miércoles, 27 de noviembre de 2013

Mejor solo que mal acompañado...

Los anuncios del fin de los tiempos que hace Jesús son realmente terroríficos. Imaginarse sólo la destrucción y la desaparición de todo lo que conocemos, es impresionante... Terremotos, guerras, inundaciones, grandes debacles, señales en el cielo... Los que nunca hemos pasado por cosas tan terribles, nos imaginamos realmente lo peor... Y es que, en realidad, lo será... De todas maneras, los que sí han vivido cosas similares, ya no vivirán una absoluta novedad... Pensemos en los sobrevivientes de las guerras, por ejemplo. Conozco gente que sobrevivió a la segunda guerra mundial o a la guerra civil española. Ellos ya han vivido lo que anunciaba Jesús. Igualmente los que han sobrevivido a los terribles terremotos, tornados y tsunamis que hemos tenido en los últimos años: Japón, Indonesia, Sumatra, Filipinas, Haití... Pensar en eso es automáticamente preguntarse si esta gente vivirá alguna novedad cuando suceda lo que Jesús anuncia al final de los tiempos. Ya para ellos ha sucedido lo peor: Han perdido sus propiedades, han perdido familiares, han perdido sus medios de subsistencia...

Jesús nos dice de no tener pánico cuando todas estas cosas sucedan... Más aún, nos dice que lo vivamos con gallardía: "Levántense... Alcen sus cabezas... ¡Se acerca su liberación!"... Y es que para quien ha sido fiel a Jesús, esos momentos finales no serán sino el preludio de la eternidad de felicidad junto a Dios que se inicia portentosamente. Toda la realidad circundante desaparece para dar paso a una realidad infinitamente superior, que tendrá el pleno sentido, que dará la felicidad absoluta, que será tiempo de iluminación plena... Es como la crisálida que da paso a la belleza superior de la mariposa... No deja de tener sentido la crisálida, pues fue necesaria y fue el preludio de la mariposa... Pero si ese ser se hubiera quedado en crisálida, jamás hubiera llegado a la majestuosidad de lo que es ser mariposa, y jamás hubiera prestado la elegancia de su vuelo, la belleza de sus colores, el adorno de su ambiente... Así será... Para quien ha luchado por su fidelidad a Dios, esos momentos no serán sino la confirmación absoluta de la fidelidad de Dios con él... Es Dios el que da el paso ahora... Es como si el mismísimo Dios dijera: "Como has luchado por ser fiel a mí siempre, ahora yo doy el paso hacia ti, para manifestarte de ahora en adelante, y para toda la eternidad, la fidelidad eterna de mi amor por ti..." Es el sello definitivo de lo que ya jamás cambiará. Y por eso, será la realidad de felicidad absolutamente compensadora. No será ya necesario nada más...

En todo caso, algo sí tiene que ser totalmente novedoso en lo que Jesús vaticina... Y deben ser las dos cosas que dice respecto a lo personal... Una buena y otra mala... La mala, que es el anuncio de que los cercanos se pondrán en contra... Padre, hermanos, parientes, amigos, traicionarán al que pretenda ser fiel. Evidentemente, sólo si ellos mismos no serán fieles en esos momentos... No es una afirmación rotunda, sino una posibilidad... Para quien quiera ser fiel, lo mejor será estar lejos de quien quiera hacerlo desistir de su fidelidad a Dios. La posibilidad de ganar la felicidad plena junto a Dios, pesará mucho más que el dolor que se podrá sentir por la traición de los propios. Es más una cuestión de elección que de renuncia. La elección de lo bueno le da sentido a la renuncia dolorosa a la cercanía de los propios, si ellos llegaran a pretender alejarlo de Dios... La luz que atrae es más poderosa que la oscuridad que se quiera imponer... Y compensará plenamente el dolor que se pueda sentir por dejarla, si esa oscuridad viene de los más cercanos...

Y la buena, la promesa que hace Jesús sobre la compañía que sí tendremos con plena seguridad: La del Espíritu que pondrá en nuestros labios lo que deberemos decir en su momento. "Hagan propósito de no preparar su defensa, porque yo les daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ninguno de sus adversarios"... Es decir, en ese momento, quien se mantenga en la decisión firme de su fidelidad, se llenará de fortaleza y de sabiduría inusitadas, y no podrá ser vencido por ninguno de los adversarios. Ni siquiera en el sufrimiento físico que podría llegar a darse, habrá ninguna debilidad. La fortaleza de Jesús será la fortaleza del fiel. "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece", dijo San Pablo. Y con convicción total, afirmó: "Muy a gusto presumo de mis debilidades, pues entonces, residirá en mí la fuerza de Cristo... Cuando soy débil, soy fuerte". Es la paradoja maravillosa de quien se deja invadir de Jesús, de su palabra, de su fuerza, de su sabiduría, y se hace fuerte, no por sí mismo, sino por el Cristo que viene a ser bastión de su humanidad... "Vivo yo; pero ya no soy, es Cristo quien vive en mí"...

Por eso, ante la alternativa que pone Cristo, hay que decidirse... O los propios o Él. Si los propios se oponen a tu fidelidad, debes decidir. No es que así vaya a ser fatalmente, pero en el caso en que lo sea, mejor quedarse solo con Jesús que con ellos. Jesús como la otra alternativa, ofrece el sentido pleno, la compensación absoluta, la felicidad sin fin... Los propios ofrecerían un cariño o una cercanía momentánea, que a la larga puede ser fatal... Si ellos quieren ser fieles también a Dios y luchan por esa fidelidad hasta el fin, fabuloso... Iremos con ellos hasta la felicidad absoluta... Pero si no, no hay que cometer el absurdo de preferir una felicidad pasajera, que se acaba, frágil, en vez de la que ofrece Jesús junto al Padre, que es felicidad de sentir y vivir para toda la eternidad el amor más puro, el que nunca pasa, el que compensa plenamente...

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