La intercesión es necesaria. Delante de Dios, no hay duda, está todo. Todas nuestras necesidades, nuestras penurias, nuestros dolores y tristezas, junto con todos nuestros logros, nuestras alegrías, nuestras curaciones, absolutamente toda nuestra realidad, está siempre en la presencia de Dios. A Él no se le escapa nada, pues es el Omnisciente, el que lo sabe todo... Estrictamente hablando, Dios no debería necesitar de la mediación de nadie para enterarse de las necesidades de alguien. Pero no debemos ver la intercesión sólo desde la óptica del conocimiento de Dios, que es infinito, sino desde la óptica del amor fraterno, que debe ser siempre probado y demostrado. Intercedemos unos por otros porque nos amamos. Así demostramos el amor que nos tenemos. Y en esa misma línea está la intercesión de los santos por cada uno de nosotros. Por eso los llamamos Patronos. El Patrono es el protector, el modelo, el intercesor. Tenemos a nuestro Patrono para que nos sirva de guía y de prototipo en el camino de la fidelidad al amor de Dios, para que nos proteja espiritualmente -y ¿por qué no?, también físicamente- en toda circunstancia, y para que ponga delante de Dios, porque nos ama inmensamente, toda nuestra realidad para que el Señor la torne siempre favorable a nosotros...
En toda la historia de nuestra salvación ha habido personajes que han sido grandes intercesores. Moisés es uno de ellos. Su figura siempre se interpuso delante de Dios a favor de Israel, a pesar de las tremendas infidelidades del pueblo. Su amor al pueblo, a su Israel amado, al que había servido para liberarlo desde la primera vez en la que salió en defensa de un judío contra el egipcio abusador, hasta todo su camino por el desierto, fue una constante presencia delante de Dios para frenar su brazo vengador y recurrir a lo que sabía abundaba en Dios, a su Misericordia infinita... Y no era que Israel no se mereciera todos los castigos que Dios estaba dispuesto a darle. Muchas eran las razones, justas y objetivas, por las que Dios hubiera debido castigar a su pueblo elegido. Se lo había ganado a pulso. Habían sido grandes traidores de su amor y de su poder, habían echado por la borda todas las demostraciones de que Dios estaba fielmente a su lado, no habían apreciado bien las demostraciones de su infinito poder y de su amor en toda circunstancia, empezando por la portentosa liberación de la esclavitud en Egipto, hasta las quejas por el hambre y la sed que sufrían en el desierto, que fueron resueltas con milagros estruendosos... No había en Israel ninguna razón para no castigarlos...
La oración de intercesión de Moisés no pide a Dios hacerse la vista gorda ante las infidelidades del pueblo, sino a su inmenso poder y amor por él...: "¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta? ¿Tendrán que decir los egipcios: "Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra"? Aleja el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo". Es osado Moisés... Le pide a Dios que se arrepienta de las amenazas que ha lanzado contra Israel... Pero es que en la mente de Moisés pesa más el amor de Dios por su pueblo que la ira que le pueda producir su infidelidad. A eso recurre. Quien ha estado siempre dispuesto delante de Dios, le pide que ahora deponga su ira por la misma obra que ya ha realizado previamente a su favor. No puede Dios desdecir lo que ha hecho por amor, en una intención de venganza que estaría totalmente justificada...
La respuesta de Dios no se hace esperar. Dios se deja llevar más por su amor que por su justicia. En este caso, como dice la Escritura, "la Misericordia vence sobre la Justicia"... "Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo"... Dios ama a Israel. Y Dios ama inmensamente a Moisés, su elegido como gran liberador de Israel... El peso de la personalidad de Moisés delante de Dios es muy significativo. Aquél al que había llamado para ser su mediador ante el Faraón, era el que le estaba solicitando su Misericordia... Y Dios no se podía negar... El mismo Jesús reconoce la primacía de Moisés en el juicio que lanzará Dios sobre el mundo: "No piensen que yo los voy a acusar ante el Padre, hay uno que los acusa: Moisés, en quien ustedes tienen su esperanza. Si creyeran a Moisés, me creerían a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no dan fe a sus escritos, ¿cómo darán fe a mis palabras?"
Esta misma intercesión es la que hacemos unos por otros. Porque nos amamos, nos colocamos delante de Dios para orar por lo hermanos, para pedir por sus necesidades, para solicitar de Dios su misericordia, para que haga lo posible para suavizar la situación de los demás... Por eso confiamos en la intercesión de los santos por cada uno de nosotros, pues sabemos que ellos viven en el amor eterno. No lo hacen porque Dios no sepa lo que nos pasa y lo que necesitamos, sino porque ponen su amor por nosotros delante de Dios para que se conduela, nos conceda lo que necesitamos y nos dé el alivio que nos hace tanto bien. Esa es la oración de intercesión que podemos hacer unos por otros. Es la oración en la que estamos todos más unidos que nunca: los santos, los que esperan su paso al cielo y los que estamos aún en la tierra. Es la perfecta comunión en la que demostramos que somos uno...
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