jueves, 26 de diciembre de 2013

En la fiesta de la Vida, ¿celebrar la muerte?

La Navidad es la Fiesta de la Vida por excelencia. El que es la Vida irrumpe en la historia de la humanidad para dejarse "derramar" sobre ella. Su presencia entre nosotros es la seguridad total de que Dios no quiere para el hombre la muerte, sino la vida, y ésta, en plenitud. No se trata de una vida biológica, con todo lo que puede desear que ésta sea también plena y buena para todos, pues Dios no quiere de ninguna manera una "mala calidad de vida" para nadie. Por eso fue capaz también de demostrar que es Dios de la Vida al procurar los alimentos que necesitaba Israel en su camino por el desierto, por eso Jesús multiplicó los panes para sus seguidores, por eso curó a los enfermos aquejados de diversos males, por eso volvió a la vida a varios. Dios no se ocupa sólo de la vida espiritual, sino que apunta a una buena calidad de vida material para todos. Y sigue empeñado en eso...

Es, en efecto, un Dios que apunta a la plenitud, a la integralidad. Y esa plenitud e integrallidad no se daría si se ocupara sólo de una única dimensión vital del hombre. El hombre es cuerpo y es espíritu. Es espíritu encarnado. Es cuerpo espiritual. De modo que si se quiere tener en cuenta su integralidad, hay que asumirlo en todas sus dimensiones... Con todo, en ese caminar en plenitud que Dios quiere para el hombre, apunta a la plenitud absoluta, a la que se dará en la eternidad junto a Él, que será consecuencia de lo que se siembre en esta vida, tal como la conocemos. Será una realidad totalmente nueva, pues ninguno de nosotros la ha vivido. Sólo sabemos las noticias de la felicidad plena que se vivirá en ella, pero los detalles los iremos descubriendo a medida que los vayamos viviendo... Teniendo la experiencia de la felicidad podemos hacernos una idea de lo que será, pero sólo atisbando aquella realidad avasallante por las gotas que hemos saboreado en nuestros días... Se trata, entonces,m de abandonarse en la confianza en la Palabra de Aquél que nos ama más que nosotros mismos, de confiar plenamente que lo que nos dice hoy se cumplirá totalmente en el futuro, y que será nuestra experiencia más gratificante...

Por eso nuestra vida se basa en la confianza, que da un excelente sustento a la esperanza cristiana en la vida plena que viviremos en el futuro que Dios nos promete.. La muerte, de este modo, jamás será una experiencia lúgubre, sino que se convertirá en la más luminosa de todas, pues será la apertura de las puertas a esa realidad maravillosa que nos promete el Dios de Amor... Cuando morimos no estamos sino cumpliendo un requisito para entrar en la Luz absoluta, la más brillante y refulgente, la que no permitirá ya, y para toda la eternidad, la existencia de ninguna sombra. No es posible imaginar experiencia más hermosa... Quien ha vivido en esta añoranza, será el momento de llegar a la meta ansiada, habiendo sembrado lo necesario para que la cosecha sea buena... Una siembra de amor que se debe haber manifestado en todos los `rodenes de la vida. Un amor a Dios que lo haya hecho sentir amigo verdadero, cercano, misericordioso... Que haya hecho que se desee nunca estar lejos de Él, y por lo tanto, evitar todo lo que hubiera tenido sabor de no ser fiel. Una experiencia de vida que haya sido un continuo colocarse en el corazón amoroso de Dios para estar siempre resguardado de todo lo que hubiera pretendido dejarlo a un lado... Y una experiencia de amor a los demás, en los que se considerara a todos verdaderos hermanos, sin derecho a no amarlos como los ama Dios, queriendo y procurando con las propias acciones el bien para ellos, pues es lo que Dios quiere que disfruten. Acercándose sobre todo a los más necesitados y procurando que ellos puedan acceder a los bienes que Dios les depara, luchando contra las injusticias que se los niegan, llevándoles a los que menos posibilidades tienen los regalos del amor de Dios...

De esa manera, la muerte no será realidad oscura, sino luminosa. La fidelidad asegura que sea así... Por eso Esteban fue capaz de decir: "Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios". Las puertas del cielo para quien moría por fidelidad a Dios y a su amor, habiendo cumplido perfectamente con lo que Dios quería, no podían estar sino abiertas... Esteban moría, pero entraba en la Vida. Más aún, aseguraba con su muerte de esa manera, la Vida en plenitud, la que nadie nunca le podría arrebatar. Ya no habrían más dolores, más sombras, más persecuciones, más sufrimientos... Sólo habrán, desd ese momento y para toda la eternbiad, sólo compensaciones...

¿Cómo no afirmar que no está viviendo la vida quien es capaz de decirle a Dios en el momento de su muerte: "Señor Jesús, recibe mi espíritu"? ¿Es que acaso alguien puede afirmar que quien le entrega su vida, en su último suspiro, al Dios del Amor, está muerto? No existiría mayor contradicción. La vida en las manos de Dios es Vida plena... Y no habrá mayor vida que esa, la que Dios procura cuando la ponemos en sus manos plenamente, confiando absolutamente que la multiplicará, la bendecirá, y la hará llegar a puerto seguro...

¿Cómo no afirmar que tiene la Vida plena quien es capaz de interceder por sus asesinos, cuando en el momento de morir le ora al Padre: "Señor, no les tengas en cuenta este pecado"? Sólo quien vive la plenitud del amor, incluso por sus enemigos y asesinos, quien no guarda en su corazón odios y rencores, quien pide a Dios por ellos, como lo hizo el mismísimo Jesús en la Cruz, puede decir que está verdaderamente vivo. Lo contrario al amor sólo trae muerte. Y Esteban demuestra que está muy lejos de morir realmente. Sólo está poniendo su vida en las manos de Dios para que la haga más grande, eterna, plenamente feliz...

En el clima de Vida feliz que vivimos al nacer el Niño Dios, celebramos la Vida plena de Esteban. No es celebración de la muerte, sino de la llegada a la plenitud de la Vida. Es fiesta de alegría. Es fiesta que nos llama a todos a asumir las mismas actitudes para vivir la misma ple
nitud...

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