sábado, 5 de abril de 2014

El mal gana batallas, pero el Bien gana la guerra

En nuestra sociedad hay muchas cosas buenas. Muchas más que las malas. También son muchas las malas, pero éstas son sobrepasadas inmensamente por las que valen la pena. El caso es que las buenas no tienen publicidad, y las malas hacen mucho ruido. El bien es silencioso, no es jactancioso. Un experto en marketing estaría realmente frustrado si le tocara vender el material que producen los buenos, pues aparentemente hay interés en mantenerlo escondido... Y como lo malo es tan estruendoso, llama mucho la atención, se ve mucho, y por ende, pone en el ánimo un signo negativo que llega a alcanzar la frustración, el desánimo, el desgano por seguir haciendo el bien. Se llega a afirmar que no vale la pena hacerlo, porque el mal va ganando, porque no hay espacio para el bien en un mundo que está perdido, porque a los malos les va muy bien con el mal que hacen...  La sombra del pesimismo se yergue tenebrosa sobre el bueno...

De ninguna manera es así. Si el mal estuviera venciendo ya el mundo habría desaparecido... El poder del mal puede ser inmenso, porque depende del poder que tiene el hombre para ponerse a su favor. El mal ha sido ya vencido, pero revive cada vez que el hombre se coloca en su línea. Cada vez que el hombre lo hace "resucita" su poder, que es ya nulo, pero le hace coger un  segundo, un tercero, un cuarto aire, para que pueda seguir enseñoreándose en el espíritu de los hermanos. Dios ha dado una capacidad al hombre, que es inmensa, de bondad, de bien, de solidaridad y de amor. Pero el hombre puede revertir el signo y colocar toda esa capacidad, esa fuerza, esa potencia infinita, a favor del mal... He ahí el peligro del mal. Basta colocarse a su favor para que el mal, que ha sido ya vencido en la Cruz y en la Resurrección de Cristo, en ese momento y para siempre, vuelva a tener la vida que ya le fue arrebatada por Jesús...

Y cuando los hombres nos ponemos a favor del mal, podemos hacer barbaridades. Nuestra historia nos enseña de lo que somos capaces. Veamos las guerras mundiales, la utilización equivocada de grandes inventos que hubieran facilitado la vida de millones de personas, la hegemonía que se erige entre hermanos basada sólo en una supuesta superioridad de raza o de ideología o de poder o de religión, las heridas que se infligen a los débiles o a los oprimidos o a los humildes... Razón tenía quien afirmó: "El hombre es el lobo de los hombres"... Los peores males no vienen de la naturaleza, pues ella sigue sus propias normas, e incluso a veces somos los hombres los que hacemos que ella misma las viole. Los peores males, las más grandes desgracias, las tragedias más terribles, las hemos procurado nosotros mismos... Nos basamos casi únicamente en sospechas, en prejuicios, en ideas preconcebidas para hacer fracasar un buen  proyecto, para oponernos irracionalmente a quien puede estar buscando un bien para muchos... Lo sufrió Jesús: "Otros decían: '¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?' Y así surgió entre la gente una discordia por su causa. Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima". Y añadían los fariseos, amenazando a quien osaba ponerse a su favor: "¿También ustedes se han dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la Ley son unos malditos"...

La clave está en la pregunta que hizo Nicodemo: "¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?" ¡Cuántas respuestas equivocadas a esta pregunta! ¡Para cuántos es suficiente simplemente el que se piense distinto para condenar sin ni siquiera oír alegatos! La historia de los hombres, lamentablemente, es poco creativa. Adolecemos, dolorosamente, de las mismas cosas...Es impresionante cómo somos incapaces de aprender de la historia, la mejor maestra de todas... Pero, como ha dicho acertadamente San Agustín: "Dios es experto en sacar consecuencias buenas de lo malo que hacen los hombres". Si la historia es maestra, Dios es Sabio. Y jamas se dejará ganar en su Sabiduría infinita. La maldad del hombre, porque ha sido vencida ya en la Cruz y porque no es ni de lejos más poderosa que el Bien Supremo que es Dios, nunca podrá vencer. Obtendrá victorias parciales, pero la victoria final, rotunda y definitiva, es del Bien...

El proceso del Bien es totalmente victorioso. El mal, con ser ruidoso y con haber obtenido algunas victorias, jamás será el vencedor final. No lo fue, ni lo será nunca. Si ya ha sido vencido, ha quedado postrado totalmente. Y Dios, después de haber obtenido la victoria más brillante de todas sobre el mal, nunca podrá "empezar a perder"... Es razonable preocuparse por las victorias del mal. Siempre harán daño. Y siempre atraerán desgracias sobre la humanidad. Por eso hay que apertrecharse contra el mal. Pero esa preocupación nunca debe destruir la esperanza en la que vivimos quienes creemos en la victoria definitiva de Jesús. Es lo que ya percibían los hombres desde el Antiguo Testamento: "Yo, como cordero manso, llevado al matadero, no sabía los planes homicidas que contra mí planeaban: 'Talemos el árbol en su lozanía, arranquémoslo de la tierra vital, que su nombre no se pronuncie más' Pero tú, Señor de los ejércitos, juzgas rectamente, pruebas las entrañas y el corazón; veré mi venganza contra ellos, porque a ti he encomendado mi causa". Es la voz del Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, la del que vence, la del que nunca será vencido, aunque en la Cruz aparecerá como el mayor derrotado. Y no es así. Ese que pende muerto en la Cruz de ninguna manera ha sido derrotado. Aun cuando lo parezca, es el mayor vencedor, el que ha obtenido la victoria más rotunda y estruendosa sobre el mal. Es el que ha dado muerte al mal, al pecado, a las pretensiones de enseñorear el mal sobre el mundo... Con su muerte ha dado muerte a la sombra y ha lanzado la luz más esplendorosa sobre el mundo...

Al final, el triunfo será el de la justicia, el de la redención, el de la paz, el de la fraternidad. Es el triunfo de Jesús. El mal querrá seguir haciendo ruido, querrá seguir ganando adeptos -y los ganará-, querrá removerse en su sepulcro para salir de él y llenar al mundo de sombras, pero el bien ya lo ha anulado. Está totalmente neutralizado. Quien se ponga del lado del Bien gozará con la victoria final. Quien se ponga del lado del mal, dándole de nuevo el poder que ya ha perdido, al final no verá sino derrota, humillación, muerte... El ruido es del mal, pero la victoria es del Bien...

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