Hay silencios de silencios... Hay soledades de soledades... Hay oscuridades de oscuridades... Encontrar variedad en ello es relativamente fácil. La vida, en sí misma, es riqueza variopinta, inimaginable, interminable. Dios la quiso así, pues Él mismo es infinito. Todo lo que surge de la mano de Dios tiene ya, como marca de fábrica, la variedad que lo enriquece. Los colores son infinitos. Las temperaturas son infinitas. Las plantas son infinitas. La fauna es infinita... Los rostros de los hombres son infinitos. Y así mismo son sus reacciones. Las lágrimas son infinitas. Las sonrisas son infinitas. Las preocupaciones son infinitas. Los dolores son infinitos. Las alegrías son infinitas. Los logros son infinitos... Infinito significa que no tiene fin. Están hoy, y seguirán mañana, y pasado mañana, y siempre... La variedad es tal que, aun cuando surja algo hoy, mañana surgirá algo nuevo, totalmente distinto. En la historia difícilmente se repetirá un carácter, una composición musical, un color en el cielo, la belleza de una flor... Y así como es variada la vida, es también variada la muerte. Hay muertes de muertes. Las hay dolorosas. También las hay felices. Las hay las que son consideradas el final añorado de un camino de dolor. O las que son consideradas simplemente como un cambio de estado en el que se seguirá en contacto íntimo y afectuoso con el Dios Creador que ama, como Él, infinitamente. Las hay deseadas, rechazadas, contempladas, procuradas, naturales... Infinita variedad también...
Hoy estamos ante un misterio irrepetible, sobrecogedor, impresionante... Estamos ante algo que jamás se repetirá en la historia. Estamos ante la muerte que es vida, ante el dolor que es alegría, ante la soledad que es compañía, ante el silencio que es sonido, ante la oscuridad que es luz... Jesús en el sepulcro resume todo eso en sí mismo. Lo hemos acompañado en una Pasión horrible, inmensamente dolorosa, desgarradora. Una Pasión que no fue solo de dolor físico, sino peor aún, de dolor espiritual, del corazón... Pero es un misterio de dolor que ha sido asumido voluntariamente, sin rehuir de lo que significaba, pues Él estaba muy consciente que el mundo entero, la historia entera, cada hombre y cada mujer que había vivido y que vivirá, estaban a la espera de ese gesto de amor y de misericordia que representaba su entrega... Ahí está, en el sepulcro, haciendo que todos nos preguntemos "¿Y ahora, qué?" Ese que se ofreció a la Samaritana como la Fuente de Agua Viva, ¿se ha secado? Ese que resucitó a Lázaro y que le dijo a María: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que crea en mí, aunque haya muerto, vivirá", ¿deja su identificación inválida? Ahí está... Silencioso, solo, sumido en la más absurda oscuridad...
Pero... Hay silencios de silencios.. Hay soledades de soledades... Hay oscuridades de oscuridades... En el Jesús que está escondido en el sepulcro, silencio, soledad y oscuridad adquieren un matiz irrepetible. Nunca más se repetirá. Lo que sucede estos tres días ya nunca más se repetirá. El molde se rompe completamente. No se repetirá porque no se podrá repetir tanta riqueza, tanta gloria, tanta majestad, tanto amor, tanta bondad, tanta misericordia...
El silencio de Jesús es el preludio del canto más bello a la Vida que jamás podrá entonarse. Jesús prepara su potente voz para llamar a la vida a todo lo que estaba muerto, para gritar a todo lo creado la pulcritud que ha alcanzado con su gesto de sacrificio, para entonar la poesía más hermosa jamás pronunciada por hombre alguno... Para decirnos a todos, como decreto inmutable, que la vida vale la pena, que todo es bello porque Él, el que está escondido, resurgirá triunfante para hacerlo así. Que nadie debe desfallecer en el camino, a pesar de que haya muchas dificultades, pues pasar más de las que Él mismo pasó es imposible, y está a la espera de la explosión de la vida...
La soledad de Jesús es soledad que lo fortalece. Está acompañado por la mirada amorosa del Padre que le dará la virtud de resucitar para romper el celofán estrecho de la muerte. Lo miran también todos los ángeles y los santos... Todos los hombres y mujeres de toda la historia lo acompañan expectantes, pues debe confirmar su victoria sobre el demonio, sobre el pecado, sobre la muerte... Y lo acompañamos nosotros, los que sabemos que es Dios, que no puede ser vencido, que esa derrota de la Cruz fue un paso sólo en su recorrido victorioso. No es derrota, sino que se convertirá en la más aplastante derrota que jamás se le infligirá al mal, al odio, al pecado, al diablo...
La oscuridad del sepulcro de Jesús es el anuncio de un amanecer esplendoroso... Cuando despunta el alba es antecedida por la más cerrada oscuridad... Y esa es la oscuridad de Jesús en el sepulcro... La que anuncia un amanecer luminoso, una luz esplendorosa que ya nunca más se apagará. Es la Luz de la Vida que iluminará para siempre a los hombres de toda la historia. La que eliminará toda penumbra que pretenda erguirse en el espíritu de los hombres. La luz de Jesús será luz de iluminación que nunca encandilará, sino que guiará, eliminará sombras, indicará rutas, dará claridad a todos los pasos...
Jesús en el sepulcro vive el silencio, la soledad y la oscuridad, sólo como paso que antecede lo mejor de los hombres... Ya nunca el mal triunfará de nuevo. Ya no habrá razones suficientes para dejarse abatir por tristezas, dolores, sufrimientos. La mano del Jesús que yace en el sepulcro, desde su Resurrección estará tendida para ser el alivio y el consuelo de todos. "Vengan a mí los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré"..., nos dice Cristo.
Es la causa de la alegría. Es la causa de la esperanza. Es razón suficiente para vivir en el amor, que es el mayor tesoro que podremos jamás tener entre las manos y en el corazón...
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