viernes, 4 de abril de 2014

El malo siempre querrá eliminar al bueno

Los malos tienen victorias, no hay duda... Su bandera es el abuso del poder, la opresión, la humillación de los débiles y justos, la eliminación de todo el que ponga en evidencia sus malas obras. Y, como generalmente tienen el poder, obtienen victorias con frecuencia. No se contentan sólo con hacer el mal, sino que deben también eliminar a quien los denuncia. Cualquier persona que se atreva a oponerse a su maldad será objeto de sus dardos envenenados, de su violencia, de sus balas... En el fondo, son unos pobres desgraciados, pues esas mismas acciones dejan claro que saben que están haciendo el mal y que se han puesto al servicio del pecado, de la muerte, del demonio... Buscan anular a los buenos pues son la más fuerte denuncia de su maldad. Pretenden que eliminando a quien los denuncia, su maldad deja de ser mala, pues no habrá quien se les oponga ni quien los denuncie... Su obcecación es tal que llegan al extremo de retar a quien promueve el Bien, al mismísimo Dios. "Si "ese" existe, que salga en defensa de los débiles", dicen en el colmo de su perturbación maligna...

Es exactamente la misma manera de actuar de todos los malos. "Nada de lo que me estorbe debe subsistir"... "Si el niño concebido es incómodo, hay que eliminarlo. Promovamos el aborto..." "Si el anciano o el enfermo ya es una carga para todos, eliminémoslo. Promovamos la eutanasia..." "Si el que denuncia la corrupción ya está demasiado cansón, vamos a inventarle un cuento para sacarlo de en medio. Difamémoslo..." "Si el que promueve la caridad ya nos está dejando a nosotros los opresores en clara evidencia, digamos que se roba los dineros. Abrámosle un juicio"... "Si alguien se atreve a denunciar nuestra injusticia, nuestra maldad, nuestro abuso de poder, saquémoslo de en medio. Digamos que está contra las leyes y la Constitución, inventándole cualquier delito que nos sirva para eso..." "Si alguien se atreve a oponerse a nuestras pretensiones hegemónicas, pasémosle la aplanadora por encima. Metámoslo preso por desestabilizador..." Son exactamente las mismas historias en todas partes. Ninguna nación, ningún pueblo que haya sufrido la presencia de los bárbaros, de los impíos, de los tiranos, se ha salvado de estos esquemas de pensamientos. Ya lo denunciaba el profeta en el Antiguo Testamento: "Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; declara que conoce a Dios y se da el nombre de hijo del Señor; es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima; lleva una vida distinta de los demás, y su conducta es diferente; nos considera de mala ley y se aparta de nuestras sendas como si fueran impuras; declara dichoso el fin de los justos y se gloría de tener por padre a Dios... Lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él". Es impresionante la actualidad de estas palabras. Son un calco de la situación que viven hoy muchas sociedades. Hoy lo sufren varios países del mundo...

El bien, la bondad, para ellos, es el peligro más importante. Por eso, fue llevado Jesús, el primero de los justos, al cadalso de la Cruz. Fue la única manera que se le ocurrió a los malos para quitarlo de en medio... Cuando ya empezó a ser insoportable su denuncia continua de la maldad, los ánimos de quienes quedaban en evidencia se encendían. Se notaba en el ambiente ya una tensión insoportable, en la que el Justo era acechado para quitarlo de en medio... "Algunos que eran de Jerusalén dijeron: "¿No es éste el que intentan matar?" Ese Jesús, que los dejaba desnudos ante todos, tenía que ser eliminado. Con ello, pretendían hacer bueno lo que hacían, pues eliminaban quien les decía que eran servidores de la maldad y del pecado... La técnica del avestruz...

Si Jesús hubiera huido ante la acechanza del demonio, no se habría dado la redención de la humanidad. Su denuncia del mal lo llevó a la muerte. Pero esa fue la vida de los hombres. Por ella los hombres fuimos rescatados. El final no fue la muerte, sino la vida. En todas sus acciones Jesús fue rectísimo en la búsqueda de la justicia. Llamó a la paz, a la concordia y al perdón. Pero no a la estupidez de dejar pasar el mal, como pretenden los "pasivistas" que entienden mal el mensaje de Jesús. Si Jesús no hubiera hecho la denuncia del mal, poniendo en evidencia la verdad de su existencia, si no hubiera realizado gestos concretos en contra de la injusticia, ni siquiera habría muerto... Habría pasado simplemente como un gran hombre, pero no sería el Redentor del mundo. Si no hubiera alzado su voz contra los que pretendían apedrear a la adúltera, ella habría muerto asesinada "legalmente". Si no hubiera agarrado el látigo para echar a los mercaderes del templo, todos los templos serían hoy grandes centros comerciales. Si no le hubiera reclamado al soldado el golpe que le dio injustamente, todas las torturas serían consideradas caricias amorosas... Él corrió con todas las consecuencias de lo que hizo. Y la mayor, la mejor de todas, fue nuestra salvación, la salvación de toda la humanidad. La muerte de uno, sucedida por ser fiel a la verdad, a la justicia, al amor, a la dignidad, sirvió para dar la vida a miles de millones de toda la historia, de todos los tiempos y de todas las latitudes... Jesús entendió muy bien que la pasividad era neutralidad, era complicidad. Y no quiso hacerse cómplice del mal. Su llamado a la fraternidad empezó por asumir que hay que oponerse frontalmente contra los que no quieren ser hermanos de sus hermanos y los tratan injustamente, con malignidad.

Defender al hombre, al justo, al que lucha por la Verdad y la Justicia, es defender la obra de Jesús. "¿No saben ustedes que sus cuerpos son templos de Dios? Glorifiquen, pues, a Dios con sus cuerpos", dijo San Pablo... Herir al hombre es herir al templo de Dios. No se puede permanecer indiferente ante la inmensa cantidad de heridas físicas, psicológicas y espirituales que se hacen a los hombres hoy. Quien lo hace no puede declararse cristiano.  "Reconoce, oh, cristiano, tu dignidad", gritó el Papa San León Magno. No debe ser sólo un reconocimiento de sí mismo, sino de todos. Cada uno debe reconocer la dignidad del otro. Mientras no se haga esto, estaremos siempre tentados a dañarlos, a hacerlos esclavos, a someterlos, a herirlos, a matarlos...

Hay que asumir las consecuencias. El dicho popular,  "el que se mete a redentor muere crucificado", puede ser una realidad. Pero es el camino más puro para la recuperación de la propia dignidad y la de los hermanos. No se puede callar. Un Cristo callado es un Cristo nulo. Un Cristo callado es un Cristo sin Cruz. Y un Cristo sin Cruz es, al final, un Cristo sin Resurrección. Y sin Resurrección no hay Redención. El final de la historia, cuando se asume valientemente en la lucha por la Verdad, por la Justicia, por la Fraternidad, por el Amor, es glorioso. Es la Resurrección. Es la Redención. Es la Salvación. No hay otro camino...

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