"¡Qué necios y torpes son ustedes para creer lo que anunciaron los profetas!", espetó Jesús a los dos discípulos que iban de camino a Emaús. Iban cabizbajos, derrotados, pensando que todo el sueño había terminado... Que todo el furor que se había levantado con la aparición de Jesús, esus palabras, de sus gestos, se había difuminado con su muerte... Le dijeron a Jesús: "Algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron..." No eran capaces de ver más allá de las evidencias, del testimonio de los que aseguraban que ya no estaba en el sepulcro...
Hoy, a la torpeza y a la necedad que les echó en cara Jesús a esos dos se le puede llamar escepticismo o positivismo... Los hombres de hoy nos hemos enfermado del moderno positivismo... O ya lo somos naturalmente o lo vamos adquiriendo a fuerza de codearnos con los que ya lo son... Nuestra era materialista, tecnológica, ultracientífica, no sólo ha puesto en nuestras manos los más grandes avances técnicos, haciendo que nuestra vida sea mucho más sencilla, ordenada, cómoda, sino que ha puesto la misma matriz en nuestras mentes y en nuestros corazones... Lo que nos exija un mínimo esfuerzo de raciocinio, de inteligencia, de movimiento, es rehuido. Preferimos que nos lo den todo hecho o que nos veamos sometidos a lo mínimo para alcanzarlo... Tenemos las mejores comunicaciones nunca antes pensada, los mejores autos para movernos, la comida y la bebida más rápida... Todo con el fin de que siempre el esfuerzo sea el mínimo. Y así queremos las cosas en lo interior... Lo más expedito posible...
Estos dos hombres que iban de camino a Emaús ya sufrían de ese virus. Ante la pregunta de Jesús sobre lo que iban hablando ellos le responden: "Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto". Ni siquiera eran capaces de entender lo que el mismo Jesús les había dicho a todos: que resucitaría al tercer día... El inmediatismo lo tenían a flor de piel... Tanto, que ni siquiera daban el plazo que el Señor había pedido. Pero, además, no eran capaces tampoco de dar fe a lo que otros le estaban diciendo. Ni lo que decían las mujeres y otros era suficiente para convencerlos... Prácticamente estaban exigiendo tener ellos la misma experiencia para poder dar cabida a la realidad...
Y Jesús, condescendiente siempre, con la única finalidad de que se convencieran de que lo que había sido anunciado era verdad, de nuevo se hace encontrar... Primero les sale al encuentro en el camino, se pone a conversar con ellos, les explica las Escrituras y lo que decían sobre la venida del Mesías, y finalmente se descubre totalmente con un gesto que seguramente era sólo suyo... "Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció"... Jesús se hace reconocer. Era el Mesías que sí había cumplido lo que había prometido y lo que habían anunciado todos los profetas... Al fin dieron su brazo a torcer y creyeron. Fue necesaria la evidencia para que surgiera la fe, la confianza en la palabra de Dios, el abandono total en las manos del Señor... "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" Ya habían caído rendidos ante el Señor. Las evidencias eran contundentes...
Y ese cambio en sus actitudes les hizo convertirse también en anunciadores de la Resurrección... "Volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: 'Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón'. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan"... La experiencia del encuentro con el Resucitado los hizo a ellos también apóstoles. Desde ese momento se convirtieron en testigos de la Resurrección, en multiplicadores de la dicha inmensa de la Redención...
Por eso, la fe que tuvieron los primeros seguidores de Jesús logró tantas maravillas. Vivían la alegría del Jesús que había resurgido de la muerte y había logrado con eso la Redención. Esa alegría la habían hecho suya. Y el amor en el que entendían que debían vivir su fe, les lanzó a anunciar su alegría a los hermanos. Era necesario compartirla para que todos los hombres vivieron esa misma dicha. La dicha es la Resurrección de Jesús que hace que todos los hombres resucitemos con Él. Los beneficios de vivir la Resurrección son evidentes. Todos los hombres deben disfrutar de ellos. Por eso Pedro le dice al paralítico que está a las puertas del templo: "No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar". Era la virtud del Resucitado la que lo hacía posible. Se había inaugurado una nueva era entre los hombres. La Resurrección era una maravilla que debía extenderse a todos. Así lo entendieron cada uno de los discípulos de Cristo y fueron llenando el mundo de esa maravillosa alegría y de su fuerza en favor de los hombres... Es la fe la que los movió. Es la convicción de que debían hacer el esfuerzo de comprender lo que había sucedido y de hacerlo suyo para poder resucitar y llevar a la resurrección a todos. Era la felicidad del mundo y había que llevársela, pues era lo que quería Jesús...
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