martes, 1 de abril de 2014

No tengo a nadie que me ayude...

La Justicia Social tiene un origen esencialmente bíblico. La misma definición de la virtud es: "Dar a cada quien lo que le corresponde", lo cual no es más que, en cierto modo, hacer llegar a cada uno lo que Dios quiere que llegue. En lenguaje bíblico, la justicia tiene referencia directa a la santidad. El hombre justo es el hombre santo. Y esto tiene un sentido muy claro: ser Santo, es decir, ser Justo, es dar a Dios lo que le corresponde. A Dios se le responde, en primer lugar, siendo justos con Él, pues es el origen de todo. Ser justos con Dios es poner en sus manos lo que es suyo, y a Él, estrictamente hablando, le corresponde todo. Al ser el origen de todo, todo debe confluir hacia Él, y por eso, lo justo es poner el ser completo en sus manos, porque a Él le corresponde. Partiendo de esta definición bíblica de Justicia, podemos colegir lo que se desprende de la vivencia de la virtud en el nivel humano, en el cotidiano, en el del día a día...

Individualmente cada uno de nosotros está llamado a practicar la Justicia. Con los que tenemos a nuestro alrededor debemos ser justos. Debemos dar a todos los que tenemos a nuestro lado lo que le debemos. La corresponsabilidad no es una cosa añadida, sino de naturaleza. La Creación, desde su origen, fue coronada con la presencia del hombre, quien para Dios no podía permanecer en la soledad, sino vivir esencialmente en comunidad: "No es bueno que el hombre esté solo. Hagámosle una ayuda adecuada". Nuestra condición comunitaria, fraterna, solidaria, es connatural a nuestra existencia. El primer paso para cumplir con la justicia es, de esta manera, el de reconocer que somos hechos uno para todos, que no somos islas que nos podamos desentender de los demás... El pecado social más grande que podemos cometer es pretender no tener nada que ver con los hermanos. Fue el pecado de Caín, quien después de haber matado a su hermano Abel, responde a Yahvé: "¿Y qué tengo yo que ver con mi hermano? ¿Soy yo acaso su guardián?" El primer pecado de asesinato en la humanidad tuvo su origen en el haberse sentido desconectado del hermano, en el no sentirse unido esencialmente a él, en el pretender ser un individuo absolutamente completo en sí mismo. La muerte física procurada en el hermano fue producto de la que ya se había verificado en el corazón del asesino...

Esta vivencia individual de la Justicia tiene una expresión concreta hacia fuera. Es la sociedad humana, finalmente, la beneficiaria de la práctica de la Justicia. Por ello, no tiene sentido hablar sólo de una Justicia personal, pues al fin y al cabo ella se refiere siempre a la vida en comunidad. Podemos ser justos con nosotros mismos, procurando también los bienes que en justicia nos corresponden y que Dios mismo quiere para nosotros.. Pero esa vivencia personal de la justicia tendrá también, por la dinámica de la fe, de la esperanza y del amor, una repercusión directa en la experiencia vital de la comunidad humana. Todos somos corresponsables de todos. Todos debemos ser justos con todos. Todos debemos procurar el bien para todos. Todos debemos estar siempre dispuestos a impulsar la recepción del bien que le corresponde a todos...

El lamento del hombre que está a la orilla de la piscina con el que se encuentra Jesús, es el grito de toda la humanidad que necesita:  "Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado"... No tengo a nadie... Es la humanidad entera la que está representada en ese hombre paralítico que no puede moverse por sí mismo y que necesita de una mano solidaria que lo haga llegar al agua sanadora. Jesús hace el milagro, pero quiere que en su milagro estemos involucrados todos. Si hubiera habido alguien solidario que hubiera cargado al paralítico y lo hubiera hecho llegar al agua vivificadora, no se habría necesitado del milagro de Jesús. El milagro cotidiano es la solidaridad de los que pueden, de los que ayudan, de los que se saben lanzados a los demás... Esa es la justicia social. Es el dar al que necesita la ayuda, el prestar sus brazos, sus manos, su corazón, sus fuerzas, para que pueda acceder al agua sanadora de Dios, que libera de lo malo y llena de vida todo lo que toca: "Estas aguas fluyen hacia la comarca levantina, bajarán hasta la estepa, desembocarán en el mar de las aguas salobres, y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida"...

La Justicia Social es profundamente comprometedora. Todos somos responsables de la buena marcha de nuestra sociedad. Ella nos compromete a identificar las injusticias que se puedan estar cometiendo. El primer paso de la justicia es la lucha contra la injusticia. Ser justos es asumir la misión profética de denunciar todo lo que se opone a la Justicia. No se es justo mientras se deje imperar lo injusto. Callar, permanecer silenciosos ante la injusticia, es hacerse cómplices por omisión, es elegir el lado de la injusticia. Un cristiano que quiere ser de verdad justo, no puede callar ante la injusticia. Su ser profeta en el mundo no se lo permite. Se debe hacer eco de la impotencia del necesitado ante la injusticia: "No tengo a nadie que me meta en la piscina". Y su labor de implantación de la Justicia, lo hace no sólo denunciar, sino descubrir y allanar el camino para que ella se imponga. Debe hacerse brazos de Cristo que quiere hacer el milagro de dar vida a las piernas del paralítico, que quiere curarlo a través de los brazos de los justos...

Sentirnos solidarios con las necesidades de los más débiles es la forma más pura de la Justicia. Jamás seremos buenos cristianos si ante las injusticias que sucedan en nuestra sociedad nos quedamos callados o no nos prestamos como brazos de Dios para que se haga justicia. Una injusticia siempre será un atentado contra la vida, y los cristianos no podemos permitirla. Esa vida de Dios quiere llegar a todos y somos nosotros los encargados de hacer todo lo posible para que así sea: "Al desembocar allí estas aguas, quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente". Somos nosotros los canales por los cuales quiere llegar esa vida para todos. Hay que quitar todos los obstáculos que lo impidan e incorporar cada vez más canales para que el agua vivificadora llegue abundante a todos...

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