martes, 8 de abril de 2014

Dios se sintió bien siendo hombre

Jesucristo se distancia sabiamente de lo malo del mundo. A los fariseos que lo acechaban continuamente les dice: "Ustedes son de aquí abajo, yo soy de allá arriba; ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo". Quien decidió hacerse "de este mundo", encarnándose en el vientre de María, el Dios que dejó entre paréntesis toda su gloria y su felicidad inmutable, por libre voluntad, ofreciéndose al Padre para cumplir la obra que éste le encomendaba, dice no ser "de este mundo". Está claro que el origen de Jesús no es el humano. Él es el Verbo Eterno, el Hijo de Dios, el que existía desde el principio, que en un momento de nuestra historia humana quiso hacerse parte de ella, asumiendo un cuerpo tomando la carne de la Virgen María. Con ello, cumplía la Escritura, como lo reconoció Marta, la hermana de Lázaro: "Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo"... Desde el mismo inicio de la historia del pecado, que coincide prácticamente con el inicio de la historia de la humanidad, el Padre había prometido el envío del descendiente de la mujer que pisaría la cabeza de la serpiente...

No es, entonces, literalmente que Jesús no sea de este mundo. Es que no tiene su origen en este mundo. Es que no ha asumido lo malo haciéndolo parte de su vida cotidiana, pues lo malo, el pecado, el poder demoníaco que hace infiel al hombre respecto de Dios, lo deja a un lado. Ciertamente tomará sobre sus espaldas los pecados de los hombres, pero no como algo suyo, sino como una carga que debe llevar para desecharla en la Cruz con su muerte y vencerla definitivamente en la Resurrección gloriosa... "Ustedes son de este mundo. Yo no soy de este mundo", significa que su origen es anterior al mundo y que lo malo de ese mundo no ha sido asumido. De ninguna manera significa que Jesús no haya asumido plenamente la humanidad, exceptuando la condición pecadora, pues, la verdad, Jesús se sintió muy bien siendo hombre. El Verbo de Dios aprendió de los hombres cómo es amar con corazón humano, se alegró inmensamente con las alegrías de los hombres, se hizo solidario plenamente con los que lloraban y estaban tristes, y lo demostró totalmente cuando se unió al llanto de Marta y de María por su hermano Lázaro, cuando se condolió hasta el extremo al ver a la viuda de Naím que llevaba a enterrar a su hijo único, cuando miró con ternura infinita a la mujer que le refutó diciéndole que los perros comen de las migajas que caen de la mesa de los señores, cuando levantó a la mujer pecadora que se lanzó a sus pies llorando y enjugándole los pies con sus lágrimas... Todos esos momentos son demostración de que Jesús se sentía bien siendo hombre, siendo "de este mundo". Así cumplía la tarea que el Padre le había encomendado.

Pero, para ser el Redentor del mundo, debía seguir siendo de "allá arriba", no ser "de este mundo", es decir, debía mantener su condición divina, eterna, omnipotente, espiritual, pura, inmutable. Debía tener la virtud divina de la Redención, de la Curación, del Rescate. Tenía que ser el cumplimiento de lo que ya había sido figurado en el Antiguo Testamento: "'Haz una serpiente venenosa y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla'. Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado". Él debía ser esa serpiente de bronce que, sustituyendo a la serpiente original que fue causa del pecado y de la muerte, resultara en la curación de todos los que eran emponzoñados por el veneno mortal del demonio y del pecado, de la sombra y de la tragedia.

Por eso, el mismo Jesús dice: "Cuando levanten al Hijo del hombre, sabrán que yo soy, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada". La obra de Jesús, siendo asumida por Él -"Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad"-, es la obra encomendada por el Padre. Y la voluntad del Padre es "que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad". Esa salvación es realizada mediante el proceso de Redención, es decir, de entrega y de muerte "en vez de..." Es en la Cruz donde se da ese extraordinario intercambio. En Jesús, muerto en la Cruz, está cada hombre, con sus pecados, clavado para vencer al demonio. Los miles de millones de hombres y mujeres de toda la historia, que han debido ser crucificados en vez de Cristo, realmente lo están en su lugar, por expresa voluntad suya. "Cargó sobre sus espaldas nuestras inmundicias... Por sus llagas hemos sido curados".

Jesús es elevado en la Cruz, como Moisés levantó a la serpiente en el desierto para que quienes la vieran fueran curados por su virtud, y con ello, todos somos sanados, rescatados, redimidos... Él es la nueva arma que usa Dios para curar la enfermedad terrible del pecado. Él es ahora el levantado. La serpiente de bronce no era más que un signo que preludiaba la realidad gloriosa de la Redención que Jesús alcanzaría para todos. Él es el que es levantado en la Cruz a la vista de todos, para que quienes pongan en Él su mirada y coloquen en Él toda la fe, alcancen la definitiva y eterna curación. Su ser levantado es la apertura definitiva de las puertas del cielo para todos. Y con esa puerta abierta ya tenemos entrada franca a la felicidad eterna junto al Padre, conviviendo todos como hermanos suyos y entre nosotros e hijos amados de Dios...

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