miércoles, 30 de abril de 2014

Dios no te quiere condenar. Quiere salvarte

La obra de Jesús es obra de salvación. Su ser de amor y de misericordia no puede actuar al contrario de lo que es su esencia. Por eso la afirmación rotunda de Jesús en el Evangelio de San Juan: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él". Todo se conjuga para que el hombre, y el mundo con él, se salven. De ninguna manera busca Dios la condenación de nadie, sino que todos accedan a su amor y a su misericordia y así obtengan la salvación. En esto no podemos tener ninguna duda, ninguna vacilación...

Hay quienes andan por el mundo con un continuo temor a Dios. Esto no es de cristianos. Lo de cristianos es el temor de Dios, no el temor a Dios. A Dios no le podemos tener miedo. Lo que debemos es temer serle infieles a su amor. Es no querer fallar nunca a su confianza, a su providencia, a su misericordia. Es temer hacer daño al amor que siempre ha demostrado por nosotros... Cuando nos movemos en el amor el miedo no tiene sentido. Cuando se sabe uno amado camina en la confianza, en la certeza de ser siempre favorecidos. Y por eso se busca vivir en la serenidad que da el ser fieles al amor, pues en el amor ya no hay necesidad de más nada... No se tiene por qué buscar otras compensaciones, cuando la compensación máxima está en el amor mismo. Saberse amados de Dios, sentirse amados por Dios, amar profundamente a Dios, vivir en el amor a los hermanos como expresión del mismo amor divino... "Dios nos amó primero", dice San Juan. Y así, se ha convertido en la fuente de todo amor que podamos experimentar y sentir. Por el amor que Dios nos tuvo en primer lugar, pueden amarse los esposos, pueden los padres amar a sus hijos, pueden los amigos sentir el amor mutuo, podemos amar a los más débiles y sencillos, que son los de Jesús... Si no hay amor será una simple afectación sociológica que, al poner en funcionamiento quizá dé satisfacciones, pero sólo como metas cumplidas de un "programa" que se ha llevado a buen término, pero nunca como compensación de un amor que no se siente...

En este sentido, me vienen a la mente conversaciones que tengo con algunas personas, sobre todo mayores, que piensan en Dios como en un señor que está esperando a la vuelta de la esquina con un  garrote, sólo a la expectativa de que haya un resbalón para dar un garrotazo. Es un Dios "castigador" que parece más bien un juez sin entrañas. Peor aún cuando ellos perciben que los días de su vida están llegando a su fin, y quieren dejar "todas las cuentas arregladas" para no tener sorpresas. Comienzan con una sicosis de persecución en la que cualquier recuerdo de lo mínimo que hayan hecho desde su infancia ligeramente alejado de la fidelidad, aunque sea por milímetros, tienen que confesarlo para que Dios no los sorprenda y no los vaya a mandar al infierno por eso... Sin duda, esto es fruto de una formación antigua en la que Dios aparecía siempre como el verdugo que daba patadas hasta hacer caer en el infierno... No los culpo, pues así han recibido esa formación. Pero sí los animo a que traten de cambiar su percepción de Dios, hacia la de un Dios que no quiere su condenación, sino que vivan eternamente felices a su lado. Es un Dios que está interesado en la salvación, no en la condenación. "Dios quiere que todos los hombres se salven", dice San Pablo. Y tanto lo demuestra que "entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno..." Realmente es absurdo pensar que el Dios que nos regaló a su Hijo para salvarnos, sea el mismo que espera cualquier resbalón para condenarnos...

La única condición que Dios nos pide es que creamos en Él... "El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios", dice Jesús. Creer en el Hijo de Dios no es sólo una convicción intelectual, sino vital. Cuando se cree se asume todo aquello en lo que se cree. Se debe ser responsable con lo que se cree. No se trata, por lo tanto, de creer "impunemente". Cuando creemos, afirmamos la existencia de Dios, vivimos en su amor, aceptamos que Él nos habla y que nos pide algunas cosas, que nos las pide por amor, que quiere que vivamos según esas cosas, y las asumamos porque sabemos que son buenas para nosotros... Creer en el Hijo del hombre implica fidelidad a Él, a su amor, a su misericordia, a su obra de salvación. Significa querer que esa salvación sea mía, y por eso haré todo en favor de obtenerla. Significa que esa amor misericordioso de Dios, demostrado en la muerte en Cruz de su Hijo, sigue siendo actual y sigue queriendo salvar a todo hombre, también a mí... Y confiar absolutamente en que esa obra de salvación es para mí, en que yo sólo debo abrir mi corazón para obtenerla y disfrutarla eternamente....

Esa confianza plena en la obra de amor de Dios logrará para cada uno de nosotros maravillas inimaginables. Ponerse a su disposición para ser salvados, hace que Él actúe en nosotros, pues nos convertimos así en anunciadores de salvación para los demás. Fue lo que experimentaron los apóstoles en todas sus empresas. La mano de Dios los acompañaba siempre y realizaba portentos a su favor. Es sorprendente la naturalidad con la que los apóstoles vivían esas manifestaciones portentosas de Dios por su intermedio... Para ellos eso era lo normal. Si Jesús les había prometido su compañía, así era como tenía que demostrarlo... ¡Cuánta falta nos hace a nosotros esa vivencia natural de la presencia de Dios en nuestras vidas! Quizás por no tenerla es que Dios no actúa como lo hacía antes con  los apóstoles, que fueron liberados de cadenas, iluminados con la Palabra, que realizaban milagros en medio del pueblo... Basta sabernos amados de Dios, saber que Él no nos quiere condenar, que Él nos prometió su presencia para siempre, para que nuestra actitud ante Él y ante la tarea de anuncio que nos confía, cambie y podamos cumplirla perfectamente. Sólo se necesita que abramos al corazón a esa confianza plena y emprendamos el mismo camino que ya emprendieron en su momento los apóstoles...

2 comentarios:

  1. Mundial. Hoy me dejastes sin palabras. Gracias al Espiriru Santo que nos habla clara y sensillamente a travez de ti.

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    1. Me alegra mucho que te sirva, Carluchín... Esa es la idea, sobre todo en este tema, que es tan discutido y actual... Saludos a todas tus mujeres. Dios te bendiga

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