martes, 12 de noviembre de 2013

¿Por qué felicitarte, si hiciste lo que debías?

En general, los hombres somos gentiles en el agradecimiento. Se podría decir que somos tendientes naturalmente a ser agradecidos, cuando vemos que alguien hace bien las cosas, cuando nos hacen un favor, cuando percibimos que se es responsable y se cumple con sus compromisos... No somos mezquinos en eso. Por supuesto que existen también excepciones, cuando alguien se cree merecedor de todos los favores y se ubica a sí mismo en la cresta de la ola, y por supuesto, no agradece nada de lo que se haga. Gracias a Dios, son los menos... Pero de todo hay en la viña del Señor...

En todo caso, es muy significativo que sea el mismo Jesús el que nos ponga en la pista de la comprensión del verdadero sentido del agradecimiento. "¿Tienen ustedes que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado?", nos pregunta Jesús. Y finaliza diciendo: "Cuando ustedes hayan hecho todo lo mandado, digan: Somos unos pobres siervos, no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer". No nos invita Jesús a no ser corteses -muy lejos de Él algo así-, sino a tomar las cosas en su justa dimensión. Se trata de que, por un lado, los responsables asuman sus compromisos con la seriedad y gravedad que implican, sobre todo en lo que se refiere al servicio para el cual han sido designados. Y por el otro, que todos sepan exigir y ser dignos en el momento de recibir las realizaciones de quien está encargado para hacerlas... Es decir, que los que deben servir no crean que están "haciendo un favor" cuando hacen lo que deben hacer, y que los beneficiarios no crean que "se les hace un favor" cuando el que sirve hace lo que debe hacer...

Hoy, tristemente, asistimos a un desenfoque en esta realidad... Los que han sido elegidos para el servicio del gobierno se creen con el derecho de retrasar lo que deben hacer, de no hacerlo, de hacerlo mal, o incluso de servirse ellos casi exclusivamente de lo que hacen... Creen equivocadamente en muchas ocasiones que el haber sido elegidos para dirigir les da patente de corso para hacer lo que les viene en gana, en un evidente mal uso del poder que se les ha conferido, abusando de las facultades que les corresponden y pensando que están incluso por encima de las leyes y de los deberes... Pero también, por otro lado, están los que en vez de exigir al que debe servir el cumplimiento de sus obligaciones, ven las pocas realizaciones que llevan a cabo casi como un favor que hay que agradecer sumisamente. Si en una ciudad, un alcalde pavimenta una calle, se le agradece como si hubiera hecho algo heroico; si la luz no se corta en un día, se le dan las gracias al encargado de asegurar el servicio eléctrico a la población; si llega agua a las tuberías de la casa, se agradece a quien está al frente de los acueductos... Es la perversión total... Quien está al frente se pavonea y envalentona por lo que se le reconoce, y quien es servido se somete más a la autoridad en un evidente desfase de su propia autoestima...

Cristo es muy claro... No se trata de no ser agradecidos, sino de saber qué es lo que hay que agradecer. No se agradece el servicio que se debe cumplir, sino el interés que se ponga en hacerlo, el querer hacerlo cada vez mejor, el procurar que el servicio sea impecable. Y se anima a quien debe recibir el servicio a darse su lugar, a no menospreciarse, a no creer que cuando quien sirve hace lo que debe hacer está haciendo una concesión graciosa y extraordinaria... Nuestra sociedad se está enfermando en una doble dirección. La primera, en la dirección de la sobrestima de quien debe servir, que cree que se le ha dado poder para ser servidos y para poner a todos a su disposición. Y la segunda, en la dirección de la baja estima de quien debe ser servido, quien se cree menos e incluso merecedor de lo malo que venga...

Pero hay una tercera responsabilidad que es muy importante tener en cuenta... La de los que deben inyectar los valores en la sociedad que vemos que se enferma. No podemos seguir asistiendo callados, como testigos mudos, al deterioro de lo que se ha construido con tanto empeño... El desdén de los espectadores no sólo los hace testigos, sino cómplices. Si vemos que el que ejerce el poder se inflama cada vez más en él, creyéndose con todos los derechos, se le debe recordar su papel de servicio. Jesús es muy claro al decir que la autoridad mejor ejercida es la del servicio por amor. La autoridad, en todo caso, está al servicio de la población, y no al revés. Quien ejerce el poder lo debe hacer para buscar el bien superior para la mayoría, cuando no para todos. Si percibimos que está creciendo el descontento por la falta de servicios, debemos procurar que se haga una exigencia cívica de los derechos a los que se debe tener acceso. No es justo que se quiera acallar una protesta cuando es evidente el deterioro y la falta de cumplimiento de quien tiene la responsabilidad de cubrirlos. Tampoco es justo que el descontento se convierta en caldo de cultivo de quien, por un lado, quiere tapar sus faltas con anarquía, o por el otro, de quien quiere aprovecharse de él para sembrar violencia y desbancar al poder...

Hace falta una labor de rescate de la paz cívica. No es posible que quienes vivan los valores y tengan conciencia del tesoro que poseen, se queden sumidos en la indiferencia. En medio de la lucha de los extremos, debe estar quien catalice los ánimos y se ponga al servicio para perseguir la paz y la armonía, buscando que se imponga la justicia y la solidaridad social...

Cuando Cristo dice que no se puede agradecer al siervo que haga lo que tenía que hacer, nos está diciendo a todos lo mismo. A quien ejerce el poder, no se le puede agradecer que sirva. A quien reciba el servicio del poder, no se le puede agradecer que haga su parte exigiendo el servicio. A quien vive los valores, no se le puede agradecer que los siembre y procure que todos los vivan...

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