domingo, 15 de diciembre de 2013

Este cuento de niños sí se hace realidad

Los tiempos futuros son idílicos, utópicos. Son una realidad que se cumplirá, pues ya empezó a cumplirse en Jesús. Los relatos de Isaías son casi como cuentos infantiles en los que todo es armonía, paz, serenidad, concordia. En ellos absolutamente todas las situaciones ideales se consiguen, todas las condiciones para la paz se dan, todas las obras de la justicia se cumplen. Para un mente pesimista, se quedan en eso... Simples relatos bonitos, pues es imposible que se den de verdad... Por eso, para ellos algo idílico o utópico es algo simplemente imposible, una "mentira piadosa" que se creen sólo los incautos... Una utopía es algo que está por encima de los cielos, una realidad inalcanzable y que jamás podrá ser realidad. Es lo que sucede, según la filosofía, en el "topos uranos", es decir, más allá de Urano, lejanísimo... En ese sentido, como somos sombras de aquella realidad ideal, la que se da más allá de Urano, que en definitiva sería la única realidad verdadera, a nosotros nos llegará siempre la realidad deformada. Nuestra realidad será, en efecto, siempre una sombra, una oscuridad, una penumbra, de aquella realidad idílica, la única verdadera, pero que nunca disfrutaremos... Es una actitud absolutamente pesimista de la vida que domina a muchos, aunque no sea tan claramente como se ha descrito...

En todo caso, los cristianos somos los hombres del idilio, de la utopía. Porque somos los hombres de la esperanza, fundada en las promesas idílicas y utópicas de Dios al pueblo de Israel. Aunque para Dios somos niños de pecho, tal como Él mismo nos define, y como igualmente nos trata, pues nos llama "gusanito de Jacob", como si fuéramos algo tan entrañable para Él que merecemos esos sobrenombres, cuando nos habla de la realidad futura que viviremos al restablecerse todas las cosas para estar definitivamente bajo su mando, no nos está relatando un cuento infantil, sino que nos está describiendo la realidad verdadera que viviremos. No nos está engañando. Y es tan sorprendemente bella esa realidad que no terminamos de creérnosla. Los "hombres maduros" prefieren quedarse en su pesimismo "maduro", evitando ser engañados por cuentos infantiles... Colocan las descripciones que hace Dios de esa situación futura al mismo nivel que los relatos de Supermán, o de Batman, o de Archie, o del Capitán América...

Lo cierto es que nuestra fe nos invita a hacernos como niños también en esto. Si Dios nos dice que esa será la situación que viviremos, no nos engaña. Mal pretendería engañarnos quien ha dado todo por nosotros. Quien ha demostrado el mayor amor por el hombre al entregarse a los sufrimientos más crueles e inhumanos y al morir trágicamente en una Cruz como altar de oblación y de sufrimiento, de ninguna manera pretenderá engañar prometiendo un futuro que se alcanzará con seguridad absoluta gracias a ese sacrificio que ha realizado. A menos que haya sido un enajenado, jamás se hubiera entregado, jamás hubiera cumplido ese paso tan amargo, sabiendo que lo que promete no llegaría a cumplirse como lo anunciaba. Sólo un loco lo hubiera hecho. Y si Cristo demostró algo en su vida fue que era el hombre más cuerdo que ha pasado sobre la tierra... Si alguna locura sufrió fue la del inmenso amor que nos tenía, que lo llevó a realizar obras impresionantes a nuestro favor...

Así, en el itinerario de la esperanza nos alimentamos de lo que es anunciado y que ha empezado a cumplirse... Y lo que más sustenta esa esperanza es que los menos favorecidos, pasarán a ser los primeros... "Fortalezcan las manos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes, digan a los cobardes de corazón: 'Miren a su Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y los salvará'"... Dios anuncia la llegada de su poder a favor de los más desplazados, de los más oprimidos. Será el momento del "desquite", que no será venganza, sino justicia. Aquellos que más han sufrido, empezarán a gozar. Los que habían perdido toda esperanza, empezarán a ver la claridad... "Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mundo cantará..." Y es realidad cumplida ya, que ha empezado a verificarse con la venida del Redentor... Juan Bautista envía una "embajada" para preguntar a Jesús: "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?" Y no pregunta porque él no lo supiera, sino porque quería que sus discípulos se convencieran de que Jesús era el Mesías al que estaban esperando...

La respuesta de Jesús es clara. Lo que anuncia Isaías se está cumpliendo en Él y con la obra que está realizando en medio del pueblo: "Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio... ¡Dichoso el que no se escandalice de mí!" Isaías habló mucho tiempo antes de este Jesús que ahora recorría los caminos de Israel, y de las obras que realizaría en el nombre de Dios. Eran las obras que confirmarían que Dios estaba instaurando definitivamente su Reino entre nosotros. ¡Ya Dios está presente! ¡Ya se está cumpliendo la palabra! ¡El Mesías Redentor ha empezado su obra, que ya no terminará, sino que será llevada a la plenitud en el fin de los tiempos! ¡La esperanza de los hombres tiene un fundamento sólido! ¡Los más débiles, los menos favorecidos, los desplazados y oprimidos reciben el favor de Dios!

Es tiempo de alegría, pues es tiempo de la obra de la esperanza, del cumplimiento de todas las expectativas que se habían creado en torno del Dios Amor que promete tiempos idílicos y utópicos. Sólo haciéndonos sencillos, humildes, pequeños delante de Dios, lo gozaremos, haciéndonos los más grandes en el Reino de los Cielos. Hay que tener corazón de niño, sencillo, humilde, pequeño, delante de Dios, para hacernos más grandes que el más grande nacido de mujer, que Juan Bautista, para reinar con Jesús en la eternidad, cumpliendo perfectamente todas las expectativas, incluyendo las más altas e impensables...

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