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domingo, 24 de enero de 2021

Cambiar de vida y servir para instaurar el Reino de Dios

 VENID EN POS DE MÍ Y OS HARÉ PESCADORES DE HOMBRES

La obra de Jesús, Dios que se ha hecho hombre para el rescate de la humanidad que había perdido el rumbo del encuentro con el Padre, llega a su culminación no solo con su entrega definitiva en la Cruz del sacrificio con el que manifiesta su intención última de ganar a los hombres de nuevo para Dios, sino que busca echar las bases definitivas para alcanzar el establecimiento de aquella situación idílica de plenitud que es el objetivo final del amor del Padre al crear al hombre y al mundo. La Redención de Jesús es, sin duda alguna, el punto más alto de demostración de amor de Dios por la humanidad, al enviar a su propio Hijo para que realizara el gesto de entrega que rescatara a ese hombre que en su soberbia había decidido emprender rutas, motivado por su soberbia y su egoísmo, que lejos de afianzarlo más en una verdadera humanidad, lo alejaba de ella, y lo hacía cada vez menos hombre. El hombre, lejos de Dios, se colocaba también cada vez más lejos de su propia humanidad. Es una historia que se ha repetido una y otra vez, y que ha tenido ejemplos clarísimos anteriormente. Mientras el hombre se aleja de Dios, su Creador, una y otra vez, ofrece la posibilidad de que la humanidad tome conciencia de su propia debacle y hace ver con su acción de amor el deseo de que el mismo hombre caiga en la cuenta de qué es lo que más le conviene. Incluso lo hace echando mano de pueblos paganos, opresores, a los que invita a la conversión y al cambio de conducta: "El Señor dirigió la palabra a Jonás: 'Ponte en marcha y ve a la gran ciudad de Nínive; allí les anunciarás el mensaje que yo te comunicaré'. Jonás se puso en marcha hacia Nínive, siguiendo la orden del Señor. Nínive era una ciudad inmensa; hacían falta tres días para recorrerla. Jonás empezó a recorrer la ciudad el primer día, proclamando: 'Dentro de cuarenta días, Nínive será arrasada'. Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron con rudo sayal, desde el más importante al menor. Vio Dios su comportamiento, cómo habían abandonado el mal camino, y se arrepintió de la desgracia que había determinado enviarles. Así que no la ejecutó". La invitación a la conversión tuvo su efecto en Nínive.

La llegada de Jesús da la impronta de urgencia a esa llamada a la conversión. Ya no hay más tiempo. El Antiguo Testamento era el tiempo de la preparación, de la espera. Todo hombre y toda mujer que viviera en esa espera tenía que disponer bien su corazón para convencerse de la necesidad de abrir espacio para la llegada de Aquel que estaba prometido y que venía. La llegada del Mesías Redentor no era solo la llegada del rescate prometido, sino que era la llegada del establecimiento de la novedad radical de vida que representaba el Reino de Dios que se venía a instaurar con la irrupción del amor divino hecho humano en Jesús. Los valores del Reino quedarían como ese legado definitivo, estable y eterno para los hombres y para el mundo: "Digo esto, hermanos, que el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina". Hay una situación de absoluta novedad, inédita, por cuanto ya no es una promesa, sino un cumplimiento definitivo. La situación del mundo y del hombre es totalmente nueva y hay que esforzarse en vivirla en esa total novedad. Es el mundo nuevo que está irrumpiendo con el Hombre Nuevo, Jesús.

Por eso la llamada no es solo a la conversión, sino que da un paso más allá. Es una invitación a creer en el Evangelio. Esto significa no solo arrepentirse del camino equivocado que se ha tomado, sino a asumir el camino nuevo del Reino, en el que es rechazado todo lo que aleje del amor. Creer en el Evangelio significa asumir las bondades del Reino: el amor, la justicia, la paz, la fraternidad, la solidaridad. Es dejar a un lado todo lo que tenga sabor a egoísmo, a soberbia, a vanidad, a ventajismo. Es querer integrarse a esa comunidad que quiere vivir ya el Reino, aquí y ahora, y entrar a formar parte de ese grupo de discípulos que quiere integrarse a establecer el Reino en todo. No solo busca creer en Jesús, arrepentirse de los pecados, ser mejores, sino hacerse obreros en la causa del Reino: "Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: 'Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio'. Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: 'Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres'. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él". Cada uno de esos llamados somos nosotros mismos. Ya no buscamos solo el perdón de nuestros pecados, sino que queremos ser socios de Jesús en el establecimiento del Reino en el mundo.

viernes, 1 de enero de 2021

María, Madre de Dios, es el puente del amor y de la salvación

 Encontraron a María y a José, y al niño. Y a los ocho días, le pusieron por  nombre Jesús | InfoVaticana

Iniciamos este año con el mejor pórtico posible. Es la figura de nuestra Madre, en el misterio más profundo que la puede definir como el personaje más importante de toda la humanidad, luego de su propio Hijo Jesús, Dios que se hace hombre en el vientre sagrado de la Mujer más santa de todas. Es un personaje misterioso que aparece ya anunciado desde las primeras páginas de la Palabra revelada, que poco a poco va adquiriendo relevancia, pues Ella será aquella cuya descendencia pisará la cabeza de la serpiente; será la nueva Eva, madre de la nueva humanidad que creará con su portento su Hijo Jesús; será la nueva Arca de la Alianza, lugar donde se asienta gloriosamente la Palabra de Dios y que acompañará al pueblo iluminándolo y guiándolo en su caminar; será aquella jovencita virgen que habiendo sido elegida se pone en absoluta disponibilidad delante de Dios; será aquella que pondrá a la disposición total de Dios su ser, pues ha entendido perfectamente que Dios cuenta con Ella para la entrada de la salvación al mundo. Ella sabe perfectamente que no es la importante de la historia, aunque sí, con la sencillez de la que es poseedora en grado sumo, reconoce: "Me llamarán bienaventurada todas las generaciones". Pero ese reconocimiento, lo sabe muy bien, se le hace "porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí". No se arroga Ella, no sería consecuente con lo que ha sido hasta ahora, los méritos, sino que está muy consciente de quién son. Concuerda perfectamente con lo que Ella misma ha sido hasta ahora. María entra por la puerta grande en la historia de la salvación, pero sabe que quien es el importante y que entrará gloriosamente por esa puerta es su Hijo, a quien Ella le posibilita la entrada.

Por ello, ya en los primeros años de la predicación del Evangelio era tan importante el anuncio del puente que hace esa Mujer, que asegura la unión con la naturaleza humana. Sin ser un Evangelio mariano, San Pablo en la Carta a los Gálatas quiere dejar muy claro lo importante que es el concurso de María, pues es Ella la que asegura la pertenencia del Redentor a las dos riberas del río: la humanidad y la divinidad. Ella ofrece su ser entero para donarlo a Dios y que tome de él lo que necesita para asegurar la perfecta humanidad del Verbo que se hace carne. Y Dios, habiendo recibido su entrega total, hace de su vientre el templo perfecto mediante el cual hará su entrada triunfante al mundo para realizar la obra de rescate de la humanidad: "Hermanos: Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción filial. Como son hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: '¡Abba, Padre!' Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios. El Sí de María se convierte en el sí de la humanidad que está añorante de la salvación y que sabe que el camino para que llegue pasa por el vientre de esta Mujer que cambia la historia. Su Sí no solo transformará la historia de aquellos involucrados, sino la de todos, por cuanto la venida del Espíritu Santo sobre todos nos transforma de esclavos en hijos de Dios. De esa manera, se entiende también que esta es la época de la bendición de Dios sobre la humanidad. La llegada del Redentor al mundo no puede resultar en otra cosa que en bendición. Aquella bendición que recibe Moisés de Yahvé para que sea transmitida al pueblo por el Sacerdote Aarón, es la bendición que recibirán todos los hombres que acepten la venida del Mesías prometido: "El Señor habló a Moisés: 'Di a Aarón y a sus hijos, esta es la fórmula con la que bendeciréis a los hijos de Israel: 'El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre tu rostro y te conceda la paz'. Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré".

Es una bendición que recae sobre cada hombre y cada mujer de la historia, alcanzada gracias a ese misterio grandioso de la Mujer que se ha puesto en la plena disposición de entrega al Padre del amor. Su motivación única es la de ser instrumento eficiente en esa historia de salvación que transformará la historia de la humanidad. María "guardaba todas estas cosas en su corazón", pues en su condición de joven virgen, a pesar de saberse instrumento, se sentía sobrepasada con la cantidad de acontecimientos maravillosos que se estaban desarrollando a su alrededor. Su fe la sustentaba, pues el hecho de que Dios contara con Ella era suficiente para hacerse consciente de que aquello era algo bueno. De un Dios bueno y poderoso nunca podrá surgir nada malo, máxime cuando lo que ha motivado su entrega a ese Dios ha sido el amor y la confianza absoluta en Él. En este caso vemos a los más sencillos, y quizás a los más rechazados de la sociedad, los últimos en el escalafón social, como los encargados de anunciar la llegada del Mesías esperado. ¿Por qué escoger a los últimos para dar la noticia más gloriosa de la historia? Es la enseñanza que nos quiere dar Jesús. Aun cuando Él ha venido para todos, sus preferidos son los desplazados, los rechazados. Es para ellos para los que principalmente ha venido. También María fue rechazada, pero Ella sabía que ese rechazo era signo de lo que sufrirían todos los que se alegran con la llegada del Redentor del mundo. Será su gozo total. Saber que sus hijos, los hermanos de su Hijo que les dejó como misión desde la Cruz de amor, serán recibidos con un corazón lleno de amor, como el del Padre y como el de la Madre María: "En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción". Jesús, Dios que salva. Es el Dios que viene a salvarnos, de la mano de su Madre que nos llena de su amor y junto con su Hijo quiere siempre lo mejor para nosotros.

miércoles, 22 de abril de 2020

"Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo Unigénito"

Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único…" – Alcalá Pbro ...

Si nos solicitaran una frase que sirviera de resumen único y englobante de todo el misterio narrado por las Sagradas Escrituras, no dudaríamos nunca en colocar esta: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna". Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento confluyen y apuntan a esto. Es la conclusión que saca todo el que se deja invadir por el mensaje y las acciones de Dios descritas en la Escritura. Es lo que explica absolutamente todas las acciones que Dios emprende desde la creación del universo hasta la ascensión a los cielos de Jesús. El origen de todo lo que existe no se puede explicar sino solo desde un arrebato de amor de Dios, apuntando a aquella última manifestación de su amor, la más alta de todas, que es la contemplación del crucificado, entregado para rescatar a esa misma creación que había surgido de las manos amorosas y todopoderosas del Padre. Dios es autosuficiente en sí mismo. No necesita de nada ni de nadie. Existe desde siempre y para siempre. Nadie lo ha creado, pues es eterno. Por lo tanto, en sí mismo vivía una vida de satisfacción plena, viviendo su esencia de amor en el más alto grado de perfección. Dios se amaba a sí mismo, en una corriente de amor íntimo. No era un amor narcisista, que en sí mismo sería repugnante en Dios, pues alimentaría una egolatría que en Dios es absurda. Las tres personas divinas vivían en un intercambio de amor absolutamente satisfactorio y compensador, por lo cual no necesitaban de nada más. Por ello, nada de lo que existe fuera de Dios es necesario. Nada de lo que ha surgido de sus manos lo hace más grande, más infinito, más poderoso, más sabio, más glorioso... Todas esas cualidades las vive Él ya naturalmente, sin necesidad de apoyarlas en algo externo para engrandecerlas. Su condición es infinita en todo. También en el amor. Si quisiéramos, entonces, entender de alguna manera, evidentemente imperfecta, el porqué de la existencia de todo lo que está fuera de Dios, podríamos decir que todo existe porque a Dios "se le salió el amor". Siendo infinitamente poderoso, no pudo contener al amor. Y dando rienda suelta a ese amor, surgió todo lo creado. No hay argumento de necesidad, sino solo de amor. Hay quien afirma que cuando el escritor sagrado escribe, al final del día sexto de la creación, cuando ya estaba el hombre sobre el mundo, que "Dios vio todo lo que había creado, y era muy bueno", no está diciendo otra cosa sino que Dios estaba muy satisfecho porque al fin tenía a quien amar fuera de sí. En la mente y en el corazón de Dios estaba ya presente toda la historia de lo que ocurriría con ese ser que era su preferido, su amado, el hombre. Por eso, tiene pleno sentido el resumen: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna".

En la teología de la creación, cuando se hace el estudio del movimiento de Dios en el acto creador, algunos afirman que la frase: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza", además de referirse a la posesión de parte del hombre creado de algunas cualidades divinas por la inmensa generosidad del Dios creador, como la inteligencia, la voluntad, la libertad, la capacidad de amar, la eternidad de su realidad espiritual, se pudo haber referido también a la corporeidad que asumiría en el futuro la segunda Persona de la Santísima Trinidad. "Hagamos al hombre como será mi Hijo Unigénito en el futuro cuando se encarne en el vientre de María", habría dicho Dios. En Él toda la historia está presente en una misma mirada. El pasado y el futuro son para Él un eterno presente, por lo cual en el mismo momento en que está creando al hombre, está viendo a su Hijo encarnándose en el vientre de María. La imagen y semejanza de Dios en el hombre podría referirse entonces a que todo hombre será un ser corporal, como lo será el Hijo encarnado, por lo cual asumirá esa carne para ofrecer satisfacción por la falta que cometerá el hombre alejándose del amor divino. Es el amor el que le da sentido a todo. Dios hubiera podido realizar la salvación del mundo de cualquier otra manera. Él es todopoderoso y su creatividad no tiene límites. Una voz que hubiera lanzado desde lo alto de su imperio celestial hubiera sido suficiente para el perdón de los pecados. Él es Dios y para Él "no hay nada imposible". Pero quiso revelar su amor de la única manera y la mejor por la que nosotros podríamos haberla entendido. "No hay amor más grande que el de quien entrega su vida en favor de sus hermanos". Así lo hizo, y por eso lo entendemos perfectamente. Más aún, cuando vemos esa entrega que asume todas las consecuencias por un pecado que Él no había cometido. En esta historia Él era el único inocente, por lo que no existía razón para el envilecimiento de los sentimientos en contra suya. Pero haber asumido el cuerpo humano traía para Él esa consecuencia. Y la asume radicalmente, pues era la voluntad amorosa del Padre en favor de los hombres. "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad", es lo único que se escucha de sus labios mortales. Al final, surge también su expresión de cumplimiento en la cruz, ya desfallecido: "Todo está consumado". La tarea ha sido cumplida perfectamente. Ese gesto de amor ha quedado claro, por lo cual para ningún hombre de la historia quedará ese amor en la oscuridad, pues está plasmado en la claridad total que da la cruz en la cual está inerte el Hijo de Dios que se ha hecho hombre.

Hacerse eco de ese amor es la tarea que corresponde a cada hombre y a cada mujer de la historia. Nada ni nadie, ninguna fuerza mundana, podrá detener el ímpetu de quien se siente amado hasta ese extremo. El amor infinito de Dios llena de valentía y de fuerzas, da la ilusión y la seguridad para hacerse heraldo suyo y querer hacer partícipes a todos. La alegría de ese amor recibido en el corazón dichoso del redimido lo lanza al mundo. La alegría es autodifusiva, es decir, busca compartirse en sí misma. Y esa alegría, al ser compartida, se hace mayor y más sólida. Quien está feliz por sentir el amor infinito de Dios por él, busca hacer partícipes a todos de esa misma felicidad, y así su felicidad se hace incólume y la vive más conscientemente. No habrá fuerzas contrarias que lo convenzan de dejar de hacer lo que hace, pues además el poder infinito de Dios se pondrá a su favor. Ninguna persecución, ninguna prohibición, ningún sufrimiento, ningún estorbo, será suficiente para impedir el anuncio gozoso del Evangelio del amor. Incluso el silencio procurado por el dolor o hasta por la muerte, será un grito estruendoso que anuncia el amor infinito de Dios por todos los hombres, incluyendo a aquellos mismos que procuran ese silencio. Así se comprende el gozo que vivían los mártires que con su muerte anunciaban al mundo la salvación y el amor de Dios por ellos y por todos. Lo vivieron los apóstoles, hechos presos por las autoridades: "Por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó fuera, diciéndoles: 'Márchense y, cuando lleguen al templo, expliquen al pueblo todas estas palabras de vida'". La tarea de anunciar el amor era prioridad, por su propia felicidad y por la felicidad del mundo. Ese mundo debía enterarse del amor que Dios le tenía, por el cual había enviado a su Hijo, entregándolo por amor extremo. No hay otra explicación razonable. El absurdo de la entrega, el absurdo del anuncio por encima de todo peligro, el absurdo de la dicha de la donación de la propia vida con tal de anunciar el Evangelio, no tiene explicación razonable, sino solo la del amor. "Al oír estas palabras, ni el jefe de la guardia del templo ni los sumos sacerdotes atinaban a explicarse qué había pasado". Al igual que la existencia del hombre se explica solo por un arrebato de amor de Dios por los hombres, también poner la vida propia en riesgo con tal de que todos vivan la alegría del amor de Dios, se puede explicar solo por la experiencia propia del amor. El amor lo compensa todo, lo explica todo, lo llena todo. Nada más perfecto ni más compensador, ni en la misma medida inexplicable, que vivir el amor de Dios en el corazón henchido por su entrega.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Dios sabe más que yo

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El Evangelio es un mensaje vivo, actual, adaptado a la realidad. Se equivocan quienes afirman que las palabras de Jesús ya están pasadas de moda. Su enseñanza es eterna y universal, y Él mismo procura que cada hombre, en cada época y circunstancia, pueda extraer una enseñanza válida. Por ello, basta leerlo, no como un investigador cauto y crítico, sino como un creyente confiado y abierto, a la espera humilde y esperanzada de hacer manar de él una enseñanza para la experiencia personal de vida. Cuando dejamos que hable el Señor por su propia cuenta, sin prejuicios dañinos y programáticos, realmente podemos sorprendernos con lo que nos quiere dejar como tesoro Jesús y su palabra.

Por eso es tan válido acudir a la lectura humilde y sosegada, meditada y enriquecedora, del Evangelio. Desde él, Jesús se dirige a nosotros para hacer de nuestras alegrías gozos más profundos y ricos, para hacer de nuestros dolores y sufrimientos ocasiones de recibir su consuelo y su fortaleza, para iluminar los momentos en los que nos podemos encontrar perplejos e indecisos sobre el camino o la decisión que debemos tomar. El Evangelio, pozo de la sabiduría infinita de Jesús, palabra que salva y que acoge, mensaje que revela su amor por cada uno de nosotros, es el mejor vademécum que nos ha dejado como herencia quien nos ama con amor eterno e indestructible. Es palabra que alegra, que consuela, que ilumina, que señala caminos. Es el manual perfecto para encaminarnos por el camino correcto. Si en la oración tenemos la oportunidad de dirigirnos a nuestro Señor en un diálogo de amor y de consuelo, en el Evangelio podemos afinar el oído y el corazón para recibir su palabra que nos ilumina y que nos confiesa cuánto nos ama.

Nada es desechable al leer con amor lo que nos dice Jesús en el Evangelio. Ni siquiera lo que podría resultar menos agradable para nuestro parecer. Cuando los criterios de Cristo son distintos de los nuestros, cuando nos pide algo que nos parece fuera de lugar, cuando el camino que propone nos parece casi suicida o descabellado, debemos echar mano del arma mejor con la cual nunca se debe dejar de leer el Evangelio: la humildad. Hay que tener siempre presente que Jesús es el Dios que nos ha demostrado su amor infinito, que la imagen que lo describe más perfectamente en su relación con cada uno de nosotros es la del crucificado que se ha entregado con un amor sin discusión para rescatarnos de la tragedia personal que hemos vivido con nuestro pecado. Que ese Dios que se ha hecho hombre mantiene sus prerrogativas divinas eternamente, y que por tanto, tiene ante sí un eterno presente. Que nuestro futuro es ya presente para Él, y sabe muy bien que las rutas que nos propone son las mejores y las más convenientes para cada uno. Que Él tiene ante su vista la meta a la que nos quiere dirigir, y que la ruta que nos propone seguir es la que nos conducirá a ella. Que en esa ruta propuesta lo que importa es evitar escollos, tomar desvíos, borrar estorbos, eliminar pesos que pueden hacernos perder del camino que nos conduce a la meta de la felicidad plena.

Todo está integrado, entonces, en su providencia amorosa. Por eso Jesús llama la atención a los que no asumen el momento que viven con la actitud que deben. "¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: 'Tocamos la flauta y ustedes no bailan, cantamos lamentaciones y no lloran.'" Jesús mismo nos dice que vivamos cada momento con intensidad, y nos invita: "No se agobien por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio". Cada experiencia de vida, en la cual somos capaces de descubrir su mano amorosa, es una oportunidad de encuentro con Él, de vivir su consuelo en el momento del dolor, una oportunidad que Él no desaprovecha para potenciar nuestra alegría en el momento del gozo, de iluminarnos en los momentos de perplejidad.

La libertad con la cual nos ha creado Dios es inviolable. Ni siquiera Él mismo, que es quien nos la ha procurado, la violentará jamás. Por eso sus propuestas son eso: propuestas. No son imposiciones. De allí que esa libertad, que es nuestro tesoro, debe estar impregnada de humildad. El misterio de Dios es infinitamente superior a lo que podemos comprender. "Los caminos de ustedes no son mis caminos", nos dice el Señor. Pablo lo expresa de manera más englobante en medio de nuestra realidad: "Grande es el misterio que veneramos: Manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, contemplado por los ángeles, predicado a los paganos, creído en el mundo, llevado a la gloria." Por más inteligentes que pensemos ser, la inteligencia de Dios es superior. Sus caminos son los mejores. Nunca querrá nada malo para nosotros. Por eso sus propuestas siempre serán las mejores. Su deseo es que seamos siempre felices en Él, y que lleguemos a la felicidad plena en la que estaremos eternamente frente a quien será la causa de esa felicidad.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Quiero hacerme comprender porque te amo

San Pablo, el gran evangelizador de la gentilidad, el "Apóstol de los Gentiles", desarrolló toda una extraordinaria teología sobre la salvación, llamada "soteriología", que no ha sido aún superada. Su convicción profunda de que la salvación de Jesucristo era universal, rompió un celofán extemadamente delicado en la mentalidad hebrea de la época, sobre todo en aquellos que consideraban a Israel, como ciertamente lo era, el único "Pueblo Elegido", pero con la absurda pretensión de que esa unicidad era también referida a la salvación. Por lo tanto, aquellos radicales afirmaban que Israel, único "Pueblo Elegido", era también único "Pueblo Salvado". Pablo magistralmente concluyó: "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad", con lo cual derrumbó el muro casi incólume de los radicalismos salvíficos, cualquiera de ellos... La salvación que vino a traer Jesús, aunque surgiera desde el seno más íntimo de Israel, de uno de sus miembros, descendiente de David, se esparcía por todo el mundo y sobre todos los hombres...

Esto en sí mismo planteó una dificultad de base: ¿Cómo hacerle llegar a aquellos que no conocían la historia de Israel, que es historia de salvación, la convicción de que Jesús era el "Mesías prometido", el "Esperado de las Naciones"? Aquellos que escuchaban el Evangelio sobre Jesús y que venían de la gentilidad, no tenían idea de lo que sí sabía perfectamente cualquier miembro del pueblo de Israel... Los judíos estaban a la espera de la "plenitud de los tiempos", en la que se daría la llegada del Salvador, del Mesías Redentor... Pero, ¿a quién esperaba un gentil? Ellos tenían una vida religiosa absolutamente distinta a la que vivía cualquier israelita. ¿Cómo fundamentar una doctrina sobre la esperanza a quienes no estaban esperando nada, pues ya tenían sus dioses, no tenían el desarrollo de la teología del pecado y de la gracia, no sabían que debían ser rescatados de una situación de muerte espiritual...? La cosa no era tan sencilla. Hoy nosotros lo vemos con sencillez desde la óptica de todo lo logrado. Pero en aquellos tiempos se trataba de echar las bases de un edificio que no existía ni siquiera en sus fundamentos...

Por eso, asumir lo de los gentiles era fundamental para poder entrar en la dinámica de la evangelización de la mejor manera. Hoy a eso lo llamamos "Inculturación del Evangelio". De nuevo, San Pablo se erige en el mejor maestro de cómo se debe hacer. Cuando llega al Areópago, descubre el monumento al "Dios desconocido", y con una visión sorprendente y una extraordinaria inteligencia dice: "Atenienses, veo que ustedes son casi nimios en lo que toca a religión. Porque, paseándome por ahí y fijándome en sus monumentos sagrados, me encontré un altar con esta inscripción: 'Al Dios desconocido'. Pues eso que ustedes veneran sin conocerlo, se lo anuncio yo". Es impresionante cómo Pablo utiliza lo del pueblo que va a evangelizar para hacer su anuncio... E incluso llega a utilizar literatura que ellos conocen y que le viene muy bien para el objetivo que él persigue: "(Dios) Quería que lo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban; aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos; así lo dicen incluso algunos de sus poetas: 'Somos estirpe suya'". La manera de predicar de Pablo en este caso es totalmente distinta a la que hubiera hecho con los israelitas, en la que habría echado mano a la creación, al pecado, a la gracia, a las promesas de envío del Mesías... Con los gentiles no podía hacerlo, pues desconocían totalmente sobre esto...

La inculturación es esencial en la evangelización. Los hombres nos movemos en categorías específicas, propias de cada una de las mentalidades diversas. Es necesario que Dios sea hecho llegar a todos de manera comprensible, asequible. El mejor modelo lo tenemos en el Verbo, que realizó el gesto de inculturación más dramático de la historia, al encarnarse. Siendo Dios, "se despojó de su rango, pasando por uno de tantos". La encarnación es la inculturación más perfecta, pues para hacerse asequible, el Hijo de Dios, el Verbo eterno, el que está por encima de la historia, se hizo historia, se metió de lleno en la humanidad haciéndose un hombre más como cualquiera, naciendo de una mujer, criado por unos padres, creciendo en estatura, en edad y en gracia... Nada de esto lo necesitaba, pues nada de eso era de su naturaleza. Pero en atención a la salvación del hombre lo realizó radicalmente... La raíz está en el amor. No hay encarnación posible si no hay amor. La verdadera inculturación tiene su base sólida en el amor por aquellos a los que se quiere llegar. Jesús se inculturó encarnándose porque ama a la hombre. Quien quiera inculturar el Evangelio en una sociedad específica debe amar a cada uno de los miembros de esa sociedad. De lo contrario, siempre habrá una manipulación, una sensación de superioridad, una actitud que se cree por encima de aquellos a los que se quiere llevar el Evangelio...

Por eso San Juan Pablo II acertadamente llamó a la Iglesia a una "Nueva Evangelización", pues se necesita de una nueva inculturación del Evangelio. Nos lo reclama cada hombre y cada mujer del mundo. Nos lo pide la misión que debemos cumplir en el mundo. Y nos lo posibilita el Espíritu Santo, único protagonista de la evangelización, y por lo tanto, de la inculturación del Evangelio, quien nos fue donado para guiarnos "hasta la verdad plena"...

sábado, 26 de abril de 2014

Que nadie pretenda callarnos...

Una cosa es que seamos libres y otra muy distinta es que en el uso de nuestra libertad siempre acertemos. Podríamos decir que la sensación del mandato misionero de Jesús a todos los bautizados es la de su condición imperante: "Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la creación"... Jesús no propone. Jesús ordena La sensación que deja en el alma es la de que hay que cumplir. Y punto... Los apóstoles lo entendieron así. Y por eso convirtieron a un mundo entero que estaba a la espera de la noticia de la salvación. Poco tiempo después, en un escrito muy temprano de los primeros cristianos, éstos se atrevieron a decir: "Somos de ayer y lo llenamos todo..." La comprensión de la responsabilidad personal y grupal de la comunidad apostólica fue perfecta. No dejaron nada al acaso...

La decisión de seguir el mandato de Jesús fue absolutamente libre. Sabían ellos muy bien que así lograrían la salvación suya y la de los demás. Más aún, que su propia salvación dependía de cuánto hicieran por salvar a los hermanos. "Sepan que quien salva a un hermano está procurando su propia salvación", sentenció Santiago, comprendiendo acertadamente la dinámica de la conversión propia y la de los demás... La salvación es una cuestión de compromiso con el hermano. No es una cuestión individual. Aunque sea personal, depende principalmente del ser testigos, de arrastrar a otros, de dar a conocer a los hermanos el amor que Jesús les tiene... No ha entendido bien el mensaje cristiano quien se encierra en sí mismo, en una experiencia egoísta e individualista de la fe, sin proyección comunitaria.

En efecto, la salvación toca a todo el hombre y a todo lo que tiene que ver con el hombre. La fórmula del mandato de Jesús no deja lugar a la confusión. El anuncio del Evangelio debe ser hecho "a toda la creación". Hubiera sido más concreto Jesús si hubiera dicho "a todo hombre". Pero no. Dijo "a toda la creación", es decir a todo el hombre y a todo el ámbito en el que el hombre desarrolla su vida. Es el mundo entero el que debe escuchar la noticia de la Redención. "La creación entera gime a la espera de la Redención", dice San Pablo. El hombre, con su pecado, ha arrastrado a todo lo creado. Es necesario también rescatarlo de las garras del abismo y de la penumbra... Por eso, es imposible que quien se convierta en apóstol de Cristo se desentienda del mundo. Hay quienes quisieran que el mensaje evangélico no fuera tan incómodo. Sobre todo aquellos que creen que la vida del hombre se divide en compartimientos estancos que nada tienen que ver unos con otros... Preferirían que los cristianos se mantuvieran dentro de los límites de las paredes de los templos y dejaran todo lo del mundo fuera de su ámbito. Si se cometen injusticias sociales, que callen. Que recen y no se metan en lo que no les corresponde... Muchos hemos sido víctimas de estos poderosos que creen que el mensaje de salvación nada tiene que ver con las condiciones sociales en que los hombres desarrollan su vida... El inminente San Juan Pablo II habló acertadamente de la "ecología humana", haciendo referencia no sólo a lo "verde" del mundo, sino a las condiciones externas y sociales en las que el hombre debería desarrollar su existencia para poder ser verdaderamente feliz...

Muchas veces los poderosos caen en la misma tentación que los judíos de la época apostólica... "Los llamaron y les prohibieron en absoluto predicar y enseñar en nombre de Jesús"... Creen que tienen el poder también para acallar la voz de la denuncia evangélica. Se erigen ellos en censuradores de lo que es la mismísima Palabra de Cristo y en entorpecedores de oficio de lo que los discípulos de Cristo pueden hacer en el mundo... Una pretensión grandísimamente absurda... Nadie puede estar por encima de la voluntad divina. Si Dios mismo ordena anunciar el Evangelio, nadie legítimamente puede prohibirlo. No se han escapado los hombres que rigen al mundo de esta tentación. ¡Cuántos en la historia han pretendido acallar la voz de Jesús que grita desde los labios de los que entienden el mandato misionero! ¡Cuántos mártires han pretendido ser silenciados, y a quienes lo pretendían les ha sido empresa imposible! Ya lo dijo Tertuliano en una oportunidad: "La sangre de los mártires es semilla de cristianos". Contrariamente a lo que piensan los poderosos la sangre que corre es multiplicadora de las voces de Jesús....

Y es que quien entiende su compromiso cristiano, asumido en su bautismo y escuchado de los mismos labios de Cristo, sabe muy bien que no hay fuerza humana, ni legítima ni ilegítima, que pueda ordenar lo contrario. Y si llegara a ordenarlo, no es legítimo escucharla. Se lo dijeron los apóstoles a los judíos: "¿Puede aprobar Dios que los obedezcamos a ustedes en vez de a él? Júzguenlo ustedes. Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído". Mayor claridad no podían tener. No es lícito desatender el mandato de Cristo, colocando por encima el mandato de los hombres. Es un absurdo inmenso...

Que nadie entienda su vida de fe limitada sólo al entorno de la intimidad. Es el mundo entero el que espera el anuncio del Evangelio. Y que nadie espere que los cristianos se queden dentro de las sacristías, escondiendo la salvación que quiere Jesús para todo lo creado. Ninguna de las dos cosas son lícitas. El mensaje de Jesús engloba toda la realidad. Y todo el ámbito de la creación debe escucharlo. Todo debe ser salvado. En ello radica la propia salvación para quien debe ser anunciador del Evangelio...

viernes, 4 de octubre de 2013

Quien a ustedes los escucha, a mí me escucha

En los primeros años de la Iglesia, cuando ella se expandía sorprendentemente en medio de las crueles persecuciones a las que eran sometidos los cristianos -o gracias a ellas-, fueron muchos los convertidos por el testimonio valiente que aquellos daban de su fe. Un escritor latino de aquellos primeros años -supongo que después de una meditación profunda sobre la razón por la cual se lograban tantas conversiones, a pesar de la aparente debilidad de aquellos hombres y mujeres que morían a cientos, torturados, masacrados, comidos por bestias, crucificados, decapitados, desollados, quemados... bajo la burla infame de sus asesinos-, el gran Tertuliano, definió al cristiano de una manera magistral: "El cristiano es otro Cristo". ¡Es tremendo esto que dice Tertuliano! Pero, en realidad, no es más que la continuidad de lo mismo que le dice Jesús a los discípulos: "Quien a ustedes los escucha, a mí me escucha; quien a ustedes los rechaza, a mí me rechaza"... Jesús, con sus mismos labios y con su misma voz, le da a sus discípulos, y en ellos a todos nosotros, la tarea más sublime que jamás puede ser pensada para criatura alguna... ¡La de ser Él mismo en el mundo!

Nuestra fe se mueve en la realidad "sacramental". Por ser hombres materiales, por estar basada nuestra existencia en la corporeidad, necesitamos de la expresión material de todo lo que existe para poder "agarrar", comprender y "abarcarlo" todo. Más aún, si esa realidad es la espiritual, que es parte esencial de nuestra existencia como cristianos, de nuestra fe. Nuestra limitación en este campo espiritual es extrema. Somos en esto realmente indigentes. Pero Dios, sabedor perfecto de nuestra condición -¡hemos salido de sus propias manos!-, y amoroso infinitamente en todo lo que respecta al hombre, ha "condescendido" con nosotros, y en su designio amoroso ha establecido que esa realidad espiritual, absolutamente real aunque invisible, se hiciera "evidente" para los hombres que percibimos todo a través de nuestros sentidos, mediante la posibilidad de "hacerla sensible" mediante signos específicos que nos remiten a esa misma realidad espiritual y que la contienen y nos la hacen presente... Esto es lo que llamamos "Sacramento". Nuestra fe se mueve, por lo tanto, en niveles de "sacramentalidad". Nuestra fe es una realidad sacramental.

En ese sentido, Jesús es el primero de todos los sacramentos, pues es quien nos hace evidente y presente a Dios Padre, como Él mismo lo dice: "Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre"... Jesús es "Sacramento del Padre". Es lo que los teólogos llaman "Sacramento original originante", pues es el primero de todos y el que da origen a toda la realidad sacramental que disfrutamos los hombres de la Nueva Alianza... Igualmente, la Iglesia es "Sacramento de Cristo", pues Jesús estableció a su Iglesia para que llevara adelante su obra de salvación a todos los hombres, mediante la presentación que ella hiciera de su Fundador. Tan cierto es esto que Jesús a Pablo, perseguidor implacable de los primeros cristianos, le reprochó: "Pablo, ¿por qué me persigues?" Está claro que cuando Pablo perseguía a la Iglesia, estaba realmente persiguiendo a Cristo. La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo también en este sentido... Ella, conformada por los bautizados, contiene como su tesoro más preciado y hace presente en el mundo en todo lugar en el que ella se encuentre, al mismísimo Jesús...

Y, como aterrizaje de esta "sacramentalidad" de nuestra vivencia de fe, está la afirmación de Tertuliano: "El cristiano es otro Cristo"... No porque el mismo cristiano se arrogue tal dignidad, sino porque el mismo Jesús lo afirma: "Quien a ustedes los escuche, a mí me escucha..." El cristiano es sacramento de Cristo. Los cristianos somos presencia de Jesús en el mundo. Jesús se hace presente ante los hombres del mundo en la infinita diversidad de los bautizados. Jesús es europeo, americano, asiático, africano, oceánico. Jesús tiene rasgos dulces o fuertes, ojos negros, marrones o azules, se hace presente en el hombre o la mujer, en la piel blanca, amarilla u oscura... Jesús está en cada uno, y cada uno lo lleva al mundo, a su mundo...

Pero más importante que los diversos rasgos físicos a través de los cuales Jesús se hace presente, están los rasgos espirituales que dejamos que descubran al Jesús que todos llevamos. Poco importa que Jesús tenga los rasgos que tenga... Importa mucho que Jesús se presente a través de las mejores condiciones espirituales al mundo. Nuestra dignidad es infinita, pues Jesús en nosotros, quiere llevar adelante exactamente la misma obra que Él realizó. Desde nosotros Jesús quiere seguir redimiendo a cada hombre y a cada mujer de la historia. Desde nosotros Jesús quiere seguir entregándose como lo hizo en la Cruz, hasta el extremo, para que todos entiendan su amor infinito, sin límites. Desde nosotros Jesús quiere seguir hablando a los hombres del Reino de los Cielos, de la justicia que en el mundo debe vivirse, de la paz que Él quiere infundir en todos los corazones, de la solidaridad que es signo del amor más profundo al prójimo, del perdón que Él ha venido a traer a los hombres y que quiere que se siga dando en los corazones de los que lo acepten... Los cristianos debemos hacer exactamente lo mismo que hizo Jesús. Sólo así seremos creíbles, y más importante aún, sólo así haremos realmente que otros vean a Jesús...

Es de tal trascendencia esta misión de los cristianos en el mundo que, gracias a ella, se cumple aquella palabra de Jesús: "Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo". Gracias a ella, los hombres que no conocen a Jesús y que, por descuido, por indiferencia o incluso por oposición, ni siquiera ofrecen asomo de querer hacerlo, sólo podrán tener acceso a Él por lo que nosotros les presentemos. Los cristianos para muchos -¡quizás mejor hacerse consciente de que para todos!- seremos el Evangelio no escrito. En nuestras vidas es donde "leerán", "escucharán", "se enterarán" de quién era Jesús. De lo que nosotros vivamos deberán entender que Jesús los ama inmensamente, que se entregó en la Cruz para poder alcanzar el perdón de todos los delitos que han cometido, que nos llama a todos a vivir como hermanos y a amarnos y perdonarnos sin más, que Jesús los invita a cada uno a ser solidario con los hermanos, particularmente con los que más necesitan, los más sencillos y los más humildes... Los cristianos somos "Evangelio viviente y andante"... A través de nuestra vida, los hermanos escucharán el Sermón de la Montaña, las Bienaventuranzas, la invitación al amor de todos... Somos el Evangelio, la Buena Nueva de Jesús para el mundo.

Es triste que no lo hayamos entendido así aún... Es triste que desechemos esta dignidad infinita con la que nos ha revestido el mismo Jesús a nosotros, ¡la más grande, pues se refiere a la obra por la cual Él dejó su gloria entre paréntesis para alcanzar la salvación a cada hombre y a cada mujer con los que nos cruzamos en el camino!

Si nos decidimos y asumimos con responsabilidad nuestra altísima dignidad, Cristo estará recorriendo nuevamente todos los caminos, como recorrió las estrechas calles de Jerusalén, como se llenó del polvo de camino en los desiertos que recorrió, como bogó el mar en las barcas de los apóstoles... Caminará por las calles hacia tu trabajo, se subirá en el ascensor en el que vas al piso en el que vives o trabajas, se bajará en el automercado en el que entrarás a comprar, irá a visitar a tu amigo enfermo o preso, irá al consultorio a que lo vea tu médico, entrará en el estadio a ver el juego de tu equipo, se bañará en la piscina o la playa a las que vayas, irá a la peluquería donde te arreglan el cabello... Porque "el cristiano es otro Cristo". Porque tú lo haces presente en todo lo tuyo. Porque Él quiere seguir amando y salvando al mundo, a cada hombre y a cada mujer desde ti...

miércoles, 11 de septiembre de 2013

¡Ay... Las Bienaventuranzas...!

Definitivamente, Jesús trastornó el orden establecido. Nos dijo que no había venido a cambiar ni una sola tilde de la ley, sino a darle cumplimiento. ¿Y eso qué significa? Muy sencillo... Que no nos quedáramos sólo en el conocimiento de la ley, en la recitación de las exigencias de Dios, ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento, sino que fuéramos más allá, que hincáramos el diente en el tuétano de esas exigencias y que nos decidiéramos a hacerlas vida. Que no nos quedáramos en el formalismo de lo intelectual, sino que nos preocupáramos por vivir aquello que la ley exige...

Por eso, la formulación que resume todos los mandamientos, según la respuesta que le dio el mismo Jesús al maestro de la ley, que le preguntó sobre el mandamiento más importante, fue simplísima: "El primero de todos es éste: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es similar a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo"... Para Jesús lo fundamental es el amor, y desde esa perspectiva es que hay que saber discernir la vida cristiana. Si no se hace desde ahí, es imposible la comprensión de la ley. Ni siquiera sería posible comprender cómo a Jesús se le ocurrió decir que no venía a cambiar la ley, sino a darle pleno cumplimiento...

Es en esa perspectiva que hay que ver la vocación cristiana a la santidad. Es desde esa perspectiva que hay que saber escuchar el mandato de Jesús a anunciar el Evangelio a toda la creación. Es desde esa perspectiva que tenemos que percatarnos de que será imposible anunciar el Evangelio a los demás sin una vida interior transformada por ese mismo Evangelio. Quien no ha comprendido esto, podrá conocer mucho de doctrina, podrá conocer mucho de exigencias de la ley, pero no tendrá la vida interior necesaria para ser verdaderamente cristiano y convertirse en apóstol de Jesús...

En este ámbito se inscriben las Bienaventuranzas. Es el trastocamiento total de lo que pensaban los legisladores. Para un judío, el bienestar es signo de la bendición de Dios. Por tanto, las palabras de Jesús son absolutamente absurdas. Según Jesús la felicidad, la dicha (eso significa "bienaventuranza"), está en todo lo contrario de lo que piensa el judío. Ser pobre, llorar, tener hambre y sed, ser perseguido... hace al hombre el ser más feliz sobre la tierra, el bienaventurado... Sin duda, no es sólo el judío el que piensa que esto es absurdo... ¡Lo pensamos todos!

Para darle sentido a este nuevo orden de cosas que propone Jesús, debemos entrar en la comprensión de aquello que resume toda la ley. Ya no se trata de simplemente "cumplir para ser bueno", sino de decidirse a ser bueno, amando, para poder cumplir con toda la ley. El camino que propone Jesús es el inverso del que entendió el hombre del Antiguo Testamento. Así como ese camino de encuentro del hombre con Dios varió al venir Dios mismo y hacerse hombre, con lo cual lo facilitó, así mismo Jesús propone un orden nuevo, sin dejar de exigir lo mismo. Nos dice: "Dejen de perseguir el cumplimiento de la ley. Amen, y verán que la ley es simplemente un  complemento". Por eso San Pablo, que entendió perfectamente esta propuesta de Jesús, se atrevió a decir: "Amar es cumplir la ley entera", o formulado de otra manera: "La perfección de la ley es el amor"...

La compensación del amor es plena. Quien ama, no necesita de más. La añoranza más grande del hombre es la del amor, la de saberse amado infinitamente por Dios y la de responder a Dios y a los hermanos con el mismo amor. Por eso, cuando vive en ese ámbito del amor, no necesita de más nada. El amor compensa absolutamente. De ahí la felicidad, no entendida como satisfacción o retribución de algo, sino como respuesta automática del espíritu que se siente en el sitio que le corresponde. Al ser el amor añoranza suprema, vivir en el amor es plenitud. Se da, de esta manera, una solidez inconmovible. Se está fundamentado en la roca más sólida sobre la cual se puede estar. No se busca más interés que lo que persigue el amor, que es el bien, el entregarse, el servir desinteresadamente... Los hombres hemos sido creados desde el amor. Más aún, es el mismo Amor (Dios es Amor), el que nos ha creado. Nuestra naturaleza, por lo tanto, es la del amor. Y nuestra creación tiene un objetivo: que vivamos en el amor, que seamos del amor y que vayamos al amor, amando. No hacerlo es destruir nuestra propia naturaleza... Se trata, entonces, de que nos hagamos cada vez más conscientes de que estando en el amor estamos en el sitio que nos corresponde, en aquél para el cual fuimos creados, en la meta a la que debemos llegar...

En esta perspectiva cobran pleno sentido las Bienaventuranzas de Jesús. "Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros como yo los he amado"... Es el amor el que hace que tenga sentido la pobreza por Jesús. Es el amor el que hace que tenga sentido el llorar por el mal que vive el mundo. Es el amor el que da sentido el tener hambre y sed de la justicia. Es el amor el que le da sentido al ser perseguido por causa de Cristo... Más aún, no sólo le da sentido, sino que nos hace felices. Y nos hace felices porque sabemos que estamos haciendo lo correcto, lo que Dios quiere de nosotros, lo que nos da la plenitud, aquello para lo cual hemos sido creados...

lunes, 2 de septiembre de 2013

"El Espíritu del Señor me ha enviado"

Al terminar su tiempo de "preparación" en el desierto, después de haber sido tentado por el demonio, Jesús empezó el anuncio del Evangelio. Se templó en la experiencia del desierto como para fortalecerse para los tiempos duros que le venían en sus andanzas interminables, sobre todo, para el fin de sus días, cuando tendrá que sufrir la Pasión y la Muerte afrentosa a las que será sometido...

El mensaje de Jesús es la Buena Nueva que viene a anunciar a todos: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor." Es un mensaje de esperanza pura, de salvación, de liberación. Es lo que resume la misión que le ha sido encomendada al Redentor. Es verdaderamente la Buena Nueva para los afligidos.

Jesús es el "Cristo", el Ungido por el Espíritu con el óleo de alegría, para derramar su unción sobre el mundo, particularmente sobre los más necesitados. Es el Enviado por el Padre para rescatar al que se había perdido en su soberbia y en su autosuficiencia. Es quien cumple la promesa que había hecho el Padre desde el mismo pecado de Adán y Eva, cuando dijo a la serpiente: "Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre su descendencia y la tuya. Ella te pisará la cabeza, mientras tú le muerdes el talón". Aun cuando fue el hombre el que decidió colocarse de espaldas a Dios, Él, que lo había creado por amor, no se iba a quedar de brazos cruzados si el objeto de su amor estaba lejos. Salía a su rescate. Y para ello enviaba a su propio Hijo, al Verbo, que se encarnaba asumiendo nuestra naturaleza caída, para, desde dentro mismo de nuestra penumbra, levantarnos... El Verbo "se anonadó", se hizo nada, para llevarnos a ser algo... Y fue ungido por el Espíritu para llevar adelante la misión encomendada por el Padre.

Cristo ha sido enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, a los necesitados. Es decir, a todos los hombres, pues todos somos pobres, indigentes... Desde que pecamos, nos hemos convertido en los seres más pobres de la creación, pues hemos perdido lo más enriquecedor que teníamos, que era la misma Vida de Dios en nosotros, la Gracia. Por eso, somos también cautivos, ciegos, oprimidos... A nosotros los hombres es enviado el Redentor para sacarlos de la terrible tragedia en la que nosotros mismos nos habíamos sumido.

La Redención es el acto más gratuito de amor que podemos imaginarnos. El único inocente, el que menos tenía culpa en toda la obra, es quien se ofrece para satisfacer. En eso consiste el rescate. En que quien no tuvo culpa, se hizo culpa total, para lavar a los que sí eran culpables, mediante su entrega al sacrificio supremo de la muerte en Cruz... El anuncio de Jesús no fue hecho sólo con su Palabra, sino que fue gritado y refrendado por la potente voz de sus actos, de su vida, de sus gestos y de su conducta. Sobretodo por el gesto sacrificial en la Cruz. No hubo grito de amor más fuerte en Jesús que el que lanzó cuando ya no tenía voz, cuando ya estaba muerto, inerme, clavado en la Cruz...

Con ello, la Buena Nueva se hizo realidad. Ya no era un anuncio de algo que vendrá, sino que se hizo ya efectivo entre nosotros. La salvación es ya un hecho consumado por Jesús. Somos seres salvados, no por los méritos que haya hecho ninguno de nosotros, sino por el gesto sublime de amor y de entrega que realizó Jesús. Es la salvación que debe hacerse plena, que debe llegar a todos, que debe hacerse realidad para cada hombre y para cada mujer de la historia...

Cristo ya hizo su parte, y la hizo perfectamente. Su salvación es ya un hecho que pende sobre la humanidad. Ahora toca al hombre, al redimido, llevar a plenitud esa obra. Debe ser instrumento en la salvación de todos los hombres, sus hermanos. Cada cristiano, en su bautizo, ha sido también ungido, como lo fue Jesús, para ser enviado a sus hermanos. Y, como Jesús, debe sentir que tiene la misión de llevar la Buena Nueva a los demás, a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos. Ninguno debe quedar fuera de la gesta salvadora y redentora de Jesús. Todos los hombres, particularmente los más necesitados, son destinatarios de la salvación de Cristo...

Es una salvación que no apunta sólo a lo espiritual. Apunta a su condición humana general. La pobreza, la miseria, la opresión, la cautividad, deben ser objetos de evangelización. No hay realidad más antievangélica que la miseria, la esclavitud, la humillación del hombre por el mismo hombre. Es una realidad que debe ser redimida y colocada en la línea de la voluntad divina de liberación, de promoción humana, de fraternidad y solidaridad liberadoras... Y por supuesto, en la línea de la integralidad humana que quiere Jesús, debemos también anunciar a los hombres la necesidad de la cercanía a Dios, de la fidelidad a su voluntad, de huir de cualquier ocasión que nos aleje de Él y de su amor.

El Evangelio es una realidad englobante, que nos coloca ante lo más profundo e íntimo de nuestro ser. Nos llama a ser verdaderamente hombres, perteneciendo por completo a Dios y haciéndonos cada vez más hermanos de los demás en el amor. No podemos truncar nada de ese mensaje de Jesús. Él ha sido enviado a los hombres para liberarlos. Nosotros somos los continuadores de su obra liberadora. Y como cristianos, como bautizados no podemos negarnos a ser instrumentos dóciles en sus manos...