hemos experimentado en el propio corazón el amor que Él ha venido a traernos de manos de un Niño, entonces podemos pasar a añorar su presencia eterna entre nosotros... El Adviento apunta a que preparemos el corazón a la Venida gloriosa del Redentor, para establecer ya definitivamente todas las cosas en Dios... También será el cumplimiento de lo vaticinado por el mismo Jesús, sobre lo que sucederá en el fin de los tiempos: "El Hijo del Hombre vendrá sobre las nubes del cielo", "establecerá definitivamente su Reinado entre nosotros", será el momento en el "todos los coros cantarán y aclamarán al que es tres veces santo", en el que "mis palabras no pasarán jamás", y en el que "todas las cosas serán puestas como escabel de sus pies"... Es el momento futuro en el que aparecerá la realidad que será totalmente definitiva, la del reinado universal de Jesús, la de la armonía absoluta, la de la fraternidad inquebrantable. Todo lo que vemos desaparecerá y será sustituido por algo infinitamente superior, pues dependerá únicamente de la voluntad amorosa de Dios, que se cumplirá perfectamente. Nada la hará cambiar ya y los fieles estaremos viviendo la felicidad plena, que es indescriptible, pues sólo hemos tenido experiencias pasajeras de ella en nuestra vida cotidiana...

En suma, por el recuerdo de lo que pasó y por la espera y añoranza de lo que vendrá, el Adviento es tiempo de espera gozosa. Es realmente siembra de esperanza. Es la expectación feliz de lo que viene, que será infinitamente mejor. Es la desaparición de todo lo malo y el triunfo de la bondad. Es el tiempo que vive la Iglesia siempre y que quiere que todos los hombres vivamos. Es lo que debemos vivir. Nuestra vida debe ser un eterno Adviento, con su signo de esperanza feliz, pues Dios nos lleva de su mano amorosa, para que lleguemos seguros a la meta de su presencia eterna... No habrá compensación mayor, pues Él ya lo será todo en todos, lo llenará todo, viviremos para Él exclusivamente, y seremos saciados en su amor continuamente... No hay situación de mayor bienestar que vivir en el amor de Dios... Podemos ir adelantando esta experiencia en nuestros momentos de unión íntima con Dios cada día. Hagamos de toda nuestra vida un Adviento. Que cada momento sea Adviento, esperanza y cumplimiento. Que podamos contemplar la venida entrañable de nuestro Dios, que ya pasó hace dos mil años, que hagamos que su obra de amor se haga una realidad entre nosotros, y que añoremos que Él sea ya la plenitud nuestra y de todos, llenando el mundo, nuestros corazones y el corazón de nuestros hermanos con su amor infinito...

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