martes, 17 de diciembre de 2013

Hizo suya nuestra historia

Las imágenes con las que es anunciado el Redentor son, realmente, llamativas. Es natural que con esas figuras en Israel se hubiera creado una expectativa impresionante sobre ese personaje anunciado, el gran liberador del pueblo, el que iba a someter absolutamente todo bajo su poder, el que iba a dominar a todos los pueblos que continuamente acechaban al pequeño pueblo de Israel... Pensemos... Israel era un pueblo insignificante. Era considerado invasor por todos los demás pueblos, pues los israelitas no hicieron sino despojar de sus tierras a los antiguos habitantes. Sorprendía, más bien, que siendo un pueblo tan pequeño, tan poco numeroso, hubiera tenido tan grandes victorias ante pueblos que tenían mucha más población y por ende mucho más poderío militar... Para algunos esas inexplicables victorias eran señal inequívoca de que, sin duda, una fuerza superior los apoyaba. Algunos lo aceptaron sin más. Otros, se resistieron hasta el último aliento, pues no podían dar cabida a ideas tan absurdas, sobre poderes espirituales que fueran superiores a las de los dioses que a ellos los apoyaban...

Las gestas que se iban cumpliendo en Israel y de las cuales ellos mismos eran testigos asombrados, los fueron reafirmando en esa idea de superioridad. Los demás no contaban con un apoyo tan grandioso como el del Dios victorioso, el que los había convocado y les había abierto el camino a la hegemonía sobre los otros pueblos. La historia posterior a la elección de Israel, su entrada en Egipto, con lo que fue salvado de la muerte en el desierto; su crecimiento en medio de los explotadores hasta hacerse un pueblo que los intimidaba, aunque hubieran sido esclavizados; los portentos realizados por Yahvé en Egipto para manifestar su preferencia y su intención inmutable de liberarlo del yugo imperial egipcio, llevados al culmen en aquella memorable noche de la Pascua y de la liberación portentosa de la persecución del Faraón, su entrada triunfal en la Tierra Prometida; la construcción del Templo como señal inequívoca de la estancia permanente de Dios en medio de ellos... Todo ello los colocaba en una idea totalmente triunfalista de lo que sucedería con el pueblo cuando fuera guiado por ese Mesías liberador que era continuamente anunciado.... Por eso es tan dolorosa para Israel la experiencia continuada de la deportación, con la cual aparentemente se había perdido el favor de Yahvé. Su infidelidad era vengada terriblemente por Dios. Pero guardaban siempre la esperanza de que aquel tiempo glorioso se reviviera, fuera retomado... El retorno de la deportación fue asumido con el gozo por la gloria recuperada, pero quizás con una mayor humildad... Ya sabían que el haber sido infieles había traído consecuencias totalmente desagradables. Pero seguían con la idea del triunfalismo final, pues ese misterioso personaje poderoso y misericordioso seguía siendo anunciado...

En cierto modo, añoraban el cumplimiento de la profecía de Jacob sobre "el León de Judá": "No se apartará de Judá el cetro, ni el bastón de mando de entre sus rodillas, hasta que venga aquel a quien está reservado, y le rindan homenaje los pueblos..." Esto resonaba continuamente en las mentes de todos... Jacob anunciaba que Judá se erigiría sobre todos sus hermanos y que nadie se atrevería a desafiarlo. De Judá vendría de nuevo el poder absoluto de Israel sobre todos los demás pueblos, incluso sobre sus propios hermanos. En todo caso, era de la propia estirpe de Jacob, por lo cual sería igualmente orgullo para todos sus hijos...

Como es natural, todo lo anunciado se cumple, pues Dios es fiel a su Palabra. Ese personaje que vendría en el futuro, ese descendiente de Jacob, de la tribu de Judá, aparece en la historia de Israel. En la plenitud de los tiempos "envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido según la Ley"... Y, en efecto, es descendiente de Israel y pertenecía a la tribu de Judá. Estaba destinado a ser el León de Judá, según lo había pronosticado el mismo Jacob...  Y, según los relatos de las genealogías de Jesús, el Mesías asumía en todo la condición humana. Sobre sus hombros está el resumen perfecto de la historia de Israel, que era la historia que venía a sanar. Entre los ascendientes de Jesús se encuentran personajes plenamente emblemáticos de esa historia: Abraham, Isaac, Jacob, Salomón, David, José... Cada uno es parte de esa historia que va siendo entregada como testigo al que le sucedía... Nada de lo que había sucedido en Israel podía serle extraño al Mesías, pues en su historia anterior está todo incluido: elección, gestas heroicas, conquistas, luchas, esclavitud, liberación, desierto, reconquistas...

Y, sorprendentemente, en esa misma historia de sus ascendientes, encontramos también los peores momentos de ella. Existen personajes que podían resumir todo el mal del mundo: homicidas, prostitutas, adúlteros, idólatras, extranjeros indeseables... ¡En la historia previa del Redentor, entre sus antepasados, hay todas las taras que Él mismo venía a curar, todas las heridas que Él mismo venía a sanar! Si de algo podemos estar seguros es de que para Jesús nada de lo que venía a curar le era extraño, pues en su misma historia pasada estaba presente. La afirmación que hace Isaías sobre el Siervo de Yahvé que "cargó sobre sus espaldas todos los pecados de los hombres", podemos considerarla literal... ¡Estaban en su misma historia! Evidentemente no los realizó Él, pero sí estuvieron tan cerca de Él como que fueron cometidos por sus antepasados...

La historia del Redentor es la historia de la humanidad. Él la asume plenamente sobre sus hombros para restañarla de raíz. Era la única manera de hacerlo, como decían los antiguos: "Lo que no es asumido, no es redimido". Jesús asumió la historia con todos sus rasgos esplendorosos, pero también con todos sus borrones oscurecedores. No fue un extraño, sino que se metió de tal modo en nuestra historia que esa misma historia la hizo suya... Él es el resumen de todo lo bueno y es la sanación de todo lo malo... "Por sus llagas hemos sido curados". Por su obra de perdón y de misericordia nos alcanza la posibilidad de reinar junto a Él y de cambiar radicalmente la historia, eliminando todo lo malo de ella y colocando sólo lo que resplandece en la presencia de Dios...

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