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sábado, 5 de junio de 2021

El secreto del Rey Jesús es su amor, y nuestra alegría proclamarlo

 Esa pobre viuda ha echado más que nadie» | Razones para Creer

El libro de Tobías, dentro de toda la belleza que descubre la revelación divina desde el principio, en el Antiguo y el Nuevo Testamento, es, quizás, uno de los escritos más hermosos, más enternecedores, y que llama más a los destinatarios, que eran los miembros de ese pueblo judío oprimido por penurias y persecuciones, humillado y burlado, pero que no cejaba nunca en la confianza radical en el Dios de amor y providente, a convencerse del favor divino. La fidelidad de Tobías era extrema y, a pesar de las circunstancias tan negativas que le tocaba vivir, sabía que no podía dejar esa mano que lo sostenía y que le daba las fuerzas y la ilusión de seguir adelante junto a Él, pues estaba consciente de que no había otra ruta para alcanzar la plena felicidad prometida. Es un cántico al mayor romanticismo real, el que debe marcar la vida de todo fiel. La pretensión del autor no es convencer racionalmente a nadie, aunque posea visos de catequesis doctrinal, sino más bien relatar su propia experiencia personal para dar a todos una visión del por qué mantenerse junto a Dios y serle fiel por encima de todo, es, con mucho, la opción mejor para cualquier hombre que añore vivir la plenitud de la felicidad. Para Tobías y para toda su familia la cuestión estaba muy clara: ser humildes, servir a Dios en toda ocasión, ser fieles a su amor, nunca separar la vista de Él, es el auténtico camino y el único posible para gozar de las dulzuras del Señor. Su confianza en el amor y la providencia divina se mantenían siempre incólumes. Y en la recompensa de la felicidad que obtienen por ello, deben colocar la vista los espectadores para que ellos también sean testigos de tales bendiciones. El único camino de la felicidad es el de la humildad, el de la fidelidad, el de la esperanza. Fuera de ello, solo se encontrará sufrimiento y oscuridad, sin una perspectiva mejor.

La frase que da marco a esa reflexión puede ser esta tan significativa y enjundiosa que dice el arcángel San Rafael: "Alaben a Dios y denle gracias ante todos los vivientes por los beneficios que les ha concedido; así todos cantarán y alabarán su nombre. Proclamen a todo el mundo las gloriosas acciones de Dios y no descuiden darle gracias. Es bueno guardar el secreto del rey, pero las gloriosas acciones de Dios hay que manifestarlas en público". Es bueno guardar el secreto del rey, es decir, es bueno reconocer el misterio profundo del amor de Dios que siempre está del lado del hombre. Dios es misterio en sí mismo y conocerlo plenamente está reservado para el final de los tiempos, cuando ya estemos en su presencia sin sombras, donde "Dios será todo en todos" y "lo veremos tal cual es". Mientras tanto, estamos en camino hacia esa meta de plenitud, por lo cual nos motiva ya no lo intelectual, sino la experiencia de su amor en nosotros. Por eso, aun cuando el misterio prevalece, estamos obligados a ser testigos y a dar testimonio de los beneficios que nos otorga continuamente. En efecto, el secreto del rey se sustenta, pero estamos obligados a testimoniar su amor, por sus acciones en favor de nosotros: "Practiquen el bien, y no los atrapará el mal. Más vale la oración sincera y la limosna hecha con rectitud que la riqueza lograda con injusticia. Más vale dar limosna que amontonar oro. La limosna libra de la muerte y purifica del pecado. Los que dan limosna vivirán largos años, mientras que los pecadores y malhechores atentan contra su propia vida. Les voy a decir toda la verdad, sin ocultarles nada. Les he dicho que es bueno guardar el secreto del rey y manifestar en público las gloriosas acciones de Dios. Pues bien, cuando tú y Sara oraban, era yo quien presentaba el memorial de sus oraciones ante la gloria del Señor, y lo mismo cuando enterrabas a los muertos. El día en que te levantaste enseguida de la mesa, sin comer, para dar sepultura a un cadáver, Dios me había enviado para someterte a prueba. También ahora me ha enviado Dios para curarlos a ti y a tu nuera Sara. Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están al servicio del Señor y tienen acceso a la gloria de su presencia. Ahora pues, alaben al Señor en la tierra, denle gracias. Yo subo al que me ha enviado. Pongan por escrito todo lo que les ha sucedido'. El ángel se elevó". Es la vida de cada fiel a Dios, receptor de todos sus beneficios, la que debe ser anunciadora de todas las dádivas divinas. Se trata de dar la gloria al único que la tiene y que la hace presente en el mundo, sin atribuirse ningún mérito, sino solo el de dejarse conducir por Él, abandonándose siempre en su voluntad amorosa.

Es el reconocimiento más honesto que podemos poner en la presencia de Dios. No somos poseedores de nada, sino solo del amor que Él mismo nos ha regalado. Todo lo que tenemos son dones amorosos, en lo cual Dios mismo se ha comprometido con nosotros y que jamás nos faltarán. Aun cuando Dios ha puesto en nosotros todas las capacidades para que avancemos progresando, incluso en el orden material, necesitamos entrar en el reconocimiento de que todos los beneficios que podemos obtener tienen a su amor como única fuente, y que por lo tanto pretender pasar por encima de ellos, es absurdo y pretencioso. Todo nos viene de Dios y es de Él. Por lo tanto, en la justa retribución a ese amor está el camino justo. Él nos lo ha dado y nos lo seguirá dando sin duda alguna. De esa convicción debemos dar siempre testimonio. Vivir siempre agradeciendo los beneficios del amor y reconocer que todo nos viene de Dios. Fue lo que Jesús admiró en el templo al contemplar a aquella pobre viuda que dio como limosna lo único que le quedaba para vivir. Ella estaba poniendo no un valor material en las manos de Dios. Estaba poniendo toda su vida. Cada uno ponía lo que poseía, o bien lo que le sobraba. No es que estuviera mal lo que hacían, pero les faltaba el plus de la caridad hacia Dios, en el reconocimiento de que Él era el que tenía más derecho sobre todo, en particular sobre sus propias vidas: "En aquel tiempo, Jesús, instruyendo al gentío, les decía: '¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, y aparentan hacer largas oraciones. Éstos recibirán una condenación más rigurosa'. Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante. Llamando a sus discípulos, les dijo: 'En verdad les digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir'". No se trata de buscar reconocimientos en las obras buenas. Eso invalida todo esfuerzo hecho. Se trata de reconocer las bendiciones de Dios, de guardar en lo más íntimo del corazón el secreto del rey, que es el secreto a voces de su amor incólume por nosotros, y de proclamarlo con  la vida para que sean más los que proclamen con su vida la felicidad plena de ser totalmente suyos y de ponerse sin ambages en sus manos amorosas.

sábado, 15 de mayo de 2021

Dios sigue contando con nosotros para salvar al mundo

 Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre

En el libro del Profeta Isaías nos encontramos con una frase pronunciada por Dios, que describe perfectamente el itinerario que sigue su Palabra, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Jesús de Nazaret, Dios que se encarna para rescatar a la humanidad perdida: "Así como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será próspera en aquello para lo que la envié". Es el periplo exacto que sigue Jesús. Él es la Palabra de amor pronunciada por el Padre sobre el mundo, con lo que cumple su promesa hecha desde el principio, con la cual se compromete a llevar adelante la gesta de recuperación del hombre que se había perdido por el pecado. Es la promesa que sustenta la esperanza que motiva al pueblo elegido a querer seguir siendo suyo, a pesar de la cantidad de incongruencias vitales que una y otra vez demuestran, con lo que se confirma la obcecación que produce el pecado cometido. Durante toda la historia de salvación narrada por los autores divinos, nos encontramos con todos los esfuerzos realizados por Dios para mantener a ese pueblo cercano a sí. No es otra cosa que la certificación de que ese Dios no ha dejado al hombre a su propio arbitrio, el que ha demostrado que sin la conducción del mismo Dios será como dar coces contra el aguijón, como el camino del ciego que no sabe hacia dónde avanzar, por lo cual es absolutamente necesaria la pronunciación de su Palabra de amor sobre la humanidad añorante del cumplimiento de la promesa. Pues bien, esa Palabra es Jesús, Dios que se hace hombre, que asume sobre sus espaldas la responsabilidad de fertilizar la tierra que es el hombre, para que reciba la salvación y la plenitud que Dios quiere para él.

Jesús asume que ha sido enviado a cumplir una misión. Es la misión del amor misericordioso del Padre que procura el rescate de la humanidad. Al Padre lo mueve el amor que tiene a sus criaturas. No las ha creado para que lleguen a una condenación absurda, sino para que, avanzando junto a Él, lleguen a la plenitud de su amor y de su alegría. Y el Hijo se sabe pieza esencial en este itinerario de salvación de la humanidad, por lo que acepta con agrado la encomienda. No es un simple instrumento para la salvación de los hombres, sino que asume activamente la parte que le corresponde. Sencillamente porque también Él ama con intensidad al hombre, sujeto y último beneficiario de su entrega. Por eso llega a acometer el absurdo de una entrega que no le beneficiaba en nada, sino que, al contrario, lo hace víctima de algo en lo que no tiene ninguna culpa: "En verdad, en verdad les digo: si piden algo al Padre en mi nombre, se lo dará. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre; pidan, y recibirán, para que la alegría de ustedes sea completa. Les he hablado de esto en comparaciones; viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que les hablaré del Padre claramente. Aquel día pedirán en mi nombre, y no les digo que yo rogaré al Padre por ustedes, pues el Padre mismo los quiere, porque ustedes me quieren y creen que yo salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre". La tarea de Jesús, siendo principalmente la del rescate de los hombres de su situación de postración, es finalmente la de revelar a todos el amor original del Padre, que no quiere que se pierda uno solo de sus hijos, y que, al contrario, está dispuesto a hacer todo en favor de su rescate y de su salvación. Por ello, el Padre será siempre fuente de beneficios para los hombres y jamás dejará de serlo. Lo ha demostrado fehacientemente en la entrega de su propio Hijo al mundo. Por ello, teniendo al Padre de nuestra parte, nunca dejará de responder a nuestras peticiones en nombre de Cristo, cuando nuestras peticiones sirvan para mantenernos cercanos a Él.

Luego de la partida de Jesús, este favorecimiento total de Dios hacia aquellos que se decidían a ser sus discípulos, dejándose conquistar por el amor y haciéndose anunciadores de ese amor, se hizo cada vez más evidente. El Espíritu Santo, también enviado por el Padre y el Hijo como alma de la Iglesia naciente, y razón de vida de todos los anunciadores, llevaba a plenitud la obra de Cristo, suscitando cada vez más seguidores, conquistados por la noticia feliz del rescate de la humanidad en cumplimiento de las promesas hechas por Dios desde aquel principio de la historia de salvación. Tanto en Jerusalén como en todas las ciudades por las que pasaban y en las que anunciaban el amor de Dios a todos, cada vez más hombres y mujeres se iban agregando a ese nuevo pueblo de salvados, y asumían también su tarea de multiplicadores de la alegría por todos lados. Se preocupaban porque la noticia estuviera sólidamente fundada en la verdad del mensaje de amor. Y así, conquistaban y formaban a aquellos que se disponían a ser instrumentos eficientes en la obra de salvación de Dios: "Pasado algún tiempo en Antioquía, Pablo marchó y recorrió sucesivamente Galacia y Frigia, animando a los discípulos. Llegó a Éfeso un judío llamado Apolo, natural de Alejandría, hombre elocuente y muy versado en las Escrituras. Lo habían instruido en el camino del Señor y exponía con entusiasmo y exactitud lo referente a Jesús, aunque no conocía más que el bautismo de Juan. Apolo, pues, se puso a hablar públicamente en la sinagoga. Cuando lo oyeron Priscila y Áquila, lo tomaron por su cuenta y le explicaron con más detalle el camino de Dios. Decidió pasar a Acaya, y los hermanos lo animaron y escribieron a los discípulos de allí que lo recibieran bien. Una vez llegado, con la ayuda de la gracia, contribuyó mucho al provecho de los creyentes, pues rebatía vigorosamente en público a los judíos, demostrando con la Escritura que Jesús es el Mesías". La fuerza del Espíritu era incontenible. Y las conversiones se multiplicaban por donde era anunciada la verdad de Jesús y de la salvación por amor. Por ello, para demostrar todos nuestra sumisión a quien nos ha elegido, debemos dejar que el Espíritu siga actuando, siendo nosotros instrumentos en sus manos para seguir anunciando el amor y la salvación de Cristo, que tanto necesita nuestro mundo hoy.

sábado, 8 de mayo de 2021

Sin el Espíritu Santo, alma de la Iglesia, somos un cuerpo muerto

 El Periódico de México | Noticias de México | Columnas-VoxDei | "Si el mundo  os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros"

San Lucas, en los relatos de los primeros pasos de la Iglesia que se iba expandiendo por todo el mundo conocido, va dando parte de la acción de cada uno de los apóstoles, centrando su mirada, primero, en Pedro, el primer Papa, y luego en Pablo, el elegido por Jesús para ser su anunciador en tierras de gentiles. Es muy llamativo que hasta este relato de los pasos que van dando, en los que van estableciendo comunidades, iglesias cristianas, con la alegría de los conversos, todo es narrado en tercera persona, como de alguien que ha recibido noticias que simplemente está transmitiendo, por supuesto, con la alegría de servir como multiplicador para el conocimiento de las maravillas que iba haciendo Dios por medio de los enviados, tal como el mismo Lucas lo anuncia en la introducción de su libro. Y lo llamativo es que desde la llegada a Tróade y la visión sobre el macedonio que pide que sus tierras sean visitadas, el relato pasa a ser hecho en primera persona, lo cual indica que desde esos momentos el relator no es un simple narrador de acontecimientos de los cuales va teniendo conocimiento, sino que va narrando ahora lo que él mismo va constatando en su experiencia personal junto a Pablo. La experiencia personal de Lucas va en aumento, pues de ser un narrador de sucesos, pasa a ser actor directo e incluso protagonista. Lo que narrará de ahora en adelante será lo que vivirá personalmente, y lo que experimentará en carne propia. Es un itinerario muy significativo y clarificador, por cuanto nos da a todos una indicación de cómo debemos también nosotros avanzar en nuestra experiencia personal de renovación en el amor, hasta llegar a vernos involucrados esencialmente en ella, en primera persona, para ser verdaderos y legítimos instrumentos en el anuncio de la mejor noticia que puede recibir la humanidad.

La primera y más importante constatación que hacen los enviados es la de la presencia del Espíritu como alma, inspirador y guía de los pasos de esa comunidad de salvación que es la Iglesia. Sin la presencia del Espíritu como vitalizador de esa comunidad, todo quedará simplemente en una experiencia entusiasmante para los anunciadores y en palabras muy hermosas para los que las oigan. Pero sin trascendencia. Si la obra de aquellos primeros anunciadores tuvo alguna trascendencia y logró el cambio en tantas personas que los oían, no era solo por la contundencia de sus palabras, sino por la obra del Espíritu que los impulsaba, los sostenía, los inspiraba, y hacía que el corazón de los oyentes se moviera a aceptarlo. El Espíritu es el alma de la evangelización e indicará qué es lo que hay que decir y dónde y cuándo debe ser dicho. Por eso vemos cómo llega incluso a impedir la entrada en algunas poblaciones y encaminarlos hacia otras. Él tiene muy claro lo más conveniente y los tiempos ideales para realizarlo: "Las iglesias se robustecían en la fe y crecían en número de día en día. Atravesaron Frigia y la región de Galacia, al haberles impedido el Espíritu Santo anunciar la palabra en Asia. Al llegar cerca de Misia, intentaron entrar en Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo consintió. Entonces dejaron Misia a un lado y bajaron a Tróade. Aquella noche Pablo tuvo una visión: se le apareció un macedonio, de pie, que le rogaba: 'Pasa a Macedonia y ayúdanos'. Apenas tuvo la visión, inmediatamente tratamos de salir para Macedonia, seguros de que Dios nos llamaba a predicarles el Evangelio". Esa presencia del Espíritu, que inspira la acción de la Iglesia, sigue siendo activa hoy, cuando vemos que va inspirando carismas nuevos que hacen falta en un mundo necesitado, y va lanzando hombres y mujeres como misioneros que se ponen dócilmente a su disposición para lograr llegar a cada vez más hermanos en el mundo.

Nuestro mundo necesita cada vez más de la presencia del amor, de la verdad, de la paz y de la justicia. Debemos cuidarnos mucho de no absolutizarlo, tal como nos pone sobre aviso el mismo Jesús, sin confundir ni concluir en un error al demonizar al mundo, como algo esencialmente malo. Si así fuera no querría Jesús que fuera conquistado para el amor: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda la creación". Lo que quiere Jesús es que el mundo sea el coto para el Reino de Dios que Él ha venido a establecer. Y cada cristiano es un enviado para lograrlo, en medio de todas las posibles contradicciones que se puedan encontrar en la misión: "Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya, pero como no son del mundo, sino que yo los he escogido sacándolos del mundo, por eso el mundo los odia. Recuerden lo que les dije: 'No es el siervo más que su amo'. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la de ustedes. Y todo eso lo harán con ustedes a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió". Es el Espíritu la fuerza de esa comunidad de salvación. El mundo no es malo esencialmente, pues su origen es el amor de Dios por el hombre, al que se lo ha entregado para que sea su casa. Ese mundo, con todo lo natural que el mismo Dios creador ha puesto en él, con todas sus criaturas y todos los seres inanimados, con todo lo que lo conforma, ha sido puesto en las manos del hombre para que se sirva de él y avanzar en su camino hacia la plenitud. Es un mundo que ha avanzado tecnológicamente y en la conformación de instituciones que facilitan la vida social. En ese mundo, la Iglesia tiene que dar su aporte para sembrar en él las semillas de la verdad, del amor y de la justicia. Y lo logrará si cada uno de nosotros, discípulos del Señor, nos dejamos inspirar e impulsar por el Espíritu de Dios, que es quien nos mantiene vivos y nos llena de fuerzas e ilusión para cumplir nuestra tarea.

martes, 27 de abril de 2021

La Santísima Trinidad realiza la obra de rescate de los que estábamos perdidos

 Oración del martes: “Yo y el Padre somos uno” - MVC

La revelación más sublime que hace Jesús a la humanidad durante su periplo terrenal fue la de la existencia de la Santísima Trinidad. Su progresiva identificación con el Padre y las acotaciones sobre la persona del Espíritu Santo, eran escuchadas por un auditorio que estaba cada vez más sorprendido y que quedaba en la perplejidad ante la revelación de verdades tan misteriosas. No era fácil para ellos asumir pasivamente esta Verdad, por cuanto habían vivido una revelación previa con visos diversos, en la que se presentaba un único Dios, sustentado, por lo tanto, en un monoteísmo radical en el cual, humanamente, no había cabida para otras interpretaciones. Las palabras que pronunciaba Jesús identificándose con el Padre, por lo tanto, revelándose como Dios, eran palabras que llamaban al escándalo y que parecían despreciables en un seguidor del Yahvé del Antiguo Testamento. Era necesario, sin duda, acercarse a este personaje, conocerlo bien, dejarse arrebatar el corazón por su persona, asistir como testigos a los discursos enjundiosos que pronunciaba y a las obras maravillosas que realizaba, para dar el paso adelante de la fe, de la confianza en Él y en lo que decía, para entrar de lleno en la aceptación de una verdad que sobrepasaba lo racional y lo tradicional. No era un paso sencillo de dar. Pero bastaba llenarse de fe y confianza para ser capaces de dar ese "salto en el vacío". Fue lo que hizo San Pedro, al finalizar Jesús el discurso del Pan de Vida: "Señor, ¿a quién vamos a ir, si solo tú tienes palabras de vida eterna?" No es la confirmación de haber comprendido, sino de tener plena confianza en quien decía esas verdades. 

En efecto, las palabras que pronuncia Jesús están plagadas del misterio íntimo de Dios. Él quiere dejar claro que Dios no es soledad, sino que es Trinidad. Que Él, así como el Padre, es también Dios, y que, por tanto, es creador, todopoderoso, sabio, eterno. Pero sobre todo que es el Amor de Dios encarnado, que se ha hecho hombre, pues en su entrega como parte de la humanidad estará la única opción para el rescate de los pecadores. La compensación para la ofensa infinita contra Dios por el pecado de la humanidad solo podía ser satisfecha por la entrega en el sacrificio de valor infinito, y que únicamente podía ser realizada por el Dios que asumía la humanidad para ofrecer esa satisfacción necesaria y suficiente. Esto tenía que quedar claro en aquellos que serían los beneficiarios de la gesta de rescate que emprende la segunda Persona de la Santísima Trinidad: "Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: '¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si Tú eres el Mesías, dínoslo francamente'. Jesús les respondió: 'Se lo he dicho, y no creen; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno'". La misión de Jesús es su entrega para la vida del mundo. Y la ha asumido con toda radicalidad. Quiere que en todos exista la convicción de que el Padre ha tendido la mano a la humanidad, enviando a su Hijo para rescatarlos. No busca otro reconocimiento.

Cuando en los discípulos de Cristo se da la plena convicción de su divinidad, de su poder, de su amor, de su entrega para el rescate de la humanidad, se da la transformación radical. La Verdad es superior a la posibilidad de comprensión, pero está basada en convicciones superiores que las simplemente intelectuales, por cuanto tiene que ver con lo que viene de arriba, con lo que está sustentado en el amor de Dios que quiere solo el bien del hombre. Aun cuando se mantenga en la profundidad del misterio, existe la certeza de que es la Verdad más sólida que existe. Quizás no sea del todo racionalizable, pero si es razonable, pues viene del que es la fuente de la Verdad, del que es eternamente fiel y nunca engañará, pues nos ama más de lo que nosotros mismos nos amamos. Por eso tiene mucho sentido la entrega ilusionada de aquellos primeros apóstoles: "En aquellos días, los que se habían dispersado en la persecución provocada por lo de Esteban llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin predicar la palabra más que a los judíos. Pero algunos, naturales de Chipre y de Cirene, al llegar a Antioquía, se pusieron a hablar también a los griegos, anunciándoles la Buena Nueva del Señor Jesús. Como la mano del Señor estaba con ellos, gran número creyó y se convirtió al Señor. Llegó la noticia a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía; al llegar y ver la acción de la gracia de Dios, se alegró y exhortaba a todos a seguir unidos al Señor con todo empeño, porque era un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe. Y una multitud considerable se adhirió al Señor. Bernabé salió para Tarso en busca de Saulo; cuando lo encontró, se lo llevó a Antioquía. Durante todo un año estuvieron juntos en aquella Iglesia e instruyeron a muchos. Fue en Antioquía donde por primera vez los discípulos fueron llamados cristianos". Ahí adquirimos nuestra identidad. El nombre de cristianos nos define íntimamente en lo que somos: creyentes en Cristo, en su humanidad y en su divinidad, en su Padre y en su Espíritu, en la obra de rescate que realizó con su entrega a la muerte y con su resurrección, y disponibles para anunciar a todos la obra del amor en nuestro favor, para que ellos puedan ser llamados también cristianos.

lunes, 26 de abril de 2021

Ser sal de la tierra y luz del mundo, con la Verdad de Jesús, es nuestra misión

 EVANGELIO DEL DÍA: Mt 5,13-16: Vosotros sois la luz del mundo. | Cursillos  de Cristiandad - Diócesis de Cartagena - Murcia

Jesús es un Maestro excepcional. Siendo Dios y, por lo tanto, teniendo la Sabiduría infinita consistente con su divinidad y que le hace tener siempre presente y con la máxima claridad todos los misterios que se pueden conocer y en los cuales se puede profundizar, lo cual estaría vedado para cualquier mente humana que podría en algún caso barruntar nadando en la oscuridad del misterio, pero quedándose siempre en la frontera de la nube oscura a la que le es permitido llegar por su limitación delante de Dios, Él conoce perfectamente la Verdad, pues, como lo ha afirmado Él mismo, Él es la Verdad. Se conoce perfectamente, pues el misterio de ninguna manera está vedado para Él, pues es el autor de todo y el conocedor absoluto de todo, y porque, además, Él es la Verdad en su esencia. Toda otra verdad surge de Sí mismo, origen y causa final de un todo que ha puesto en las manos del hombre. Y conociendo la limitación del hombre que ha surgido de sus manos todopoderosas, habiéndole permitido adentrarse en algo del misterio profundo de su Verdad, pues le dio la capacidad de pensar y de discernir al haberlo creado "a su imagen y semejanza", no ha dejado que sea solo el esfuerzo humano el que aparezca para entrar en la profundidad de ella, sino que ha querido acercar al hombre la luz para que pudiera bucear más profundamente en el misterio. Ya no será solo el esfuerzo humano el que se aplique para lograr conocer y comprender a la divinidad, tal como se dio claramente en la labor de los grandes filósofos griegos que llegaron a la conclusión de la necesidad de la existencia de un Ser superior, sino que es el mismo Dios el que se hace el encontradizo, se revela desde su amor a los hombres y les permite con su revelación que se adentren en su misterio, por supuesto, conservando aún para sí lo más profundo, que conoceremos solo en la eternidad, cuando lo veremos "tal cual es". Pero esta Verdad de Dios, revelada por Jesús, debía ser hecha a la altura de la comprensión del hombre. Por eso el Maestro Jesús, pedagogo excepcional, la acerca a los hombres de la manera más sencilla posible, haciéndolo con imágenes de lo cotidiano, pero desvelando con ellas las profundas verdades de la fe.

La sal que da sabor a la comida y la luz que dan las velas en la casa, son realidades en las que se mueven los hombres cotidianamente. El Maestro Jesús se aprovecha de ellas para dejar su enseñanza. No es desconocido este modo de actuar, que hemos visto ya cuando echa mano a las figuras del sembrador en el campo, de la viña y de la vid, del pastor de las ovejas, de los árboles que dan fruto, de la vid y los sarmientos, de los niños que tocan música en la plaza... Son incontables las ocasiones en las que Jesús echa mano de las figuras de la cotidianidad para dejar su enseñanza de la Verdad. Y estas imágenes de la sal y de la luz son usadas en una de esas ocasiones, para dejar clara la responsabilidad que tienen sus discípulos, aquellos que se han dejado conquistar por su amor y se han puesto de su lado, con el mundo en el que viven. La sal y la luz tienen una utilidad específica y el sentido de su existencia es que hagan aquello para lo que existen. Si no es así, deben ser desechadas. El discípulo de Jesús, además de disfrutar del inmenso don del amor y de la salvación, tiene como esencia el ser propagador de esta novedad de vida. No puede quedarse solo en el disfrute de la donación, sino que debe convertirse en multiplicador del don para los demás. Si no, su ser discípulo no tiene ningún sentido y deberá ser desechado como discípulo del amor: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en el cielo". La sal y la luz existen para algo concreto, y deben cumplir con eso, a riesgo de que sean desechadas. Así mismo los discípulos del amor.

Y esto deben hacerlo con la conciencia clara de su obligación, pero también con la de ser transmisores de una Verdad que no les pertenece, sobre la cual no tienen dominio, pues la han recibido de la fuente que los ha elegido y los ha enviado. Es la conciencia de instrumentalidad que debe tener todo el que es enviado a anunciar la Verdad de Dios, tal como la tuvo meridianamente clara San Pablo: "Yo mismo, hermanos, cuando vine a ustedes a anunciarles el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre ustedes me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. También yo me presenté a ustedes débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que la fe  de ustedes no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. Sabiduría, sí, hablamos entre los perfectos; pero una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, condenados a perecer, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria". San Pablo tenía clara noción de su misión y dejaba establecida su instrumentalidad. De no ser por la condescendencia divina y del inmenso amor del Señor por la humanidad, de ninguna manera tendría la posibilidad de acercarse a la Verdad, ni de ser instrumento de ella para la salvación de los hombres. Es por el amor de Dios por cada hombre y por cada elegido, que se da la ocasión de salvación del que escuche el anuncio de la Verdad y del amor. Y desde esa manera de actuar de cada discípulo del amor es que se dará la oportunidad de hacerse sal y luz de la tierra, y de servir para que el sabor de Dios y su iluminación le llegue a cada hombre del mundo, recibiendo así el amor y la salvación. El Maestro Jesús nos lo deja muy claro con las imágenes de la sal y de la luz.

miércoles, 21 de abril de 2021

El ¨mal" de la muerte de Cristo se convirtió en el mayor bien para nosotros. Él es Pan de Vida

 Ésta es la voluntad del Padre: que todo el que ve al Hijo tenga vida eterna  | InfoVaticana

En el refranero popular, arca de la sabiduría del pueblo llano, que está basada más en las experiencias que se viven que en la profundización en las ideas, aunque no esté descartada la capacidad de inteligencia y de discernimiento que tenga la gente sencilla, nos encontramos con frases que dan más iluminación a la verdad que las grandes disertaciones que se puedan hacer. En él hallamos esta frase: "No hay mal que por bien no venga". Es la capacidad del pueblo de extraer de sus experiencias duras y dolorosas, las consecuencias positivas que necesariamente deben tener. Las experiencias negativas, para este pueblo, deben ser también aprovechadas. Dado que estarán siempre presentes en la vida cotidiana, se debe tener la capacidad de convertirlas en riquezas para la vida futura. En todo caso, deben ser transmutadas para sacar provecho de ellas, y nunca permitir que sean solo destructivas. En medio del mal, del dolor y de la frustración que sin duda se vive cuando se experimentan, se debe ser capaz de convertirlas en riquezas que sirvan de enseñanzas para el futuro. Los problemas, lejos de ser una rémora, deben ser oportunidades de crecimiento. Esta sabiduría popular se alinea perfectamente con las enseñanzas de los grandes sabios y santos de la Iglesia. San Agustín enseñaba que Dios es experto en sacar consecuencias buenas del mal que pueden vivir los hombres. Por otro lado, tenemos la convicción de que Dios nunca permitirá que suceda nada que al final no tenga consecuencias buenas para los hombres. Esto entra en la lógica del amor de Dios. Él quiere solo lo bueno para nosotros. Y cuando sucede algo malo, no por su voluntad, sino por la voluntad humana que hace mal uso de su libertad, Él estará siempre como bombero atento para sofocar el fuego que se haya producido, y transformar el mal en un bien para el hombre.

Esto lo vivió en carne propia la Iglesia naciente. Después de la lapidación de San Esteban, primer mártir cristiano, se desató la persecución contra aquellos que profesaban la nueva religión. Las autoridades judías reaccionaban contra lo que, entendían ellos, era la amenaza más peligrosa hacia sus privilegios. Notaban que cada vez eran más los seguidores de Jesús y con ello perdían el poder y el dominio que ejercían sobre ese pueblo sencillo que seguía entusiasmado la noticia de la nueva vida que ofrecía el Señor a través de sus enviados: "Aquel día, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén; todos, menos los apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaria. Unos hombres piadosos enterraron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Saulo, por su parte, se ensañaba con la Iglesia; penetrando en las casas y arrastrando a la cárcel a hombres y mujeres. Los que habían sido dispersados iban de un lugar a otro anunciando la Buena Nueva de la Palabra. Felipe bajó a la ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. El gentío unánimemente escuchaba con atención lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría". En efecto, como "No hay mal que por bien no venga", la ocasión de la huida de aquellos que eran perseguidos por anunciar la Buena Nueva de Jesús, de su amor y de su salvación, era la oportunidad de hacer el anuncio en las ciudades por las que iban pasando. Así muchos hombres y mujeres de otros lugares fueron conociendo la Verdad y se iban adhiriendo al nuevo camino, el que abría Jesús para la salvación de todos. Dios, experto en transmutar el mal en bien, convirtió la persecución en el mejor instrumento para darse a conocer a través de la palabra y el testimonio de los que iban huyendo y visitando en su huida nuevos pueblos. No evitaba la persecución, pero sí la convirtió en ocasión de salvación de muchos.

El objetivo de Dios es que el hombre alcance su plenitud, y que esa plenitud alcance su zenit en la eternidad. Por ello, en la vida cotidiana procurará que incluso el mal se mute en tesoro para el camino de avance hacia esa meta. Y aun va más allá. Se preocupa de que la obra de Jesús nunca se dé por terminada, sino que hace que su Hijo siga presente para siempre entre nosotros, haciéndose compañero de camino, sustento con su amor, alivio en los dolores, ejemplo de paciencia y de humildad. Y, principalmente, llegando a ser el centro del fortalecimiento de los discípulos, en alimento que sustentará el camino hacia la vida eterna. En los días de su vida en la tierra anuncia lo que está dispuesto a hacer para nunca dejar abandonados a los hombres. Afirma: "Yo estaré con ustedes hasta la vida eterna", y anuncia en el discurso del Pan de Vida, que magistralmente hila San Juan, que su promesa será cumplida cabalmente y de la manera más extraordinaria: convirtiéndose Él mismo en el alimento que dará el sustento para el camino de los cristianos, que los sostendrá en su vida de testimonio diario y en su empeño por ser mejores, por hacer mejores a los demás y por hacer un mundo mejor para todos. Jesús es el alimento espiritual que hará que no sea necesaria la búsqueda de otros apoyos para poder tener fuerzas para avanzar. Y será no solo el alimento como Eucaristía que fortalece y que da vida, sino que será el que estará presente en la tierra para que se pueda recurrir a Él en la ocasión en que se desee, para sentir su amor, su ternura, su alivio, su consuelo, su fortaleza. Esta seguridad de tenerlo a la mano, llena de confianza y de fe al cristiano: "Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como les he dicho, ustedes me han visto y no creen. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día". Es la promesa de su compañía y de convertirse en el Pan de Vida para la vida eterna. Con esa promesa, los cristianos no tenemos nada que nos falte. El "mal" de la muerte de Cristo se convirtió para todos en causa de vida. El mayor mal se trastocó en el mayor bien para todos.