sábado, 12 de abril de 2014

Divididos no sobreviviremos

La división no es signo de los cristianos. Jesús, en su oración sacerdotal, desde lo más profundo de su ser, pidió al Padre: "Que todos sean uno". Era el signo de que aquellos cristianos creían, que eran fieles. Era lo que podían mostrar al mundo para ser creíbles en su fe. "Que todos sean uno, como Tú y Yo somos uno, para que el mundo crea". El mejor signo que podían dar los cristianos era el de la unidad, incluso más que el mensaje que podrían proclamar al mundo. Es muy importante transmitir de palabra el mensaje del amor de Jesús, la salvación que vino a traer al mundo, su deseo de que todos los hombres vuelvan a la casa del Padre como hijos amados, la obra de misericordia infinita que realizó perdonando las ofensas que contra su mismo amor habían infligido los hombres... Pero ese mensaje tenía que tener un sustento sólido en un estilo de vida que fuera la confirmación práctica de lo que se anunciaba. De nada vale gastar energías en un mensaje que pretenda ser convincente, por muy real que fuera, si no tenía un apoyo firme en la vida que lo revelaba...

¿Cómo va a creer el mundo en un mensaje de amor y de salvación, si los que lo proclaman viven en la separación, en el odio, en las suspicacias, en la división, en la violencia? De ninguna manera nadie se dejará embaucar por ese mensaje, pues la evidencia exterior es que es falso... La unidad de los cristianos es la carta de presentación idónea para el mensaje que se quiere transmitir...

Es natural que así sea, pues el mensaje de los cristianos es un mensaje de amor. El amor es el lubricante perfecto que hace que las diferencias no se profundicen hasta llegar a la división extrema, a la intolerancia, a la exclusión total... Y es que la unidad no significa uniformidad, sino aceptación de las diferencias dentro del marco de lo razonable. La unidad, por supuesto, no busca convivir con lo que es objetivamente malo, pero sí con lo que es razonable. No busca la unidad simplemente quien se hace la vista gorda ante lo injusto, ante el odio entre hermanos, ante la violencia contra el que piensa diferente. Ese es un pasivista absurdo. Quien busca la unidad busca anular lo malo, sumar a lo bueno. Y quien quiere vivir la unidad lucha también por no permitir que se asiente en su espíritu el deseo de lo hegemónico, de lo tiránico, de lo absolutamente dominante y arrasador...

Para seguir el itinerario de la unidad en la fe es necesario que se busque qué es lo que aglutina al cristiano. El factor aglutinante único, dada la diversidad de pensamientos, de conductas, de intereses, de metas, de métodos, que todos podemos vivir, es el del Dios que nos sustenta. Lo comprendió perfectamente Israel, pues así mismo se los descubrió Yahvé: "Los libraré de sus pecados y prevaricaciones, los purificaré: ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios". Es Dios el que crea, el que convoca, el que sostiene y el que espera... Fuera de Él no hay otra posibilidad de factor de unidad. Cualquier otra realidad que pretendamos colocar será siempre pasajera, temporal, etérea... Sólo Dios es el eterno, el que nunca pasa, el que sirve de fundamento sólido para cualquier proyecto de vida, pues coloca la meta de la eternidad en la perspectiva de la vida de todos...

Cuando no colocamos a Dios en esa perspectiva, nos arriesgamos a que todo proyecto sea frágil. El Dios de la unidad es el que se ofrece para hacernos sólidos en la fraternidad. Es la manera como a todos se nos hará un solo pueblo que sigue bajo la mirada de un solo pastor. "Yo voy a recoger a los israelitas por las naciones adonde marcharon, voy a congregarlos de todas partes y los voy a repatriar. Los haré un solo pueblo en su país, en los montes de Israel, y un solo rey reinará sobre todos ellos. No volverán a ser dos naciones ni a desmembrarse en dos monarquías". Es tremendo el que Dios Creador, habiendo establecido que la ruta de la felicidad fuera la de la unidad, y habiendo sido nosotros mismos los que hiriéramos esa posibilidad, aun así haga lo necesario para restablecer nuestros lazos de unión, pues sabe que ese es el único camino para la plenitud...

La salvación del pueblo pasa por la unidad. Será uno solo el Salvador. Será un solo hombre el que morirá por todos. No serán varios los redentores, sino que será el único Jesús, el único Dios hecho hombre, el único Hijo de Dios, el único Verbo Eterno del Padre, el que asumirá esa tarea. Hará su sacrificio para hacernos a todos uno con Él y llevarnos así, en la unidad, a la presencia del Padre. Esto lo reconoció el mismo Caifás, Sumo Sacerdote, cuando en el Consejo del Sanedrín se referían a la necesidad de dar muerte a Jesús: "Ustedes no entienden ni palabra; no comprenden que les conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera". La unidad de los cristianos surge de la intención primera del Padre al crearnos como imagen y semejanza de la unidad esencial en la que vive la Trinidad Santa. Es la manera de asegurar la subsistencia en medio de todos los pueblos que rodean a Israel. Es la seguridad de que nuestra fe es verdadera y el medio por el cual daremos el mejor testimonio de credibilidad al mundo. Es la meta a la que nos encaminamos todos, con nuestro Hermano Mayor, Jesús, a la cabeza. Es lo que quiere Dios que vivamos desde nuestro origen, en nuestra vida actual y en la eternidad feliz junto al Padre.

No es un simple deseo. Es un estilo de vida. Es la mejor manera de vivir. La unidad es la mayor ilusión que podemos aspirar hoy, mañana y siempre. Con ella estaremos dando al mundo el mejor signo, y estaremos viviendo entre nosotros lo que es la voluntad más alta de Dios: La unidad con Él y entre nosotros, en la que destaque definitivamente el amor que nos sirve de aglutinante...

2 comentarios:

  1. Te doy las gracias por explicarnos las Sagradas Escrituras de una manera tan sencilla y nos enseñes a vivirlas en lo cotidiano de nuestras realidades. Un abrazo

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    1. ¡Gracias a ti Carlucho! Me alegra mucho siempre que te sirva. Dale un beso a Raquel y a las chamas. Saludos a todos. Dios te bendiga

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