Mostrando las entradas con la etiqueta compartir. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta compartir. Mostrar todas las entradas

miércoles, 4 de septiembre de 2019

Jesús no es solamente mío

Resultado de imagen para también a otros pueblos tengo que anunciarles el reino de dios

"También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado." Esta fue la respuesta que Jesús dio a los que, entusiasmados por los portentos que realizaba en medio de ellos, pretendían que se quedara para siempre con ellos. Había curado a la suegra de Pedro de unas fiebres que la tenían azotada y había además realizado otros milagros, siempre maravillosos, con otros enfermos y poseídos. "Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios.»" La obra de Jesús conquistaba sus corazones y los dejaba tan satisfechos que en el colmo de la emoción querían que se quedara allí con ellos.

Nuestro movimiento natural es ese. Lo que nos hace bien, lo que nos beneficia, lo queremos siempre para nosotros. Que nunca se vaya, que nunca nos abandone. Queremos asegurarnos que siempre nos produzca el bienestar que nos mantiene felices. Es difícil, lo cual es humana y naturalmente comprensible, querer deshacerse de eso. Querer dejar a Jesús en mí, para que me siga llenando de su amor, para que siga haciendo sus maravillas en mí, para que me siga haciendo más hombre y mejor persona, es absolutamente natural. Ciertamente es lo que Jesús también quiere de mí. Que lo desee siempre ardientemente para estar conmigo llenándome y compensándome entrañablemente. Cuando llego a ese punto, Jesús siente la satisfacción de que yo mismo desee que esté conmigo y no quiera dejarlo partir.

El problema se presenta cuando uno siente que hay exclusividad. Que soy yo el único que tiene derecho a esa felicidad que Él produce, que nadie más puede acercarse a esa felicidad que a mí me hace sentir Jesús. Es el sentimiento de egoísmo que deja al final un sabor amargo. El egoísmo, a la larga, va minando la felicidad vivida. El sentimiento humano de felicidad es naturalmente difusivo, como el amor. Felicidad que no se difunde va trastocándose y se muta en cansancio, en rutina, en modorra. La felicidad compartida es más feliz. Así como el amor compartido es más amor. Por eso, quien se encierra en su propia felicidad y no hace a otros partícipes de ella, simplemente se cansa de estar feliz solo, y comienza a vivir más bien la tristeza de no tener con quién disfrutarla.

Ser feliz, y querer compartir la felicidad que se vive, es el punto de arranque del espíritu apostólico. Así mismo, ser feliz con Jesús mueve al apóstol a querer compartir la causa de su felicidad, que es Jesús mismo. Por eso, a Jesús hay que dejarlo partir hacia otros. Ese gesto asegura que mi felicidad sea plena. "Para que la alegría de ustedes llegue a plenitud", nos dice Jesús. Cuando el apóstol Pablo invita a los filipenses: "Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres y den a todos muestras de un espíritu muy abierto", no está haciendo otra cosa que invitando a compartir la causa de la alegría. Un apóstol es feliz no solo porque se sabe amado y salvado por el Jesús Redentor, sino porque está compartiendo la razón de su felicidad, y está logrando que los otros vivan esa misma razón y se entreguen también a ella.

Por eso, debo huir de la pretensión de querer hacerme propietario exclusivo de Jesús. Él no es solamente mío. Es más, no quiere ser solamente mío. Quiere ser de todos. Quiere ser causa de la felicidad de todos, de la mayor cantidad posible. Y cuenta conmigo. Cuando nos dice: "También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios", nos está diciendo: "Déjame ir también a los demás, que quieren también ser felices. Es más, hazme tú mismo llegar también a ellos. Si me dejas llegar a ellos, tu felicidad será mayor y podrás vivirla a plenitud. Eres más feliz dejándome partir hacia ellos, pues me quedo en ti y la felicidad de ellos será también la tuya".

viernes, 23 de mayo de 2014

Jesús es mi mejor amigo...

La amistad, según Santo Tomás de Aquino, "consiste en un cierto compartir bienes". Se refiere a todo tipo de bien, tanto material como espiritual. No basa su argumentación sólo en lo que el común de la gente consideraría como "bien", que sería algo material, tangible, corporal... Aun cuando Tomás de Aquino basa su consideración en Aristóteles, el gran filósofo "materialista" -en contraposición a Platón, el filósofo "idealista", de quien sería el discípulo cristiano y "bautizador", San Agustín-, es claro que la misma concepción filosófica de "bien" no se reduce a lo material...

San Juan de la Cruz, en la meditación sobre la frase de Cristo: "Ustedes son mis amigos", afirma: "La amistad, a los amigos o los encuentra iguales, o los hace iguales", con lo cual estaría afirmando que la amistad llegaría a ser una suerte de identificación esencial de los hombres, por cuanto los haría ya no sólo compartir bienes en general, sino hasta el propio ser... El amigo imprimiría la huella del propio ser en el otro, y se dejaría imprimir la huella del ser del otro en sí... La amistad no es sólo mirarse a sí mismo y ver la conveniencia de una relación con el otro, sino que vería en el otro la conveniencia de una relación conmigo. Es decir, buscaría la manera mejor de beneficiar al otro, por encima de las propias conveniencias. Es la búsqueda de dar y hacer al amigo el mejor bien posible, aunque sea desde la propia pobreza...

Ambas concepciones de la amistad combinadas, nos hacen comprender la magnitud de la amistad de Jesús con los hombres: "Éste es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a ustedes los llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se lo he dado a conocer". Dar la vida por sus amigos es la expresión más alta de la amistad, pues es la expresión más alta del amor. El amor es la base fundamental de la amistad, sin la cual no tendría absolutamente ningún sentido. Una amistad sin amor es simplemente una búsqueda de beneficios egoístas, una aprovechamiento del otro, una pretensión de dominio y de esclavización... ¡Cuántas falsas amistades se cultivan sólo por el hecho de dejarse llevar por el egoísmo! ¡Cuántas no se convierten en simples camaraderías o incluso en complicidades! Muchos han tergiversado la amistad y han llegado a convencerse de que ella consiste simplemente en contar con quien apruebe todo lo suyo sin nunca censurar o corregir. Han degradado la amistad hasta el punto de considerar amigo a quien nunca tiene nada malo que decirle, o corregirle, o sugerirle diverso a lo suyo, sino sólo a quien aprueba todas sus cosas, aun siendo malas. Si alguien llegara a corregir o a censurar algo, dejaría inmediatamente de ser amigo.

En Jesús el camino es el opuesto. La amistad para Jesús es dar el mejor bien al otro. Ya no se trata sólo, como lo comprobó en su vida, de dar la salud, la comida, la capacidad de hablar o de oír o de caminar, que serían bienes, digamos, "materiales". Se trata de procurar para el amigo lo más alto, lo más elevado, lo más espiritual, que es la Vida eterna, el perdón, la salvación. Y para ello, Jesús necesitó entregar su propia Vida. La amistad la entendió Jesús como no guardarse nada de lo que beneficiaría al otro. Lo dio todo, sin guardarse ni esperar nada a cambio. La amistad le exigía donarse totalmente, y lo hizo sin titubeos...

Si la amistad es "un cierto compartir bienes", Jesús la entendió a la perfección, pues compartió con el hombre su mayor bien, que era su propia vida. No sólo entregó su palabra, su poder, su gloria, sino que radicalizó la entrega de sus bienes al extremo de dar su propia vida. Pero, la amistad, estrictamente hablando, no sugiere una relación sólo de ida. Aunque la motivación del verdadero amigo no es la del bien que pueda recibir a cambio, el verdadero amigo siente el impulso de compartir en la misma medida como respuesta al bien que recibe. Eso sugiere la palabra compartir. Un movimiento de ida y vuelta... Por eso, aun cuando Jesús en su amistad no exige la respuesta de la entrega, sus amigos sí deberían sentir las ganas de darse también para hacer de la amistad un provecho para todos, no sólo para una parte. Es lo que sugiere cuando afirma: "Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando"... Ya ha dicho Jesús, en repetidas oportunidades la entrega que debe haber en sus discípulos...

Y si la amistad es aquello que o los encuentra iguales o los hace iguales, es lógico que el gesto de entrega que ha realizado Jesús sea asumido por sus amigos y, haciéndose iguales a Él, realicen el mismo movimiento. Jesús, con su sacrificio, se hace amigo de toda la humanidad, pues es toda ella la que recibe los beneficios de su entrega. No se entrega Jesús para un grupo específico o reducido. Se entrega para todos. Así mismo, los amigos de Jesús deben hacer su entrega en beneficio de todos, si quieren ser verdaderos amigos de Jesús. Deben "hacerse iguales" a Cristo, que se entregó por todos... Nuestra fe cristiana es, fundamentalmente, una cuestión de amistad. Con Dios, con Jesús, con todos los hombres. Y nos llama a compartir el mayor bien nuestro, nuestra vida, con los hermanos. Y nos invita a hacernos iguales a nuestro mejor amigo, Jesús, entregándonos a los hermanos para llevarlos a la salvación...

martes, 20 de mayo de 2014

Tú eres el responsable de tu fe

La dinámica de la fe es sorprendente. San Juan Pablo II, en su Encíclica Redemptoris Missio, dijo una frase que ha dejado pensando a muchos: "La fe se fortalece dándola". Quiere decir que dar testimonio de la fe va en enriquecimiento del mismo que predica. De ninguna manera es aplicable en este caso la ley del mercado, en la que si gastas más, menos tienes. La fe, mientras más la das, más crece en ti... Pero, lógicamente, para darla es necesario tenerla. Nadie da de lo que no tiene. Por lo tanto, existe un paso previo que es necesario cumplimentar para poder luego dar testimonio... En la Teología de los Sacramentos se afirma que la fe es un don de Dios que viene al hombre por el Bautismo. Al ser bautizados vienen al hombre las tres divinas personas con toda su riqueza. Y en esa riqueza está incluida la fe. Es lo que los teólogos llaman la fe infusa, que regala Dios a sus hijos.

Pero además de esa fe infusa, debemos afirmar que la fe es igualmente producida. Dios se vale no sólo de su infinito don de la Gracia para darla al hombre, sino que de alguna manera utiliza las mediaciones humanas para producirla en el hombre. San Pablo afirma: "La fe entra por el oído", lo que sugiere que previamente hay quien predique... Si en el receptor hay una buena actitud para aceptar el mensaje, la fe tendrá un buen terreno donde fructificar. Por el contrario si el recipiente es refractario, de ninguna manera podrá ser recibida. Es decir, que la fe tiene mucho que ver con la respuesta libre del hombre. Si éste se deja conquistar, habrá una respuesta positiva. De lo contrario, la fe no dará frutos en quien la rechaza...No se trata, por lo tanto, de quedarnos con la impresión de que la fe, siendo infusa por Dios en el Bautismo, es una violación de esa libertad con la cual Dios mismo enriqueció al hombre. Sería una incongruencia con su acción creadora. Y en eso, Dios es inmensamente respetuoso con lo que creó. Mal podría, después de haber creado libre al hombre, obligarlo a aceptarlo, violentando una condición esencial de su creación...

En esa fe llamémosla "consciente" del hombre, juega un papel importantísimo la cantidad de medios que Dios mismo pone en las manos de los hombres. El primero de todos es su misma revelación. Dios se da a conocer y se propone como la vida y el amor de los hombres. Aceptarlo es un acto de fe, pues sólo se tiene la Palabra de Dios. En ocasiones, Él sustenta su palabra en acciones maravillosas que convencen. Pero no siempre. Una fe sustentada en la convicción por los portentos que hace Dios es, por decir lo menos, una fe inmadura. La fe madura sería la de quien, como Abraham, simplemente escucha y obedece a Dios, sin más indicación que su mandato. Por eso Abraham es nuestro Padre en la fe. Creyó por encima de todo, contra toda esperanza, sin absolutamente ninguna seguridad. Pero no quiere decir esto que la fe basada en los hechos que Dios realiza sea mala, o negativa. Recordemos que la misma Virgen María, queriendo estar convencida de lo que le proponía el Arcángel, recibió como prueba el milagro que Dios había realizado en su prima Isabel, "porque para Dios nada hay imposible".

En este proceso de convencimiento, un rol esencial es el afectivo. La fe tiene como presentadora "oficial" al amor. El corazón del hombre es la sede más importante que debe ser conquistada por la verdad de la fe. Más que demostraciones socráticas o argumentaciones filosóficas, el hombre necesita argumentos afectivos para iniciar su andanza hacia Dios. Es la figura del Dios amor el que lo conquista en primer lugar. Cuando el hombre se sienta amado, cuando sabe que ese Dios lo ha hecho todo en favor suyo porque lo ama intensamente, cuando sabe que hasta el mismo Jesús es el Verbo de Dios que se hace hombre por amor infinito, y que incluso llega a dejarse crucificar hasta morir por amor, el corazón sucumbe. Y ya están abiertas las otras puertas, la de la inteligencia y la de la acción, para dar sustento más sólido al amor. El proceso debe ser completado para no quedarse simplemente en un "sentimentalismo" infértil e infantil. La fe no es sólo latidos del corazón, sino que es también ideas de la inteligencia, y acciones de los brazos...

Es impresionante cómo este proceso se cumplió perfectamente en los apóstoles. San Pablo, que reconoció que Jesús "me amó a mí y se entregó a la muerte a sí mismo por mí", pasó por su tiempo de aprendizaje con Ananías y se llegó a convencer de que la evangelización era su tarea. Tenía que dar testimonio de todo lo que había recibido: "¡Ay de mí si no evangelizo!", llegó a afirmar, entendiendo que su fe tenía el componente del testimonio como esencial... No tiene fe, según San Pablo, quien no evangeliza. No basta con afirmar interiormente la creencia en Dios o en su amor, si ésta no apunta a decírselo a todo el mundo. Por eso lo vemos en las situaciones límite que nos presentan los Hechos de los Apóstoles. Apaleado y dejado por muerto, es levantado por los discípulos, curado, pero para emprender de nuevo la acción evangelizadora. No lo amilana la persecución o el sufrimiento. Todo lo contrario, a medida que se suman sufrimientos, pareciera que la convicción se hace más firme. "La fe se fortalece dándola", al punto de que no hay nada que detenga la pretensión hermosísima de dar a conocer a Jesús por encima de todas las dificultades.

Es la alegría del cristiano. La fe es el tesoro que nos da Dios, pero no para que lo guardemos celosamente en nuestro interior exclusivamente, sino para que las perlas que la conforman sean repartidas con los hermanos y así, ellas mismas se multipliquen en nosotros. A más perlas que demos, más perlas que tendremos... No importan sombras. No importa el futuro oscuro que se avecine. No importa la incertidumbre en la que se encuentra el evangelizador. Lo que importa es que Jesús sea conocido y amado. Lo que importa es que ese amor sea vivido por la mayor cantidad posible. Y eso se logrará sólo viviendo intensamente la fe donada por Dios, alimentada por los hombres, iniciada en la vivencia del amor inmenso de Dios por cada uno, sustentada en contenidos sólidos revelados por el mismo Dios y solidificada al compartirla con los hermanos...

jueves, 24 de abril de 2014

Para que la alegría sea completa

Las experiencias de los discípulos de Cristo, apenas vivida la gloriosa Resurrección, fueron verdaderamente apabullantes. No era para menos, pues significaban, cada una de ellas, la vivencia de una novedad absoluta que no se había vivido jamás antes. Jesús había sufrido el máximo dolor que ser alguno podía vivir, había cargado heroicamente con culpas que no eran suyas, sus espaldas fueron fuertes para llevar el peso impresionante de los pecados de toda la humanidad, pasada, presente y futura, había pasado por una pasión espeluznante en la que las multitudes se habían ensañado contra Él e incluso habían mostrado sus preferencias por un delincuente de baja ralea, había sufrido la muerte ignominiosa en la Cruz en medio de dos ladrones... Había sido ocultado en el sepulcro, en esa soledad ruinosa que significaba el abandono total... Él ya lo había manifestado al Padre: "En tus manos, encomiendo mi espíritu"... Era el haberse puesto completamente a la disposición de lo que el Padre designara... La obediencia fue su marca. "Aprendió, sufriendo, a obedecer", dice San Pablo, con lo cual cumplió perfectamente lo que había dicho al Padre: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad"... Los discípulos habían vivido todo esto como absolutas novedades...

Aun cuando esto había sido profetizado en la figura del Siervo de Yahvé del que habla Isaías, el haberlo vivido era una cosa diferente. ¿Cómo podía imaginarse nadie que la Redención le costaría tanto al mismo Dios? ¿Cómo pensar que el Mesías, el Enviado de Dios, el Esperado de todas las Naciones, por quien suspiraban todos los miembros de Israel, iba a experimentar realmente todas y cada una de las cosas que allí se decían? Se suponía que era una manera poética de presentar lo que Dios haría por intermedio de su Hijo. Jamás se le hubiera ocurrido a nadie pensar que el Padre iba a permitir que su Hijo fuera sometido a tales escarnios... "No tenía apariencia humana... Prestó su rostro a golpes y salivazos... Sus heridas nos han curado..." Es tremendo...

Y la cosa iba más allá... Ese que había sufrido por los pecados de todos, que había muerto en la Cruz de dolor, que había sido colocado inerme en la oscuridad del sepulcro, había cumplido también lo que había sido anunciado... ¡había resucitado! ¡Había resurgido triunfante de la muerte y de la penumbra sombría del sepulcro y se había convertido en Luz esplendorosa que estaba iluminando la vida de todos los redimidos... Para muchos, si la muerte era inaceptable y totalmente desilusionante, la Resurrección era igual o mayormente sorprendente... Había que vivir lo que estaban viviendo los discípulos de Cristo para asumir la sorpresa tras sorpresa que se tenía que vivir... Eran tiempos de dolor y de gloria. No eran tiempos para vivir lo normal, sino lo extraordinario. No se podía uno contentar con lo ordinario. Había que tener el espíritu muy bien dispuesto para poder acoplarse lo que exigía la experiencia de la Resurrección del Redentor...

Por eso Jesús al aparecerse a los discípulos, asumiendo que vivían las sorpresas más extraordinarias que jamás nadie podía vivir, los invita a elevar el espíritu: "¿Por qué se alarman?, ¿por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies: soy yo en persona. Pálpenme y dense cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como ven que yo tengo"... Es impresionante la voz de mando del Resucitado. No se pueden quedar los discípulos con la idea de la crucifixión y de la muerte... Habiendo sido necesaria, fue un paso previo para la gloria que había que vivir para alcanzar la Redención de la humanidad... Jesús había cumplido. Y el Padre también había cumplido... Ahora son los discípulos los que tienen que cumplir... Cada uno, en la obra de la Redención tiene una parte que cumplir... Ya el Padre y el Hijo la hicieron. Ahora los hombres tienen que hacer la suya, que es la más sencilla. Es la de la fe, la de la confianza, la de la alegría, la de compartir y dar a conocer la misma alegría vivida a todos...

Jesús es inmensamente detallista. Para convencer a los apóstoles se hace uno más, como en el momento de la encarnación. Así como la gloria de Dios había invadido a la Virgen al tomar carne de su vientre, hoy quiere seguir invadiendo, después de resucitado, a la humanidad con todas sus prerrogativas. De esa manera convencerá a los discípulos de la realidad... "Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: "¿Tienen ahí algo de comer?" Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos". ¡Qué hermoso detalle el de Jesús! Como cuerpo glorioso no necesitaba comer, pero lo hace para convencerlos de su propia realidad... Dios se rebaja de nuevo, como cuando empezó la historia en el ya lejano Belén...

Todo era el cumplimiento de lo que había sido anunciado. Los discípulos lo sabían, aunque les costara convencerse de ello... "Esto es lo que les decía mientras estaba con ustedes: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse." Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.Ustedes son testigos de esto". ¡Qué tiempo tan feliz se inauguraba en la historia de la humanidad! Era el tiempo de la Redención, el de la Novedad absoluta en el amor, el de la Re-creación de todo... Es el tiempo del amor, de su reinado en los corazones de todos... Es el tiempo de la Resurrección, en el que todos los hombres deben vivir como el Resucitado, dejándose llenar de las cualidades que Jesús quiere darles a cada uno...

Y es el tiempo del anuncio... No es una alegría que se deba vivir individualmente. No tiene sentido una alegría egoísta, hacia sólo el interior de sí mismo. La alegría es tal precisamente para compartirla, Y a medida que se comparta, será mayor... Sólo compartiendo la razón de la alegría, ésta será completa... No se podrá ser plenamente feliz si nos quedamos con la noticia en nuestro corazón únicamente. Hay que tenerla ahí, bien guardada y bien vivida, pero sólo para compartirla. Hacerla cada vez más propia, pero sólo para hacerla cada vez más de todos. Así será más propia... Paradójicamente, seré más redimido en la medida en que ayude a redimir a los hermanos. Seré más feliz compartiendo la alegría. Viviré más el amor en la medida en que ame más a mis hermanos... Por eso Jesús dice: "Ustedes son testigos de esto". El testigo es el que da testimonio, el que comparte su experiencia. Y con más autoridad cuando más lo ha vivido intensamente. A eso estamos llamados... No hay que temer nada. Sólo hay que temer a no hacer lo que tenemos que hacer...

domingo, 19 de enero de 2014

Elegidos y enviados para el Amor

Una de las verdades fundamentales de nuestra fe cristiana es la de ser elegidos por amor. Dios nos convoca a cada uno a ser suyos, a pertenecer sólo a Él, a tener plena conciencia de ser propiedad exclusiva suya. Y no lo hace simplemente como un trámite "de propietario capitalista", que engordaría con ello la lista de sus posesiones, sino con un corazón de amor que quiere hacer consciente de que en esa condición de pertenencia está la verdadera felicidad y la plenitud del hombre. En nuestra creación como centros de todo lo creado, de todo el universo, la plenitud que Dios imprimió en el hombre pasa por eso: por ser suyos, pues colocó en nosotros una semilla de añoranza de Él mismo que será la motivación máxima que tendremos siempre. Cuando no lo asumimos así y tomamos otras rutas en búsqueda de esa plenitud, logramos sólo frustraciones...

No estar en Dios, no ser exclusivamente de Él representaría para el hombre la desilusión mayor. Consciente o inconscientemente, elegir un camino diverso a éste lleva a la oscuridad de la vida propia y puede llevar a otros a esa misma oscuridad que portamos... Así lo entendió perfectamente San Agustín, cuando afirmó: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descase en ti". Sucede como cuando se nos desencaja el hueso del hombro -decimos: "se me salió el brazo"-, produciendo dolores terribles e inutilizando el brazo totalmente. Hasta que no es devuelto a su lugar ese hueso y haya recuperado totalmente la normalidad de su funcionamiento, estará siempre produciendo dolor y permanecerá inútil... Exactamente sucede lo mismo con el hombre que no está en Dios. Somos como ese hueso dislocado, que no está en el sitio que le corresponde, y eso nos duele y nos hace inútiles...

Dios nos elige, nos llama para sí, nos quiere junto a Él, pero no para "acapararnos", sino para hacernos felices. Él ha sembrado la semilla de su añoranza en nosotros y ha hecho lo mejor que ha podido hacer: ofrecerse a sí mismo siempre, estar a la disposición, colocarse a tiro para que podamos alcanzarlo. De esa manera, la frustración será una opción hecha por el mismo hombre, pues el camino de la satisfacción plena es sencillo de recorrer, por cuanto Dios siempre será asequible, más aún, se hará el encontradizo para que lo podamos tener... Si nos frustramos en la búsqueda de la felicidad es una opción personal. Igualmente lo será el logro de la plenitud y de la felicidad mayor...

Dios nos ha manifestado reiteradamente su voluntad amorosa sobre nosotros: "Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso", "Yo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios", "Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo"... De múltiples maneras, Dios nos ha hecho clara su llamada, nuestra vocación. Los diversos personajes de las Sagradas Escrituras que ejemplifican a los llamados, no son otra cosa sino prefiguración de la elección eterna que ha hecho sobre cada uno de nosotros. Dios nos ha creado plenamente libres, llenos de capacidades, de inteligencia y voluntad, pero con una vocación eterna que se basa en su amor y que tiene un doble objetivo: ser de Él y ser enviados al mundo para dar testimonio de Él...

Cada uno de esos personajes no fue llamado simplemente para quedarse "regodeándose" en la alegría de estar en Dios. Fue llamado y convocado a una misión específica: "Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra", "Escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados por Cristo Jesús, a los santos que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo", "Yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios"... La elección del Señor es, sí, una grana alegría, pues nos da la posibilidad de lograr en Él la plenitud de nuestra existencia, su sentido máximo. Pero ella se complemente exclusivamente en la ocasión de adr testimonio de quien nos ha elegido delante de todos los hermanos...

Entender que nuestra plenitud se complementará sólo en la medida que nos hagamos testigos de esa plenitud que vivimos, es lo que hará que no alcancemos jamás una frustración indeseable. Pretender quedarse "felices" en Dios sin proyección hacia los hermanos, es arriesgarnos a alcanzar más bien la frustración total de nuestro ser. Hemos sido creados para amar y para multiplicar el amor. Para vivir la salvación y para hacerla llegar a los hermanos, porque los amamos. Sin el amor que nos lanza a los demás, la vida del hombre es un simple automatismo. Es el amor y el deseo de que todos lo vivan en Dios lo que da a la vida su verdadera ilusión y su mayor añoranza. Y se puede alcanzar plenamente, pues el mismo Dios que ha creado la necesidad, hace posible que alcancemos satisfacerla plenamente ya que Él mismo se pone a la mano y se ofrece para ser esa plenitud...

Hacernos salvación de Dios para los hermanos, porque vivimos esa misma salvación en nosotros; procurar que nuestra elección alcance su finalidad última, que es ser salvación para los demás; reconocernos lanzados a los hermanos para llevarles a ellos el amor que Dios les tiene, es la máxima felicidad, es la máxima añoranza y es la máxima ilusión que se puede vivir en el amor. Quien ama no puede tener otra prioridad que la de ser de Dios verdaderamente y la de hacerse instrumento de su amor para los demás... Dios nos ha hecho así. Ha querido que vivamos en la plenitud. Y nuestra plenitud es el amor. Se pone a la mano para que lo tengamos y nos pone a los hermanos en el camino para que nuestro amor sea pleno, sea compartido, sea hecho salvación para todos.

viernes, 3 de enero de 2014

No puedo callar esta alegría...

Estoy en varios grupos del sistema de mensajería de Whatsapp y del pin de Blackberry. Son grupos de mis familias, de amigos, de antiguos compañeros de estudios de bachillerato... En ellos nos mantenemos en continuo contacto, dándonos las últimas noticias de lo sucedido, conversando amenamente sobre temas variadísimos, bromeando de lo lindo entre nosotros... Es impresionante como, a pesar de estar distantes geográficamente, en una tecla estamos al instante lo más cercano posible e imaginable... Nos enteramos al segundo de los viajes que hacen, de la comida que están consumiendo, de las enfermedades que están sufriendo, de los fallecimientos que hay en alguna de sus familias, de los logros de sus hijos, de las alegrías que quieren compartir con todos... El mundo de la comunicación humana ha avanzado de manera insólita... Recuerdo que cuando estudié en Roma, del año 1988 al 90, me comunicaba con mis padres mensualmente. Tenía que ir a un centro telefónico, donde pagaba una buena cantidad de dinero para poder hablar unos diez minutos, y al finalizar les anunciaba el día en que llamaría el mes siguiente y la hora, "para que estuvieran pendientes" en la casa y no se les ocurriera salir pues de lo contrario no podría hablar con ellos, hasta el próximo mes... Me quedo boquiabierto con las posibilidades que tenemos ahora. Hace poco hablé con mi hermano, que está en Panamá con toda su familia visitando a una de sus hijas que estudia allá, y usamos Skype, viéndonos cara a cara, y yo casi estaba sentado en la misma mesa en la que estaban sentados todos ellos... 

A pesar de que, sin duda, no hay nada que supere el contacto físico, el poder saludarse con un buen apretón de manos, poder abrazarse y darse un beso, sentarse uno al lado del otro, esta posibilidad extraordinaria de mantener un contacto frecuente, continuo y que llena de ilusión, cuando no hay otra posibilidad física, es insuperable... Jamás había estado tan al día del acontecer de la vida de todos ellos, mi familia, mis amigos, mis excompañeros de estudio... Todas las noticias me llegan al momento. Me marcan principalmente las de las "nuevas adquisiciones" en todos esos grupos, que son los recién nacidos. Tengo lleno mi teléfono de fotos de los niños, apenas saliendo de los vientres de sus madres. Antes había que esperar a poder hacer la visita en la clínica o en la casa para conocer al recién llegado. Hoy, unos minutos después, ya tenemos las hermosas caritas en nuestros teléfonos para conocerlos y comerlos a besos...

No ha pasado un minuto de la noticia feliz, cuando sus padres ya pugnan por hacernos llegar, llenos de orgullo, la noticia y las fotos del recién nacido. Es una noticia que tiene que ser conocida por todos, pues es la felicidad que se quiere compartir por todos los medios. La alegría que sienten es tan grande y tan incontenible, que no se puede sino dar rienda suelta a ella y hacerla conocer por todos los que están en contacto con ellos, sean conocidos o no... Los padres quieren que seamos partícipes de esa alegría y quieren que la sintamos igual que ellos. No hay otra posibilidad en un momento de gozo de esa naturaleza. 

Es la dinámica natural de la alegría... Ella es difusiva por sí misma. Quien vive una felicidad grande quiere compartirla con los de su entorno y más allá, de modo que sea más sentida. A mayor difusión de la alegría, mayor vivencia de ella. Sucede exactamente lo contrario de lo que sucedería normalmente: A medida que reparto la alegría, la hago más grande. El hecho de que se aposente en los corazones de los demás, la hace difundirse. No se estanca ni se agota. Se multiplica. Y al multiplicarse, satisface más a quien la ha difundido. El objeto de la alegría se hace más deseable y al crecer, se le añora más... La añoranza de la felicidad puede darse por dos razones: o por que no se tiene o porque se la quiere vivir más profundamente... En este caso, es porque se le quiere tener más, hacer más grande, compartir con todos... El que otros se alegren por la noticia dada, nos convence aún más de que esa noticia es buena, que hace bien, que compensa totalmente, que da plenitud, pues otros la valoran también inmensamente...

Es lo que debería suceder con la noticia de nuestra salvación, de la presencia del Amor de Dios en nuestra vidas. Es la noticia más feliz que podemos vivir cada uno. Mayor que el nacimiento de un niño en la familia, con ser ésta una noticia felicísima. Más aún, ésta nos acerca más a la experiencia del amor de Dios en nuestras vidas. Es imposible no sentirse más cerca del Dios del Amor y Creador, cuando vemos el milagro de una nueva vida, en ese pedacito de carne que se mueve, que llora, que ríe, en nuestras manos, para cuya existencia nos hemos puesto como colaboradores del Dios que da la Vida... Dios nos hace más felices que cualquier buena noticia que podamos recibir, pues Él es la suma de toda felicidad, su raíz, su origen, su semilla en el corazón del hombre. El saber que somos amados infinitamente por Dios, que "nada nos podrá separar del Amor de Dios manifestado en Cristo", que aún en la máxima de mis infidelidades Él tendrá su mano tendida hacia mí y que me esperará a la vera del camino como al hijo pródigo, que su misericordia jamás me rechazará pues no puede negarse a sí mismo y por eso mantendrá su fidelidad hacia mí siempre incólume, me hace de tal manera feliz que jamás podré experimentar una felicidad mayor...

Con razón, los Papas de los últimos años han insistido tanto en la necesidad imperiosa de utilizar estos medios que son instantáneos, para poder anunciar el Evangelio hoy, para poder decir a todos los hombres la causa de nuestra alegría inigualable. Ya Juan Pablo II habló de la Nueva Evangelización, que tenía que ser "nueva en sus métodos", utilizando las nuevas tecnologías que ofrece el mundo de hoy.Y Benedicto XVI y Francisco, asumiendo una realidad que es indetenible, han insistido en la necesidad de que los cristianos nos hagamos presentes en estos ámbitos. Están entre los "nuevos areópagos" en los que se va desarrollando el pensamiento actual, en los que se ejerce la mayor presión ciudadana, en los que se va influyendo en la mente y en los corazones de la gente. Los sistemas de comunicación y la inmensa diversidad de redes sociales existentes, son un verdadero púlpito desde el cual también Dios quiere hacerse presente en medio de los hombres. 

Con los medios que tenía a la mano, Juan Bautista hizo su parte: "Yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios". No se paró en consideraciones tontas, sino que se hizo anuncio vivo del Dios del Amor en Jesucristo. Lo presentó al mundo: "Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Ese es Jesús, el "Esperado de las naciones", al que el pueblo de Israel esperaba suspirando y añorando. Y es el que nosotros hemos recibido. No podemos callar esta gran noticia. Somos privilegiados viviendo la mayor alegría que ser humano puede vivir. Y no podemos sino hacer que los nuestros, familiares, amigos, vecinos, compañeros, quieran vivir esta misma alegría, para lograr hacerla para nosotros mismos aún más feliz...

sábado, 31 de agosto de 2013

Poner los Talentos a producir...

¡Qué fácil debería resultar ser justo! La Justicia es una virtud moral que nos invita siempre a dar a cada quien lo que le corresponda. Es una virtud que asegura la vida en equilibrio, en armonía. Con ella, no deberíamos tener absolutamente ningún conflicto, ni social, ni económico, ni político, pues la regla que ella promueve aseguraría la felicidad de todos, al recibir todos lo que es de cada uno...

Pero, lamentablemente, se mete de por medio nuestro egoísmo, nuestra sed de retaliación, nuestra suspicacia. Dejamos de pensar justamente para pensar egoístamente. Y al dejarnos llevar por esos pensamientos abandonamos la actitud justa y nos apegamos a intereses personales o grupales. Empezamos a dejar pesar más nuestras propias conveniencias que las del otro o las de la sociedad. Y nuestras acciones apuntan a favorecernos a nosotros mismos o a favorecer a unos sobre otros, sin importar a veces que eso sea para algunos su destrucción, su humillación, su exclusión, su indigencia, su aniquilamiento...

Jesús nos relata la Parábola de los Talentos como una enseñanza de lo que hemos recibido para ponerlo a funcionar con el fin de multiplicarlo, de modo que podamos hacer un mayor bien con esos dones. Pensemos, en primer lugar, que son regalos de Dios. No serían, en última instancia, propiedades privadas que habrían surgido de nosotros mismos por nuestro propio esfuerzo. Son cualidades que nos han sido dadas, con las cuales hemos sido enriquecidos. Las hemos recibido para que sean riquezas, no para el disfrute individual, sino para ponerlas al servicio de todos. Ese es la misteriosa esencia de los dones divinos. Los regalos de Dios apuntan siempre a lo comunitario, a lo social. Jamás a lo individual, a lo egoísta. No compartir esas riquezas sería, por lo tanto, convertirlas en monstruosas pobrezas...

Además, constatemos que el disfrute de los dones de Dios sólo será pleno en la medida en que los pongamos a la disposición de los demás. Nos equivocamos cuando pensamos que disfrutamos más en la soledad de nuestra satisfacción egoísta. Cuando los compartimos, cuando los ponemos a funcionar para los demás, cuando hacemos que otros se vean beneficiados con los dones que hemos recibido, esos mismos dones, maravillosamente, se multiplican en nosotros. Cuando damos amor, el amor se engrandece en nosotros. Cuando sembramos esperanza, nuestra esperanza se ve engrandecida. Cuando compartimos nuestra fe, nos fortalecemos y vivimos más sólidamente nuestras convicciones. Cuando creamos un clima de alegría a nuestro alrededor, somos más felices. Cuando nos empeñamos en ser solidarios con los más necesitados, la solidaridad de los otros para con nosotros aumenta... Quizá a esto se refería Jesús cuando dijo que quienes pusieron a trabajar los Talentos, los multiplicaron...

Nuestra sociedad necesita de la justicia de los que han recibido tantos Talentos. Y todos los hemos recibido. Una sociedad triste existe porque los que han recibido como don la alegría, no lo han compartido con los otros. Una sociedad egoísta existe porque los que han recibido el don de la solidaridad no lo han puesto a funcionar. Una sociedad deshonesta existe porque los que han recibido el don de la honestidad no lo han sembrado en sus acciones. Una sociedad que no cumple sus compromisos existe porque los que han recibido el don del compromiso no lo han ejercido. Una sociedad en la que la miseria crece existe porque los que han recibido el don de la caridad lo han escondido. Una sociedad que sirve a la mentira y a la manipulación existe porque lo que han recibido el don de la veracidad lo han dejado encerrado en sí mismos...

Huyamos de la posibilidad de ser como el siervo que recibió un solo Talento y lo escondió por miedo al señor. Mejor es, en todo caso, arriesgarse a perderlo (lo cual nuca sucederá), que no ponerlo a la disposición de los demás. No hacerlo es perder la razón de la existencia, pues la vida consiste en eso: en poner a funcionar los Talentos, en desarrollarlos, en hacerlos fructificar para los otros. Lo otro es buscar la muerte por consunción, con la seguridad de encontrarla en el camino propio. Es la pérdida absoluta del sentido de la vida.

Somos los responsables de hacer que los Talentos se multipliquen. Los nuestros y los de los demás. Si damos el primer paso, otros se sentirán acicateados a hacerlo también. Es una cadena de bien que podemos iniciar. Hagamos el bien para que otros se sientan animados a hacerlo. Pongamos a producir nuestros Talentos para que otros, viendo nuestro avance personal, se sientan ilusionados a seguir nuestro camino. No hagamos caso a las voces que nos invitan a vivir en el egoísmo, sólo pendientes de nuestro ombligo, de nuestras conveniencias. No oigamos las voces que invitan a surgir a costa de los demás. No demos cabida a los sueños de progreso personal sin importar lo que suceda a los demás. No nos enfermemos de egoísmo, que ya mucho daño le ha hecho a un mundo que, sin duda, puede ser mejor con nuestro aporte. Lograr un mundo mejor para los demás es lograrlo para uno mismo. No al revés. Es el secreto de la lógica divina. Y dejarse llevar de esa lógica es la clave para la verdadera felicidad. Sin ellos,estaremos siempre añorantes, extrañando algo que nunca llegará si no somos solidarios...

Dios ha sido infinitamente amoroso con nosotros dándonos los Talentos con lo que nos ha enriquecido. Seremos más ricos a medida que los demos a los demás. Así, sólo así, se multiplicarán en nosotros. Y sólo así seremos justos con Dios, con nosotros mismos y con los demás...