Jesús tuvo miedo. Ante la perspectiva de todo lo que se le venía encima, de todo el sufrimiento físico que se perfilaba en el futuro inmediato, ante la traición y el abandono de los suyos que ya estaba padeciendo, ante las horas de dolor que le esperaban por la burla, la sorna, el odio, de los que lo perseguían, tuvo miedo. Es realmente sobrecogedor colocarse delante del Dios hecho hombre que tiembla de miedo... En la oración en el huerto, Jesús implora al Padre que lo libre de esa angustia: "Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz..." Otras oraciones de Jesús que nos refiere el Evangelio fueron hechas en favor de otros. Sólo en otra ocasión pide al Padre: "Glorifique mi Nombre, con la gloria que poseía antes". Pero esta oración se refiere a la obra que va a realizar en la que el fin será la gloria esplendorosa en la que brillará el poder, el amor y la misericordia divinas... Ésta no es así. Esta es el grito de una persona que realmente sufre ante la perspectiva del dolor. "Aparta de mí este cáliz", es decir, "ahórrame todo este sufrimiento, no me dejes pasar por tanto dolor y tanto sufrimiento"... Es el miedo que pide ser librado...
La oración en el huerto que hace Jesús nos descubre al hombre que asume sobre sus espaldas todo lo malo de la humanidad. Pensemos en lo peor que pudo haber hecho cualquier hombre en toda la historia. Eso está ahí, en las espaldas de Jesús. Todos los pecados de toda la humanidad de todos los tiempos aplastan con su peso la humanidad y el espíritu de Cristo. Es tenebroso encontrarse en esa situación en la que se percibe un futuro tan oscuro. Sobre las espaldas, todo el horror del mundo. En el panorama, un juicio absolutamente injusto que busca condenar de cualquier manera, en el que, incluso, las hordas sedientas de la sangre del Redentor, gritarán que prefieren a un delincuente que los ha robado y asesinado a ellos mismos, que a Jesús. En el futuro inmediato, el sufrimiento más atroz que se pueda nadie imaginar en la Pasión. Una horas después, la muerte clavado en una Cruz, en medio de dos ladrones, oyendo las burlas de sus torturadores... No puede esperarse otra reacción.. Es natural que Jesús tenga miedo... Es natural que Dios tiemble de miedo...
Pero, en su conciencia está claro que eso lo debe vivir necesariamente para lograr cumplir a cabalidad la obra que el Padre le había encomendado, y que Él había aceptado llevar adelante: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad", había dicho delante del Padre decididamente. No era una decisión en la que se había dejado llevar por un entusiasmo inmaduro. Conocía bien al hombre y sabía muy bien de lo que era capaz.... Asumir voluntariamente la obra de la Redención implicaba correr el riesgo más terrible que se podía correr. No había otra opción, desde que Dios había decidido llevar adelante esta obra de esta manera. Hubiera podido hacerla de cualquier otro modo, pero su amor le había convencido de que ésta era la más convincente, por cuanto había que demostrarle al hombre el inmenso amor que había en Dios para todos...
San Pablo, luego de percibir todo lo que Jesús había asumido sobre sus espaldas, no tuvo otra opción que reconocer asombrado el amor de Jesús: "Me amó a mí, y se entregó a la muerte a sí mismo por mí..." El final de Jesús fue atroz. Su sufrimiento, el más alto que haya sufrido ningún ser humano en toda la historia.. Su muerte, la más cruenta e injusta que haya existido. Su sepultura, la mas humillante y solitaria... Y todo por mí... Y por ti. Porque me ama personalmente en lo que soy y en lo que puedo ser... El reproche de Jesús hacia los pecadores lo resuelve con más amor. Es impresionante... No hay en sus labios una sola palabra de reproche hacia sus verdugos. Lo que hay es asunción del dolor, de la humillación, de la muerte, porque "me amó a mí, y se entregó a la muerte a sí mismo por mí..."
Después de su oración angustiosa al Padre, Jesús "retoma la compostura", y reasume el control. El miedo le hizo sufrir un instante de flaqueza en el que le pidió al Padre ser liberado del cáliz del dolor. Mas inmediatamente dice al Padre: "Pero que no se cumpla mi voluntad, sino la tuya..." Es como si Jesús se dijera a sí mismo: "¡Pero si es para esto que he venido al mundo! ¡Para eso me hice hombre! ¡Esta es la hora en que todo se cumplirá, en el que realizaré a Nueva Creación y lo haré todo nuevo en el amor! ¡Es la hora en que asumiendo la muerte daré la Vida al mundo!..."
Y ya sabemos todos lo que sucede... Las horas más aciagas de Jesús serán, para nosotros, las horas más gloriosas. Los sufrimientos de Jesús serán nuestra curación. "Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron", dice Isaías... Ofreció todo en vez de nosotros. Éramos nosotros los que debimos haber sufrido, pero Él se puso en medio para ofrecer en vez de todos. Y así fue nuestra salvación... Pudo decir, al final: "Todo está cumplido"... La obra había sido llevada a cabo a la perfección.
Entra en la oscuridad y en la soledad del sepulcro. Allí se resume toda la atrocidad de los hombres. El Redentor del mundo ha quedado irreconocible -"No tenía aspecto humano"-, escondido y solo en el sitio final de reclusión... Pero es una espera. El sepulcro es una estación. No es la llegada. Lo veremos resurgir triunfante. Ni el sufrimiento, ni el dolor, ni la muerte, ni el sepulcro, tendrán la última palabra. La última palabra la tiene la Vida...
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