sábado, 5 de octubre de 2013

Has revelado tus cosas a los sencillos...

Durante toda su historia, la humanidad ha demostrado que la inteligencia no tiene límites... Cada vez quedamos más sorprendidos con las cosas de las que somos capaces de lograr e inventar. Desde la "invención" del fuego, que no es realmente, invención, sino el descubrimiento de la forma de "fabricarlo" y de dominarlo, pasando por la invención de la rueda, por la locomoción, por conquistar el reino del aire con el vuelo, por la llegada a la luna, por las telecomunicaciones... hasta los extraordinarios avances que estamos experimentando hoy con todo lo del ciberespacio, con las investigaciones y los avances en el campo de la salud y de la medicina, en la tecnología de gran escala y de escala milimétrica, tenemos que decir que cada vez quedamos más con la boca abierta... ¿Hasta dónde seremos capaces de llegar? ¿Cuál es nuestro límite?

Dios nos ha enriquecido a los hombres con nuestra inteligencia y nuestra voluntad. Son prerrogativas suyas que nos ha regalado por su expreso deseo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza", es decir, capaz de pensar, de crear y de actuar "como nosotros". La imagen y semejanza de Dios en nosotros no es sólo la capacidad de amar, de ser libres infinitamente... Tiene que ver también con esa capacidad de estar siempre inventando, ingeniándonosla para hacer nuestra propia vida mejor. Es deseo expreso de Dios que así sea... En este sentido, Dios nos creó casi "como dioses". El salmista lo expresa con sencillez: "Hiciste al hombre poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mano sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies..." El hombre ha llegado a esas alturas porque Dios lo ha querido y lo ha permitido, porque, en cierto modo, es camino que Él mismo ha establecido para que sea recorrido hasta llegar a Él. Se conecta directamente con el aprovechamiento de "los talentos" que Dios ha colocado en nuestras manos para que "los multipliquemos"..

Paradójicamente, el mismo hombre que ha dominado todos esos espacios "exteriores", en lo macro y en lo micro, a nivel de galaxias y de átomos, ha sido incapaz de "conquistarse a sí mismo". Tristemente, esa conquista que el hombre ha realizado de lo que está fuera de él, ha sobrepasado en una proporción absurdamente ilógica la conquista de su íntima profundidad. Aparentemente, para el hombre de hoy, esa conquista de lo interior, al no dar réditos atractivos ni intereses crematísticos, no representa ningún atractivo.. Tenemos grandísimas ganancias en lo externo, pero inmensas e irreparables pérdidas en el tesoro interior...

Lo más grave que ha sucedido es que el hombre se ha hecho, de sí mismo, el nuevo ídolo. Así como Israel en el desierto se construyó un toro con el oro, la plata y las riquezas que cada uno aportaba, y se postraron ante él diciendo que era "el dios que los había sacado de Egipto", hoy el hombre se ha construido ese nuevo ídolo, que es él mismo, con sus logros tecnológicos, con sus avances científicos, con sus ganancias de espacio exterior... Se ha hecho una estatua a sí mismo hecha con sus metas alcanzadas y se ha dicho: "Este es tu dios, el que te ha sacado de la ignorancia, el que te ha hecho avanzar tanto, el que te ha llevado a esas alturas insospechadas en las que te encuentras"... Y se ha puesto a adorarlo... El hombre es el nuevo ídolo, el dios de los hombres...

Los Obispos en Puebla afirmaron magistralmente: "El pecado mortal consiste en la absolutización de lo no absolutizable"... Y es esto lo que ha hecho el hombre de hoy: Se ha absolutizado a sí mismo. Se cree por encima de toda realidad, incluso por encima del Dios que lo ha creado y lo ha enriquecido con sus ilimitadas capacidades. Ha dejado de reconocer que todo lo ha recibido de Dios y ha llegado a pensar que todo lo que logra lo hace simplemente porque ha tenido su origen en él mismo... Se ha ensoberbecido y ha pretendido ser el origen de todo lo que hace, que es, realmente, donación divina... Se está llegando al mismo punto al que llegaron los habitantes de Babel, cuando pretendieron que ya habían avanzado tanto que eran capaz de llegar hasta el cielo para destronar al Dios que habitaba en las alturas...

El hombre es un gigante tecnológico, pero un enano espiritual... Lo científico y lo tecnológico lo han obnubilado de tal manera que ha llegado a pensar que ya no es necesario más nada. La única satisfacción estaría, de este modo, en la conquista de nuevas metas tecnológicas para imponerse unas nuevas, y emprender de nuevo su conquista... Esta es la razón de la inexplicable insatisfacción continua del hombre... No se trata de que no haga esas conquistas externas, pues ellas son queridas también por Dios. Para eso le ha dado las capacidades inimaginables que tiene. El problema radica en que esa conquista exterior sobrepasa en mucho la conquista interior. A la par de esos avances debe haber un adentrarse cada vez más en la profundidad del yo, donde se consigue al mismísimo Dios. San Agustín decía: "Dios es más íntimo a mí que yo mismo". Jamás podrá el hombre llegar a Dios como lo pretendían los habitantes de Babel. El rascacielos que debemos construir es el de nuestro interior. A medida que cavemos más y más dentro de nosotros estaremos más cerca de encontrarnos con Dios...

Pero para eso se necesita desmontarse de la peana en la que nos hemos colocado nosotros mismos. Se necesita ser humildes, reconociendo que lo que hemos logrado ha sido gracias a las capacidades que Dios ha colocado en nosotros. Lo comprendió perfectamente el salmista, cuando decía: "No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu Nombre da la gloria"... Y es la misma actitud que tuvieron aquellos que reconocieron: "Siervos inútiles somos... No hemos hecho más que lo que teníamos que hacer". Si Dios nos ha dado esas capacidades, lo menos que espera es que hagamos lo que a ellas corresponde. No es, por lo tanto, una iniciativa que tiene su origen en nosotros mismos, sino en Dios...

Es la manera de quitar de nuestros ojos y de nuestros corazones el velo que nosotros mismos nos hemos colocado. Es sabernos siempre delante de Dios y enriquecidos por Él. La ciencia no es la negación de Dios, sino que es la manera más "sistematizada" de hacerlo presente en la vida diaria. La inteligencia y la voluntad no nos las ha dado Dios para expulsarlo de nuestras vidas, sino para que en ellas también sepamos siempre descubrirlo y colocarlo en el lugar que a Él le corresponde por derecho. Por no haberlo hecho, nos hemos llenado de soberbia y nos hemos colocado nosotros mismos en el centro, invadiendo un lugar que no nos corresponde y que nos llevará a la ruina total, pues cuando no está Dios, no hay nada... Por muchos avances que logremos...

Tiene muchísimo más sentido saberse "sabios incansables" por la voluntad divina, que por nosotros mismos. La satisfacción que sentiría el hombre por pensar en metas alcanzadas "por virtud propia", jamás tendrá el mismo dulce sabor de aquellas que se piense que se logran por el inmenso amor que Dios ha colocado en cada paso que damos para llegar a ellas... Por eso Dios se goza en la humildad, y la compensa infinitamente... Cada paso que demos tendrá la compensación del amor y de la satisfacción que Dios siente... Colocarse con humildad delante de Él es, con mucho, infinitamente más compensador que quedarse delante del vacío, de la nada... La mayor pobreza del hombre no está en no conquistar la metas, en no progresar, en no dominar lo creado... La más grande pobreza, la más triste, la más destructora, es no tener a quien ofrecer todos los avances infinitos, es sentirse delante de la nada, es arar en el vacío... Y cuando está Dios, da más capacidades, las multiplica y las bendice... Y les da el sentido pleno... Por eso, Jesús agradece al Padre que estas cosas, las de la intimidad, las del corazón, las del amor, las haya revelado a los humildes y sencillos, a los que se han "atrevido" a avanzar en la presencia de Dios todo el camino que han avanzado y le den todo su reconocimiento a Él, y las haya ocultado a los sabios y entendidos, a los que se han ensoberbecido en sí mismos, cerrándose a la compensación máxima, que es la del reconocimiento de la infinita superioridad de Dios y de su amor...

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