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jueves, 31 de diciembre de 2020

Conocer mejor a Dios es avanzar con fuerza hacia la salvación

 PASTORAL ABISAL: Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos  contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia  y de verdad.

La Teología es la ciencia que busca ahondar en el conocimiento sobre Dios. No es una disciplina solo cristiana, sino que es muy anterior. Todo pensador que busca conocer a Dios puede ser considerado teólogo. De ese modo, podemos encontrarnos en la historia del desarrollo teológico personajes que por antigüedad podrían ser llamados precursores. Arriesgarse a entrar en las profundidades de lo que es Dios, a sabiendas de que se está buceando en aguas oscuras y muy inestables, puede tener una altísima compensación, pero a su vez puede producir grandes decepciones, por cuanto pretender entrar en la intimidad divina es querer invadir un terreno que para la mente humana no presenta ninguna solidez. En esa misma historia, desde antes de los grandes filósofos griegos, descubrimos los caminos que se ha pretendido caminar. Algunos han echado muchas luces sobre lo que podría ser Dios, mas sin embargo, otros han errado de plano y han arrastrado a muchos en su error. Para nosotros, hombres de la Iglesia de Jesús, un teólogo no puede ser un simple pensador. El teólogo debe ser ante todo un hombre de fe. No basta con manifestar el empeño de entrar en el misterio divino. Es necesario que quien quiera ser verdaderamente teólogo sea un hombre o una mujer bien dispuestos a la conversión, abiertos a la sorpresa de sus descubrimientos, con la aceptación de dejarse invadir por el amor y la salvación que Jesús ha traído. No es, por lo tanto, simplemente un ejercicio intelectual, sino un verdadero ejercicio espiritual. El teólogo pisa el terreno teológico con reverencia, pues está consciente de que está entrando en el terreno más misterioso que existe, como es el del entorno íntimo y eterno del Dios de Amor, Creador y Todopoderoso.

Está claro que en ese entorno en que se quiere hacer la teología, habrá quienes se entregarán acuciosamente y con la mayor ilusión a la búsqueda de la Verdad sobre Dios. Y con toda seguridad llegarán a puntos muy altos en esa tarea. Lograrán echar muchas luces a todos para la comprensión sobre quién es Dios. Comprenderán también con toda seguridad que llegarán a una frontera infranqueable en la que se da el límite de la posibilidad de la comprensión de un Dios que es inabarcable. Pero su satisfacción será haber llegado a ese punto y haber dado su aporte para el conocimiento sobre Dios. Igualmente, dentro de aquellos que actúen con la mejor buena fe, se alinearán también quienes no actúen de buena fe. Entre los que son supuestamente fieles, se inscribirán también aquellos que siguiendo sus propios impulsos y persiguiendo sus propios intereses, de manera egoísta y vanidosa, busquen confundir y colocarse ellos mismos en el lugar que corresponde al Dios de Jesús: "Hijos míos, es la última hora. Ustedes han oído que iba a venir un anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es la última hora. Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros. En cuanto a ustedes, están ungidos por el Santo, y todos ustedes lo conocen. Les he escrito, no porque desconozcan la verdad, sino porque la conocen, y porque ninguna mentira viene de la verdad". Esa teología cristiana, nacida con la venida de Jesús, ha tenido siempre sus detractores, y sus promotores lucharán siempre por imponerla.

Contra ella han reaccionado siempre los grandes teólogos cristianos, principalmente aquellos primeros escritores que fueron los autores de todo el Nuevo Testamento. Es sorprendente cómo aquellos hombres con las herramientas mentales más rudimentarias, han relatado los acontecimientos que rodeaban el gran fenómeno de Jesús. No eran simples relatores de acontecimientos, sino que se convertían en verdaderos teólogos, pues buscaban acentuar algún aspecto que les interesaba destacar en función de la necesidad que tenía la comunidad a la que se dirigían. Siendo en general el mismo esquema, apuntaban a un objetivo concreto.  Por ejemplo, la altura que alcanzaron las disquisiciones teológicas del Apóstol Juan es impresionante. Ciertamente tuvo mucho tiempo en la Isla de Patmos para profundizar y ordenar sus ideas. Y ante el peligro que se corría de no entender bien la figura de Jesús, decidió poner sus ideas en orden y presentarlas a la comunidad para corregir los entuertos que se estaban dando: "En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de Él se hizo todo, y sin Él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de Él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: 'Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo'. Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer". Hoy podemos agradecer al amor de Dios el que haya suscitado a estos grandes personajes que han echado luces sobre lo que Él es. Y que sigue haciendo surgir a grandes pensadores que nos hablan de Él y nos aclaran cada vez más su misterio. Así, al conocerlo cada día más y mejor, tenemos la oportunidad de amarlo con mayor fuerza y convicción. Conocerlo mejor es nuestra salvación, pues llegar a la plenitud de su conocimiento es la meta de nuestra vida. Esa será nuestra llegada al Reino, donde conoceremos tal como somos conocidos en el amor.

miércoles, 3 de junio de 2020

Hay que aprender a dejarse amar por Dios

No es Dios de muertos sino de vivos…" – Alcalá Pbro. Mis ...

Dios es eterno. No empezó a existir en un momento de la eternidad, ni dejará de existir nunca. Él es la causa de la existencia de todo, del mundo espiritual y del mundo material. Existió siempre y existirá eternamente. Antes de la creación ya Él estaba desde la eternidad anterior y después que todo pase seguirá estando. Habrá, claro está, un cambio en esa existencia futura, cuando se acabe toda la realidad que vivimos. Si antes de nuestra existencia lo llenaba todo solo Él, en su existencia trinitaria absolutamente satisfactoria para Él, luego de la desaparición de toda la realidad material estará acompañado para toda la eternidad futura por nosotros, sus criaturas amadas. Ninguno de nosotros es necesario para su existencia, pues en toda la eternidad anterior a la creación vivió en su intimidad trinitaria en el amor mutuo de las Tres Personas que es su esencia más profunda. En aquel momento de la historia en que se decidió a crear todo lo que no es Él, decidió tener un objeto externo al cual pudiera también llenar de su amor. Ese amor que vivía naturalmente en la relación interpersonal entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, salió de ese círculo totalmente satisfactorio para sí mismo, y lo transmitió al hombre, a quien amó plenamente y al que hizo sujeto privilegiado de ese amor infinito que vivía íntimamente. Lo creó y decidió hacerlo capaz de su amor, por lo cual lo hizo también capaz de amar como Él. Ambas cosas, la capacidad de recibir amor y la capacidad de amar, son quizás los mejores regalos que pudo haber hecho a su criatura. Con la inteligencia y la voluntad con las que los enriqueció, siendo atributos exclusivamente suyos, los llenó de la capacidad de hacer consciente ese amor y de hacerlo comprender la necesidad de esforzarse en todo por vivirlo para ser completamente feliz y llegar a la plenitud del gozo que cualquier hombre puede vivir. No son las compensaciones materiales que el hombre por su propio esfuerzo pueda alcanzar las que le darán la experiencia de la dicha mayor, sino la vivencia del amor verdadero, en medio de cualquiera de las circunstancias que le corresponda vivir, las que darán la verdadera compensación en plenitud. No es muy difícil comprender esto, pero los hombres nos empeñamos en hacerlo complicado, pues en cierta manera le tenemos miedo al amor. Tememos ser amados. Y tememos amar con corazón pleno. Lo consideramos un riesgo muy grande, pues nos llama a un compromiso estable y duradero. Dejarse amar implica el abandono total en los brazos de ese que nos ama. Y eso nos crea mucha incertidumbre. Cuando nos dejamos amar no estamos estudiando a quien nos ama, sino que cerramos los ojos simplemente con el deseo de experimentar la dulzura de ese amor que compensa todo. Esa experiencia, aun siendo enormemente bella e intensa, nos crea mucha inseguridad.

Dios nos invita, en esa existencia eterna y por ello mismo realmente llena de sabiduría, a que lo tomemos en serio. El mismo Jesús quiere convencer a todos de esa existencia eterna de Dios y de su amor por cada hombre de cada momento de la historia: "¿No han leído ustedes en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: 'Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob'? No es Dios de muertos, sino de vivos". Si está presente eternamente, ama eternamente. Su amor no está enmarcado en un periodo de tiempo. Su corazón no tiene confines temporales. Cada hombre es amado en su condición de vida, la que Él mismo le ha regalado, por lo que no se circunscribe a unos tiempos concretos, sino que está como imbuido en cada segundo de la existencia de cada hombre, sean esos segundos buenos o malos. Su amor no deja de estar presente jamás, pues Él no deja de estar presente jamás. Y en esa historia personal ha quedado demostrado que quien se ha dejado amar, cerrando sus ojos y dejando simplemente que ese amor fluya hacia su corazón, experimenta los momentos gloriosos que ese mismo amor de Dios lo hace vivir. Así fue con Abraham, con Noé, con Moisés. Y así ha sido con los grandes santos: San Pablo, San Francisco de Asís, Santa Teresa de Ávila, Santa Teresa de Calcuta, San Juan Pablo II... No es solo que ellos hayan amado a Dios. Es que tuvieron el "atrevimiento" de dejarse amar por Dios, con ese amor infinito que es el único que Él tiene. Por eso dejaron que Dios "hiciera lo que le viniera en gana" con ellos. Están absolutamente convencidos de que "Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo Jesús desde antes de los siglos". No tenían que fijarse como meta hacer grandes obras, sino que tenían que dejarse amar, como convocados por Dios y dejándose llenar de esa gracia que es su don de amor. Para ellos no había ninguna duda del paso que debían dar, pues fueron capaces de sortear el obstáculo que hubiera podido ser puesto por su propia duda, haciendo consciente de que quien los amaba infinitamente mal podía hacer algo que hubiera ido en contra de ellos y fuera perjudicial para sus vidas. Su convicción era la del amor. Porque amaban tenían plena confianza en el amor. Y porque amaban eran capaces de dejarse amar, sin medir ninguna de las consecuencias, pues estaban convencidos de que todas ellas eran buenas: "No me avergüenzo, porque sé de quién me he fiado, y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para velar por mi depósito hasta aquel día". Es la persuasión que tiene quien se deja amar con toda intensidad, sin dejar nada fuera por desconfianza.

Esa certeza no es única. Es nueva en cada uno que la experimenta, pero es ya conocida en quien la ha tenido. Son los modelos que podemos tener y seguir, pues conocemos casos de aquellos que la han vivido en plenitud y han sabido sortear todas las dudas y suspicacias. Es una conciencia histórica que es necesario tener, pues nos ayuda a tener la convicción de que Dios no dejará de actuar como ya ha actuado en ocasiones anteriores, incluso en personajes cercanos a nosotros mismos: "Doy gracias a Dios, a quien sirvo, como mis antepasados, con conciencia limpia". Nuestra historia personal nos proporciona acontecimientos gloriosos en los que podemos percatarnos que cuando se deja actuar a Dios, dejándose amar plenamente por Él, suceden cosas maravillosas. Podemos fijarnos en las vidas de nuestros ascendientes u otros familiares y amigos: abuelos, padres, hermanos, familiares, vecinos, compañeros... Seguramente entre ellos encontramos momentos puntuales o estables, en los que vemos que se han dejado amar sin escondrijos y han vivido la plenitud de ese amor que los ha llenado de una compensación inédita, absolutamente novedosa, y que nos convencen de que no es necesario otra cosa sino la vivencia de ese amor. Es de tal manera compensadora esa experiencia que no importa para nada si se pasa por momentos dolorosos o momentos felices, si hay abundancia de problemas o ausencia de ellos, si se vive una terrible enfermedad o si se está en plenitud de salud. Lo importante es que en la alegría o en la tristeza, en la salud o en la enfermedad, en la riqueza o en la pobreza, "Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza". Su amor es inmutable y como tal ese espíritu con el que nos ha enriquecido no cambia jamás, por lo que en cualquiera de las circunstancias que vivamos, siempre será fortaleza, amor y templanza. Es eso lo que importa. Dejarse amar por Dios es estar en el pleno convencimiento de que abandonados en ese amor siempre estaremos viviendo lo mejor que podemos experimentar los hombres. No hay mejor vivencia ni compensación superior a la que podemos experimentar en el amor que Dios derrama sobre nosotros. Por eso la dicha del cristiano está no en las cosas que puede obtener ni en las riquezas que puede acumular, sino en abrir su corazón para dejarse amar con ese amor eterno que es el único que Dios sabe dar. En Él no hay términos medios. O lo da todo o no da nada. Y Él desde que nos creó decidió darnos todo su amor. Y ya no puede hacer otra cosa. Por eso, somos eternamente destinatarios de su amor. Y ese amor es eterno, infinito e inmutable. Nunca se acaba y nunca cambia. Y es nuestro si nos dejamos amar plenamente.

martes, 21 de enero de 2020

Tú descubres completamente lo que hay en mi corazón

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Entre las cosas que más nos cuesta entender a los cristianos de la doctrina que Jesús nos enseña es la de la compaginación del cumplimiento de la ley y la convicción que debe haber en el corazón. Muchos defendemos que ya es suficiente con de vez en cuando hacer algo bueno para que se nos tenga en cuenta en nuestra página de balance personal. Pretendemos que una acción considerada buena sirva para borrar todas las otras que no son tan buenas en las que también estamos involucrados. Da la impresión, incluso, de que pretendemos que Dios nos aplauda cuando hacemos algo bueno, a pesar de que quizá estamos sumergidos en la maldad. ¡Cuántas veces se escucha decir: "Yo estudié en un colegio de curas o de monjas", "Yo di una limosna una vez", "Yo fui a la misa de difunto de un gran amigo mío", "Yo estuve presente en la boda de unos amigos", "Yo fui al bautizo del hijo de fulanita", "Yo todos los días me hago la señal de la cruz y rezo un padrenuestro al levantarme"! Y lo dicen con una convicción total de que eso ya sería suficiente para que Dios los aplauda y les diga: "¡Ya no hagas más. Has hecho demasiado. Que no se te pase la mano!" Es como una especie de chantaje a Dios, en el cual Él debe estar agradecido de que yo haga tales acciones "heroicas". Sería realmente trágico para Dios que en algún momento de mi vida yo me decidiera a dejar de hacerlas. Súmese a esto el que por realizarlas nos creemos con el derecho de exigirle a Dios cualquier cosa. Como alguna vez recé un padrenuestro, Dios debería hacer todas las cosas que yo le pido. Y si no la cumple, pues sencillamente lo castigo, no rezándole más. Él se lo gana. Muchos entendemos nuestra vida de fe casi como un intercambio mercantil entre Dios y yo. Yo doy, pero también Dios debe darme. Si no me da, se rompe el contrato. De este modo, dejamos nuestra vida de fe solo en el ámbito externo del cumplimiento de unas obras basadas, sí, en algo bueno como es el cumplimiento de la ley, pero que se queda y permanece siempre en lo exterior, sin que nuestro corazón esté realmente involucrado en nuestras acciones. Seré bueno en la medida en que haga algunas buenas acciones. Y si en algún caso hago algo malo, o cometo algún pecado, o hago algo que pueda disgustar a Dios, ya alguna buena acción mía borrará todo eso.

Jesús es muy insistente en la necesidad de que en nuestra fe esté involucrado todo nuestro ser. Que haya una confesión de fe de nuestros labios, pero que esa confesión surja desde lo profundo de un corazón conquistado por el amor. Asumiendo la expresión del profeta Isaías, le echa en cara a quienes así actúan: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres. Dejando el precepto de Dios, ustedes se aferran a la tradición de los hombres". No se opone a que le rindan el culto debido a Dios, sino a que sea un culto vacío que no está sustentado en una convicción de vida, en un corazón que está lleno del amor de Dios. No es lo exterior lo que vale. Es lo de dentro, lo del corazón. Desde siempre fue así. Dios elige por lo que hay en el corazón del hombre no por lo que aparenta. En la elección del gran rey David, su criterio difirió precisamente en eso del de Samuel: "El Señor dijo a Samuel: 'No te fijes en su apariencia ni en lo elevado de su estatura, porque lo he descartado. No se trata de lo que vea el hombre. Pues el hombre mira a los ojos, mas el Señor mira el corazón'". La mirada del Señor es profunda, descubre lo que hay dentro de cada uno. No se queda en lo superficial, como lo haríamos nosotros. En Dios lo esencial es la transparencia, la humildad, la sencillez de corazón, la rendición a su voluntad. No le importan las apariencias, ni las obras ocasionales, ni aquellas que pretendan manipular o disfrazar de bien al que es malo. Por eso, su mirada, que descubre todo lo más íntimo, jamás se dejará engañar. Elige con un criterio único, basado en su amor: David "era rubio, de hermosos ojos y buena presencia. El Señor dijo a Samuel: 'Levántate y úngelo de parte del Señor, pues es este'. Samuel cogió el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. Y el espíritu del Señor vino sobre David desde aquel día en adelante". La elección del Señor hace que el elegido cambie. Pasa a ser pertenencia de Dios, lo cual, en definitiva, solo sería una confirmación de lo que ya se vivía, pues el corazón del elegido ya estaba rendido a Dios.

Para Dios lo que más importa es el hombre. Y por ello, su vida la entrega absolutamente toda sin dejar nada para sí, con tal de conquistar al hombre, de rescatarlo del abismo, y de elevarlo de nuevo a la condición de hijo de Dios, abriéndole nuevamente las puertas del cielo. El hombre es quien revela la gloria de Dios por cuanto por él es que Jesús deja entre paréntesis su ser glorioso para hacerse uno más entre los hombres y caminar junto a él para llevarlo de nuevo al Padre. "La gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios", afirma el gran San Ireneo. Por ello, todo lo que obstaculice que esa gloria de Dios se manifieste y que el hombre obtenga la vida que Jesús quiere transmitirle, será echado a un lado y desechado. Incluso si fuera algo bueno. Porque lo que importa es el hombre. El hombre está en el centro, e incluso si la ley pretendiera dañarlo, será puesta a un lado. Cuando los fariseos le reclaman el incumplimiento de la ley de parte de los apóstoles, el diálogo deja muy claro lo que está en el corazón de Cristo: "'¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?' Él les responde: '¿No han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre, como entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes de la proposición, que sólo está permitido comer a los sacerdotes, y se los dio también a los que estaban con él?'. Y les decía: 'El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado'". Poco importa la ley si va en contra del hombre. Ninguna ley puede estar por encima de la vida del hombre, que es la gloria de Dios. Lo externo jamás podrá estar por encima de lo interno. Las formas nunca podrán sustituir el fondo. La conducta nunca será más importante que la vivencia profunda de lo que hay en el corazón. "El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca lo bueno, y el malo de su mal saca lo malo: porque de la abundancia del corazón habla su boca". Así es la conducta delante de Dios. Solo de lo bueno que hay en el corazón es que Dios sacará provecho para el mismo hombre. No pretendamos engañar a Dios con algunos gestos buenos. A Dios nunca podremos "comprarlo". Tengamos un corazón conquistado por su amor, y desde ese corazón saquemos todo lo bueno que puede haber para manifestar a Jesús nuestro amor, poniendo en evidencia que Él está en el centro de nuestras vidas y que somos exclusivamente suyos.

lunes, 13 de enero de 2020

Me llamas para ser tuyo y de todos mis hermanos

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Los cristianos no podemos reducir nuestra fe a la sola confesión de verdades doctrinales. Ciertamente el contenido es importante, pues en él se basa todo el edificio de lo que creemos. Es necesaria esa base para sentirnos seguros en nuestro caminar. A medida que avanzamos en el conocimiento de nuestra fe vamos conociendo mejor la persona de Cristo y su mensaje, con lo cual vamos teniendo más solidez, aclarando nuestros criterios, y podemos enfrentar las mentiras, las manipulaciones o las contradicciones con las que nos podremos encontrar en nuestro caminar. Es tan real esto que muchos católicos que tienen fallas en su conocimiento cristiano se dejan confundir y terminan abandonando la Iglesia para ir tras quienes les han presentado "verdades" disfrazadas o manipuladas o incluso contrarias a lo que enseña la recta doctrina. El famoso dicho "católico ignorante, futuro protestante", es una verdad como un edificio. Un católico que no profundiza en su fe y se contenta con lo que aprendió apenas cuando hizo la catequesis de primera comunión, tendrá graves fallas en la doctrina y será presa fácil de quienes le quieran lanzar el anzuelo para conquistarlo para otras confesiones. No podemos comportarnos en lo doctrinal de nuestra fe de manera diversa a la que lo hacemos en otras instancias de nuestra vida cotidiana. Un ingeniero que no se actualiza en lo novedoso de su campo, se anquilosa y caerá en la mediocridad en su práctica profesional. Lo mismo sucede con cualquier profesional en cualquier rama. Imaginémonos que vamos por la vida, espiritualmente, llevando el vestidito que usamos cuando felices e ilusionados hicimos nuestra primera comunión. Con ser aquel momento que vivimos un momento hermoso y una experiencia de fe infantil maravillosa y enternecedora, es ridículo que pretendamos quedarnos anclados en ella teniendo siempre el mismo atuendo. La vida consiste en avanzar y profundizar en conocimientos y compromisos. En todo. También en nuestra fe. Sin embargo, siendo esto una verdad incontestable, es también una verdad incompleta.

La experiencia cristiana no se reduce a la confesión de verdades. La fe tiene dos componentes esenciales y complementarias. Es confesión y conducta. Verdad y vida. No puede faltar ninguna de las dos componentes, pues en caso contrario estaríamos desnaturalizando lo que debe ser un verdadero cristiano. Él es quien confiesa y vive. Quien sabe y da testimonio. Quien conociendo las verdades y el contenido de su fe, tiene una buena base para saber cómo debe ser su conducta y dar buen testimonio de Cristo ante todos. Lamentablemente, muchos cristianos fallamos en ambas cosas. No profundizamos en los contenidos de nuestra fe o no nos comportamos como lo exige nuestra fe. Puede darse el caso de que seamos gente muy buena pero que no le da un sentido de trascendencia a su conducta pues no apunta a la espiritualidad de la vida cotidiana por falta de conocimientos. O, por el contrario, una situación aún peor, que sepamos mucho y estemos llenos de criterios, pero nuestra conducta esté muy lejos de lo que debería ser según esos mismos criterios. Es el fariseísmo que tanto atacó Jesús. San Agustín lo describió perfectamente de manera gráfica, cuando se apunta solo al conocimiento y se deja la vida a un lado: "El mucho saber hincha, y lo que está hinchado no está sano". Lo que conocemos debe traducirse en vida. De lo contrario no vale para nada, y más bien puede hacer mucho daño. El caso de las dos mujeres de Elcaná es muy descriptivo a este respecto: "Elcaná ofrecía sacrificios y entregaba porciones de la víctima a su esposa Feniná y a todos sus hijos e hijas, mientras que a Ana le entregaba una porción doble porque la amaba, aunque el Señor la había hecho estéril. Su rival la importunaba con insolencia hasta humillarla, pues el Señor la había hecho estéril". La desgracia de Ana era ocasión de la burla y la saña de Feniná. No había en esta ningún signo de compasión, o al menos de empatía, por la situación dolorosa que vivía Ana, la esposa estéril. Ambas recibían de Elcaná la misma experiencia familiar, pero se comportaban de manera muy diversa. Se parece esto a la conducta de muchos cristianos que no se duelen de la desgracia de sus hermanos. Incluso algunos llegan no solo a desentenderse de ellos, sino a aprovecharse de sus desgracias para sacar ventaja. Lejos de entenderlo como una ocasión para vivir la fraternidad y el amor solidario con el más necesitado, con el desplazado, con el oprimido, miran a otro lado o peor aún contribuyen a hacer más desdichada su situación. Evidentemente, quien conoce algo de la fe cristiana sabe muy bien que un cristiano debe actuar de manera muy diferente. Por ello se nos llama a una continua conversión.

Es lo que pretende Jesús cuando nos llama a ser suyos. Jesús no quiere a su lado hombres o mujeres que solo se jacten de conocer mucho de lo que Él enseña. Quiere hombres y mujeres que, conociéndolo, actúen en consecuencia de lo que ello exige. Poco le importa a Jesús que se rece un lindo padrenuestro, cuando nuestra conducta desdice mucho de la condición de hermano a la que nos compromete el tener un Padre común. Un Credo perfectamente rezado queda totalmente anulado cuando pasamos al lado del hermano necesitado y no nos hacemos solidarios con él. La llamada de Jesús a ser discípulo suyo es una llamada perentoria a sentirnos comunidad. No existe el cristiano isla. "Vengan en pos de mí y los haré pescadores de hombres" no es una llamada a una experiencia individual de manera egoísta. Es una llamada a ser de Cristo y a asumir el compromiso de sentirse responsables de la suerte de los demás. Ser pescador de hombres significa que se debe desear el bien de los demás, en todos los sentidos, aunque pese más el bienestar espiritual. Ningún cristiano es llamado por Cristo a encerrarse en una burbuja. Todos son convocados a vivir la comunidad de amor y alegría que representa la Iglesia que se reúne alrededor de Él. Nadie, ninguno de los que tengan una experiencia real de fe junto al Jesús que llama, es llamado para vivir como isla. Desde nuestro origen, cuando Dios dijo "no es bueno que el hombre esté solo", somos naturalmente seres comunitarios. Y eso significa que en la Iglesia somos esencialmente hermanos. Y por ello, la suerte de los demás es nuestra suerte. Si uno sufre, sufrimos todos. Si uno ríe, reímos todos. Si alguien está mal, es nuestra responsabilidad hacer lo necesario para que su situación mejore. Responder a la llamada de Jesús que nos invita a ser pescadores de hombres es una llamada a conocerlo mejor para amarlo más, y para sentirnos más hermanos de todos los que somos suyos. Es nuestra esencia de cristianos y la única manera auténtica de pertenecer a su Iglesia. Es la conducta que nos corresponde tener cuando vivimos el auténtico amor cristiano que nos invita a unirnos más a Dios y a vivir cada vez más la fraternidad cristiana.

martes, 20 de mayo de 2014

Tú eres el responsable de tu fe

La dinámica de la fe es sorprendente. San Juan Pablo II, en su Encíclica Redemptoris Missio, dijo una frase que ha dejado pensando a muchos: "La fe se fortalece dándola". Quiere decir que dar testimonio de la fe va en enriquecimiento del mismo que predica. De ninguna manera es aplicable en este caso la ley del mercado, en la que si gastas más, menos tienes. La fe, mientras más la das, más crece en ti... Pero, lógicamente, para darla es necesario tenerla. Nadie da de lo que no tiene. Por lo tanto, existe un paso previo que es necesario cumplimentar para poder luego dar testimonio... En la Teología de los Sacramentos se afirma que la fe es un don de Dios que viene al hombre por el Bautismo. Al ser bautizados vienen al hombre las tres divinas personas con toda su riqueza. Y en esa riqueza está incluida la fe. Es lo que los teólogos llaman la fe infusa, que regala Dios a sus hijos.

Pero además de esa fe infusa, debemos afirmar que la fe es igualmente producida. Dios se vale no sólo de su infinito don de la Gracia para darla al hombre, sino que de alguna manera utiliza las mediaciones humanas para producirla en el hombre. San Pablo afirma: "La fe entra por el oído", lo que sugiere que previamente hay quien predique... Si en el receptor hay una buena actitud para aceptar el mensaje, la fe tendrá un buen terreno donde fructificar. Por el contrario si el recipiente es refractario, de ninguna manera podrá ser recibida. Es decir, que la fe tiene mucho que ver con la respuesta libre del hombre. Si éste se deja conquistar, habrá una respuesta positiva. De lo contrario, la fe no dará frutos en quien la rechaza...No se trata, por lo tanto, de quedarnos con la impresión de que la fe, siendo infusa por Dios en el Bautismo, es una violación de esa libertad con la cual Dios mismo enriqueció al hombre. Sería una incongruencia con su acción creadora. Y en eso, Dios es inmensamente respetuoso con lo que creó. Mal podría, después de haber creado libre al hombre, obligarlo a aceptarlo, violentando una condición esencial de su creación...

En esa fe llamémosla "consciente" del hombre, juega un papel importantísimo la cantidad de medios que Dios mismo pone en las manos de los hombres. El primero de todos es su misma revelación. Dios se da a conocer y se propone como la vida y el amor de los hombres. Aceptarlo es un acto de fe, pues sólo se tiene la Palabra de Dios. En ocasiones, Él sustenta su palabra en acciones maravillosas que convencen. Pero no siempre. Una fe sustentada en la convicción por los portentos que hace Dios es, por decir lo menos, una fe inmadura. La fe madura sería la de quien, como Abraham, simplemente escucha y obedece a Dios, sin más indicación que su mandato. Por eso Abraham es nuestro Padre en la fe. Creyó por encima de todo, contra toda esperanza, sin absolutamente ninguna seguridad. Pero no quiere decir esto que la fe basada en los hechos que Dios realiza sea mala, o negativa. Recordemos que la misma Virgen María, queriendo estar convencida de lo que le proponía el Arcángel, recibió como prueba el milagro que Dios había realizado en su prima Isabel, "porque para Dios nada hay imposible".

En este proceso de convencimiento, un rol esencial es el afectivo. La fe tiene como presentadora "oficial" al amor. El corazón del hombre es la sede más importante que debe ser conquistada por la verdad de la fe. Más que demostraciones socráticas o argumentaciones filosóficas, el hombre necesita argumentos afectivos para iniciar su andanza hacia Dios. Es la figura del Dios amor el que lo conquista en primer lugar. Cuando el hombre se sienta amado, cuando sabe que ese Dios lo ha hecho todo en favor suyo porque lo ama intensamente, cuando sabe que hasta el mismo Jesús es el Verbo de Dios que se hace hombre por amor infinito, y que incluso llega a dejarse crucificar hasta morir por amor, el corazón sucumbe. Y ya están abiertas las otras puertas, la de la inteligencia y la de la acción, para dar sustento más sólido al amor. El proceso debe ser completado para no quedarse simplemente en un "sentimentalismo" infértil e infantil. La fe no es sólo latidos del corazón, sino que es también ideas de la inteligencia, y acciones de los brazos...

Es impresionante cómo este proceso se cumplió perfectamente en los apóstoles. San Pablo, que reconoció que Jesús "me amó a mí y se entregó a la muerte a sí mismo por mí", pasó por su tiempo de aprendizaje con Ananías y se llegó a convencer de que la evangelización era su tarea. Tenía que dar testimonio de todo lo que había recibido: "¡Ay de mí si no evangelizo!", llegó a afirmar, entendiendo que su fe tenía el componente del testimonio como esencial... No tiene fe, según San Pablo, quien no evangeliza. No basta con afirmar interiormente la creencia en Dios o en su amor, si ésta no apunta a decírselo a todo el mundo. Por eso lo vemos en las situaciones límite que nos presentan los Hechos de los Apóstoles. Apaleado y dejado por muerto, es levantado por los discípulos, curado, pero para emprender de nuevo la acción evangelizadora. No lo amilana la persecución o el sufrimiento. Todo lo contrario, a medida que se suman sufrimientos, pareciera que la convicción se hace más firme. "La fe se fortalece dándola", al punto de que no hay nada que detenga la pretensión hermosísima de dar a conocer a Jesús por encima de todas las dificultades.

Es la alegría del cristiano. La fe es el tesoro que nos da Dios, pero no para que lo guardemos celosamente en nuestro interior exclusivamente, sino para que las perlas que la conforman sean repartidas con los hermanos y así, ellas mismas se multipliquen en nosotros. A más perlas que demos, más perlas que tendremos... No importan sombras. No importa el futuro oscuro que se avecine. No importa la incertidumbre en la que se encuentra el evangelizador. Lo que importa es que Jesús sea conocido y amado. Lo que importa es que ese amor sea vivido por la mayor cantidad posible. Y eso se logrará sólo viviendo intensamente la fe donada por Dios, alimentada por los hombres, iniciada en la vivencia del amor inmenso de Dios por cada uno, sustentada en contenidos sólidos revelados por el mismo Dios y solidificada al compartirla con los hermanos...

miércoles, 23 de abril de 2014

Convéncete... Jesús resucitó y es tu alegría

"¡Qué necios y torpes son ustedes para creer lo que anunciaron los profetas!", espetó Jesús a los dos discípulos que iban de camino a Emaús. Iban cabizbajos, derrotados, pensando que todo el sueño había terminado... Que todo el furor que se había levantado con la aparición de Jesús, esus palabras, de sus gestos, se había difuminado con su muerte... Le dijeron a Jesús: "Algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron..." No eran capaces de ver más allá de las evidencias, del testimonio de los que aseguraban que ya no estaba en el sepulcro...

Hoy, a la torpeza y a la necedad que les echó en cara Jesús a esos dos se le puede llamar escepticismo o positivismo... Los hombres de hoy nos hemos enfermado del moderno positivismo... O ya lo somos naturalmente o lo vamos adquiriendo a fuerza de codearnos con los que ya lo son... Nuestra era materialista, tecnológica, ultracientífica, no sólo ha puesto en nuestras manos los más grandes avances técnicos, haciendo que nuestra vida sea mucho más sencilla, ordenada, cómoda, sino que ha puesto la misma matriz en nuestras mentes y en nuestros corazones... Lo que nos exija un mínimo esfuerzo de raciocinio, de inteligencia, de movimiento, es rehuido. Preferimos que nos lo den todo hecho o que nos veamos sometidos a lo mínimo para alcanzarlo... Tenemos las mejores comunicaciones nunca antes pensada, los mejores autos para movernos, la comida y la bebida más rápida... Todo con el fin de que siempre el esfuerzo sea el mínimo. Y así queremos las cosas en lo interior... Lo más expedito posible...

Estos dos hombres que iban de camino a Emaús ya sufrían de ese virus. Ante la pregunta de Jesús sobre lo que iban hablando ellos le responden: "Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto". Ni siquiera eran capaces de entender lo que el mismo Jesús les había dicho a todos: que resucitaría al tercer día... El inmediatismo lo tenían a flor de piel... Tanto, que ni siquiera daban el plazo que el Señor había pedido. Pero, además, no eran capaces tampoco de dar fe a lo que otros le estaban diciendo. Ni lo que decían las mujeres y otros era suficiente para convencerlos... Prácticamente estaban exigiendo tener ellos la misma experiencia para poder dar cabida a la realidad...

Y Jesús, condescendiente siempre, con la única finalidad de que se convencieran de que lo que había sido anunciado era verdad, de nuevo se hace encontrar... Primero les sale al encuentro en el camino, se pone a conversar con ellos, les explica las Escrituras y lo que decían sobre la venida del Mesías, y finalmente se descubre totalmente con un gesto que seguramente era sólo suyo... "Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció"... Jesús se hace reconocer. Era el Mesías que sí había cumplido lo que había prometido y lo que habían anunciado todos los profetas... Al fin dieron su brazo a torcer y creyeron. Fue necesaria la evidencia para que surgiera la fe, la confianza en la palabra de Dios, el abandono total en las manos del Señor... "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" Ya habían caído rendidos ante el Señor. Las evidencias eran contundentes...

Y ese cambio en sus actitudes les hizo convertirse también en anunciadores de la Resurrección... "Volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: 'Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón'. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan"... La experiencia del encuentro con el Resucitado los hizo a ellos también apóstoles. Desde ese momento se convirtieron en testigos de la Resurrección, en multiplicadores de la dicha inmensa de la Redención...

Por eso, la fe que tuvieron los primeros seguidores de Jesús logró tantas maravillas. Vivían la alegría del Jesús que había resurgido de la muerte y había logrado con eso la Redención. Esa alegría la habían hecho suya. Y el amor en el que entendían que debían vivir su fe, les lanzó a anunciar su alegría a los hermanos. Era necesario compartirla para que todos los hombres vivieron esa misma dicha. La dicha es la Resurrección de Jesús que hace que todos los hombres resucitemos con Él. Los beneficios de vivir la Resurrección son evidentes. Todos los hombres deben disfrutar de ellos. Por eso Pedro le dice al paralítico que está a las puertas del templo: "No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar". Era la virtud del Resucitado la que lo hacía posible. Se había inaugurado una nueva era entre los hombres. La Resurrección era una maravilla que debía extenderse a todos. Así lo entendieron cada uno de los discípulos de Cristo y fueron llenando el mundo de esa maravillosa alegría y de su fuerza en favor de los hombres... Es la fe la que los movió. Es la convicción de que debían hacer el esfuerzo de comprender lo que había sucedido y de hacerlo suyo para poder resucitar y llevar a la resurrección a todos. Era la felicidad del mundo y había que llevársela, pues era lo que quería Jesús...