sábado, 28 de diciembre de 2013

Necesitamos inocencia

La matanza de los Santos Inocentes es un demostración terrible de hasta dónde puede llegar la crueldad humana, al verse amenazada en su poder, en su dominio, en su hegemonía... Herodes es el prototipo del hombre cruel y sanguinario que no se parará en formas para lograr cometidos malignos. Es impresionante que sólo por haber escuchado de los Reyes Magos que había nacido el que iba a ser el Rey de Israel, y por no ver en peligro su propio reinado, sea capaz de, primero, pretender perseguir al Niño recién nacido, y segundo, al no lograr dar con Él, mandar a asesinar a todos los niños menores de dos años... Se necesita tener un corazón maligno para hacer eso...

Y lo más lamentable de todo esto es que ese Herodes parece haber dejado su impronta en muchos otros hombres y mujeres de la historia, quienes tristemente siguen su ejemplo. ¡Cuántos Herodes no vemos en nuestros días, cuando hay quienes mandan a bombardear poblaciones en las que se encuentran niños y personas totalmente inocentes y ajenas al conflicto en el que están envueltos los que ejercen el poder! ¡Cuántos, en esas guerras fratricidas, no usan a la población civil como "escudos humanos", sin importar que en ella haya mayoritariamente población infantil totalmente inocente, para esconderse cobardemente detrás de ellos y salir incólumes! ¡Cuántos no justifican la muerte de inocentes, miles de niños entre ellos, como "daños colaterales" de un conflicto en el que esos niños no tiene ni arte ni parte! Estoy seguro de que Dios no dejará eso sin escarmiento. Ese terrible pecado de la humanidad, de los más grandes que se puede cometer, encontrará en Dios a un Justo Juez, terrible y poderoso...

La sangre de los niños de Belén -es un hecho que constatamos con inmenso dolor-, no es la única sangre que se sigue derramando por el absurdo del hombre, que es capaz de llegar a lo más sanguinario. Hoy asistimos a una matanza peor que aquella, con el "crimen abominable" del aborto... Son millones de niños asesinados en el templo de la vida que es el vientre de sus madres. Miles diariamente. Si es sanguinario el asesinato de los niños inocentes, más aún lo es el de aquellos que aún están en ese sitio sagrado. Se espera que sean sus propias madres las que los defiendan, pero, en el colmo de la maldad humana, son las propias madres las que facilitan que se alce la mano contra sus vidas. Y en ese crimen inmenso están también las manos de quienes deberían ser los primeros protectores de la vida, sus padres, los médicos, los enfermeros... Es terrible que quienes lo hayan concebido, por una parte, y quienes hayan hecho el juramento hipocrático, comprometiéndose a defender y cuidar la vida, por la otra, sean los que en primer lugar salgan a hacerla desaparecer...

En el colmo del absurdo, se habla del aborto como de un "derecho" que tiene la mujer a decidir sobre su cuerpo, y se le considera dentro de las acciones para mantener una buena "salud reproductiva", como si el niño concebido en su seno fuera un tumor o una espinilla o un uñero... ¡Es una vida totalmente distinta a la de la madre, sobre la que ella ya no tiene dominio, sino sólo el deber de procurarle el mejor ámbito para su desarrollo! No podemos reclamar para nosotros el título de "progresistas", cuando estamos retrocediendo a la barbarie, poniéndonos al nivel de los animales que matan a las crías para mantener una supremacía instintiva...

La sangre inocente, sin duda, se sigue derramando en esos niños aborrecidos por sus propios padres y asesinados vilmente, sin ninguna posibilidad de defensa... Dejo al margen las razones que puedan hacer comprender -nunca justificar- una acción de tamaña crueldad. Considero que hay que tender la mano a quien la ha levantado contra su propio hijo, pues sólo es explicable una decisión de este tipo, conscientemente, desde una real desesperación. La decisión de convertirse en asesinos de sus propios hijos no es fácil. El Dios misericordioso, con misericordia infinita, también guarda su perdón para quienes se arrepienten de este pecado. Su misericordia pasa por encima de su justicia. Pero otra cosa tiene guardada Dios para quienes lo hacen conscientes totalmente del daño que hacen, para quienes se quitan al hijo de encima como si fuera un estorbo, y para quienes pretenden enriquecerse a costa de la sangre de estos inocentes que hacen llorar incluso a Dios... Siguen siendo esos inocentes que mueren en las manos de quienes ya las tienen ensangrentadas vilmente, buscando sólo prebendas personales, sin importarles a quiénes se llevan por delante...

Es necesaria una cruzada para retomar la conciencia de la sacralidad de la vida. Particularmente de la vida de los más inocentes, de los niños en gestación y los ya nacidos que nada tienen que ver con la maldad del mundo, y no tienen por qué pagar con sus vidas los pecados que cometemos los mayores... Ojalá que sepamos ponernos los ojos de su propia inocencia en nuestras caras, y podamos ver lo bello de la vida de cada uno de ellos, con la cual Dios nos sigue diciendo que confía en el hombre, pues sigue haciendo llegar nuevas vidas a nuestro mundo. En el corazoncito de cada uno de ellos el amor de Dios sigue latiendo fuertemente para cada uno de nosotros, y en ellos Dios nos sigue diciendo que nos sigue amando y por eso se hace presente en cada niño y en cada inocente que está en nuestro mundo... Hagamos del mundo un sitio digno de la inocencia. Cortemos de cuajo todo lo que pretenda ponerla a un lado. Aprendamos -mejor, reaprendamos-, la manera de hacernos inocentes todos, para poder vibrar en la misma onda de ellos, que son nuestros maestros... Sólo en un mundo de inocentes, en el cual la inocencia no sea una "cosa rara", se hace presente plenamente Dios, que puja por entrar en nosotros. Que la sangre de los inocentes derramada desde Herodes hasta nuestros días, en un mundo que ha perdido la capacidad de sorprenderse por lo bella que es la vida, sea la que, junto a la sangre derramada por el primer inocente de la historia, Jesús de Nazaret, sirva para limpiar de toda escoria nuestros corazones, y los deje límpidos, transparentes, listos para vivir la inocencia extrema que lo haga a Él siempre presente y llene al mundo de la paz, de la armonía, del respeto y la protección a la vida en todos sus estados...

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