jueves, 31 de octubre de 2013

Soy yo el que se aparta

La experiencia de San Pablo tuvo que haber sido extraordinariamente compensadora. Ver su transformación y luego su determinación y convicción férrea en el anuncio del mensaje de salvación de Jesús nos convence de ello. Es imposible decir las cosas que él dice en sus escritos con tal claridad, si antes no se ha vivido. Y los relatos de sus experiencias misioneras no son más que la confirmación de sus dichos... Cuando él habla del amor de Jesús se transporta a las alturas inmensas de lo que eso significa. Para él es el lugar deseable, seguro, sólido, y hacia el cual tiende toda su vida, pues es la meta añorada. Desea ardientemente tener un lugar en la vivencia eterna del amor. Que ya no haya nada ni nadie que pueda en el futuro distorsionar esa vivencia. Por eso, está convencido de que aquella experiencia de eternidad tierna junto a Dios hay que empezar a tenerla ahora. No es necesario esperarla. Más aún, podría decirse que Pablo está plenamente convencido de que para tener aquella experiencia eterna, debe tener y vivir cotidianamente la experiencia terrena y cotidiana en el amor...

Su preocupación es que todo el que lo escuche sea consciente también de esta realidad. Es como si él estuviera claro de que para vivir con mayor profundidad el amor necesita hacerlo llegar a los otros. Se da en esta convicción lo contrario de las leyes del mercado. Para tener más amor, hay que dar más amor. Así, para vivir en el amor eterno definitivamente, hay que repartir amor aquí y ahora. Nunca será posible añorar el amor en la eternidad si no hay una verdadera demostración de querer vivirlo y compartirlo hoy con los demás...

En efecto, en el clima en que se daban los primeros pasos del cristianismo de la época de Pablo y de aquellos primeros cristianos, esta idea debió ser muy firme. Eran muchos los problemas que vivían los cristianos por su fe, pues eran perseguidos, anulados, echados a un lado, asesinados, ignorados... La vida se les había hecho un nudillo a todos. La fe los llamaba a casi estar en un continuo enfrentamiento con "el mundo", con los demás, incluso, en el caso de muchísimos, con los de su entorno más íntimo, sus familiares y amigos. Era necesario dar una razón absoluta que lo justificara todo y que lo hiciera valer la pena. Hacerlo sólo por unas ideas, por unas palabras bonitas, por caprichos de moda, no compensaba nada. Era más fácil "volver" a las andanzas para tener paz y tranquilidad con los demás... Y la razón última, la que llenaba de pleno sentido todo, la que daba la mayor iluminación a lo que vivían los cristianos fieles, estaba en el amor de Dios, en el amor de Jesús, en su entrega radical por amor a los hombres...

Esto no podía quedarse sólo en palabras lindas dichas por Pablo que escucharan emocionados algunos. Y en Pablo este no era el caso. Si alguien sintió y vivió con la máxima intensidad esa experiencia de amor fue él. La empezó a vivir en aquel famoso encuentro de Damasco. Imagino el arrobamiento el que se encontró durante aquella experiencia mística. La vivencia del amor de Jesús tuvo que haberlo movido todo interiormente. Todas sus seguridades farisaicas quedaron en entredicho ante la experiencia de sentirse amado infinitamente. El famoso legalismo que lo motivaba había quedado desecho totalmente por la suprema ley del amor que él sintió en su corazón cuando estuvo frente a frente con Jesús. "Amar es cumplir la ley entera", tuvo que concluir ya ante tantísimas evidencias compensadoras y entrañables... No era un amor idílico, el que puede sentir alguien como una simple ilusión pasajera. Era el amor que daba sentido a todo, que sostenía la vida en un ámbito totalmente de plenitud, inexplicable en palabras humanas, pues sólo el espíritu es capaz de llegar a él. Por eso Pablo fue capaz de hablar de aquel lenguaje misterioso del amor, que se da solo "con gemidos inefables"...

Esta convicción había que hacerla llegar a los demás, a como diera lugar. Si él quería explicar y hacer llegar el Evangelio a ellos, debía hablar de la noticia más elevada de la Buena Nueva, que era la del amor de Dios por los hombres, expresado y hecho concretísimo y más que palpable en el amor de Jesús que se donaba plenamente a los hombres. Era necesario darle un sustento a todas las experiencias que estaban viviendo los primeros cristianos. Había que decirles que sí valía la pena pasar por todo lo que estaban pasando... Por eso, hablando de su propia experiencia, la que lo sustentaba a él sólidamente, se las comunica a todos.

Es el amor lo que hace que todo tenga sentido. Un amor que da absoluta solidez a cualquier experiencia. Un amor que está siempre presente, que no es sólo una suma de sentimientos, sino de realidades totalmente sustentadas. Es un amor que te sostiene en lo que realmente vale la pena, pues le da un color a la vida que es más profundo, más esperanzador, más entrañable. Y lo mejor, es un amor que nunca dejará de existir, como jamás dejará de existir Dios. Si de algo está convencido Pablo es de que ese amor nunca dejará de sentirlo, que Dios nunca dejará de darlo, pues su decisión eterna de amar es también inmutable. Desde que en la eternidad decidió amar al hombre, ya jamás esa decisión la cambiará. Podemos estar absolutamente convencidos de que Dios nos amará siempre, y de que nada anulará ese amor. Ni siquiera nuestro pecado. Más aún, cuando nos alejamos de Él por el pecado, Él hará más, hasta lo impensable, para acercarnos de nuevo. Ya lo hizo entregando a Jesús. Y Jesús, el enviado del amor, estará dispuesto a seguir haciendo su entrega cada vez más actualizada para alcanzar nuestra salvación...

El amor de Dios dejará de ser una realidad en nuestras vidas, sólo por nuestra decisión. En su infinito poder y misericordia, Dios tiene un límite. Y es el que le ponemos nosotros en nuestro corazón. Si queremos, lo excluimos de nuestras vidas. Aunque Él estará siempre tocando a las puertas queriendo entrar... Sólo nosotros podemos abrir esas puertas. Y si no queremos, se quedará afuera, "pasando las noches del invierno oscuras", como decía Lope de Vega...

Nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios en Cristo Jesús. Es una amor salvador, que da sentido a todo. Por él cobra sentido el dolor, la persecución, la alegría, los logros, las penas, las metas alcanzadas. Por él se está dispuesto a asumir cualquier situación, pues en los brazos del amor de Dios está el lugar más entrañable en el que podemos estar. Sólo saberlo compensa. Vivirlo y experimentarlo con la mayor profundidad hace que todo lo demás sea relativo. Sólo es absoluto el amor, su vivencia, su eternidad. Añorarlo es ya vivirlo. Y vivirlo hoy es asegurarlo para la eternidad. Que sea nuestra fuerza y nuestro motor...

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