jueves, 1 de mayo de 2014

Socios de Dios para un mundo mejor

La fiesta de San José Obrero es la cristianización, el "bautizo", de la fiesta del trabajo. Es la fiesta de la dignidad. No hay actividad que más enaltezca al hombre que la de lograr el sustento para su propia vida y la de quienes dependen de él. Por eso, la lucha de los hombres de toda la historia ha sido siempre por lograr trabajos dignos, que enaltezcan su condición humana, que no pisoteen sus derechos, que respeten su condición de criatura primera en el corazón de Dios. El trabajo dignifica porque pone al hombre en la misma condición del Dios trabajador... El Dios Creador fue el primer trabajador cuando puso manos a la obra de la creación. Las palabras de Dios, cuando realiza la creación del universo son palabras de labor. "Hágase", "exista", "pulule la tierra", "hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza", no son otra cosa sino la manifestación de la obra que el mismo Dios emprendía para crear todo lo que existe. Dios es el primer obrero de la historia por cuanto fue el primero que se puso en acción en favor de transformar la realidad que lo circundaba...

He ahí la altísima dignidad del trabajo: asociarse a Dios en la obra de la transformación del mundo. Sin duda es justo que el hombre reciba una compensación monetaria que le sirva para su sustento y el de su familia o cualquiera que esté a su cargo por lo que hace, pero más justo aún es que sea considerado por lo que lo hace socio de Dios al buscar hacer del mundo un lugar mejor para todos. El trabajo, aun siendo designio de Dios, por el pecado del hombre, que sea fatigoso, es, en cualquier caso, asociación con el Dios que crea y que cuenta con el hombre para la transformación del mundo... Al crear al hombre Dios hizo pasar frente a él todo lo creado para que le pusiera nombre. Este gesto, en la cultura hebrea y oriental en general, simbolizaba el "tomar posesión" sobre todo lo creado. Poner el nombre significa reclamar propiedad sobre aquello a lo que se nomina. Por eso Dios no da su nombre a Moisés cuando éste se lo pregunta. Le responde: "Yo soy el que soy... Le dirás al pueblo: 'Yo soy' me manda a decirles esto..." Nadie puede saber el nombre de Dios, pues saberlo significaría que quien lo sepa puede ser su "dueño", y es absurdo pensar que alguien "posea" a Dios... De esta manera, Dios da al hombre la posesión de todo lo creado. El hombre es dueño de la creación, a él se le encarga su cuidado, su administración, su conducción... El trabajo no es maldición, sino asociación a la obra creadora. La maldición es, en todo caso, lo fatigoso, lo pesado, lo desagradable que pudiera llegar a ser en algún momento...

Tan dignificante es el trabajo que el mismo Jesús, El Verbo Eterno de Dios que se hace hombre, lo asumió como condición concomitante a la naturaleza humana que había asumido. Aprendió de su padre, San José, el ser artesano. De esa manera aprendía su oficio para lograr el sustento para su familia sagrada. Cuando ya San José no estaba, a Jesús le correspondió ganar el sustento para su madre María y para Él mismo... En el taller de Nazaret Jesús vio a su padre trabajar con ahínco y de él aprendió todas las artes de su oficio. Jesús fue "tekton" -artesano, en general, que significa que pudo haber aprendido oficios diversos, no sólo el de carpintero-, lo cual no significó de ninguna manera asumir la "maldición" del trabajo, sino hacer que sus manos y sus esfuerzos representaran para el trabajo su santificación. El trabajo, así, gracias al ejemplo que nos da Jesús de Nazaret, habiéndolo aprendido de su padre San José, es para todos los hombres su posibilidad de santificación.

De esta manera, las razones para la valoración altísimamente positiva del trabajo son muy sólidas... En primer lugar, es la labor que desde un momento de su eternidad inmutable realizó el Dios Creador, haciéndose con ello el primer obrero de la historia. De sus manos trabajadoras surgió todo lo que existe y fueron sus manos las que modelaron la arcilla con la cual creó al hombre y a la mujer. Su voluntad creadora fue voluntad trabajadora. En segundo lugar, el Hijo de Dios hecho hombre asumió la condición de artesano, con lo cual santificó con sus propias manos toda la materia que debía ser transformada por el trabajo. De su padre San José aprendió el oficio de artesano y nos enseñó a todos a altísima dignidad del trabajo, destruyendo para siempre la idea de maldición o de castigo que pesaba sobre él... Y en tercer lugar, al asociarnos a los hombres a su obra creadora, Dios nos hizo a todos co-creadores con Él, dándonos la más alta dignidad, pues nos colocaba a su misma altura en la transformación de nuestro mundo. El trabajo es sociedad con Dios y su compensación no es sólo la remuneración monetaria, sino el logro de un mundo mejor para todos por el esfuerzo humano que realiza cada uno de nosotros...

Por eso, tenemos que luchar siempre por mantener esta dignidad del trabajo. En la fiesta del trabajo hay que colocar sobre el tapete la necesidad insoslayable de que todo hombre y toda mujer ejerzan labores que los dignifiquen, que no los pisoteen, que no los humillen, que no los esclavicen. Que sean labores que lo eleven en su condición, que respeten su ser hijos de Dios y socios suyos en la obra de trasformación del mundo. Cada uno debe asumir su condición trabajadora como un instrumento que lo eleva y que lo hace responsable de la mejor marcha del mundo. Una mejor sociedad, un mejor mundo para todos, está en las manos de los hombres. Cada hombre y cada mujer trabajadores de la historia son responsables de la mejor marcha del mundo. Con la conciencia de que Dios nos ha dejado al mundo como tarea, podemos hacerlo realmente un sitio más humano, más santo, más justo, para todos los hombres de la historia....

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