La obra de Jesús es obra de salvación. Su ser de amor y de misericordia no puede actuar al contrario de lo que es su esencia. Por eso la afirmación rotunda de Jesús en el Evangelio de San Juan: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él". Todo se conjuga para que el hombre, y el mundo con él, se salven. De ninguna manera busca Dios la condenación de nadie, sino que todos accedan a su amor y a su misericordia y así obtengan la salvación. En esto no podemos tener ninguna duda, ninguna vacilación...
Hay quienes andan por el mundo con un continuo temor a Dios. Esto no es de cristianos. Lo de cristianos es el temor de Dios, no el temor a Dios. A Dios no le podemos tener miedo. Lo que debemos es temer serle infieles a su amor. Es no querer fallar nunca a su confianza, a su providencia, a su misericordia. Es temer hacer daño al amor que siempre ha demostrado por nosotros... Cuando nos movemos en el amor el miedo no tiene sentido. Cuando se sabe uno amado camina en la confianza, en la certeza de ser siempre favorecidos. Y por eso se busca vivir en la serenidad que da el ser fieles al amor, pues en el amor ya no hay necesidad de más nada... No se tiene por qué buscar otras compensaciones, cuando la compensación máxima está en el amor mismo. Saberse amados de Dios, sentirse amados por Dios, amar profundamente a Dios, vivir en el amor a los hermanos como expresión del mismo amor divino... "Dios nos amó primero", dice San Juan. Y así, se ha convertido en la fuente de todo amor que podamos experimentar y sentir. Por el amor que Dios nos tuvo en primer lugar, pueden amarse los esposos, pueden los padres amar a sus hijos, pueden los amigos sentir el amor mutuo, podemos amar a los más débiles y sencillos, que son los de Jesús... Si no hay amor será una simple afectación sociológica que, al poner en funcionamiento quizá dé satisfacciones, pero sólo como metas cumplidas de un "programa" que se ha llevado a buen término, pero nunca como compensación de un amor que no se siente...
En este sentido, me vienen a la mente conversaciones que tengo con algunas personas, sobre todo mayores, que piensan en Dios como en un señor que está esperando a la vuelta de la esquina con un garrote, sólo a la expectativa de que haya un resbalón para dar un garrotazo. Es un Dios "castigador" que parece más bien un juez sin entrañas. Peor aún cuando ellos perciben que los días de su vida están llegando a su fin, y quieren dejar "todas las cuentas arregladas" para no tener sorpresas. Comienzan con una sicosis de persecución en la que cualquier recuerdo de lo mínimo que hayan hecho desde su infancia ligeramente alejado de la fidelidad, aunque sea por milímetros, tienen que confesarlo para que Dios no los sorprenda y no los vaya a mandar al infierno por eso... Sin duda, esto es fruto de una formación antigua en la que Dios aparecía siempre como el verdugo que daba patadas hasta hacer caer en el infierno... No los culpo, pues así han recibido esa formación. Pero sí los animo a que traten de cambiar su percepción de Dios, hacia la de un Dios que no quiere su condenación, sino que vivan eternamente felices a su lado. Es un Dios que está interesado en la salvación, no en la condenación. "Dios quiere que todos los hombres se salven", dice San Pablo. Y tanto lo demuestra que "entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno..." Realmente es absurdo pensar que el Dios que nos regaló a su Hijo para salvarnos, sea el mismo que espera cualquier resbalón para condenarnos...
La única condición que Dios nos pide es que creamos en Él... "El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios", dice Jesús. Creer en el Hijo de Dios no es sólo una convicción intelectual, sino vital. Cuando se cree se asume todo aquello en lo que se cree. Se debe ser responsable con lo que se cree. No se trata, por lo tanto, de creer "impunemente". Cuando creemos, afirmamos la existencia de Dios, vivimos en su amor, aceptamos que Él nos habla y que nos pide algunas cosas, que nos las pide por amor, que quiere que vivamos según esas cosas, y las asumamos porque sabemos que son buenas para nosotros... Creer en el Hijo del hombre implica fidelidad a Él, a su amor, a su misericordia, a su obra de salvación. Significa querer que esa salvación sea mía, y por eso haré todo en favor de obtenerla. Significa que esa amor misericordioso de Dios, demostrado en la muerte en Cruz de su Hijo, sigue siendo actual y sigue queriendo salvar a todo hombre, también a mí... Y confiar absolutamente en que esa obra de salvación es para mí, en que yo sólo debo abrir mi corazón para obtenerla y disfrutarla eternamente....
Esa confianza plena en la obra de amor de Dios logrará para cada uno de nosotros maravillas inimaginables. Ponerse a su disposición para ser salvados, hace que Él actúe en nosotros, pues nos convertimos así en anunciadores de salvación para los demás. Fue lo que experimentaron los apóstoles en todas sus empresas. La mano de Dios los acompañaba siempre y realizaba portentos a su favor. Es sorprendente la naturalidad con la que los apóstoles vivían esas manifestaciones portentosas de Dios por su intermedio... Para ellos eso era lo normal. Si Jesús les había prometido su compañía, así era como tenía que demostrarlo... ¡Cuánta falta nos hace a nosotros esa vivencia natural de la presencia de Dios en nuestras vidas! Quizás por no tenerla es que Dios no actúa como lo hacía antes con los apóstoles, que fueron liberados de cadenas, iluminados con la Palabra, que realizaban milagros en medio del pueblo... Basta sabernos amados de Dios, saber que Él no nos quiere condenar, que Él nos prometió su presencia para siempre, para que nuestra actitud ante Él y ante la tarea de anuncio que nos confía, cambie y podamos cumplirla perfectamente. Sólo se necesita que abramos al corazón a esa confianza plena y emprendamos el mismo camino que ya emprendieron en su momento los apóstoles...
Ramón Viloria. Operario Diocesano. Ocupado en el anuncio del Amor de Dios y en la Promoción de la Verdad y la Justicia
miércoles, 30 de abril de 2014
martes, 29 de abril de 2014
¿Comunismo o Capitalismo...? ¡Amor Cristiano!
Definitivamente, la mala política lo contamina todo. Manipulando la Verdad busca justificar muchas de sus maldades y sus trampas. La Sagrada Escritura, cuando no es leída desde la fe, es susceptible de ser pretendidamente colocada a favor de una u otra línea de pensamiento, incluso totalmente opuestas, como la "derecha" o la "izquierda" radicales políticas. Y las manipulaciones son a veces tan "delicadamente hechas" que pueden llegar a convencer a muchísimos incautos... Se llega incluso al extremo de "canonizar" a quien ha logrado "comprender" en su justa medida lo que quiso decir Dios en algún momento, en esas pretendidas manipulaciones...
Tengo grabado en mi recuerdo un episodio que habla clarísimamente de esto que estoy diciendo. Un Presidente leyó en una transmisión en vivo de una intervención suya el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que habla sobre la puesta en común de los bienes en la primera comunidad cristiana: "Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno. José, a quien los apóstoles apellidaron Bernabé, que significa Consolado, que era levita y natural de Chipre, tenía un campo y lo vendió; llevó el dinero y lo puso a disposición de los apóstoles". Al finalizar, a un Obispo que estaba presente, este presidente le dirigió la palabra en estos términos, o muy parecidos: "Monseñor, esto es Comunismo. El más puro comunismo. Los cristianos deben ser comunistas porque esta es la descripción de la perfecta comunidad cristiana..." Las pobres Sagradas Escrituras quedaron bautizadas como "comunistas". La verdad es que no hay rubor en el uso manipulado de la Palabra de Dios, cuando se pretende siempre colocarla a favor de las propias ideas políticas. Evidentemente, es una demostración de la profunda debilidad y carencia que tienen esas ideas, pues es necesario llegar a recurrir a la manipulación absurda para poder conseguir un sustento que por otra vía no se tiene...
Si ese es el sustento, también se podrían conseguir sustentos "válidos" para el capitalismo...: Jesús llegó a alabar la conducta del Administrador infiel que recurrió a una trampa para no perder sus bienes. También alabó a los que lograron multiplicar sus talentos a quienes se les premió con mayores riquezas, reinos y tierras. Fue gran amigo de conocidos ricos de la época: Zaqueo, José de Arimatea, Nicodemo, Simón el Leproso... En el grupo de los apóstoles habían personajes con muchos bienes: Juan y Santiago y Pedro y Andrés tenían barcas de pesca, es decir, eran lo que conocemos hoy como "empresarios"; Mateo era Publicano, y los publicanos eran gente de poder económico ... Si se quisiera condenar el comunismo y exaltar al capitalismo, ahí tenemos pruebas contundentes de que Jesús era muy cercano también a esa línea de pensamiento y de conducta... Pero no seríamos más que unos burdos manipuladores... No es lícito usar las Escrituras para eso...
Lo que es lícito es usarlas para demostrar el amor con el que todos, ricos y pobres, vivían en relación a su reporte con Dios y con los hermanos. La alabanza a José Bernabé es porque colocó sus bienes en favor de la comunidad, para que los más necesitados resolvieran su postración. El poner todo en común no era un gesto de dádiva altruista simplemente, sino un gesto de caridad, de amor, que surgía del amor a Dios. Es el cumplimiento perfecto de lo que dijo San Juan: "Quien dice que ama a Dios a quien no ve, pero no ama a su hermano a quien ve, está mintiendo..." Las dádivas, en todo caso, no eran de cosas que no eran propias, sino de las que dolían más, pues eran bienes de su propiedad... Recuerdo perfectamente las palabras de la Beata Madre Teresa de Calcuta: "A mí no me interesa que me den lo que les sobra. Eso es justicia. Me interesa que me den lo que les duele. ¡Eso es caridad!" ¡Cuántos pretenden ser "buenos" dando de lo que no es suyo, pero guardándose para sí la parte más sustanciosa de la dádiva! ¡Qué fácil es ser "caritativo" con lo que no es de uno y sacándole provecho! Se burlan de los pobres a quienes utilizan dando una imagen de bondad y de solidaridad con ellos, ayudándolos con el 10%, pero quedándose con el 90% para engordar los propios bolsillos... De esa historia podríamos escribir enciclopedias...
Lo verdaderamente importante es el lugar en el que está Dios en todo esto. Si lo colocamos sólo como una simple bandera de la que echo mano cuando me conviene, manipulando si es necesario su mensaje, su palabra y su actuación, para apoyar mis acciones, sabiendo que lo que hago es malo, estoy cayendo en lo más rastrero de la fe. No soy más que uno de esos fariseos a los que Jesús echó en cara que eran "hipócritas", "víboras", "sepulcros blanqueados"... Por el contrario, si Dios es mi norma última, si Él está dándole forma con su palabra y su obra a todo lo que digo y hago, si me motiva el amor que le tengo y que debo demostrar en el amor a mis hermanos, entonces estoy en el camino correcto. Es lo que le dijo Jesús a Nicodemo en ese encuentro en la intimidad de corazón que tuvo con él: "Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna". El Hijo del hombre, Jesús, elevado en la Cruz, signo del amor de entrega total y sin ocultamientos interesados, es el símbolo de la donación de sí mismo para todo cristiano. Es en el amor donde se encuentra toda la justificación de la vida comunitaria. Es allí donde está el sentido de ponerlo todo en común. No es sólo altruismo ni interés personal. Es verdadero amor, que lanza a hacer lo que sea para lograr la felicidad y el bienestar de los hermanos...
Tengo grabado en mi recuerdo un episodio que habla clarísimamente de esto que estoy diciendo. Un Presidente leyó en una transmisión en vivo de una intervención suya el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que habla sobre la puesta en común de los bienes en la primera comunidad cristiana: "Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno. José, a quien los apóstoles apellidaron Bernabé, que significa Consolado, que era levita y natural de Chipre, tenía un campo y lo vendió; llevó el dinero y lo puso a disposición de los apóstoles". Al finalizar, a un Obispo que estaba presente, este presidente le dirigió la palabra en estos términos, o muy parecidos: "Monseñor, esto es Comunismo. El más puro comunismo. Los cristianos deben ser comunistas porque esta es la descripción de la perfecta comunidad cristiana..." Las pobres Sagradas Escrituras quedaron bautizadas como "comunistas". La verdad es que no hay rubor en el uso manipulado de la Palabra de Dios, cuando se pretende siempre colocarla a favor de las propias ideas políticas. Evidentemente, es una demostración de la profunda debilidad y carencia que tienen esas ideas, pues es necesario llegar a recurrir a la manipulación absurda para poder conseguir un sustento que por otra vía no se tiene...
Si ese es el sustento, también se podrían conseguir sustentos "válidos" para el capitalismo...: Jesús llegó a alabar la conducta del Administrador infiel que recurrió a una trampa para no perder sus bienes. También alabó a los que lograron multiplicar sus talentos a quienes se les premió con mayores riquezas, reinos y tierras. Fue gran amigo de conocidos ricos de la época: Zaqueo, José de Arimatea, Nicodemo, Simón el Leproso... En el grupo de los apóstoles habían personajes con muchos bienes: Juan y Santiago y Pedro y Andrés tenían barcas de pesca, es decir, eran lo que conocemos hoy como "empresarios"; Mateo era Publicano, y los publicanos eran gente de poder económico ... Si se quisiera condenar el comunismo y exaltar al capitalismo, ahí tenemos pruebas contundentes de que Jesús era muy cercano también a esa línea de pensamiento y de conducta... Pero no seríamos más que unos burdos manipuladores... No es lícito usar las Escrituras para eso...
Lo que es lícito es usarlas para demostrar el amor con el que todos, ricos y pobres, vivían en relación a su reporte con Dios y con los hermanos. La alabanza a José Bernabé es porque colocó sus bienes en favor de la comunidad, para que los más necesitados resolvieran su postración. El poner todo en común no era un gesto de dádiva altruista simplemente, sino un gesto de caridad, de amor, que surgía del amor a Dios. Es el cumplimiento perfecto de lo que dijo San Juan: "Quien dice que ama a Dios a quien no ve, pero no ama a su hermano a quien ve, está mintiendo..." Las dádivas, en todo caso, no eran de cosas que no eran propias, sino de las que dolían más, pues eran bienes de su propiedad... Recuerdo perfectamente las palabras de la Beata Madre Teresa de Calcuta: "A mí no me interesa que me den lo que les sobra. Eso es justicia. Me interesa que me den lo que les duele. ¡Eso es caridad!" ¡Cuántos pretenden ser "buenos" dando de lo que no es suyo, pero guardándose para sí la parte más sustanciosa de la dádiva! ¡Qué fácil es ser "caritativo" con lo que no es de uno y sacándole provecho! Se burlan de los pobres a quienes utilizan dando una imagen de bondad y de solidaridad con ellos, ayudándolos con el 10%, pero quedándose con el 90% para engordar los propios bolsillos... De esa historia podríamos escribir enciclopedias...
Lo verdaderamente importante es el lugar en el que está Dios en todo esto. Si lo colocamos sólo como una simple bandera de la que echo mano cuando me conviene, manipulando si es necesario su mensaje, su palabra y su actuación, para apoyar mis acciones, sabiendo que lo que hago es malo, estoy cayendo en lo más rastrero de la fe. No soy más que uno de esos fariseos a los que Jesús echó en cara que eran "hipócritas", "víboras", "sepulcros blanqueados"... Por el contrario, si Dios es mi norma última, si Él está dándole forma con su palabra y su obra a todo lo que digo y hago, si me motiva el amor que le tengo y que debo demostrar en el amor a mis hermanos, entonces estoy en el camino correcto. Es lo que le dijo Jesús a Nicodemo en ese encuentro en la intimidad de corazón que tuvo con él: "Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna". El Hijo del hombre, Jesús, elevado en la Cruz, signo del amor de entrega total y sin ocultamientos interesados, es el símbolo de la donación de sí mismo para todo cristiano. Es en el amor donde se encuentra toda la justificación de la vida comunitaria. Es allí donde está el sentido de ponerlo todo en común. No es sólo altruismo ni interés personal. Es verdadero amor, que lanza a hacer lo que sea para lograr la felicidad y el bienestar de los hermanos...
lunes, 28 de abril de 2014
Galería de la Misa de Canonización de los Papas San Juan XXIII y San Juan Pablo II
Momentos previos de la Misa de Canonización
Los Obispos concelebrantes, preparándose para la Procesión de Entrada
Procesión de Entrada de los Obispos
Panorámica de los Obispos concelebrantes
Mons. Roberto Lückert, Arzobispo de Coro y Vicepresidente de la Conferencia Episcopal Venezolana
Mons. Rafael Conde, Obispo de Maracay, y Mons. Fernando Castro, Obispo Auxiliar de Caracas
El Papa Emérito Benedicto XVI hace su ingreso a la Misa de Canonización
Su Emncia. Cardenal Jorge Urosa Sabino, Arzobispo de Caracas, en el momento de su ingreso
Su Emncia. Cardenal Pietro Parolin, anterior Nuncio en Venezuela, en la Procesión de Entrada
El Santo Padre Francisco, al iniciar al Misa de Canonización
Durante la Petición de Canonizar a los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II
Ambiente de la Plaza San Pedro durante la Misa. En la primera foto, abajo a la derecha, se puede observar la bandera de Venezuela
El Santo Padre Francisco en dos momentos de la Celebración
Bendición del Santo Padre Francisco al finalizar la Misa de Canonización
San Juan XXIII
Cuerpo de San Juan XXIII en San Pedro
San Juan Pablo II
Tumba de San Juan Pablo II en San Pedro
Que te amen, Jesús, pero que a mí me dejen tranquilo...
Los primeros años de la Iglesia son realmente impresionantes. La valentía con la que los apóstoles asumieron su tarea de anunciar la Buena Nueva de Jesús, su mensaje de amor, su obra redentora a todos los hombres, sin excluir a nadie, es sin lugar a dudas admirable. No hubo nada que los detuviera en su empeño pues sentían que esa, en primer lugar, era una tarea insoslayable, y en segundo, era la salvación del mundo y de todos los hombres, que Dios mismo les había confiado y había puesto en sus manos... Ellos nos se sentían jamás solos en su misión. Tenían la seguridad plena de que iban acompañados por el mismísimo Jesús que los había enviado y que les había prometido su presencia en todo momento: "Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo..." Y lo experimentaban realmente, pues todo lo hacían en su Nombre... "No tenemos ni oro ni plata. De lo que tenemos, te damos: En nombre de Jesús de Nazaret, echa a andar...", le dicen al paralítico. Y todo siempre fue así...
Esa obra fue la apoteosis de la acción divina de mano de los hombres. Aquellos primeros tiempos de la Iglesia ameritaban que todos fueran testigos de las maravillas que Dios podía hacer por intermedio de sus enviados. Y Dios lo cumplía perfectamente. Aquel primer discurso de Pedro después de haber recibido al Espíritu Santo en Pentecostés fue maravilloso. Llegó a convertir a más de tres mil hombres. No fue su elocuencia la que lo logró, pues sabemos que Pedro de eso tenía poco. Fue el calor que daba a sus palabras la presencia del Espíritu que desde ese día se convirtió en el alma de toda obra de la Iglesia. Pablo VI, en su extraordinaria Evangelii Nuntiandi afirmó: "El Espíritu Santo es el protagonista de toda evangelización"... La Iglesia vivía su época dorada. Los apóstoles se ponían completamente a la disposición del Dios que quería hacer llegar su mensaje de amor y salvación a los hombres. Dios hacía su parte colocando en sus labios las palabras que necesitaban y obrando los prodigios que sustentaban lo que decían... No se podía pedir más...
Los hombres de hoy observamos aquella época hasta con envidia. Santa, pero envidia al fin... Añoramos que Dios se haga presente en nuestro caminar tan claramente como lo hacía con los apóstoles. Los apóstoles de hoy quisiéramos que nuestros discursos fueran capaces de convertir a miles de un solo golpe. Quizá hasta quisiéramos hacer caminar a los paralíticos, oír a los sordos, ver a los ciegos, curar enfermos, sacar de la pobreza, a tantos que se nos atraviesan en el camino... Queremos que Dios siga haciendo sus milagros para hacer creíble nuestro mensaje... Con una pequeña diferencia... No queremos arriesgar. No queremos mojarnos. Que Dios haga, pero que a mí no me pase nada. Que no tenga consecuencias negativas para mí y para los míos... Quisiéramos un Evangelio que convenza a los demás, pero que no me comprometa mucho, que no me exija de más, que me deje incólume, que no me fastidie...
Los apóstoles sabían que el ser instrumentos de Jesús y del anuncio de su Evangelio no los dejaba indiferentes. Y lo vivieron. Y lo asumieron completamente... "Ahora, Señor, mira cómo nos amenazan, y da a tus siervos valentía para anunciar tu palabra; mientras tu brazo realiza curaciones, signos y prodigios, por el nombre de tu santo siervo Jesús", decían en su oración. Noten que jamás piden ser librados del sufrimiento, sino que imploran valentía. No quieren verse libres de las consecuencias del ser instrumentos en las manos del Señor, sino del miedo que los pueda paralizar o de la vergüenza que pudieran llegar a sentir por Jesús... Nada de eso quieren que los afecte... Hoy nuestra oración va en otra línea... "Señor, haz maravillas por mi medio, pero que a mí no me toquen. Si quieres, haz milagros por mi intermedio, pero que a mí no me pase nada. Que todos te admiren, pero que a mí me dejen tranquilo..."
Dios, de esa manera, jamás podrá actuar... Él quiere actuar por nosotros, pero quiere que estemos a su completa disposición. Quiere que seamos suyos en toda ocasión y corriendo cualquier riesgo. Quiere que tengamos la conciencia plena de que Él es quien brillará. Que sepamos que mientras sus instrumentos se consideren más indignos, menos idóneos, menos brillantes, su esplendor será aún más grande... Y será más admirado, más seguido, más imitado, más amado... No se trata de que seamos "buenos" instrumentos, sino "simples" instrumentos, disponibles totalmente, colocados en las manos de Dios para que Él haga con nosotros lo que le venga en gana...
Dios no actúa hoy porque no puede. Porque no consigue los instrumentos simples que se pongan en sus manos. Los reclamos que a veces le hacemos a Dios porque no actúa en nuestro mundo, en nuestras vidas, en nuestra sociedad, son, en realidad, reclamos a nosotros mismos que no nos ponemos con plena disponibilidad en su presencia. Él sí quiere actuar, pero quiere, antes, tener los intermediarios para poder hacerlo... Y esos debemos ser nosotros... Debemos poder hacer como la invitación de Jesús a Nicodemo: "Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios". Tenemos que procurar ser renovados completamente por Jesús, dejar a un lado nuestras prioridades y colocar en su lugar las de Jesús. Tenemos que hacer lo que hicieron los apóstoles que desplazaron su propia vida y pusieron en su lugar la vida de Jesús, su amor, su salvación. Esa fue su plenitud. Jamás la entendieron resguardando sus vidas, sus cosas. La lograron alcanzar porque asumieron la de Jesús. No hay otra vía...
Esa obra fue la apoteosis de la acción divina de mano de los hombres. Aquellos primeros tiempos de la Iglesia ameritaban que todos fueran testigos de las maravillas que Dios podía hacer por intermedio de sus enviados. Y Dios lo cumplía perfectamente. Aquel primer discurso de Pedro después de haber recibido al Espíritu Santo en Pentecostés fue maravilloso. Llegó a convertir a más de tres mil hombres. No fue su elocuencia la que lo logró, pues sabemos que Pedro de eso tenía poco. Fue el calor que daba a sus palabras la presencia del Espíritu que desde ese día se convirtió en el alma de toda obra de la Iglesia. Pablo VI, en su extraordinaria Evangelii Nuntiandi afirmó: "El Espíritu Santo es el protagonista de toda evangelización"... La Iglesia vivía su época dorada. Los apóstoles se ponían completamente a la disposición del Dios que quería hacer llegar su mensaje de amor y salvación a los hombres. Dios hacía su parte colocando en sus labios las palabras que necesitaban y obrando los prodigios que sustentaban lo que decían... No se podía pedir más...
Los hombres de hoy observamos aquella época hasta con envidia. Santa, pero envidia al fin... Añoramos que Dios se haga presente en nuestro caminar tan claramente como lo hacía con los apóstoles. Los apóstoles de hoy quisiéramos que nuestros discursos fueran capaces de convertir a miles de un solo golpe. Quizá hasta quisiéramos hacer caminar a los paralíticos, oír a los sordos, ver a los ciegos, curar enfermos, sacar de la pobreza, a tantos que se nos atraviesan en el camino... Queremos que Dios siga haciendo sus milagros para hacer creíble nuestro mensaje... Con una pequeña diferencia... No queremos arriesgar. No queremos mojarnos. Que Dios haga, pero que a mí no me pase nada. Que no tenga consecuencias negativas para mí y para los míos... Quisiéramos un Evangelio que convenza a los demás, pero que no me comprometa mucho, que no me exija de más, que me deje incólume, que no me fastidie...
Los apóstoles sabían que el ser instrumentos de Jesús y del anuncio de su Evangelio no los dejaba indiferentes. Y lo vivieron. Y lo asumieron completamente... "Ahora, Señor, mira cómo nos amenazan, y da a tus siervos valentía para anunciar tu palabra; mientras tu brazo realiza curaciones, signos y prodigios, por el nombre de tu santo siervo Jesús", decían en su oración. Noten que jamás piden ser librados del sufrimiento, sino que imploran valentía. No quieren verse libres de las consecuencias del ser instrumentos en las manos del Señor, sino del miedo que los pueda paralizar o de la vergüenza que pudieran llegar a sentir por Jesús... Nada de eso quieren que los afecte... Hoy nuestra oración va en otra línea... "Señor, haz maravillas por mi medio, pero que a mí no me toquen. Si quieres, haz milagros por mi intermedio, pero que a mí no me pase nada. Que todos te admiren, pero que a mí me dejen tranquilo..."
Dios, de esa manera, jamás podrá actuar... Él quiere actuar por nosotros, pero quiere que estemos a su completa disposición. Quiere que seamos suyos en toda ocasión y corriendo cualquier riesgo. Quiere que tengamos la conciencia plena de que Él es quien brillará. Que sepamos que mientras sus instrumentos se consideren más indignos, menos idóneos, menos brillantes, su esplendor será aún más grande... Y será más admirado, más seguido, más imitado, más amado... No se trata de que seamos "buenos" instrumentos, sino "simples" instrumentos, disponibles totalmente, colocados en las manos de Dios para que Él haga con nosotros lo que le venga en gana...
Dios no actúa hoy porque no puede. Porque no consigue los instrumentos simples que se pongan en sus manos. Los reclamos que a veces le hacemos a Dios porque no actúa en nuestro mundo, en nuestras vidas, en nuestra sociedad, son, en realidad, reclamos a nosotros mismos que no nos ponemos con plena disponibilidad en su presencia. Él sí quiere actuar, pero quiere, antes, tener los intermediarios para poder hacerlo... Y esos debemos ser nosotros... Debemos poder hacer como la invitación de Jesús a Nicodemo: "Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios". Tenemos que procurar ser renovados completamente por Jesús, dejar a un lado nuestras prioridades y colocar en su lugar las de Jesús. Tenemos que hacer lo que hicieron los apóstoles que desplazaron su propia vida y pusieron en su lugar la vida de Jesús, su amor, su salvación. Esa fue su plenitud. Jamás la entendieron resguardando sus vidas, sus cosas. La lograron alcanzar porque asumieron la de Jesús. No hay otra vía...
sábado, 26 de abril de 2014
Que nadie pretenda callarnos...
Una cosa es que seamos libres y otra muy distinta es que en el uso de nuestra libertad siempre acertemos. Podríamos decir que la sensación del mandato misionero de Jesús a todos los bautizados es la de su condición imperante: "Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la creación"... Jesús no propone. Jesús ordena La sensación que deja en el alma es la de que hay que cumplir. Y punto... Los apóstoles lo entendieron así. Y por eso convirtieron a un mundo entero que estaba a la espera de la noticia de la salvación. Poco tiempo después, en un escrito muy temprano de los primeros cristianos, éstos se atrevieron a decir: "Somos de ayer y lo llenamos todo..." La comprensión de la responsabilidad personal y grupal de la comunidad apostólica fue perfecta. No dejaron nada al acaso...
La decisión de seguir el mandato de Jesús fue absolutamente libre. Sabían ellos muy bien que así lograrían la salvación suya y la de los demás. Más aún, que su propia salvación dependía de cuánto hicieran por salvar a los hermanos. "Sepan que quien salva a un hermano está procurando su propia salvación", sentenció Santiago, comprendiendo acertadamente la dinámica de la conversión propia y la de los demás... La salvación es una cuestión de compromiso con el hermano. No es una cuestión individual. Aunque sea personal, depende principalmente del ser testigos, de arrastrar a otros, de dar a conocer a los hermanos el amor que Jesús les tiene... No ha entendido bien el mensaje cristiano quien se encierra en sí mismo, en una experiencia egoísta e individualista de la fe, sin proyección comunitaria.
En efecto, la salvación toca a todo el hombre y a todo lo que tiene que ver con el hombre. La fórmula del mandato de Jesús no deja lugar a la confusión. El anuncio del Evangelio debe ser hecho "a toda la creación". Hubiera sido más concreto Jesús si hubiera dicho "a todo hombre". Pero no. Dijo "a toda la creación", es decir a todo el hombre y a todo el ámbito en el que el hombre desarrolla su vida. Es el mundo entero el que debe escuchar la noticia de la Redención. "La creación entera gime a la espera de la Redención", dice San Pablo. El hombre, con su pecado, ha arrastrado a todo lo creado. Es necesario también rescatarlo de las garras del abismo y de la penumbra... Por eso, es imposible que quien se convierta en apóstol de Cristo se desentienda del mundo. Hay quienes quisieran que el mensaje evangélico no fuera tan incómodo. Sobre todo aquellos que creen que la vida del hombre se divide en compartimientos estancos que nada tienen que ver unos con otros... Preferirían que los cristianos se mantuvieran dentro de los límites de las paredes de los templos y dejaran todo lo del mundo fuera de su ámbito. Si se cometen injusticias sociales, que callen. Que recen y no se metan en lo que no les corresponde... Muchos hemos sido víctimas de estos poderosos que creen que el mensaje de salvación nada tiene que ver con las condiciones sociales en que los hombres desarrollan su vida... El inminente San Juan Pablo II habló acertadamente de la "ecología humana", haciendo referencia no sólo a lo "verde" del mundo, sino a las condiciones externas y sociales en las que el hombre debería desarrollar su existencia para poder ser verdaderamente feliz...
Muchas veces los poderosos caen en la misma tentación que los judíos de la época apostólica... "Los llamaron y les prohibieron en absoluto predicar y enseñar en nombre de Jesús"... Creen que tienen el poder también para acallar la voz de la denuncia evangélica. Se erigen ellos en censuradores de lo que es la mismísima Palabra de Cristo y en entorpecedores de oficio de lo que los discípulos de Cristo pueden hacer en el mundo... Una pretensión grandísimamente absurda... Nadie puede estar por encima de la voluntad divina. Si Dios mismo ordena anunciar el Evangelio, nadie legítimamente puede prohibirlo. No se han escapado los hombres que rigen al mundo de esta tentación. ¡Cuántos en la historia han pretendido acallar la voz de Jesús que grita desde los labios de los que entienden el mandato misionero! ¡Cuántos mártires han pretendido ser silenciados, y a quienes lo pretendían les ha sido empresa imposible! Ya lo dijo Tertuliano en una oportunidad: "La sangre de los mártires es semilla de cristianos". Contrariamente a lo que piensan los poderosos la sangre que corre es multiplicadora de las voces de Jesús....
Y es que quien entiende su compromiso cristiano, asumido en su bautismo y escuchado de los mismos labios de Cristo, sabe muy bien que no hay fuerza humana, ni legítima ni ilegítima, que pueda ordenar lo contrario. Y si llegara a ordenarlo, no es legítimo escucharla. Se lo dijeron los apóstoles a los judíos: "¿Puede aprobar Dios que los obedezcamos a ustedes en vez de a él? Júzguenlo ustedes. Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído". Mayor claridad no podían tener. No es lícito desatender el mandato de Cristo, colocando por encima el mandato de los hombres. Es un absurdo inmenso...
Que nadie entienda su vida de fe limitada sólo al entorno de la intimidad. Es el mundo entero el que espera el anuncio del Evangelio. Y que nadie espere que los cristianos se queden dentro de las sacristías, escondiendo la salvación que quiere Jesús para todo lo creado. Ninguna de las dos cosas son lícitas. El mensaje de Jesús engloba toda la realidad. Y todo el ámbito de la creación debe escucharlo. Todo debe ser salvado. En ello radica la propia salvación para quien debe ser anunciador del Evangelio...
La decisión de seguir el mandato de Jesús fue absolutamente libre. Sabían ellos muy bien que así lograrían la salvación suya y la de los demás. Más aún, que su propia salvación dependía de cuánto hicieran por salvar a los hermanos. "Sepan que quien salva a un hermano está procurando su propia salvación", sentenció Santiago, comprendiendo acertadamente la dinámica de la conversión propia y la de los demás... La salvación es una cuestión de compromiso con el hermano. No es una cuestión individual. Aunque sea personal, depende principalmente del ser testigos, de arrastrar a otros, de dar a conocer a los hermanos el amor que Jesús les tiene... No ha entendido bien el mensaje cristiano quien se encierra en sí mismo, en una experiencia egoísta e individualista de la fe, sin proyección comunitaria.
En efecto, la salvación toca a todo el hombre y a todo lo que tiene que ver con el hombre. La fórmula del mandato de Jesús no deja lugar a la confusión. El anuncio del Evangelio debe ser hecho "a toda la creación". Hubiera sido más concreto Jesús si hubiera dicho "a todo hombre". Pero no. Dijo "a toda la creación", es decir a todo el hombre y a todo el ámbito en el que el hombre desarrolla su vida. Es el mundo entero el que debe escuchar la noticia de la Redención. "La creación entera gime a la espera de la Redención", dice San Pablo. El hombre, con su pecado, ha arrastrado a todo lo creado. Es necesario también rescatarlo de las garras del abismo y de la penumbra... Por eso, es imposible que quien se convierta en apóstol de Cristo se desentienda del mundo. Hay quienes quisieran que el mensaje evangélico no fuera tan incómodo. Sobre todo aquellos que creen que la vida del hombre se divide en compartimientos estancos que nada tienen que ver unos con otros... Preferirían que los cristianos se mantuvieran dentro de los límites de las paredes de los templos y dejaran todo lo del mundo fuera de su ámbito. Si se cometen injusticias sociales, que callen. Que recen y no se metan en lo que no les corresponde... Muchos hemos sido víctimas de estos poderosos que creen que el mensaje de salvación nada tiene que ver con las condiciones sociales en que los hombres desarrollan su vida... El inminente San Juan Pablo II habló acertadamente de la "ecología humana", haciendo referencia no sólo a lo "verde" del mundo, sino a las condiciones externas y sociales en las que el hombre debería desarrollar su existencia para poder ser verdaderamente feliz...
Muchas veces los poderosos caen en la misma tentación que los judíos de la época apostólica... "Los llamaron y les prohibieron en absoluto predicar y enseñar en nombre de Jesús"... Creen que tienen el poder también para acallar la voz de la denuncia evangélica. Se erigen ellos en censuradores de lo que es la mismísima Palabra de Cristo y en entorpecedores de oficio de lo que los discípulos de Cristo pueden hacer en el mundo... Una pretensión grandísimamente absurda... Nadie puede estar por encima de la voluntad divina. Si Dios mismo ordena anunciar el Evangelio, nadie legítimamente puede prohibirlo. No se han escapado los hombres que rigen al mundo de esta tentación. ¡Cuántos en la historia han pretendido acallar la voz de Jesús que grita desde los labios de los que entienden el mandato misionero! ¡Cuántos mártires han pretendido ser silenciados, y a quienes lo pretendían les ha sido empresa imposible! Ya lo dijo Tertuliano en una oportunidad: "La sangre de los mártires es semilla de cristianos". Contrariamente a lo que piensan los poderosos la sangre que corre es multiplicadora de las voces de Jesús....
Y es que quien entiende su compromiso cristiano, asumido en su bautismo y escuchado de los mismos labios de Cristo, sabe muy bien que no hay fuerza humana, ni legítima ni ilegítima, que pueda ordenar lo contrario. Y si llegara a ordenarlo, no es legítimo escucharla. Se lo dijeron los apóstoles a los judíos: "¿Puede aprobar Dios que los obedezcamos a ustedes en vez de a él? Júzguenlo ustedes. Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído". Mayor claridad no podían tener. No es lícito desatender el mandato de Cristo, colocando por encima el mandato de los hombres. Es un absurdo inmenso...
Que nadie entienda su vida de fe limitada sólo al entorno de la intimidad. Es el mundo entero el que espera el anuncio del Evangelio. Y que nadie espere que los cristianos se queden dentro de las sacristías, escondiendo la salvación que quiere Jesús para todo lo creado. Ninguna de las dos cosas son lícitas. El mensaje de Jesús engloba toda la realidad. Y todo el ámbito de la creación debe escucharlo. Todo debe ser salvado. En ello radica la propia salvación para quien debe ser anunciador del Evangelio...
viernes, 25 de abril de 2014
No hay más redentores
Siempre he escuchado que los hombres en general somos caudillistas... Y no es falso. Cada tanto aparecen personajes que descuellan y se convierten en "salvadores" de la humanidad. No es falso ni es nuevo... En todas las épocas de la historia han aparecido hombres que con su personalidad, con sus recursos de poder, con su labia, con los instrumentos con los que puedan a bien hacerse, logran conquistar masas, obnubilarlas y embaucarlas... Parecerían narcotizadores de oficio que han aprendido muy bien su tarea. Y en contraparte, siempre ha habido gente para ellos... "Todos los días nace un tonto, y el primero que lo vea es de él...", reza el fatal y terrible dicho popular. Los que buscan dominar masas lo saben bien y están al acecho para ganarse a sus seguidores. Así como hay embaucadores de oficio, hay apoyadores de oficio... Son esos que viven una situación de dolor, de postración, de dificultad, de necesidad, que llega incluso a ser extrema, y están a las espera de una mano que los pueda apoyar y sacar de su postración...
En todas las épocas ha habido gente que vive situaciones de dificultad extremas. Son los que viven la miseria en muchos órdenes: social, económica, intelectual, afectiva, espiritual... Se convierten así, en profundamente necesitados de ayuda externa para poder ver algo de luz en su penumbra personal. Hay quienes se acercan a ellos con buenas intenciones... Conocemos de personas que ven en ellos a unos hermanos que hay que ayudar, tendiéndoles la mano con la verdadera caridad necesaria. Son los que han entendido el llamado de Jesús: "Cada vez que lo hicieron con uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron..." Y así vemos en la historia miles de personajes que han visto a estos pequeños sufridos como alguien que por amor a Dios no pueden dejar solos en su ignominia... Son los santos de la caridad cristiana que buscan llevar algún alivio...
Pero, lamentablemente hay quienes más bien sacan buen provecho de esta situación de los hombres para establecer su dominio, su imperio. Construyen sobre la vida en ruina de muchos. Son verdaderamente detestables, pues llegan incluso a buscar el sostenimiento de esta situación de necesidad de sus hermanos para poder mantener el poder de dominio y de esclavitud sobre ellos... No sólo los buscan con el interés falso de ayudarlos, sino para hacerles ver que ellos serán los únicos que podrán ayudarlos a resolver su situación, cerrándoles la visión para otras opciones, ofreciendo una única vía, para hundirlos cada vez más y hacerlos más dependientes de sus ayudas de limosna y de extorsión... Es posible que en un primer momento haya habido una buena intención, pero ésta se ha envenenado al probar la posibilidad de dominio sobre los débiles, y aquella primera buena intención cambia radicalmente de sentido...
Ante esto, es fundamental decir que la ayuda a los otros es absolutamente imprescindible, sobre todo para aquellos que son los preferidos del Señor los débiles, los humildes, los sencillos. A ellos sale su mano protectora en primer lugar a defenderlos y a ofrecer su providencia amorosa. Y a ellos ofrece su protección. Quien se atreve a usarlos para beneficio propio debe atenerse a las consecuencias de meterse directamente con Jesús, pues esos son los suyos... El amor cristiano, el que nos ha sido dado como mandamiento y que ha sido ratificado con mayor profundidad por Jesús, nos obliga. No sólo porque está mandado, sino porque es la manera de demostrar el amor a Dios. Amar al hermano, ayudarlo en su necesidad, es la prueba de que amamos a Dios: "Quien dice que ama a Dios, a quien no ve, y no ama a su hermano a quien ve, miente", dice San Juan... Es clarísimo...
Y más allá... Hay que saber que sólo uno ha dado su vida por nosotros y ha resucitado para confirmar su victoria que se nos ha anotado a todos. No hay más redentores. Sólo Jesús, sólo su nombre, sólo su vida y su poder, son los que han venido en nuestra ayuda para rescatarnos de la indigencia mayor, la del pecado, y para invitarnos a vivir la más sólida fraternidad basada en el amor... No tiene sentido que queramos colocar a la misma altura del Redentor a personajes que han surgido en la historia como "mesías chucutos", menos aún cuando ha quedado en evidencia que sus fines han sido absolutamente retorcidos, habiendo a lo mejor tenido un buen inicio, hasta con buenas intenciones... "Empobrecen a la gente para luego hacerla depender de ellos", ha dicho el Card. Bergoglio, hoy Papa Francisco, en su época de Arzobispo de Buenos Aires...
San Pedro ha dicho: "Jesús es la piedra que desecharon ustedes, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos"... Es muy claro. No existe otro redentor, no hay otro mesías. Los que se coloquen en la misma línea amorosa de ayuda a los demás, en la de Jesús, serán simples instrumentos que envía la Providencia divina a los hermanos. Quien quiera desplazarlo, haciéndose a sí mismo redentor y mesías, simplemente es un usurpador. Y nosotros mismos debemos cuidarnos de hacer esa sustitución... No debemos ser caudillistas. Nuestro único Caudillo es Jesús, porque es nuestro único Redentor. No hay más. Sólo uno se ha dejado matar por amor a nosotros, sólo uno estuvo escondido en el sepulcro tres días, sólo uno resucitó para refrendar su victoria sobre la muerte y sobre el pecado... Ese es Jesús. Nadie más...
En todas las épocas ha habido gente que vive situaciones de dificultad extremas. Son los que viven la miseria en muchos órdenes: social, económica, intelectual, afectiva, espiritual... Se convierten así, en profundamente necesitados de ayuda externa para poder ver algo de luz en su penumbra personal. Hay quienes se acercan a ellos con buenas intenciones... Conocemos de personas que ven en ellos a unos hermanos que hay que ayudar, tendiéndoles la mano con la verdadera caridad necesaria. Son los que han entendido el llamado de Jesús: "Cada vez que lo hicieron con uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron..." Y así vemos en la historia miles de personajes que han visto a estos pequeños sufridos como alguien que por amor a Dios no pueden dejar solos en su ignominia... Son los santos de la caridad cristiana que buscan llevar algún alivio...
Pero, lamentablemente hay quienes más bien sacan buen provecho de esta situación de los hombres para establecer su dominio, su imperio. Construyen sobre la vida en ruina de muchos. Son verdaderamente detestables, pues llegan incluso a buscar el sostenimiento de esta situación de necesidad de sus hermanos para poder mantener el poder de dominio y de esclavitud sobre ellos... No sólo los buscan con el interés falso de ayudarlos, sino para hacerles ver que ellos serán los únicos que podrán ayudarlos a resolver su situación, cerrándoles la visión para otras opciones, ofreciendo una única vía, para hundirlos cada vez más y hacerlos más dependientes de sus ayudas de limosna y de extorsión... Es posible que en un primer momento haya habido una buena intención, pero ésta se ha envenenado al probar la posibilidad de dominio sobre los débiles, y aquella primera buena intención cambia radicalmente de sentido...
Ante esto, es fundamental decir que la ayuda a los otros es absolutamente imprescindible, sobre todo para aquellos que son los preferidos del Señor los débiles, los humildes, los sencillos. A ellos sale su mano protectora en primer lugar a defenderlos y a ofrecer su providencia amorosa. Y a ellos ofrece su protección. Quien se atreve a usarlos para beneficio propio debe atenerse a las consecuencias de meterse directamente con Jesús, pues esos son los suyos... El amor cristiano, el que nos ha sido dado como mandamiento y que ha sido ratificado con mayor profundidad por Jesús, nos obliga. No sólo porque está mandado, sino porque es la manera de demostrar el amor a Dios. Amar al hermano, ayudarlo en su necesidad, es la prueba de que amamos a Dios: "Quien dice que ama a Dios, a quien no ve, y no ama a su hermano a quien ve, miente", dice San Juan... Es clarísimo...
Y más allá... Hay que saber que sólo uno ha dado su vida por nosotros y ha resucitado para confirmar su victoria que se nos ha anotado a todos. No hay más redentores. Sólo Jesús, sólo su nombre, sólo su vida y su poder, son los que han venido en nuestra ayuda para rescatarnos de la indigencia mayor, la del pecado, y para invitarnos a vivir la más sólida fraternidad basada en el amor... No tiene sentido que queramos colocar a la misma altura del Redentor a personajes que han surgido en la historia como "mesías chucutos", menos aún cuando ha quedado en evidencia que sus fines han sido absolutamente retorcidos, habiendo a lo mejor tenido un buen inicio, hasta con buenas intenciones... "Empobrecen a la gente para luego hacerla depender de ellos", ha dicho el Card. Bergoglio, hoy Papa Francisco, en su época de Arzobispo de Buenos Aires...
San Pedro ha dicho: "Jesús es la piedra que desecharon ustedes, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos"... Es muy claro. No existe otro redentor, no hay otro mesías. Los que se coloquen en la misma línea amorosa de ayuda a los demás, en la de Jesús, serán simples instrumentos que envía la Providencia divina a los hermanos. Quien quiera desplazarlo, haciéndose a sí mismo redentor y mesías, simplemente es un usurpador. Y nosotros mismos debemos cuidarnos de hacer esa sustitución... No debemos ser caudillistas. Nuestro único Caudillo es Jesús, porque es nuestro único Redentor. No hay más. Sólo uno se ha dejado matar por amor a nosotros, sólo uno estuvo escondido en el sepulcro tres días, sólo uno resucitó para refrendar su victoria sobre la muerte y sobre el pecado... Ese es Jesús. Nadie más...
jueves, 24 de abril de 2014
Para que la alegría sea completa
Las experiencias de los discípulos de Cristo, apenas vivida la gloriosa Resurrección, fueron verdaderamente apabullantes. No era para menos, pues significaban, cada una de ellas, la vivencia de una novedad absoluta que no se había vivido jamás antes. Jesús había sufrido el máximo dolor que ser alguno podía vivir, había cargado heroicamente con culpas que no eran suyas, sus espaldas fueron fuertes para llevar el peso impresionante de los pecados de toda la humanidad, pasada, presente y futura, había pasado por una pasión espeluznante en la que las multitudes se habían ensañado contra Él e incluso habían mostrado sus preferencias por un delincuente de baja ralea, había sufrido la muerte ignominiosa en la Cruz en medio de dos ladrones... Había sido ocultado en el sepulcro, en esa soledad ruinosa que significaba el abandono total... Él ya lo había manifestado al Padre: "En tus manos, encomiendo mi espíritu"... Era el haberse puesto completamente a la disposición de lo que el Padre designara... La obediencia fue su marca. "Aprendió, sufriendo, a obedecer", dice San Pablo, con lo cual cumplió perfectamente lo que había dicho al Padre: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad"... Los discípulos habían vivido todo esto como absolutas novedades...
Aun cuando esto había sido profetizado en la figura del Siervo de Yahvé del que habla Isaías, el haberlo vivido era una cosa diferente. ¿Cómo podía imaginarse nadie que la Redención le costaría tanto al mismo Dios? ¿Cómo pensar que el Mesías, el Enviado de Dios, el Esperado de todas las Naciones, por quien suspiraban todos los miembros de Israel, iba a experimentar realmente todas y cada una de las cosas que allí se decían? Se suponía que era una manera poética de presentar lo que Dios haría por intermedio de su Hijo. Jamás se le hubiera ocurrido a nadie pensar que el Padre iba a permitir que su Hijo fuera sometido a tales escarnios... "No tenía apariencia humana... Prestó su rostro a golpes y salivazos... Sus heridas nos han curado..." Es tremendo...
Y la cosa iba más allá... Ese que había sufrido por los pecados de todos, que había muerto en la Cruz de dolor, que había sido colocado inerme en la oscuridad del sepulcro, había cumplido también lo que había sido anunciado... ¡había resucitado! ¡Había resurgido triunfante de la muerte y de la penumbra sombría del sepulcro y se había convertido en Luz esplendorosa que estaba iluminando la vida de todos los redimidos... Para muchos, si la muerte era inaceptable y totalmente desilusionante, la Resurrección era igual o mayormente sorprendente... Había que vivir lo que estaban viviendo los discípulos de Cristo para asumir la sorpresa tras sorpresa que se tenía que vivir... Eran tiempos de dolor y de gloria. No eran tiempos para vivir lo normal, sino lo extraordinario. No se podía uno contentar con lo ordinario. Había que tener el espíritu muy bien dispuesto para poder acoplarse lo que exigía la experiencia de la Resurrección del Redentor...
Por eso Jesús al aparecerse a los discípulos, asumiendo que vivían las sorpresas más extraordinarias que jamás nadie podía vivir, los invita a elevar el espíritu: "¿Por qué se alarman?, ¿por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies: soy yo en persona. Pálpenme y dense cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como ven que yo tengo"... Es impresionante la voz de mando del Resucitado. No se pueden quedar los discípulos con la idea de la crucifixión y de la muerte... Habiendo sido necesaria, fue un paso previo para la gloria que había que vivir para alcanzar la Redención de la humanidad... Jesús había cumplido. Y el Padre también había cumplido... Ahora son los discípulos los que tienen que cumplir... Cada uno, en la obra de la Redención tiene una parte que cumplir... Ya el Padre y el Hijo la hicieron. Ahora los hombres tienen que hacer la suya, que es la más sencilla. Es la de la fe, la de la confianza, la de la alegría, la de compartir y dar a conocer la misma alegría vivida a todos...
Jesús es inmensamente detallista. Para convencer a los apóstoles se hace uno más, como en el momento de la encarnación. Así como la gloria de Dios había invadido a la Virgen al tomar carne de su vientre, hoy quiere seguir invadiendo, después de resucitado, a la humanidad con todas sus prerrogativas. De esa manera convencerá a los discípulos de la realidad... "Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: "¿Tienen ahí algo de comer?" Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos". ¡Qué hermoso detalle el de Jesús! Como cuerpo glorioso no necesitaba comer, pero lo hace para convencerlos de su propia realidad... Dios se rebaja de nuevo, como cuando empezó la historia en el ya lejano Belén...
Todo era el cumplimiento de lo que había sido anunciado. Los discípulos lo sabían, aunque les costara convencerse de ello... "Esto es lo que les decía mientras estaba con ustedes: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse." Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.Ustedes son testigos de esto". ¡Qué tiempo tan feliz se inauguraba en la historia de la humanidad! Era el tiempo de la Redención, el de la Novedad absoluta en el amor, el de la Re-creación de todo... Es el tiempo del amor, de su reinado en los corazones de todos... Es el tiempo de la Resurrección, en el que todos los hombres deben vivir como el Resucitado, dejándose llenar de las cualidades que Jesús quiere darles a cada uno...
Y es el tiempo del anuncio... No es una alegría que se deba vivir individualmente. No tiene sentido una alegría egoísta, hacia sólo el interior de sí mismo. La alegría es tal precisamente para compartirla, Y a medida que se comparta, será mayor... Sólo compartiendo la razón de la alegría, ésta será completa... No se podrá ser plenamente feliz si nos quedamos con la noticia en nuestro corazón únicamente. Hay que tenerla ahí, bien guardada y bien vivida, pero sólo para compartirla. Hacerla cada vez más propia, pero sólo para hacerla cada vez más de todos. Así será más propia... Paradójicamente, seré más redimido en la medida en que ayude a redimir a los hermanos. Seré más feliz compartiendo la alegría. Viviré más el amor en la medida en que ame más a mis hermanos... Por eso Jesús dice: "Ustedes son testigos de esto". El testigo es el que da testimonio, el que comparte su experiencia. Y con más autoridad cuando más lo ha vivido intensamente. A eso estamos llamados... No hay que temer nada. Sólo hay que temer a no hacer lo que tenemos que hacer...
miércoles, 23 de abril de 2014
Convéncete... Jesús resucitó y es tu alegría
"¡Qué necios y torpes son ustedes para creer lo que anunciaron los profetas!", espetó Jesús a los dos discípulos que iban de camino a Emaús. Iban cabizbajos, derrotados, pensando que todo el sueño había terminado... Que todo el furor que se había levantado con la aparición de Jesús, esus palabras, de sus gestos, se había difuminado con su muerte... Le dijeron a Jesús: "Algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron..." No eran capaces de ver más allá de las evidencias, del testimonio de los que aseguraban que ya no estaba en el sepulcro...
Hoy, a la torpeza y a la necedad que les echó en cara Jesús a esos dos se le puede llamar escepticismo o positivismo... Los hombres de hoy nos hemos enfermado del moderno positivismo... O ya lo somos naturalmente o lo vamos adquiriendo a fuerza de codearnos con los que ya lo son... Nuestra era materialista, tecnológica, ultracientífica, no sólo ha puesto en nuestras manos los más grandes avances técnicos, haciendo que nuestra vida sea mucho más sencilla, ordenada, cómoda, sino que ha puesto la misma matriz en nuestras mentes y en nuestros corazones... Lo que nos exija un mínimo esfuerzo de raciocinio, de inteligencia, de movimiento, es rehuido. Preferimos que nos lo den todo hecho o que nos veamos sometidos a lo mínimo para alcanzarlo... Tenemos las mejores comunicaciones nunca antes pensada, los mejores autos para movernos, la comida y la bebida más rápida... Todo con el fin de que siempre el esfuerzo sea el mínimo. Y así queremos las cosas en lo interior... Lo más expedito posible...
Estos dos hombres que iban de camino a Emaús ya sufrían de ese virus. Ante la pregunta de Jesús sobre lo que iban hablando ellos le responden: "Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto". Ni siquiera eran capaces de entender lo que el mismo Jesús les había dicho a todos: que resucitaría al tercer día... El inmediatismo lo tenían a flor de piel... Tanto, que ni siquiera daban el plazo que el Señor había pedido. Pero, además, no eran capaces tampoco de dar fe a lo que otros le estaban diciendo. Ni lo que decían las mujeres y otros era suficiente para convencerlos... Prácticamente estaban exigiendo tener ellos la misma experiencia para poder dar cabida a la realidad...
Y Jesús, condescendiente siempre, con la única finalidad de que se convencieran de que lo que había sido anunciado era verdad, de nuevo se hace encontrar... Primero les sale al encuentro en el camino, se pone a conversar con ellos, les explica las Escrituras y lo que decían sobre la venida del Mesías, y finalmente se descubre totalmente con un gesto que seguramente era sólo suyo... "Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció"... Jesús se hace reconocer. Era el Mesías que sí había cumplido lo que había prometido y lo que habían anunciado todos los profetas... Al fin dieron su brazo a torcer y creyeron. Fue necesaria la evidencia para que surgiera la fe, la confianza en la palabra de Dios, el abandono total en las manos del Señor... "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" Ya habían caído rendidos ante el Señor. Las evidencias eran contundentes...
Y ese cambio en sus actitudes les hizo convertirse también en anunciadores de la Resurrección... "Volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: 'Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón'. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan"... La experiencia del encuentro con el Resucitado los hizo a ellos también apóstoles. Desde ese momento se convirtieron en testigos de la Resurrección, en multiplicadores de la dicha inmensa de la Redención...
Por eso, la fe que tuvieron los primeros seguidores de Jesús logró tantas maravillas. Vivían la alegría del Jesús que había resurgido de la muerte y había logrado con eso la Redención. Esa alegría la habían hecho suya. Y el amor en el que entendían que debían vivir su fe, les lanzó a anunciar su alegría a los hermanos. Era necesario compartirla para que todos los hombres vivieron esa misma dicha. La dicha es la Resurrección de Jesús que hace que todos los hombres resucitemos con Él. Los beneficios de vivir la Resurrección son evidentes. Todos los hombres deben disfrutar de ellos. Por eso Pedro le dice al paralítico que está a las puertas del templo: "No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar". Era la virtud del Resucitado la que lo hacía posible. Se había inaugurado una nueva era entre los hombres. La Resurrección era una maravilla que debía extenderse a todos. Así lo entendieron cada uno de los discípulos de Cristo y fueron llenando el mundo de esa maravillosa alegría y de su fuerza en favor de los hombres... Es la fe la que los movió. Es la convicción de que debían hacer el esfuerzo de comprender lo que había sucedido y de hacerlo suyo para poder resucitar y llevar a la resurrección a todos. Era la felicidad del mundo y había que llevársela, pues era lo que quería Jesús...
Hoy, a la torpeza y a la necedad que les echó en cara Jesús a esos dos se le puede llamar escepticismo o positivismo... Los hombres de hoy nos hemos enfermado del moderno positivismo... O ya lo somos naturalmente o lo vamos adquiriendo a fuerza de codearnos con los que ya lo son... Nuestra era materialista, tecnológica, ultracientífica, no sólo ha puesto en nuestras manos los más grandes avances técnicos, haciendo que nuestra vida sea mucho más sencilla, ordenada, cómoda, sino que ha puesto la misma matriz en nuestras mentes y en nuestros corazones... Lo que nos exija un mínimo esfuerzo de raciocinio, de inteligencia, de movimiento, es rehuido. Preferimos que nos lo den todo hecho o que nos veamos sometidos a lo mínimo para alcanzarlo... Tenemos las mejores comunicaciones nunca antes pensada, los mejores autos para movernos, la comida y la bebida más rápida... Todo con el fin de que siempre el esfuerzo sea el mínimo. Y así queremos las cosas en lo interior... Lo más expedito posible...
Estos dos hombres que iban de camino a Emaús ya sufrían de ese virus. Ante la pregunta de Jesús sobre lo que iban hablando ellos le responden: "Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto". Ni siquiera eran capaces de entender lo que el mismo Jesús les había dicho a todos: que resucitaría al tercer día... El inmediatismo lo tenían a flor de piel... Tanto, que ni siquiera daban el plazo que el Señor había pedido. Pero, además, no eran capaces tampoco de dar fe a lo que otros le estaban diciendo. Ni lo que decían las mujeres y otros era suficiente para convencerlos... Prácticamente estaban exigiendo tener ellos la misma experiencia para poder dar cabida a la realidad...
Y Jesús, condescendiente siempre, con la única finalidad de que se convencieran de que lo que había sido anunciado era verdad, de nuevo se hace encontrar... Primero les sale al encuentro en el camino, se pone a conversar con ellos, les explica las Escrituras y lo que decían sobre la venida del Mesías, y finalmente se descubre totalmente con un gesto que seguramente era sólo suyo... "Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció"... Jesús se hace reconocer. Era el Mesías que sí había cumplido lo que había prometido y lo que habían anunciado todos los profetas... Al fin dieron su brazo a torcer y creyeron. Fue necesaria la evidencia para que surgiera la fe, la confianza en la palabra de Dios, el abandono total en las manos del Señor... "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" Ya habían caído rendidos ante el Señor. Las evidencias eran contundentes...
Y ese cambio en sus actitudes les hizo convertirse también en anunciadores de la Resurrección... "Volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: 'Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón'. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan"... La experiencia del encuentro con el Resucitado los hizo a ellos también apóstoles. Desde ese momento se convirtieron en testigos de la Resurrección, en multiplicadores de la dicha inmensa de la Redención...
Por eso, la fe que tuvieron los primeros seguidores de Jesús logró tantas maravillas. Vivían la alegría del Jesús que había resurgido de la muerte y había logrado con eso la Redención. Esa alegría la habían hecho suya. Y el amor en el que entendían que debían vivir su fe, les lanzó a anunciar su alegría a los hermanos. Era necesario compartirla para que todos los hombres vivieron esa misma dicha. La dicha es la Resurrección de Jesús que hace que todos los hombres resucitemos con Él. Los beneficios de vivir la Resurrección son evidentes. Todos los hombres deben disfrutar de ellos. Por eso Pedro le dice al paralítico que está a las puertas del templo: "No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar". Era la virtud del Resucitado la que lo hacía posible. Se había inaugurado una nueva era entre los hombres. La Resurrección era una maravilla que debía extenderse a todos. Así lo entendieron cada uno de los discípulos de Cristo y fueron llenando el mundo de esa maravillosa alegría y de su fuerza en favor de los hombres... Es la fe la que los movió. Es la convicción de que debían hacer el esfuerzo de comprender lo que había sucedido y de hacerlo suyo para poder resucitar y llevar a la resurrección a todos. Era la felicidad del mundo y había que llevársela, pues era lo que quería Jesús...
martes, 22 de abril de 2014
Una mujer, primera anunciadora del Resucitado
El encuentro de Jesús Resucitado con María Magdalena nos pone a la vista varias consideraciones interesantes. En primer lugar, es de destacar que la Magdalena es la primera testigo, según San Juan, de la Resurrección. La primera que tuvo ese privilegio. La primicia del resurgimiento del Redentor desde la muerte, desde la soledad y oscuridad del sepulcro, la tuvo esta mujer, que fue convertida por Jesús a punta de amor y de misericordia. Su fidelidad es extrema, al punto de que fue, junto a la Virgen María y el mismo Apóstol Juan, una de las poquísimas personas que acompañó compasivamente a Jesús en todas las fases de la Pasión y de la Crucifixión, hasta su sepultura... María comprueba que el sepulcro está vacío y siente una tristeza tremenda. Llora el "robo" del cadáver de Jesús. Aún no tiene el espíritu pronto para discernir que el sepulcro vacío significa otra cosa muy distinta. Que es signo de que la soledad, la oscuridad, la frialdad, que reinan dentro del sepulcro, símbolos todas ellas de la muerte para las que estaba hecho, no fue suficiente para contener en sí mismo al que es la Vida del mundo y de cada hombre. Simplemente llora porque el cuerpo de Aquél al que ella debía tanto, había sido robado. No hay otra razón. Aparentemente en ella no había la esperanza fundada de que aquello que había anunciado Jesús repetidas veces sobre su propia resurrección, se cumpliría... Lloraba a las puertas del sepulcro, pues allí ya no estaba Jesús, sin sospechar jamás de que había sucedido algo portentoso, realmente maravilloso, distinto al simple robo de sus despojos... Hay una visión milagrosa que no logra sacarla de su dolor: los dos ángeles que le preguntan sobre la razón de su dolor. Pero los ángeles no tienen tiempo de decirle la verdad de lo que había sucedido...
María tiene, entonces, el primer encuentro de alguien con el Resucitado. Siempre me he preguntado qué virtud tenía el cuerpo glorioso de Jesús, pues no es reconocido casi nunca a la primera. De alguna manera tiene que identificarse a sí mismo para poder ser reconocido. María lo confunde con el hortelano, el que tenía a su cargo el cuidado de los alrededores del sepulcro, y ante él se queja de nuevo de lo que ella supone que ha sucedido... "Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré", le dice. Su mirada no es capaz de descubrir a Aquél que es la causa de su fe, de su conversión, de su tristeza porque se han robado su cuerpo... Tiene Jesús que llamarla por su nombre -imagino que daba una entonación propia, que el nombre de la Magdalena adquiría una musicalidad propia en los labios de Jesús-, para que ella reconozca, ya sin dudas, que ese es el Señor que ha resucitado... La tardanza de María en reconocer a Jesús, además de real, es también simbólica. Es signo de la tardanza de todos los hombres en reconocer a Jesús como la razón de sus vidas. Es la tardanza en la que recurrimos todos para dejarnos confiados en las manos del Resucitado. No somos capaces de reconocerlo en lo ordinario, y necesitamos que sucedan cosas extraordinarias para caer en convicción. Jesús, infinitamente paciente y providente con nosotros, no deja de hacerlo. Entona nuestro nombre, hace maravillas en favor nuestro. Y es la manera en que nos convence de ser Él, de que es su amor el que nos favorece, de que es su misericordia infinita la que nos trata siempre favorablemente...
Al ser reconocido, Jesús ordena a María algo maravilloso. ser la primera testigo que anuncie a todos lo que ha sucedido: "Anda, ve a mis hermanos y diles: 'Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.' María Magdalena fue y anunció a los discípulos: 'He visto al Señor y ha dicho esto'". María es, estrictamente hablando, la primera apóstol. Una mujer, contrariamente a lo que sostienen algunos sobre el "desprecio" de Jesús a lo femenino, es elegida para ser la primera anunciadora de la Resurrección. Jesús le encomienda la tarea más delicada que se presenta en ese momento: convencer a todos de que Él había resucitado y de que estaba pronto a retomar toda la gloria que como Dios le correspondía y que había puesto entre paréntesis en esos años en los que había realizado su labor terrena... Tremenda tarea la que se le encomienda. Y qué bien la cumplió, pues sirvió para que todos los apóstoles tuvieran la primera noticia de la resurrección... También a nosotros Jesús nos llama por nuestro nombre y nos encomienda anunciar a los hermanos la Verdad más maravillosa que vivimos: que creemos en un Dios que está vivo, que habiendo probado lo despreciable de la muerte, no fue vencido por ella, sino que la venció ostensiblemente y la dejó derrotada en el sepulcro, y que esa Vida que ha triunfado es la misma Vida que nos quiere dar a cada uno para hacernos completamente suyos...
Así lo entendieron todos los apóstoles. Y por eso cada uno se convirtió en perfecto testigo y anunciador viviente de la maravilla de la Redención. El primer discurso de San Pedro logró convertir a muchos, no sólo por su gran elocuencia -que tuvo que haber existido-, sino principalmente por la convicción y la vivencia personal de aquello que anunciaba. Ellos, los apóstoles, vivieron la Resurrección, resucitaron con Jesús, transformaron su vida completamente y la pusieron en las manos del Redentor, se hicieron suyos, y por eso pudieron ser anunciadores de primera línea de la transformación y novedad que significa vivir como resucitados. Por eso, aquellos hombres que escuchaban lo que decía, "preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: '¿Qué tenemos que hacer, hermanos?' Pedro les contestó: 'Conviértanse y bautícense todos en nombre de Jesucristo para que se les perdonen los pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para ustedes y para sus hijos y, además, para todos los que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos"... La convicción y la vivencia del anuncio de la Resurrección de Cristo es causa de acercamiento a la salvación que quiere hacer llegar Cristo a todos. Esa es la Redención. Ya ha sido realizada por Jesús, pero debe ser hecha asequible a los hermanos. Y somos nosotros, los apóstoles del siglo XXI, los que debemos hacerlo. La Magdalena y los Apóstoles de Cristo lo hicieron en su momento. Ahora nos toca a cada uno de nosotros llevar a nuestros hermanos a la salvación de Jesús...
María tiene, entonces, el primer encuentro de alguien con el Resucitado. Siempre me he preguntado qué virtud tenía el cuerpo glorioso de Jesús, pues no es reconocido casi nunca a la primera. De alguna manera tiene que identificarse a sí mismo para poder ser reconocido. María lo confunde con el hortelano, el que tenía a su cargo el cuidado de los alrededores del sepulcro, y ante él se queja de nuevo de lo que ella supone que ha sucedido... "Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré", le dice. Su mirada no es capaz de descubrir a Aquél que es la causa de su fe, de su conversión, de su tristeza porque se han robado su cuerpo... Tiene Jesús que llamarla por su nombre -imagino que daba una entonación propia, que el nombre de la Magdalena adquiría una musicalidad propia en los labios de Jesús-, para que ella reconozca, ya sin dudas, que ese es el Señor que ha resucitado... La tardanza de María en reconocer a Jesús, además de real, es también simbólica. Es signo de la tardanza de todos los hombres en reconocer a Jesús como la razón de sus vidas. Es la tardanza en la que recurrimos todos para dejarnos confiados en las manos del Resucitado. No somos capaces de reconocerlo en lo ordinario, y necesitamos que sucedan cosas extraordinarias para caer en convicción. Jesús, infinitamente paciente y providente con nosotros, no deja de hacerlo. Entona nuestro nombre, hace maravillas en favor nuestro. Y es la manera en que nos convence de ser Él, de que es su amor el que nos favorece, de que es su misericordia infinita la que nos trata siempre favorablemente...
Al ser reconocido, Jesús ordena a María algo maravilloso. ser la primera testigo que anuncie a todos lo que ha sucedido: "Anda, ve a mis hermanos y diles: 'Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.' María Magdalena fue y anunció a los discípulos: 'He visto al Señor y ha dicho esto'". María es, estrictamente hablando, la primera apóstol. Una mujer, contrariamente a lo que sostienen algunos sobre el "desprecio" de Jesús a lo femenino, es elegida para ser la primera anunciadora de la Resurrección. Jesús le encomienda la tarea más delicada que se presenta en ese momento: convencer a todos de que Él había resucitado y de que estaba pronto a retomar toda la gloria que como Dios le correspondía y que había puesto entre paréntesis en esos años en los que había realizado su labor terrena... Tremenda tarea la que se le encomienda. Y qué bien la cumplió, pues sirvió para que todos los apóstoles tuvieran la primera noticia de la resurrección... También a nosotros Jesús nos llama por nuestro nombre y nos encomienda anunciar a los hermanos la Verdad más maravillosa que vivimos: que creemos en un Dios que está vivo, que habiendo probado lo despreciable de la muerte, no fue vencido por ella, sino que la venció ostensiblemente y la dejó derrotada en el sepulcro, y que esa Vida que ha triunfado es la misma Vida que nos quiere dar a cada uno para hacernos completamente suyos...
Así lo entendieron todos los apóstoles. Y por eso cada uno se convirtió en perfecto testigo y anunciador viviente de la maravilla de la Redención. El primer discurso de San Pedro logró convertir a muchos, no sólo por su gran elocuencia -que tuvo que haber existido-, sino principalmente por la convicción y la vivencia personal de aquello que anunciaba. Ellos, los apóstoles, vivieron la Resurrección, resucitaron con Jesús, transformaron su vida completamente y la pusieron en las manos del Redentor, se hicieron suyos, y por eso pudieron ser anunciadores de primera línea de la transformación y novedad que significa vivir como resucitados. Por eso, aquellos hombres que escuchaban lo que decía, "preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: '¿Qué tenemos que hacer, hermanos?' Pedro les contestó: 'Conviértanse y bautícense todos en nombre de Jesucristo para que se les perdonen los pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para ustedes y para sus hijos y, además, para todos los que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos"... La convicción y la vivencia del anuncio de la Resurrección de Cristo es causa de acercamiento a la salvación que quiere hacer llegar Cristo a todos. Esa es la Redención. Ya ha sido realizada por Jesús, pero debe ser hecha asequible a los hermanos. Y somos nosotros, los apóstoles del siglo XXI, los que debemos hacerlo. La Magdalena y los Apóstoles de Cristo lo hicieron en su momento. Ahora nos toca a cada uno de nosotros llevar a nuestros hermanos a la salvación de Jesús...
lunes, 21 de abril de 2014
Serás testigo de Jesús sólo si resucitas con Él
La Resurrección de Cristo es la noticia más feliz que hemos recibido los hombres. Ella representa para todos la certeza de que el final del camino siempre será la Gloria, pues ese mismo itinerario que ha seguido Jesús es el que seguiremos todos: "Si el Espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos hará revivir sus cuerpos mortales por medio de ese Espíritu suyo que habita en ustedes", dice San Pablo; y también: "Si hemos sido injertados en Cristo a través de una muerte semejante a la suya, también compartiremos su resurrección"... Y es que la Resurrección de Jesús no es algo que va en beneficio suyo, pues Él es Dios encarnado, que, al fin y al cabo, nunca puede morir. El hombre que es Dios no necesita de la Redención, pues nunca pecó. Asumió la muerte como remedio saludable para todos los hombres, sus hermanos. Esa fue la tarea que cumplió a la perfección. La Gloria infinita que habita en el Verbo eterno de Dios nunca se perdió, nunca murió, nunca desapareció. Tuvo siempre su condición divina, inmortal, eterna... La humanidad asumida por el Hijo de Dios fue la humanidad más pura jamás pensada. Pero se dejó "manchar" por el pecado de los hombres, por su maldad, por las garras del demonio, para hacerlo morir en la Cruz junto a Él. Pero no se quedó allí, vencida, sino que de la muerte resurgió triunfante e invencible...
Esa es una noticia inédita, jamás escuchada ni vivida antes. Y conmueve lo más íntimo de la vida de los hombres, por cuanto lo hacen transformarse radical y esencialmente. El hombre, después de la Resurrección de Cristo ya no es el mismo. Ha sido transformado, como dicen los filósofos, "ontológicamente". Es lo más íntimo de su ser lo que ha sido cambiado, renovado, refrescado. La novedad radical que Dios imprime en su ser lo hace un ser distinto al que era antes de la Redención. Su ser estaba manchado, excluido de la Gracia, vagando perdido por las penumbras y los abismos de la lejanía de Dios. Era un ser oscuro, muerto, desangelado... Con la Redención se ha llenado de nuevo de la luminosidad y la vitalidad originales, que no son propias, sino que son las que le concede Jesús desde la Cruz y desde el sepulcro vacío del cual ha escapado con la Gloria de la infinitud divina...
Esta novedad de vida la imprime entrañablemente el amor de Dios. Es el amor el que deviene en la novedad mayor del hombre. Su experiencia de ser amado por Dios es la experiencia más enriquecedora que pueda tener en toda su existencia. No hay vivencia más profunda, más entrañable, más compensadora que ésta. Ella le da a su vida un nuevo matiz que la conduce por caminos de compensación absoluta. Desde el amor de Dios que experimenta en su ser más íntimo, la experiencia del hombre es la de ser importante para Dios. Él no lo dejó abandonado en su ruta de perdición, sino que salió a su encuentro para rescatarlo. No podía dejarlo en la indigencia, pues lo amaba profundamente, lo había creado por amor, lo había perdido en el amor, y no podía permitir que su criatura más amada se perdiera en la oscuridad. Por eso diseñó el plan de rescate más heroico jamás llevado a cabo. El de la entrega de su propio Hijo para que muriera en vez de quienes debían morir, pero no para quedarse vencido e inerme en la Cruz o escondido en un sepulcro frío, sino para resurgir triunfante y vencedor, tomando de su mano a todos los que estaban muertos. Nos arrancó de las garras de la muerte con su resurrección. No nos dejó a nosotros en el sepulcro, sino que nos sacó de allí junto a Él...
Es nuestra victoria, a pesar de que no hemos hecho nada para merecerla. Al contrario, cada vez que nos dejamos vencer de nuevo, cada vez que nos ponemos de nuevo en las garras del pecado y del demonio, merecemos más muerte. Y Jesús, sorprendentemente, nos da más vida. Nos perdona y nos lleva de nuevo a la Gloria perdida... Una y otra vez... Una y otra vez... Es impresionante la tozudez del amor divino... Es insistente, incansable, interminable... Nos quiere con Él, y hace todo lo que sea necesario para que así sea. Nos quiere hermanos, y nos da insistentemente las oportunidades para serlo. Nos quiere viviendo en la fraternidad, y nos llama a ella siempre, a pesar de las muestras continuas que damos de egoísmo, de soberbia, de exclusión, de odio... Nuestra opción mejor es la de resucitar con Jesús. No tiene sentido ver la insistencia de Cristo, con la seguridad de que ese es el mejor camino a seguir, y empeñarnos en continuar por el camino que nos lleva a las sombras. Estamos llamados a la luminosidad del amor e insistimos en mantenernos en las penumbras de su lejanía y de la lejanía de los hermanos...
La mejor manera de vivir la noticia de la Resurrección es resucitando nosotros mismos. Es haciéndonos testigos vivientes de la Resurrección. Es anunciar a todos con nuestras vidas que Cristo ha resucitado y que nosotros hemos resucitado con Él. "Dios resucitó a este Jesús, de lo cual todos nosotros somos testigos", era la noticia feliz que daban los apóstoles a todos los que querían escuchar el anuncio. Pero no era sólo como quien da una noticia absolutamente ajena. Era una noticia que todos leían en sus vidas. La gente creía en la Resurrección de Cristo porque la veían dibujada en la vida de los discípulos. De no ser así, era simplemente algo que no tenía ningún sustento. La fe surgía en los otros porque lo que decían los apóstoles lo leían en las vidas de quienes lo anunciaban... Se habían encontrado con el Resucitado, habían renovado sus vidas completamente bajo su Luz, se habían transformado completamente con su nueva vida... Habían encontrado a Jesús resucitado, tal como lo había ordenado Él mismo: "No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán", y ese encuentro fue suficiente para sentir la renovación profunda de sus vidas, su transformación radical. Y así, se convirtieron en los mejores testigos de la Resurrección de Cristo anunciándola con la propia vida resucitada...
Esa es una noticia inédita, jamás escuchada ni vivida antes. Y conmueve lo más íntimo de la vida de los hombres, por cuanto lo hacen transformarse radical y esencialmente. El hombre, después de la Resurrección de Cristo ya no es el mismo. Ha sido transformado, como dicen los filósofos, "ontológicamente". Es lo más íntimo de su ser lo que ha sido cambiado, renovado, refrescado. La novedad radical que Dios imprime en su ser lo hace un ser distinto al que era antes de la Redención. Su ser estaba manchado, excluido de la Gracia, vagando perdido por las penumbras y los abismos de la lejanía de Dios. Era un ser oscuro, muerto, desangelado... Con la Redención se ha llenado de nuevo de la luminosidad y la vitalidad originales, que no son propias, sino que son las que le concede Jesús desde la Cruz y desde el sepulcro vacío del cual ha escapado con la Gloria de la infinitud divina...
Esta novedad de vida la imprime entrañablemente el amor de Dios. Es el amor el que deviene en la novedad mayor del hombre. Su experiencia de ser amado por Dios es la experiencia más enriquecedora que pueda tener en toda su existencia. No hay vivencia más profunda, más entrañable, más compensadora que ésta. Ella le da a su vida un nuevo matiz que la conduce por caminos de compensación absoluta. Desde el amor de Dios que experimenta en su ser más íntimo, la experiencia del hombre es la de ser importante para Dios. Él no lo dejó abandonado en su ruta de perdición, sino que salió a su encuentro para rescatarlo. No podía dejarlo en la indigencia, pues lo amaba profundamente, lo había creado por amor, lo había perdido en el amor, y no podía permitir que su criatura más amada se perdiera en la oscuridad. Por eso diseñó el plan de rescate más heroico jamás llevado a cabo. El de la entrega de su propio Hijo para que muriera en vez de quienes debían morir, pero no para quedarse vencido e inerme en la Cruz o escondido en un sepulcro frío, sino para resurgir triunfante y vencedor, tomando de su mano a todos los que estaban muertos. Nos arrancó de las garras de la muerte con su resurrección. No nos dejó a nosotros en el sepulcro, sino que nos sacó de allí junto a Él...
Es nuestra victoria, a pesar de que no hemos hecho nada para merecerla. Al contrario, cada vez que nos dejamos vencer de nuevo, cada vez que nos ponemos de nuevo en las garras del pecado y del demonio, merecemos más muerte. Y Jesús, sorprendentemente, nos da más vida. Nos perdona y nos lleva de nuevo a la Gloria perdida... Una y otra vez... Una y otra vez... Es impresionante la tozudez del amor divino... Es insistente, incansable, interminable... Nos quiere con Él, y hace todo lo que sea necesario para que así sea. Nos quiere hermanos, y nos da insistentemente las oportunidades para serlo. Nos quiere viviendo en la fraternidad, y nos llama a ella siempre, a pesar de las muestras continuas que damos de egoísmo, de soberbia, de exclusión, de odio... Nuestra opción mejor es la de resucitar con Jesús. No tiene sentido ver la insistencia de Cristo, con la seguridad de que ese es el mejor camino a seguir, y empeñarnos en continuar por el camino que nos lleva a las sombras. Estamos llamados a la luminosidad del amor e insistimos en mantenernos en las penumbras de su lejanía y de la lejanía de los hermanos...
La mejor manera de vivir la noticia de la Resurrección es resucitando nosotros mismos. Es haciéndonos testigos vivientes de la Resurrección. Es anunciar a todos con nuestras vidas que Cristo ha resucitado y que nosotros hemos resucitado con Él. "Dios resucitó a este Jesús, de lo cual todos nosotros somos testigos", era la noticia feliz que daban los apóstoles a todos los que querían escuchar el anuncio. Pero no era sólo como quien da una noticia absolutamente ajena. Era una noticia que todos leían en sus vidas. La gente creía en la Resurrección de Cristo porque la veían dibujada en la vida de los discípulos. De no ser así, era simplemente algo que no tenía ningún sustento. La fe surgía en los otros porque lo que decían los apóstoles lo leían en las vidas de quienes lo anunciaban... Se habían encontrado con el Resucitado, habían renovado sus vidas completamente bajo su Luz, se habían transformado completamente con su nueva vida... Habían encontrado a Jesús resucitado, tal como lo había ordenado Él mismo: "No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán", y ese encuentro fue suficiente para sentir la renovación profunda de sus vidas, su transformación radical. Y así, se convirtieron en los mejores testigos de la Resurrección de Cristo anunciándola con la propia vida resucitada...
domingo, 20 de abril de 2014
¡Aleluya! ¡Tú triunfas con Jesús!
La Resurrección de Cristo es el acontecimiento histórico más importante de todos... No se trata sólo de un acontecimiento que tiene que ver con algo de religión, o que se refiere únicamente al plano espiritual. Es un hecho histórico, con referencias extrabíblicas, atestiguado incluso por autores no cristianos. Y cambió definitivamente no sólo la Historia de la Salvación, sino también la Historia Universal... Otra cosa es que sea aceptado o no. En ese plano sigue jugando un papel importante la suprema libertad del hombre... Quien lo acepte, será agraciado con una nueva vida. Quien no, pues sencillamente permanecerá en la tristeza de una vida que añora un plano superior que ya han alcanzado los resucitados...
Después de vivir los horrores que le exigieron el asumir todo lo malo del mundo, de sufrir una terrible pasión que lo dejó hecho una piltrafa humana hasta llegar a la muerte más terrible y dolorosa que se pueda imaginar, de haber sido colocado en solitario en la frialdad y oscuridad del sepulcro, de haber bañado al mundo entero con el silencio de la Vida, Jesús resurge triunfante. El sepulcro fue poco para contener al Dios que es la Vida y que da la Vida, al Dios que ya había demostrado su poder infinito cuando resucitó a Lázaro, a Tabita y al hijo de la Viuda de Naím, al Dios que jamás podía ser vencido por la muerte pues Él está infinitamente por encima de ella y la domina completamente, al Dios que venía a hacer que todas las cosas resurgieran desde la oscuridad y desde el abismo. La muerte había sido necesaria, pero no era definitiva. La realidad definitiva era la del amor todopoderoso que venía a rescatar. Jesús "se metió" en la muerte para sacar de ella a todos los hombres. Se sumergió en la realidad de los condenados para lograr por amor su perdón y su resurgimiento. Jesús entró en la oscuridad para vencer todas las sombras con la Luz de su poder y de su amor...
¡Qué alegría la de los apóstoles cuando verificaron que todo lo que había dicho se cumplió a la perfección! "Cuando todo se haya cumplido, vayan a Jerusalén. Allí me verán"... "Destruyan este templo y en tres días será reconstruido"... "El Hijo del hombre va a ser entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos; se burlarán de Él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará"... "Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley, que lo maten y que resucite al tercer día"... Esta historia es historia de triunfo, no de derrota; es historia de gloria, no de humillación. Pasa por la aparente derrota y asume la humillación como necesaria, pero no es esa la realidad definitiva. La muerte y la humillación son pasos necesarios pero no definitivos. Lo definitivo es la Vida, la alegría, el triunfo, la derrota del mal, la victoria de Jesús que es victoria de todos...
El anuncio de esa victoria de Jesús es el anuncio de la mayor alegría que podemos vivir todos. Nuestro Dios es un Dios que nos salva. Que pasó por el dolor y la humillación de la muerte, pero que no se quedó en ella. No podía quedarse en ella, pues Él es Dios. Y Dios vence siempre. Jamás el poder del mal será mayor que el poder de Dios, que es el Bien supremo. Jamás el odio podrá tener más poder que el Amor, que viene de Dios. Jesús pasó por todo el sufrimiento sabiendo que el Padre no lo dejaría jamás solo. Que su ocultamiento en el sepulcro era simplemente un paso por el cual había que transitar como preparación a a más contundente realidad de la Redención.
La Resurrección de Jesús es la re-creación de todas las cosas. Del hombre y de todo lo que lo rodea y le sirve. Ya el pecado no es la marca con la cual el hombre había manchado a la creación. Ahora es la Gracia, la Vida de Dios. Jesús la ha sacado de la ignominia en la que la había metido el hombre y la ha colocado en su lugar originario, el cual le había dado Dios desde el principio. Ahora todas las cosas servirán de nuevo para la salvación del hombre. De nuevo son colocadas en las manos del hombre para que las domine y las haga instrumentos para su propia salvación... Y el mismo hombre es colocado en las manos del hombre para que viva como hermano, como redimido, para que sea "ayuda adecuada" para caminar feliz por la vida al encuentro de Dios. Toda la realidad adquiere un matiz de armonía y es ruta por la cual el hombre puede transitar feliz. Es la perfecta alegría de lo que ha sido creado de nuevo...
Por eso vivimos en la esperanza. No esperamos algo que aún no se ha cumplido. Nuestra esperanza está fundada en que lo que ya ha vivido Jesús lo viviremos todos. Y lo podemos empezar a vivir ya, desde ahora, aquí. Jesús resucitó y nos lleva a la resurrección a cada uno de sus hermanos. Jesús abrió ya el camino hacia el Padre. Ese camino es expedito uniéndonos al Resucitado. Todos resucitaremos. Más aún, en Cristo ya hemos resucitado. Falta sólo que ese paso se haga concreto personalmente, y que en él recibamos la plenitud de la Vida que Jesús nos quiere dar... Es el regalo de su amor infinito, el que lo hizo pasar por el dolor y lo llevó a triunfar para hacer de ese triunfo, triunfo nuestro... Somos los grandes vencedores con Jesús...
El sepulcro no tuvo el poder de contener al que es la Vida. La soledad no fue suficiente para dejar allí a quien es el Compañero mejor. La oscuridad no pudo vencer a quien es la Luz del mundo. La muerte no tuvo el poder para detener al Vivificador. Y con Él ninguno de nosotros podrá ser contenido por ningún sepulcro. Nuestro futuro es la Vida, la Gloria, la Felicidad, el Amor en plenitud... Ya lo alcanzó Cristo para nosotros...
sábado, 19 de abril de 2014
Silencio... Soledad... Oscuridad
Hay silencios de silencios... Hay soledades de soledades... Hay oscuridades de oscuridades... Encontrar variedad en ello es relativamente fácil. La vida, en sí misma, es riqueza variopinta, inimaginable, interminable. Dios la quiso así, pues Él mismo es infinito. Todo lo que surge de la mano de Dios tiene ya, como marca de fábrica, la variedad que lo enriquece. Los colores son infinitos. Las temperaturas son infinitas. Las plantas son infinitas. La fauna es infinita... Los rostros de los hombres son infinitos. Y así mismo son sus reacciones. Las lágrimas son infinitas. Las sonrisas son infinitas. Las preocupaciones son infinitas. Los dolores son infinitos. Las alegrías son infinitas. Los logros son infinitos... Infinito significa que no tiene fin. Están hoy, y seguirán mañana, y pasado mañana, y siempre... La variedad es tal que, aun cuando surja algo hoy, mañana surgirá algo nuevo, totalmente distinto. En la historia difícilmente se repetirá un carácter, una composición musical, un color en el cielo, la belleza de una flor... Y así como es variada la vida, es también variada la muerte. Hay muertes de muertes. Las hay dolorosas. También las hay felices. Las hay las que son consideradas el final añorado de un camino de dolor. O las que son consideradas simplemente como un cambio de estado en el que se seguirá en contacto íntimo y afectuoso con el Dios Creador que ama, como Él, infinitamente. Las hay deseadas, rechazadas, contempladas, procuradas, naturales... Infinita variedad también...
Hoy estamos ante un misterio irrepetible, sobrecogedor, impresionante... Estamos ante algo que jamás se repetirá en la historia. Estamos ante la muerte que es vida, ante el dolor que es alegría, ante la soledad que es compañía, ante el silencio que es sonido, ante la oscuridad que es luz... Jesús en el sepulcro resume todo eso en sí mismo. Lo hemos acompañado en una Pasión horrible, inmensamente dolorosa, desgarradora. Una Pasión que no fue solo de dolor físico, sino peor aún, de dolor espiritual, del corazón... Pero es un misterio de dolor que ha sido asumido voluntariamente, sin rehuir de lo que significaba, pues Él estaba muy consciente que el mundo entero, la historia entera, cada hombre y cada mujer que había vivido y que vivirá, estaban a la espera de ese gesto de amor y de misericordia que representaba su entrega... Ahí está, en el sepulcro, haciendo que todos nos preguntemos "¿Y ahora, qué?" Ese que se ofreció a la Samaritana como la Fuente de Agua Viva, ¿se ha secado? Ese que resucitó a Lázaro y que le dijo a María: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que crea en mí, aunque haya muerto, vivirá", ¿deja su identificación inválida? Ahí está... Silencioso, solo, sumido en la más absurda oscuridad...
Pero... Hay silencios de silencios.. Hay soledades de soledades... Hay oscuridades de oscuridades... En el Jesús que está escondido en el sepulcro, silencio, soledad y oscuridad adquieren un matiz irrepetible. Nunca más se repetirá. Lo que sucede estos tres días ya nunca más se repetirá. El molde se rompe completamente. No se repetirá porque no se podrá repetir tanta riqueza, tanta gloria, tanta majestad, tanto amor, tanta bondad, tanta misericordia...
El silencio de Jesús es el preludio del canto más bello a la Vida que jamás podrá entonarse. Jesús prepara su potente voz para llamar a la vida a todo lo que estaba muerto, para gritar a todo lo creado la pulcritud que ha alcanzado con su gesto de sacrificio, para entonar la poesía más hermosa jamás pronunciada por hombre alguno... Para decirnos a todos, como decreto inmutable, que la vida vale la pena, que todo es bello porque Él, el que está escondido, resurgirá triunfante para hacerlo así. Que nadie debe desfallecer en el camino, a pesar de que haya muchas dificultades, pues pasar más de las que Él mismo pasó es imposible, y está a la espera de la explosión de la vida...
La soledad de Jesús es soledad que lo fortalece. Está acompañado por la mirada amorosa del Padre que le dará la virtud de resucitar para romper el celofán estrecho de la muerte. Lo miran también todos los ángeles y los santos... Todos los hombres y mujeres de toda la historia lo acompañan expectantes, pues debe confirmar su victoria sobre el demonio, sobre el pecado, sobre la muerte... Y lo acompañamos nosotros, los que sabemos que es Dios, que no puede ser vencido, que esa derrota de la Cruz fue un paso sólo en su recorrido victorioso. No es derrota, sino que se convertirá en la más aplastante derrota que jamás se le infligirá al mal, al odio, al pecado, al diablo...
La oscuridad del sepulcro de Jesús es el anuncio de un amanecer esplendoroso... Cuando despunta el alba es antecedida por la más cerrada oscuridad... Y esa es la oscuridad de Jesús en el sepulcro... La que anuncia un amanecer luminoso, una luz esplendorosa que ya nunca más se apagará. Es la Luz de la Vida que iluminará para siempre a los hombres de toda la historia. La que eliminará toda penumbra que pretenda erguirse en el espíritu de los hombres. La luz de Jesús será luz de iluminación que nunca encandilará, sino que guiará, eliminará sombras, indicará rutas, dará claridad a todos los pasos...
Jesús en el sepulcro vive el silencio, la soledad y la oscuridad, sólo como paso que antecede lo mejor de los hombres... Ya nunca el mal triunfará de nuevo. Ya no habrá razones suficientes para dejarse abatir por tristezas, dolores, sufrimientos. La mano del Jesús que yace en el sepulcro, desde su Resurrección estará tendida para ser el alivio y el consuelo de todos. "Vengan a mí los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré"..., nos dice Cristo.
Es la causa de la alegría. Es la causa de la esperanza. Es razón suficiente para vivir en el amor, que es el mayor tesoro que podremos jamás tener entre las manos y en el corazón...
Hoy estamos ante un misterio irrepetible, sobrecogedor, impresionante... Estamos ante algo que jamás se repetirá en la historia. Estamos ante la muerte que es vida, ante el dolor que es alegría, ante la soledad que es compañía, ante el silencio que es sonido, ante la oscuridad que es luz... Jesús en el sepulcro resume todo eso en sí mismo. Lo hemos acompañado en una Pasión horrible, inmensamente dolorosa, desgarradora. Una Pasión que no fue solo de dolor físico, sino peor aún, de dolor espiritual, del corazón... Pero es un misterio de dolor que ha sido asumido voluntariamente, sin rehuir de lo que significaba, pues Él estaba muy consciente que el mundo entero, la historia entera, cada hombre y cada mujer que había vivido y que vivirá, estaban a la espera de ese gesto de amor y de misericordia que representaba su entrega... Ahí está, en el sepulcro, haciendo que todos nos preguntemos "¿Y ahora, qué?" Ese que se ofreció a la Samaritana como la Fuente de Agua Viva, ¿se ha secado? Ese que resucitó a Lázaro y que le dijo a María: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que crea en mí, aunque haya muerto, vivirá", ¿deja su identificación inválida? Ahí está... Silencioso, solo, sumido en la más absurda oscuridad...
Pero... Hay silencios de silencios.. Hay soledades de soledades... Hay oscuridades de oscuridades... En el Jesús que está escondido en el sepulcro, silencio, soledad y oscuridad adquieren un matiz irrepetible. Nunca más se repetirá. Lo que sucede estos tres días ya nunca más se repetirá. El molde se rompe completamente. No se repetirá porque no se podrá repetir tanta riqueza, tanta gloria, tanta majestad, tanto amor, tanta bondad, tanta misericordia...
El silencio de Jesús es el preludio del canto más bello a la Vida que jamás podrá entonarse. Jesús prepara su potente voz para llamar a la vida a todo lo que estaba muerto, para gritar a todo lo creado la pulcritud que ha alcanzado con su gesto de sacrificio, para entonar la poesía más hermosa jamás pronunciada por hombre alguno... Para decirnos a todos, como decreto inmutable, que la vida vale la pena, que todo es bello porque Él, el que está escondido, resurgirá triunfante para hacerlo así. Que nadie debe desfallecer en el camino, a pesar de que haya muchas dificultades, pues pasar más de las que Él mismo pasó es imposible, y está a la espera de la explosión de la vida...
La soledad de Jesús es soledad que lo fortalece. Está acompañado por la mirada amorosa del Padre que le dará la virtud de resucitar para romper el celofán estrecho de la muerte. Lo miran también todos los ángeles y los santos... Todos los hombres y mujeres de toda la historia lo acompañan expectantes, pues debe confirmar su victoria sobre el demonio, sobre el pecado, sobre la muerte... Y lo acompañamos nosotros, los que sabemos que es Dios, que no puede ser vencido, que esa derrota de la Cruz fue un paso sólo en su recorrido victorioso. No es derrota, sino que se convertirá en la más aplastante derrota que jamás se le infligirá al mal, al odio, al pecado, al diablo...
La oscuridad del sepulcro de Jesús es el anuncio de un amanecer esplendoroso... Cuando despunta el alba es antecedida por la más cerrada oscuridad... Y esa es la oscuridad de Jesús en el sepulcro... La que anuncia un amanecer luminoso, una luz esplendorosa que ya nunca más se apagará. Es la Luz de la Vida que iluminará para siempre a los hombres de toda la historia. La que eliminará toda penumbra que pretenda erguirse en el espíritu de los hombres. La luz de Jesús será luz de iluminación que nunca encandilará, sino que guiará, eliminará sombras, indicará rutas, dará claridad a todos los pasos...
Jesús en el sepulcro vive el silencio, la soledad y la oscuridad, sólo como paso que antecede lo mejor de los hombres... Ya nunca el mal triunfará de nuevo. Ya no habrá razones suficientes para dejarse abatir por tristezas, dolores, sufrimientos. La mano del Jesús que yace en el sepulcro, desde su Resurrección estará tendida para ser el alivio y el consuelo de todos. "Vengan a mí los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré"..., nos dice Cristo.
Es la causa de la alegría. Es la causa de la esperanza. Es razón suficiente para vivir en el amor, que es el mayor tesoro que podremos jamás tener entre las manos y en el corazón...
viernes, 18 de abril de 2014
Dios tembló de miedo
Jesús tuvo miedo. Ante la perspectiva de todo lo que se le venía encima, de todo el sufrimiento físico que se perfilaba en el futuro inmediato, ante la traición y el abandono de los suyos que ya estaba padeciendo, ante las horas de dolor que le esperaban por la burla, la sorna, el odio, de los que lo perseguían, tuvo miedo. Es realmente sobrecogedor colocarse delante del Dios hecho hombre que tiembla de miedo... En la oración en el huerto, Jesús implora al Padre que lo libre de esa angustia: "Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz..." Otras oraciones de Jesús que nos refiere el Evangelio fueron hechas en favor de otros. Sólo en otra ocasión pide al Padre: "Glorifique mi Nombre, con la gloria que poseía antes". Pero esta oración se refiere a la obra que va a realizar en la que el fin será la gloria esplendorosa en la que brillará el poder, el amor y la misericordia divinas... Ésta no es así. Esta es el grito de una persona que realmente sufre ante la perspectiva del dolor. "Aparta de mí este cáliz", es decir, "ahórrame todo este sufrimiento, no me dejes pasar por tanto dolor y tanto sufrimiento"... Es el miedo que pide ser librado...
La oración en el huerto que hace Jesús nos descubre al hombre que asume sobre sus espaldas todo lo malo de la humanidad. Pensemos en lo peor que pudo haber hecho cualquier hombre en toda la historia. Eso está ahí, en las espaldas de Jesús. Todos los pecados de toda la humanidad de todos los tiempos aplastan con su peso la humanidad y el espíritu de Cristo. Es tenebroso encontrarse en esa situación en la que se percibe un futuro tan oscuro. Sobre las espaldas, todo el horror del mundo. En el panorama, un juicio absolutamente injusto que busca condenar de cualquier manera, en el que, incluso, las hordas sedientas de la sangre del Redentor, gritarán que prefieren a un delincuente que los ha robado y asesinado a ellos mismos, que a Jesús. En el futuro inmediato, el sufrimiento más atroz que se pueda nadie imaginar en la Pasión. Una horas después, la muerte clavado en una Cruz, en medio de dos ladrones, oyendo las burlas de sus torturadores... No puede esperarse otra reacción.. Es natural que Jesús tenga miedo... Es natural que Dios tiemble de miedo...
Pero, en su conciencia está claro que eso lo debe vivir necesariamente para lograr cumplir a cabalidad la obra que el Padre le había encomendado, y que Él había aceptado llevar adelante: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad", había dicho delante del Padre decididamente. No era una decisión en la que se había dejado llevar por un entusiasmo inmaduro. Conocía bien al hombre y sabía muy bien de lo que era capaz.... Asumir voluntariamente la obra de la Redención implicaba correr el riesgo más terrible que se podía correr. No había otra opción, desde que Dios había decidido llevar adelante esta obra de esta manera. Hubiera podido hacerla de cualquier otro modo, pero su amor le había convencido de que ésta era la más convincente, por cuanto había que demostrarle al hombre el inmenso amor que había en Dios para todos...
San Pablo, luego de percibir todo lo que Jesús había asumido sobre sus espaldas, no tuvo otra opción que reconocer asombrado el amor de Jesús: "Me amó a mí, y se entregó a la muerte a sí mismo por mí..." El final de Jesús fue atroz. Su sufrimiento, el más alto que haya sufrido ningún ser humano en toda la historia.. Su muerte, la más cruenta e injusta que haya existido. Su sepultura, la mas humillante y solitaria... Y todo por mí... Y por ti. Porque me ama personalmente en lo que soy y en lo que puedo ser... El reproche de Jesús hacia los pecadores lo resuelve con más amor. Es impresionante... No hay en sus labios una sola palabra de reproche hacia sus verdugos. Lo que hay es asunción del dolor, de la humillación, de la muerte, porque "me amó a mí, y se entregó a la muerte a sí mismo por mí..."
Después de su oración angustiosa al Padre, Jesús "retoma la compostura", y reasume el control. El miedo le hizo sufrir un instante de flaqueza en el que le pidió al Padre ser liberado del cáliz del dolor. Mas inmediatamente dice al Padre: "Pero que no se cumpla mi voluntad, sino la tuya..." Es como si Jesús se dijera a sí mismo: "¡Pero si es para esto que he venido al mundo! ¡Para eso me hice hombre! ¡Esta es la hora en que todo se cumplirá, en el que realizaré a Nueva Creación y lo haré todo nuevo en el amor! ¡Es la hora en que asumiendo la muerte daré la Vida al mundo!..."
Y ya sabemos todos lo que sucede... Las horas más aciagas de Jesús serán, para nosotros, las horas más gloriosas. Los sufrimientos de Jesús serán nuestra curación. "Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron", dice Isaías... Ofreció todo en vez de nosotros. Éramos nosotros los que debimos haber sufrido, pero Él se puso en medio para ofrecer en vez de todos. Y así fue nuestra salvación... Pudo decir, al final: "Todo está cumplido"... La obra había sido llevada a cabo a la perfección.
Entra en la oscuridad y en la soledad del sepulcro. Allí se resume toda la atrocidad de los hombres. El Redentor del mundo ha quedado irreconocible -"No tenía aspecto humano"-, escondido y solo en el sitio final de reclusión... Pero es una espera. El sepulcro es una estación. No es la llegada. Lo veremos resurgir triunfante. Ni el sufrimiento, ni el dolor, ni la muerte, ni el sepulcro, tendrán la última palabra. La última palabra la tiene la Vida...
La oración en el huerto que hace Jesús nos descubre al hombre que asume sobre sus espaldas todo lo malo de la humanidad. Pensemos en lo peor que pudo haber hecho cualquier hombre en toda la historia. Eso está ahí, en las espaldas de Jesús. Todos los pecados de toda la humanidad de todos los tiempos aplastan con su peso la humanidad y el espíritu de Cristo. Es tenebroso encontrarse en esa situación en la que se percibe un futuro tan oscuro. Sobre las espaldas, todo el horror del mundo. En el panorama, un juicio absolutamente injusto que busca condenar de cualquier manera, en el que, incluso, las hordas sedientas de la sangre del Redentor, gritarán que prefieren a un delincuente que los ha robado y asesinado a ellos mismos, que a Jesús. En el futuro inmediato, el sufrimiento más atroz que se pueda nadie imaginar en la Pasión. Una horas después, la muerte clavado en una Cruz, en medio de dos ladrones, oyendo las burlas de sus torturadores... No puede esperarse otra reacción.. Es natural que Jesús tenga miedo... Es natural que Dios tiemble de miedo...
Pero, en su conciencia está claro que eso lo debe vivir necesariamente para lograr cumplir a cabalidad la obra que el Padre le había encomendado, y que Él había aceptado llevar adelante: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad", había dicho delante del Padre decididamente. No era una decisión en la que se había dejado llevar por un entusiasmo inmaduro. Conocía bien al hombre y sabía muy bien de lo que era capaz.... Asumir voluntariamente la obra de la Redención implicaba correr el riesgo más terrible que se podía correr. No había otra opción, desde que Dios había decidido llevar adelante esta obra de esta manera. Hubiera podido hacerla de cualquier otro modo, pero su amor le había convencido de que ésta era la más convincente, por cuanto había que demostrarle al hombre el inmenso amor que había en Dios para todos...
San Pablo, luego de percibir todo lo que Jesús había asumido sobre sus espaldas, no tuvo otra opción que reconocer asombrado el amor de Jesús: "Me amó a mí, y se entregó a la muerte a sí mismo por mí..." El final de Jesús fue atroz. Su sufrimiento, el más alto que haya sufrido ningún ser humano en toda la historia.. Su muerte, la más cruenta e injusta que haya existido. Su sepultura, la mas humillante y solitaria... Y todo por mí... Y por ti. Porque me ama personalmente en lo que soy y en lo que puedo ser... El reproche de Jesús hacia los pecadores lo resuelve con más amor. Es impresionante... No hay en sus labios una sola palabra de reproche hacia sus verdugos. Lo que hay es asunción del dolor, de la humillación, de la muerte, porque "me amó a mí, y se entregó a la muerte a sí mismo por mí..."
Después de su oración angustiosa al Padre, Jesús "retoma la compostura", y reasume el control. El miedo le hizo sufrir un instante de flaqueza en el que le pidió al Padre ser liberado del cáliz del dolor. Mas inmediatamente dice al Padre: "Pero que no se cumpla mi voluntad, sino la tuya..." Es como si Jesús se dijera a sí mismo: "¡Pero si es para esto que he venido al mundo! ¡Para eso me hice hombre! ¡Esta es la hora en que todo se cumplirá, en el que realizaré a Nueva Creación y lo haré todo nuevo en el amor! ¡Es la hora en que asumiendo la muerte daré la Vida al mundo!..."
Y ya sabemos todos lo que sucede... Las horas más aciagas de Jesús serán, para nosotros, las horas más gloriosas. Los sufrimientos de Jesús serán nuestra curación. "Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron", dice Isaías... Ofreció todo en vez de nosotros. Éramos nosotros los que debimos haber sufrido, pero Él se puso en medio para ofrecer en vez de todos. Y así fue nuestra salvación... Pudo decir, al final: "Todo está cumplido"... La obra había sido llevada a cabo a la perfección.
Entra en la oscuridad y en la soledad del sepulcro. Allí se resume toda la atrocidad de los hombres. El Redentor del mundo ha quedado irreconocible -"No tenía aspecto humano"-, escondido y solo en el sitio final de reclusión... Pero es una espera. El sepulcro es una estación. No es la llegada. Lo veremos resurgir triunfante. Ni el sufrimiento, ni el dolor, ni la muerte, ni el sepulcro, tendrán la última palabra. La última palabra la tiene la Vida...
jueves, 17 de abril de 2014
Coman y beban de mí, de mano de mis Sacerdotes
Entre las frases más impresionantes del Evangelio, se encuentra la que leemos en Juan al inicio del relato de la Cena Pascual de Jesús con sus discípulos: "Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo". Con ella, Juan nos describe el clima de intimidad y de sobrecogimiento que se vivía en esos momentos. Ya estaba cerca el momento en que Jesús llevaría su obra a culminación. Para Él estaba claro lo que sucedería inminentemente. Recuerdo siempre una frase que el P. Cesáreo Gil ponía en labios de Jesús: "Sé que tengo que irme, pero quiero quedarme... ¿Cómo lo hago?", y fue, en su razonamiento personal como se las ingenió para cumplir las dos cosas: Irse, quedándose... Así instituyó los dos sacramentos que daban la posibilidad de quedarse yéndose, o de irse quedándose...
El panorama es oscuro, pero la vivencia de ese momento es deslumbrante. El amor de Jesús hace que todo el resumen de la historia de la salvación se detenga ahí... Las miradas de todos los santos, de todos los ángeles, de todos los que tenían la esperanza de la salvación en la obra maravillosa de Jesús, por orden del Padre, se detenía reverentemente ante la mesa que Jesús presidía. Todo los apóstoles sienten que, realmente, este era un momento grave, denso, determinante. Lo que estaba por pasar resumía todo lo que Dios había hecho por miles de años a favor de Israel y de toda la humanidad... Todo lo que había sucedido, la elección de los patriarcas, de los profetas, de los jueces, de los ancianos encargados por Moisés en el desierto para ser su apoyo en los juicios y decisiones que había que tomar, de todos los grandes personajes del Antiguo Testamento, se estaba resumiendo en la elección de esos hombres que lo rodeaban como sus primeros Sacerdotes de la Nueva Alianza... Al decirles "Hagan esto en memoria mía", ya les estaba dando el testigo de todos esos acontecimientos. Cada momento de los que tenían que ver con la elección de los apóstoles, llegaba a su culmen hoy, cuando Jesús les encarga de ser los administradores de su memoria para todos los que quisieran seguirle, y de darles el alimento que Él estaba dejándoles en custodia...
Los apóstoles son los primeros Sacerdotes, los primeros que llevarán adelante el anuncio de la Ley del Amor que Jesús estaba instaurando, los primeros que harían las obras de caridad que descubrirían el espíritu que Jesús quería que se viviera en esa comunidad que les dejaba a su cuidado, los que iban a servir de instrumentos para ser los que iban a poner a funcionar los canales de la Gracia que dejaba en cada uno de los Sacramentos... Jesús se quedaba en cada uno de ellos. Se iba, pero se quedaba en cada Sacerdote de la historia, llevando adelante su obra salvadora hasta el fin de los tiempos... Sabía bien el riesgo que corría, por cuanto entre ellos iban a haber lobos. Lo sabía Él mejor que nadie, pero aún así, en atención a la inmensa mayoría de los que sí iban a asumir con fidelidad su tarea y a los millones de fieles seguidores que debían recibir todas las gracias que Él quería derramar en la historia, asumió el riesgo. Se fue, pero se quedó. Por su inmenso amor...
Y en plena celebración de la Cena pascual, hace el gesto más maravilloso que podamos imaginarnos. Se queda escondido en el pan y en el vino que estaban consumiendo. También en esto la historia de la salvación alcanza un zenit inimaginable. Todas las gestas liberadoras, la salida de Egipto bajo la defensa valiente de la sangre del cordero, el maná salvador que recibe Israel en el desierto, la carne de las aves que da un mejor sabor al camino extenuante, la harina milagrosa que se multiplica en la cesta de la viuda, el pan y el pescado multiplicados para saciar el hambre de los seguidores..., son asumidos como el alimento espiritual más impresionante de todos: el mismo Cuerpo y la misma Sangre de Jesús. Es el alimento de los santos, de los fieles, de los que necesitan fuerzas para el camino, de los que quieren avanzar hacia la perfección. Es el alimento que da las fuerzas y la ilusión para poder seguir adelante, a pesar de todas las vicisitudes. Es el compañero de camino que jamás fallará, mientras haya un Sacerdote que pueda hacerlo presente... Jesús ismo se ofrece, en su Cuerpo y su Sangre, como la peña firma que dará la razón de ser a toda la vida cristiana. Sin eso no hay vida de Fe, no hay vivencia del Amor, no hay alimento para la Esperanza de eternidad. El "Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo" se cumple perfectamente en el Jesús que se queda en cada Sagrario del mundo como una Luz que ilumina el andar de los cristianos y como un Alimento que les dará las fuerzas para todas las rutas que deban emprender...
Unos momentos antes del inicio de toda su pasión cruel y dolorosa, Jesús realiza el gesto de amor, adelantado, de la entrega total. El Sacerdocio y la Eucaristía no son más que el resumen de lo que en horas hará. El Cuerpo que se entrega y la Sangre que sella esa entrega, las coloca en las manos de los primeros Sacerdotes para que en toda la historia haya un recuerdo fresco y hermoso de lo que Él hizo. "Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas", decimos los cristianos al celebrar la Eucaristía. Y es así. Y nos sentimos felices eternamente por ese gesto de amor que hace nuestro Dios hecho hombre. Y nos llenamos de fuerzas para seguir adelante queriendo llegar a ese momento culminante de nuestra propia historia en el que, habiendo sido alimentados por ese alimento de santos, que nos dan nuestros Sacerdotes, llegamos alegres a la meta, a las puertas del cielo, en las que nos espera con los brazos abiertos nuestros Padre que nos ama infinitamente, para vivir eternamente abrazados a su amor...
El panorama es oscuro, pero la vivencia de ese momento es deslumbrante. El amor de Jesús hace que todo el resumen de la historia de la salvación se detenga ahí... Las miradas de todos los santos, de todos los ángeles, de todos los que tenían la esperanza de la salvación en la obra maravillosa de Jesús, por orden del Padre, se detenía reverentemente ante la mesa que Jesús presidía. Todo los apóstoles sienten que, realmente, este era un momento grave, denso, determinante. Lo que estaba por pasar resumía todo lo que Dios había hecho por miles de años a favor de Israel y de toda la humanidad... Todo lo que había sucedido, la elección de los patriarcas, de los profetas, de los jueces, de los ancianos encargados por Moisés en el desierto para ser su apoyo en los juicios y decisiones que había que tomar, de todos los grandes personajes del Antiguo Testamento, se estaba resumiendo en la elección de esos hombres que lo rodeaban como sus primeros Sacerdotes de la Nueva Alianza... Al decirles "Hagan esto en memoria mía", ya les estaba dando el testigo de todos esos acontecimientos. Cada momento de los que tenían que ver con la elección de los apóstoles, llegaba a su culmen hoy, cuando Jesús les encarga de ser los administradores de su memoria para todos los que quisieran seguirle, y de darles el alimento que Él estaba dejándoles en custodia...
Los apóstoles son los primeros Sacerdotes, los primeros que llevarán adelante el anuncio de la Ley del Amor que Jesús estaba instaurando, los primeros que harían las obras de caridad que descubrirían el espíritu que Jesús quería que se viviera en esa comunidad que les dejaba a su cuidado, los que iban a servir de instrumentos para ser los que iban a poner a funcionar los canales de la Gracia que dejaba en cada uno de los Sacramentos... Jesús se quedaba en cada uno de ellos. Se iba, pero se quedaba en cada Sacerdote de la historia, llevando adelante su obra salvadora hasta el fin de los tiempos... Sabía bien el riesgo que corría, por cuanto entre ellos iban a haber lobos. Lo sabía Él mejor que nadie, pero aún así, en atención a la inmensa mayoría de los que sí iban a asumir con fidelidad su tarea y a los millones de fieles seguidores que debían recibir todas las gracias que Él quería derramar en la historia, asumió el riesgo. Se fue, pero se quedó. Por su inmenso amor...
Y en plena celebración de la Cena pascual, hace el gesto más maravilloso que podamos imaginarnos. Se queda escondido en el pan y en el vino que estaban consumiendo. También en esto la historia de la salvación alcanza un zenit inimaginable. Todas las gestas liberadoras, la salida de Egipto bajo la defensa valiente de la sangre del cordero, el maná salvador que recibe Israel en el desierto, la carne de las aves que da un mejor sabor al camino extenuante, la harina milagrosa que se multiplica en la cesta de la viuda, el pan y el pescado multiplicados para saciar el hambre de los seguidores..., son asumidos como el alimento espiritual más impresionante de todos: el mismo Cuerpo y la misma Sangre de Jesús. Es el alimento de los santos, de los fieles, de los que necesitan fuerzas para el camino, de los que quieren avanzar hacia la perfección. Es el alimento que da las fuerzas y la ilusión para poder seguir adelante, a pesar de todas las vicisitudes. Es el compañero de camino que jamás fallará, mientras haya un Sacerdote que pueda hacerlo presente... Jesús ismo se ofrece, en su Cuerpo y su Sangre, como la peña firma que dará la razón de ser a toda la vida cristiana. Sin eso no hay vida de Fe, no hay vivencia del Amor, no hay alimento para la Esperanza de eternidad. El "Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo" se cumple perfectamente en el Jesús que se queda en cada Sagrario del mundo como una Luz que ilumina el andar de los cristianos y como un Alimento que les dará las fuerzas para todas las rutas que deban emprender...
Unos momentos antes del inicio de toda su pasión cruel y dolorosa, Jesús realiza el gesto de amor, adelantado, de la entrega total. El Sacerdocio y la Eucaristía no son más que el resumen de lo que en horas hará. El Cuerpo que se entrega y la Sangre que sella esa entrega, las coloca en las manos de los primeros Sacerdotes para que en toda la historia haya un recuerdo fresco y hermoso de lo que Él hizo. "Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas", decimos los cristianos al celebrar la Eucaristía. Y es así. Y nos sentimos felices eternamente por ese gesto de amor que hace nuestro Dios hecho hombre. Y nos llenamos de fuerzas para seguir adelante queriendo llegar a ese momento culminante de nuestra propia historia en el que, habiendo sido alimentados por ese alimento de santos, que nos dan nuestros Sacerdotes, llegamos alegres a la meta, a las puertas del cielo, en las que nos espera con los brazos abiertos nuestros Padre que nos ama infinitamente, para vivir eternamente abrazados a su amor...
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