domingo, 10 de noviembre de 2013

Para ser felices

La existencia del hombre es un verdadero misterio. Buscar su razón última es un verdadero rompedero de cabezas. Podríamos buscar miles de justificaciones para explicar por qué existe el hombre, pero la verdad es que llegar hasta el último escalón de esas razones, nos lleva a un vacío tremendo, si no tomamos el camino correcto... Nada de lo que existe es necesario. Si no estuviera el hombre sobre el mundo, ninguna cosa tendría un sustento racional. Nada lo podría disfrutar conscientemente. No se trata, por supuesto, de hacer caer todo en el nihilismo, que lo echa todo a la nada y pone el final de la historia en un vacío infinito. No... Y esta respuesta negativa es lógica, pues no es posible que saliendo todo de las manos de Dios, no tenga un sentido absolutamente razonable...

Por eso es necesario siempre preguntarse sobre el porqué de nuestra propia existencia. Esta pregunta es la misma que se ha hecho el hombre desde que tiene consciencia de sí mismo. Haya sido por evolución, haya sido por creación, en el momento en que el hombre tuvo consciencia de sí mismo, se hizo la gran pregunta sobre sí mismo: "Quién soy yo? ¿Quién es éste que está pensando? ¿Cuál es el objetivo de mi presencia en este mundo? ¿Para qué estoy aquí  y ahora?"... Y en la búsqueda de la respuesta a estas interrogantes se va la vida de tantos... Todos los sistemas filosóficos e ideológicos, en cierto modo, han nacido para buscar e intentar dar las respuestas necesarias a la gran interrogante. E igualmente, todos los entramados sociales, todas las construcciones económicas, todos los sistemas de poder, se han construido sobre una concepción concreta del hombre surgida de las respuestas que se hayan ido dando al respecto...

Evidentemente, como hemos dicho, no hay una respuesta de necesidad absoluta al porqué de la existencia del hombre. Sólo surge una posible: El hombre existe por un designio amoroso, infinito y eterno, de Dios. No hay otra explicación posible, ni siquiera desde una mente absolutamente acuciosa y científica. No es necesario el hombre. No es necesario nada de lo que existe. Sólo es necesario el que es origen de todo. Y por ello, desde ese origen, que es Dios, únicamente se puede explicar que exista todo lo demás sólo desde su libérrima voluntad todopoderosa. Eso que Él ha hecho que exista no aumenta en nada su gloria, su poder, su omnipresencia... Dios mismo no necesita de nada para ser más. Él es suficiente en sí mismo... Y basta... Pero ha querido que su amor "explotara" hacia todo lo creado. Y lo creó todo para llenarlo de su amor. Y en el medio de todo ha puesto al hombre, dándole lo mejor de ese mismo amor. El hombre es el sujeto privilegiado del amor divino... En efecto, el amor es el último porqué de toda la existencia...

Surge, entonces, la segunda pregunta. No es necesario responder sólo al porqué, sino al para qué... Si existo por un designio de amor de Dios, ¿para qué me ha colocado entonces en el mundo, en el centro? ¿Para qué ha querido Dios traerme a la existencia? Y, en base al amor que es la razón y la causa última de mi existencia, la respuesta tiene que ser consecuente con esa causa... El amor siempre quiere el bien del amado. Todo lo ordena en función de que el sujeto amado sea feliz. Y lo hace todo para que así sea. En el amor de Dios, que es puramente oblativo, de donación y de benevolencia, no puede haber una expresión más pura que la de procurar siempre el bien del amado, y con ello, la búsqueda de su felicidad... Dios nos ha creado por amor y para que seamos felices, en función de su ser puro de amor...

La felicidad es el ámbito de nuestra existencia, es el camino por el que andamos, es la meta hacia la cual nos dirigimos. Esta felicidad es lo que Dios quiere siempre para nosotros. Y es en ese ámbito de felicidad donde tendremos la sensación de que nuestra vida tiene sentido. Por eso, en el hombre existe siempre la añoranza de ser feliz, pues él sabe muy bien que esa es su plenitud... Cuando el hombre no es feliz, siente que todo pierde sentido, que su camino no es el correcto, que es necesario tomar una senda que haga retomar la felicidad...

Entonces surge una tercera pregunta, absolutamente razonable: Si Dios me creó por amor y quiere que yo sea feliz, ¿por qué sufro, por qué la tristeza, el dolor, el sufrimiento, los conflictos? ¿No contradice esta experiencia del dolor lo que debería estar en la base de mi existencia, que es la felicidad? Aparentemente sí... ¡Pero no! La felicidad es un estado interior que no depende de momentos tristes o dolorosos que podamos vivir. Si nuestra conciencia de haber sido llamados a la felicidad reposa sobre la convicción de haber sido creados por amor, no dependerá entonces de factores externos. Dependerá de esa profunda convicción. No se trata de que la felicidad se agote en los "momentos alegres" que podamos vivir, sino en algo mucho más íntimo, más profundo, que va más a la esencia profunda de nuestro ser... La felicidad tiene que ver más con lo interior que con lo exterior. La libertad con la que el amor de Dios nos ha dotado, hace que la "alegría" de los hombres esté siempre en la cuerda floja. Por esa misma libertad, que, repito, es consecuencia del amor infinito de Dios desde el cual nos ha creado, los hombres podemos tomar rutas equivocadas. Y podemos con ello, procurarnos a nosotros mismos tristezas y desgracias, y procurarlas también a los demás... En cierto modo, nuestra libertad, con ser un  regalo del amor, es una arma de doble filo que, usada de manera equivocada, puede traernos muy buenas o muy malas consecuencias... Y allí ni siquiera Dios mismo puede intervenir. Si llegara a querer impedir el uso de nuestra libertad, la misma que Él nos ha regalado, se estaría negando a sí mismo, siendo infiel a su amor...

Entonces, ¿en qué se basa esa felicidad? Se basa, fundamentalmente, en el amor que Dios nos da y por el cual nos ha creado. No en la inexistencia de tristezas, de sufrimientos o de dolores, sino en la certeza de seguir siendo amados, en medio de ellos. Cristo nunca nos prometió que no sufriríamos. Más aún, nos advirtió que en nuestra vida tendríamos sufrimientos y que en ella tendríamos que enfrentar situaciones muy desagradables... Pero lo más grande de su amor se demuestra en que en medio de esos dolores y sufrimientos nos prometió que jamás nos dejaría solos... "Vengan a mí los que están cansados y agobiados, que yo mismo los aliviaré"... Es la promesa que nos da la certeza más sólida que podemos tener de no estar solos en el dolor. Es la certeza de tener esa mano tendida de la cual siempre podremos tomarnos para resistir los embates del sufrimiento, que pretenderá dañarnos... ¡Qué tristeza la del que, en la tristeza, no tiene quién lo tome, quien lo arrulle, quien lo consuele, quien lo alivie! En una situación así, es verdad que la vida pierde todo su sentido. Es por ello que muchos se suicidan, pues no se han tomado de quien les da un sustento, así sea en el dolor. ¡Y qué felicidad la de saber que en medio del dolor, en medio de cualquier sufrimiento, tenemos la mano firme, sólida, suave y amorosa de Jesús, que jamás nos deja solos! ¡Es el mismo Jesús que murió por mí en la Cruz, y que no sólo entregó su vida por amor a mí, sino que se ha quedado para ser el mejor consuelo y el más suave alivio en medio de mis dificultades! No estoy solo en el dolor. Y eso es lo que me hace feliz. Puedo sufrir. Es seguro que alguna vez sufriré. Pero más seguro que eso es que tengo a Jesús, con la mano tendida por amor hacia mí, para que mi vida no se vaya por el desfiladero, sino para que pueda elevarla por encima del dolor, colocándola a su lado, para sentir que aún así, está en la plenitud...

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